Poemas de el gran
poeta
Manuel de Cabanyes
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A "LOS POETAS" |
ANACREONTE
Pacto infame, sacrílego
Con el Querub precito celebrara
Aquel que a un metal pálido
Primero dio valor inmerecido.
Lanzó del hondo báratro
El rey con mano avara el don funesto
Y al ver en ansia férvida
Arrojarse el mortal a devorarlo,
¡Ay! sonriose el pérfido,
¡Feroz sonrisa! y dijo: «El orbe es mío.»
Bañada en santas lágrimas
Con velo de dolor cubrió el semblante
La Virtud, y al Empireo
En alas vagarosas tendió el vuelo.
¿Qué de entonces los vínculos
Del Deudo y la Amistad? la sacrosanta
Fidelidad del tálamo?
La Fe del juramento? la Constancia
Burladora de déspotas?
¿Qué de entonces las leyes generosas
Del Honor, y en las bélicas
Lides el Entusiasmo de la Patria?
¡Prole sacra de Númenes!
Despareciste: solo, único el oro
De los hombres fue el ídolo;
Y a porfía en sus aras ofrecieron
Penas, trabajos ímprobos,
Simulada virtud, torpeza, crimen...
Sitibundos hidrópicos,
Cuanto más beben, más en sed se abrasan.
Ni mitigan el ávido
Furor cuantos mineros desde el suelo
Nebuloso del Anglia
A la mansión sonora de Adamástor
Y de las playas Índicas
A los campos de Luso deleitosos
La tierra oculta. Incógnitas
Regiones sueñas en su afán, las buscan
Y a merced de los rábidos
Vientos y embravecida mar incierta
Lanzan los vasos frágiles.
Tú viste ufana el temerario arrojo
De tus hijos ¡oh Hispania!
Tú de sus manos recibiste altiva
La corona de América...
¡Joya fatal! ¡jamás te ornara oh Madre!
Y en extranjeras márgenes
De tu seno arrancados no murieran
Por la flecha del Indio
Y ¡oh dolor! por la espada de Toledo
Tus malogrados jóvenes:
No en daño tuyo las peruanas sierras
En raudales mortíferos
Del ansiado metal ríos brotaran
Que tus campiñas ópimas
Convirtiendo cual lava abrasadora
En desiertas, en áridas,
Corrieron a engrasar extrañas gentes:
Y ¡oh! no fueras escarnio
De tus lejanos hijos, que abatida
Mirándote, en sus ánimos
Ingrato ardor de rebelión encienden
Y con sus manos ímpias
La diadema a tu sien arrebatando:
«Esta sola la mácula,»
Dicen, «borrar podrá que en nuestras frentes
»Vincularon los crímenes
»De nuestros padres: tú ya no eres digna.»
De los Pampas al México
Un clamor «¡Libertad!» fieros arrojan.
Y los odiosos vínculos
En insoldables trozos quebrantados
En las simas de Océano
Hunden ¡ay! que jamás sus presas vuelve.
III. EL CÓLERA-MORBO ASIÁTICO
El hombre Desconociendo
términos, excede A las iras del
cielo y del abismo.
L. MORATÍN.
A fuer del adalid que en hora aciaga
Sus moradas de hielo abandonando,
El bello Mediodía
Inundó en llanto y sangre,
Hizo bambolear el Capitolio
Y el Azote de Dios fue apellidado;
Nuncio así de terror, nuncio de muerte,
Circundado de Sármatas guerreros,
Sobre el suelo de Europa,
Morbo letal, despeñas
Tu carro asolador, y desde el Ganges,
Tumbas cavando, el Bósforo traspasas.
Doble vallado de aceradas puntas
Quiere en balde atajar tu asoladora
Marcha: tus venenosos
Prestos golpes en balde
Reconocen los hijos de Esculapio;
Y a la sorda Natura en balde invocan.
Vencido el arte y el poder, tú ufano
De la desolación corres la senda
Misterioso y terrible:
So el velo que te encubre
Al Ángel de la cólera divina
El justo creyó ver con su ígnea espada.
Pero de tu poder, crudo extranjero,
Hace burla la Europa corrompida;
Y tu émula en estragos,
«¡Ola! veremos, dijo,
»Quien envíe más víctimas al Orco
»Y cuales sean víctimas más nobles.»
Así la impía: su malvado acento
A los buenos incita y a los viles;
Suena el clarín de guerra;
Levántanse los fieros
Que en sueño reposaban, desde el día
Que dejó de brillar el astro Corso.
¡Ay! ¡qué de sangre scita y trace inunda
Las faldas de Balkan! ¡Ay! ¡cuántos vuelca
Extinguidos guerreros
El Vístula aciago!
¡Cuánto de lloro apaga vuestras lumbres,
Flamencas madres, Bátavas esposas!
¿Otra vez para horror del universo
Queréis, oh Galos, con un mar de sangre
Regar esa extranjera
Planta, que en vuestro suelo
No arraigará jamás, y cuyos frutos
En criminal furor os embriagan?
