Poemas de:
Gustavo Solórzano Alfaro

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Mi mano habita la muerte ... Fantasmas
El hastío aguardando Pronunciarte
Despedida Pasar
El vuelo de la razón Invocación

Mi mano habita la muerte ...

Mi mano habita la muerte
sin corresponder nunca
su presagio de nacer.

El rostro es ceniza,
límite primigenio del horizonte
que yo antepongo en tus brazos.

Y vos tenés mi distancia cansada
más allá del olvido.

Cuerpo, destello frágil
del silencio perpetuado,
figura de barro en tu voz
cuando todos pedimos el presuroso
instante de volvernos aire
y polvo y ausencia,
cuando el viento apenas insinúa
nuestra espalda
y yo muero rompiendo distancias
de tu nombre.

¿ Será tu nombre,
raíz última del aletargado respiro
en la incertidumbre del mundo ?
¿ Será tu nombre?
O tan solo ambos cayendo
en la tarde partida
que nos encontró en su lecho.

Mis ojos murmuran su golpe amargo
de volverse extremos vedados 
de un mismo cuerpo.

Tu nombre es el destino,
perfil obsoleto
de lo que nos queda
en esta mentira del crepúsculo.

Y solo vos tenés el final,
ser parte de estos días
en que hemos habitado
casi todas las muertes.



Fantasmas

Juro que los he visto,
en algún bar buscando ángeles borrachos,
mendigando bajo mis calles un poco
de resurrección.



El hastío aguardando
A Jacques Prévert

Calmada estaba la Aurora.
Callados los pechos heridos los hados.
La piedra secular pulida
la estatua grande y monumental.
Las calles extraviadas
y los muros abiertos. 
La extraña ausencia de una dama,
burdel de incienso cura del ángel,
sombra inerte descuidado el llanto.
El paseante que adula,
la belleza que entra
en un purgatorio de ebrios.
La fuente ya seca
la tarde que la finge.
El edificio de las palomas rojas
abriendo sus puertas al oscuro diciembre.

Tus piernas que crujen cenizas del viento,
yo que me acerco y mi madre que llama,
llora, llora y gime que me acerque
-la tumba es demasiado angosta sutil el cuerpo-.
Mi padre ha fallecido
la hermana ríe los perros la siguen,
la estancia lejos la ventana se abre,
el sol que entra y el paseante ausente.
¿Qué nos va quedando detrás del hambre?

El hastío harto de sí mismo.
Con una linterna que alumbra su desnudez apócrifa;
su belfo limpio y disecado.
Efuminación latente del crisol del Alba.
El hastío aguardando y me detengo.






Pronunciarte

Déjame
que con mi última ternura
alfombre tus pasos que se van.

                               Vladimir Mayakovski

Déjame contarte, querida niña,
que no se me acabe la memoria.

Déjame abrirme en tu carne,
amoldarme a tus huesos,
herirme en tu alma.

Déjame sorber tus ojos
como rodajas de cielo fresco,
y déjame robar
la espina que sube a tu cuello.

Déjame contarte, querida niña,
de mis viajes terrenales
a la gruta del miedo
o al triste pasaje
de mis más guardados recuerdos.

Déjame decirte
que hoy sé de abismales presagios,
de tus manos asustadas
y tu cara de encino.

Déjame tomarte libre de tardes,
de coronas impías coronando tus senos.
Déjame tenerte entre mis labios...

... yo quisiera que oprimieras mis labios,
y así, jamás decirte que te quiero.





Despedida

Hoy, adiós, día primero,
último de cada mes.
El todo en la savia que asciende,
el todo en la savia que anuncia
el fatal acento de las palomas
que no pueden volar más que sus alas,
que no saben cantar
sus atroces melodías de presagio
durante una tarde entera,
una tarde llena de olores y cortinas
blancas y voladas,
recogidas en la niebla de los gritos
sumergidos por tu cuerpo.
La erección que palpita
y palpitando quema la pupila,
el sillón, tu falda,
el pesado óleo de tus besos
jamás pintados
o tomados en serio.
El latir burlesco de algún hueso,
La clavícula etérea de tus ojos.

Aquí yazgo perdido,
acurrucado en tu seno,
adormilado en tu espalda,
mojado, quieto, taciturno,
violento cuando más quiero serlo
para besarte con lágrimas que invento
y llorarte con sudores tranquilos
que no me queden pequeños,
que invento para tenerte,
que tiendo una rosa en tu cama
y las espinas brotan de tu cuello
y me duermo cansado
porque tu voz ya se ha despedido
y mis pies, acaso temerarios,
despuntan el día, el viento,
y tu pelo languidece y atravieso
el monótono perfil de tu juego,
el furioso arrebato de tu sexo.

