Poemas de:
Teresa Palazzo Conti
CARA Y CECA | LA PROFECÍA |
LOS EXTREMOS | LA SILLA DE MIMBRE |
EL RESCATE | LA DESCONOCIDA |
NOCHE BLANCA | DEAMBULAR |
CARA Y CECA
La vida
ha traspasado los olvidos
en cada estante de la noche.
Hundida
en el fracaso de un sueño esquivo,
la siento fustigar
en sucesivas imágenes
que el espejo disloca.
Visito su choza
de puertas giratorias;
entro y salgo
de las vísperas y de los futuros encuentros
con la muerte que acecha.
Pasajera
de instantes insufribles,
logra rozar mis manos
para robarme
el hemisferio habitado
y dejarme hueca,
sólo multiplicada
por esas aguas
que copiarán a otros
cuando yo me vaya.
LA PROFECÍA
Un grito que rotula el universo
se impone entre las formas ígneas
de mis pesadillas.
Se abre un libro de queja en la memoria
y vuelvo a un tiempo
que es antorcha
en cárceles de mármol.
Hay un perfil con desniveles
en carillas añosas;
jardines de pájaros desnudos;
ocasos que se duermen en aljibes
y ojos que se agotan
en océanos inútiles.
Con letras centinelas
armo pocas palabras
y rechazo las muertes
que anteceden a mis pasos.
Algún recuerdo modificado
deja en el camino
una estela,
y el eco del instante último,
cuando todavía alguien me nombraba
entre las cosas vivas,
intenta el aprendizaje
de una profecía
que no me atrevo a asumir.
LOS EXTREMOS
Fuera de los muros
rugen los fantasmas del rescate.
Con sonido de ironía,
una madeja de buitres
vuelve a parir la noche.
Hay manos en los ecos
y ojos traicionados
desaguando el olvido.
El tiempo
cuelga un puente minucioso
entre dos absolutos,
y la muerte se pasea venenosa.
Pero la casa es un mausoleo
al que la ausencia
le ha amputado los cirios,
y las flamas
se marchan al sepulcro
donde ya nadie duerme.
Abriré otra vez
las puertas sin bisagras
para buscar
mi huella congelada
en algún resto de espejo.
LA SILLA DE MIMBRE.
Sentada
en un
cuadrante
remoto de la casa,
se sostiene la silla
como última invitada.
Hoy cuelgan sus harapos
los domingos
y gozan
las polillas cavernas
Una araña
ha tejido su aurora
de una punta a la otra,
y la ruina deambula
con su capa preñada.
De pie frente a los zócalos,
atiende comensales
que esgrimen voz de nadie.
Sobre la carne viva
de la memoria,
estampa algunos nombres.
EL RESCATE
Cuando regrese otra vez a mi nombre,
soltaré las amarras.
Allí estará la niña taciturna
de un pueblo de juguete.
No hallaré calendarios
en las vides salpicadas de besos,
y caerá la soledad
por un abismo de hambre.
En barrancas de pan
tocaré las alianzas puras
de otros días.
Vestiré soberana
con algún tejido nuevo,
y en el líquido creativo de mi heredad
flotaré sin partirme.
Habrá de sucumbir
la intemperie feroz
que hoy me divide.
Está la puerta abierta.
Veo una lámpara única sobre el piano.
LA DESCONOCIDA
Inclino mis recuerdos
sobre un vino nocturno
para hundirme en la limosna
de otra noche.
He llegado hasta el límite
que nada nos indulta.
Al filo del abismo
de una copa borgoña
debo precipitarme
para evadir el grito
que emerge
repentino.
¿Sabrán reconocerme
cuando nazca el retorno?
NOCHE BLANCA
Para aquellos que, obligados,
se fueron del país
y nunca regresaron.
Sobre la hoja turbia del exilio
garabateó las letras de algún nombre
y escribió con recuerdos oprimidos
los últimos adioses algo torpes.
Hubo signos de furia por sus venas
y huellas carcomidas en su rostro.
Se pertrechó con restos de bandera
y abrió los brazos como en cruz de roble.
Postergó su mañana entre los claustros
de ese lugar plagado de otras risas;
se buscó entre las aguas del espejo
para no hallarse más desde aquel día.
Con la mirada seca de nostalgias
absorbió el aguijón de su destino
y salió a reinventarse en otras calles
derrotando al dolor, con el suicidio.
DEAMBULAR
Muchas nieves
marché como demente
para asir claridades.
Mi perfil
rozaba la muerte
usurpadora de abrazos.
Una condena
anunciada
tapizaba mi reino
y en cada vibración
otro asesino hechizaba al asombro.
Esgrimiendo un presagio de vida,
una voz verdadera
intimó en mis espaldas
y fui albergue
de mi propia presencia renacida.