Y estas que ora aprontáis armas impías
¿Adónde, adónde, oh Lusos? ¡Ah! ¡estas armas,
No fueron estas armas
Las que en sus altos hechos
A Gama acompañaron y Alburquerque,
Y el lauro os conquistaron de la gloria!
¡Tened!... ¡Jamás del sueño en que yacíais
Para tan negra lucha dispertarais!
¡Tened!... Luchen los hijos
De la Ambición y el Odio;
La sacrílega lid ni un brazo ayude;
Ellos solos al orbe escandalicen.
¡Crimen! ¡infando crimen! Una el habla,
Unas las aras son: corre la sangre
De un padre por las venas
De los dos contendores,
Y una mujer en su materno gremio
¡Ay! con dolor a entrambos concibiera.
¡Nudos bellos de amor! Al golpe horrible
Del hierro fratricida rotos caen:
Se estremece Natura,
¡Ay! ¿y las ves? Ya aullando
Sobre tus torres, oh Ulysea, vagan
Las furias de Montiel y las de Tebas.
IV. A UN AMIGO EN SUS DÍAS
Donarem...
Sed non hæc mihi vis...
Gaudes carminibus; carmina possumus
Donare.
HORAT.
Ora que al Cancro abrasador vecino
Nos vuelve el Padre de la luz tu día,
Y tardo guía al piélago de ocaso
Su ígnea cuadriga;
Índicas telas y chinescos vasos
Y candelabros de oro reluciente
Tu amigo ausente en prenda de cariño
Darte quisiera.
Pero, Batilo, la Deidad injusta
Que en rauda rueda sin cesar girante
Vuelve inconstante las humanas suertes,
Me lo prohíbe.
Me lo prohíbe; que de sus riquezas
En hambre torpe, a pérfidos tiranos
Nunca mis manos puras ofrecieron
Fétido incienso,
Ni vil lisonja mis vendidos labios;
Nunca me ha visto la africana orilla
En ímpia quilla sus tostados hijos
Arrebatarla.
Cultor humilde del pierio coro,
Tan solo aquestos, que en mi tosca lira
Ora me inspira, dedicarte puedo
Fáciles metros.
Dádiva pobre, más honesta y franca
Hija de un pecho que, Amistad, animas,
Y que tú estimas más que ricos dones,
Tierno Batilo.
Tú que del Pindo en su florida cumbre
Tal vez gustando el delicioso encanto,
Sabes del canto el poderío inmenso
Do se dilata.
¿Y qué sin canto y números sonoros
Fueran los héroes? Su brillante gloria
Con la memoria de su nombre hundiera
Ínvido el Lethe.
Que, allá en los tiempos primitivos, otros
Más que el monarca de Itaca prudentes,
Y más valientes otros que el Pelida
Hélade viera;
Más densa nube cércalos de olvido.
¡Tristes! La suerte les negara airada
La voz sagrada que desiertas tumbas
Célebres hace:
Vagan las sombras plácidas en torno;
Y al grato son del cántico divino,
El peregrino dice: «So esta tierra
»Ínclitos duermen.»
Fue, que Alejandro aquella voz oyera
Do goza Aquiles inmortal reposo,
Y «¡oh venturoso que un amigo hubiste
»Mientras vivías!
»Y ora en el lecho mortuorio halaga
»Tu paz eterna la meonia lira
»Que el orbe admira al relatar sublime
»De tus proezas.»
Dice y suspira, y humillado calla
Su antiguo ardor; mas hete que a deshora
Inspiradora de furor guerrero
Suena la trompa.
Férvida el alma con recuerdos nobles
Lánzase el Magno, y es su audaz cimera
La que primera, Gránico, tremola
Sobre tus ondas.
V. A CINTIO
Nesciunt quid faciunt.
S. LUC.,
cap. 13, v. 34.
¡Ay! ¡De mi triste juventud, oh Cintio,
Cual se arrastran inútiles los días
Y sin placer! Un tiempo, de la gloria
La brillante fantasma su amargura
Con esperanzas halagó mentidas:
Tal centella, fugaz, artificiosa,
Lanzada entre las sombras de la noche,
Al inocente rapazuelo alegra
Y sus lágrimas calma mientras brilla:
Muere, y el lloro torna. Con su magia
Poderosa, invencible, la Hermosura
Colmó también mi corazón un tiempo
De aquel sumo gozar por quien los Dioses
El bienhadado Olimpo abandonaban
Y humanos seres a adorar venían.
Mas ¡ay de mí! la apetecida Gloria
Burla mi afán, y el cáliz del deleite,
¿Creyéraslo? comienza a serme amargo.
¿De qué, Cintio, sirvió que esa existencia
Del hondo caos la quietud dejase?
¿Y a qué mi puro espirtu sucias carnes
Vestir, y por veredas retorcidas
De bandidos sembradas y de monstruos
Buscar la patria y primitivo origen?
Amapola de vida momentánea
La frente saca de la tierra un punto;
Viene el arado del gañán, la troncha,
Y deja de existir. Gota lanzada
Del matinal rocío en la corriente
Del Orinoco, a las inmensas ondas
¿De qué sirve? Arrastrada a la par dellas,
Irá a morir sin pro y desconocida.