Aquí me tienes de una vez por todas
-rendido y apaciguado mortal-.
Cortadas las alas las palomas se resisten,
el canto salta, emerge, duele,
y tus manos acarician el día.
Mis brazos, hartos de quererte,
de despedirse cada año, cada siglo,
cada mes que me abandonas
y dejas las perchas vacías de la sala
y el comedor brillante de los cielos.
Me cuesta tanto y a la vez lo presiento:
El néctar se ha detenido.
No me mires, más no te alejes.
Aquí te espero, me arrepiento...
pero no lo grito, me callo...






Pasar

Pasar de vos
sin verte,
tocarte,
y dejar de mí
el rastro
sediento,
aluvión de rosas
en mi pecho.

Pasar de vos
sin apremio ni amargura,
gratificante dolor,
médula inocua,
abierta.
Pasar de vos
sin quererte
y no dejar tendido
entre nuestras manos
el fraterno duelo
de palomas candentes.

Pasar de mí,
pasar de vos
de lejos,
que no pueda tocarte,
tenerte.
Pasar de vos y olvidarme,
comenzar el día sin vos,
sin mí,
y que todo se aleje...

y pase.





El vuelo de la razón

Inicia el vuelo, lechuza de Minerva,
al llegar el crepúsculo y el alba.
Las esferas sagradas permanecen quietas,
sellados los agravios de tu risa.
Inicia el vuelo, lechuza de Minerva,
que al término del mundo quedan dioses
que del principio la savia profanaron.

Inicia el vuelo, inmortal pájaro de sangre,
y desnuda con furia la última esperanza
que en las doncellas habitan los misterios,
y las aguas lavan los años con los sueños.

Inicia el vuelo, ave de rapiña dulce,
inocua la estirpe que te sigue,
que te eleva por el monte y por las nubes,
con las espadas ciega del delirio y la vergüenza.

Inicia el vuelo, lechuza miope de Minerva,
pues aquí mis lágrimas ascienden
al torrente supremo del deseo,
al inacabado entuerto del tiempo.

Inicia el vuelo, fugaz paloma,
danza la tristeza en tus mares seca
y parpadea con indiferencia ante la luna.

Inicia la tormenta, alas dolorosas,
que el camino ha quedado descubierto
y mis pasos todos a ti llegan
y de tu voz melancólica proceden
el grito más distante del hombre y su derrota.

Inicia, tempestad del cielo,
mi caída y mi revancha,
que todas mis lágrimas a ti sucumben.
Mi dios, mi último dios y su mentira.

Inicia el vuelo, feroz lechuza de Minerva,
inicia el vuelo, paloma,
y deja que algún día el perdón me toque.





Invocación

Dicta las endechas puras del odio
que en mi corazón duerme
una estrella mutilada,
que en mis manos yacen
las razones totales para mundo.
Dame la ruta, la travesía,
inunda mi canto con muerte,
avasalla mi torpeza con tus miedos.
Habita mis caducos pesares,
hincha mis llagas con desidia,
que el dolor asiente sus entrañas
en la calmada aurora del llanto.

Mis amigos no entenderán
la increíble manera de mirarlos,
el tacto débil,
el acto pusilánime del alma.
Mis amigos no duermen:
descansan y nutren la vida.
Yo junto a ellos purgo una esfera,
aparento ser nube,
un letargo de suplicios raros.
Mis amigos no me habitan:
solo destruyen las mañanas.

Háblame con ternura,
que la lluvia amaina su fondo cruel,
su pertinaz tormenta en el patíbulo,
la burla incólume del gallo violento
que acude al sol de tarde en tarde.
Aprisiona mis pechos de águila
en la más intacta forma del aire,
en el más incauto fruto del cielo.
Domina, cruje, atrona,
destruye, ataca.
Rugen mis huesos,
se acaban mis ojos,
se duermen mis labios,
aterrizan tus odios;
me inundas, me recoges,
me haces cómplice del baile,
del mágico perfil y la seda abierta.

Por fin me lleno de ti,
con melodía sacra y pueril sentido.
Por fin me transformo,
transfiguro:
todo mi cuerpo una estrella
dormida, mutilada, satisfecha;
crucificada en el seno del hombre,
domeñada en la peste del hombre:
el amor condenado a la fuerza al cadalso.

Mis amigos no entenderán
la estirpe frágil que emerge.
Por una vez me inundas
y por una vez me satisfaces.
Dulce caos de mis sueños,
habitas por fin mi pecho.


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