Poesía
Humberto Garza
WEBMASTERS:
Nuri de la Cabada y Luis de la Cabada


DE ATLÁNTIDA

Lucen del Ocaso los pálidos cobres
y del mar que duerme, los blancos estaños,
y van derramando perfumes salobres
las olas que cantan con tonos extraños.

De pronto, el mar glauco se ve cristalino,
las sombras palpitan de luz salpicadas
y el alba triunfante de un sol submarino
derrama sus luces en áureas cascadas . . .

Cual pasa en los claros cielos estivales
la nébula errante de un claro de luna,
pasa estremeciendo los verdes cristales
un delfín de plata con su aleta bruna.

En el fondo tiemblan esbeltas arcadas
de ópalos brillantes y ágatas obscuras . . .
¿Es que, obedeciendo la voz de las hadas,
Atlántida tiende sus arquitecturas?

Silenciosa surge del regio palacio,
como iluminada por luces astrales,
La Nereida rubia de ojos de topacio
y frente ceñida de rojos corales.

Y tras ella nada, jadeante y bronco,
a grandes brazadas, el tritón fornido,
el que airado sopla su caracol ronco
y en las tempestades lanza su alarido.

Aparece luego como Anadyomena,
la de voz que arrulla como dulce flauta,
la fascinadora y ardiente sirena,
la que entre sus brazos adormece al nauta.

En alga marina su frente corona,
su vientre escamado fulgura y radía;
parece una heroica, gentil amazona
que viste armadura de oro y pedrería.

Y pasa nadando silenciosa y rauda,
tendiendo en las ondas sus brazos amantes,
mientras que los golpes de su verde cauda
dejan una estela de claros diamantes.

¡Mísero del nauta que surque esos mares!
la onda está quieta; la noche serena;
los astros esplenden y dulces cantares
modula la brisa . . . Pero la sirena,

al mirar la quilla del bajel errante
que el espejo terso de la mar desflora,
lanzará en al noche su canción amante
y el arrullo dulce de su voz traidora! . . .

LOS PIJIJES

Visten hábitos carmelitas
Los ánades veracruzanos;
Y como dos frailes hermanos,
En actitudes estilistas,
Sueñan lagunas y pantanos. . .

Así parados en un pie,
Con el rojo pico escondido
Bajo el ala negra y café,
Y con el cuello retorcido
Como el tubo de un narguilé,
Dejan pasar las noches tétricas
Y los días primaverales
En ensimismamientos iguales,
En sendas posturas simétricas
Inmóviles y ornamentales . . .

En la noche su instinto vela;
Y a un ruido insólito en el folio,
El ánade grita y revela
Ser tan eficaz centinela
Como un ganso del Capitolio.

Mas desdeñando esa tarea
Doméstica, de janitor,
Nada a los ánades recrea
Aunque su ojo que parpadea
Distinga todo en derredor . . .
Glauca sombra de la tortuga
Entre dos aguas, en el lago;
De los sauces temblor vago;
Breve retracción de la oruga
En la hoja del jaramago.. .

Eléctrica luz que en la bruma
Sombra, difunde en el vergel
Romancescos claros de luna,
Y a cuyo campo no hay flor alguna
Que no parezca de papel. . .

Pobres ánades vigilantes
Que contemplan y sienten todo . . .
Fulgor de estrellas rutilantes;
Roncar de sapos en el lodo.
O vuelo de aves emigrantes.

Sólo entonces, si el firmamento
Crepuscular se torna gris.
Y el cielo cruza un bando lento,
¡El ánade con ojo atento
sigue el vuelo libre y feliz!

Los dos ánades en un mismo
Murmullo tenue y doloroso,
Desde su forzado reposo,
Dicen nostálgico atavismo
Del hondo cielo luminoso...
Y -símbolo de estéril vida,
De inútil ilusión fallida-
mueven en vano el ala trunca,
¡El ala inválida y herida
Que ya no habrá de volar nunca!


ONIX

Torvo fraile del templo solitario
que al fulgor de nocturno lampadario
o a la pálida luz de las auroras
desgranas de tus culpas el rosario...
¡Yo quisiera llorar como tú lloras!

Porque la fe en mi pecho solitario
se extinguió como el turbio lampadario
entre la roja luz de las auroras,
y mi vida es un fúnebre rosario
más triste que las lágrimas que lloras.

Casto amador de pálida hermosura
o torpe amante de sensual impura
que vas, novio feliz o esclavo ciego,
llena el alma de amor o de amargura . . .
¡Yo quisiera abrasarme con tu fuego!

Porque no me seduce la hermosura,
ni el casto amor ni la pasión impura;
porque en mi corazón dormido y ciego,
ha pasado un gran soplo de amargura.
que también pudo ser lluvia de fuego.

¡Oh guerrero de lírica memoria
que al asir el laurel de la victoria,   
caíste en tierra con el pecho abierto
para vivir la vida de la gloria . .
¡Yo quisiera morir como tú has muerto!

Porque al templo sin luz de mi memoria,
sus escudos triunfales la victoria
no ha llegado a colgar, porque no ha abierto
el relámpago de oro de la gloria
mi corazón oscurecido y muerto.

Fraile, amante, guerrero, yo quisiera
saber qué oscuro advenimiento espera
el anhelo infinito de mi alma
si de mi vida en la tediosa calma
no hay un dios, ni un amor, ni una bandera.

VUELTA A LA PAGINA PRINCIPAL