Breves y oscuros de la tierra al seno
Así mis días correrán llevados:
Sobre mi huesa la espinosa zarza
Como antes crecerá, y el viajero
Proseguirá sin percibir mis huellas:
No más profunda estampa del nocturno
Favonio, que pasó en callado vuelo,
Repara en su vergel la zagaleja.
Pero, ¿qué importa? ¿Y piensas tú que envidio
La suerte yo de aquellos que ufanoso
Para divinizar el propio fango
El mortal a los cielos encarama?
¡Oh Cintio! en su memoria embebecida,
No hace nada, la mente, sus ruidosas
Acciones recordaba, y yo el hinojo
Iba casi a doblar para adorarlos;
Cuando «¡Detente! en cariñoso acento
»Mi Genio me gritó: detén y escucha.
»Irremediable enfermo, trabajado
»De antiguos males es el mundo, y busca
»Medicamento en vano a sus dolencias.
»De su dolor en el angosto lecho,
»Manando pobre y la razón furiosa,
»Se agita, se carcome, se consume
»Revolcándose: ya en blasfemia impía
»Con labio inmundo al Eternal insulta;
»Ya humilde, arrepentido, prosternado
»Demanda su piedad: ora a la fuerza
»Se abandona del mal sin esperanzas,
»Ora la ciencia de mentidos sabios
»Invoca... ¡Oh sin ventura! a luengo agudo
»Padecer condenado, del momento
»Que inobediente de su Dios el hombre
»Fue al mandato primero, hasta el instante
»En que a la nada la creación tornando,
»Dirá la voz del Infalible: Basta.
»Ve aquí la eterna ley, y contra della,
»De esa estúpida chusma envilecida
»(Que por un pan de oprobio el honor suyo
»Vende y su vida miserable) el vicio,
»La ignorancia y maldad es tan inútil
»Como del Macedonio las victorias,
»Los sueños de Platón, y el celebrado
»Pensamiento de aquel, que a los Planetas
»Hizo danzar a guisa de la poma
»Que sus narices aplastó cayendo.»
Dijo, y finió sus últimas razones
Con risa estrepitosa: yo aturdido,
Bien fuese de dolor o de despecho,
Bien de placer, humedecido el rostro
Con el llanto sentí que derramaba.
VI. LA MISA NUEVA
Et suscitabo mihi sacerdotem
fidelem.
REG. L. I,
CAP. 2, VERS. 35.
¿Quién se adelanta modesto y tímido
Cubierto en veste fúlgido-cándida
Al tabernáculo mansión terrena
De Adonaí?
Es Juan, oh fieles; es el mancebo5
Que por los trámites marchó del justo
Y entre los ímpios guardó sin mácula
Su corazón.
Es... ¡Oh! prostraos: l'arpa de Sólima
Suena del templo ya por las bóvedas,
Ya Levi entona gloriosos cánticos
A Jehovah.
Prostraos, fieles, y vuestro espíritu
Y vuestro acento juntad al místico
Cantar del vate que oyó la ínclita
Hija de Sion.
Y al Dios ahora cantad benéfico
Que vuestros días colma de júbilo,
Que del amado pueblo no olvidase
En su penar.
¡Ah! no le olvida y un hijo escógese
Entre sus hijos a cuya súplica,
Cuando en los áridos campos marchítese
La dulce vid,
Romperá el seno de nubes túrgidas
Y hará de lo alto descender pródiga
Lluvia, que el pecho del cultor rústico
Consolará.
Un hijo escógese cuyas plegarias
Tornarán mansa la eterna cólera,
Cuando ceñido de piedra y rayo
Asolador,
Sobre las alas del viento lóbregas
Volará el Justo contra los réprobos
Y so sus plantas truenos horrísonos
Rebramarán.
Bien como el Arco señal de calma
Que de los montes la yerma cúspide
Une a las altas salas esplendidas
Do mora el Sol;
Así él la tierra mansión de angustias
Juntará al trono del Dios ingénito
Y humanas preces bondoso el Numen
Escuchará.
Él, cuando presa de genios túrbidos
El orbe gima triste agitándose
Y en negros odios ardan los ánimos.
Y ansia de lid,
La ley de vida mansa y pacífica
Dirá que el Cristo dio a los Apóstoles
Y a los mortales en santos vínculos
Hermanará.
¡Oh! de su labio las infalibles
Dulces promesas ¡cuán grato bálsamo
Llevan al pecho del que sin mácula
Siempre siguió
De la justicia las sendas ásperas!
Y ¡oh! ¡cuál le colma de dicha célica
El pan angélico que sus purísimas
Manos le dan!
Pero de duelos nuncio terrible
Será y de penas y ayes sin término
Para el protervo que apacentose
De iniquidad;
Para el frenético que allá en su rabia
«No hay Dios» dijera, y al hombre mísero
De un Dios imagen cual fiera líbica
Encadenó,
Bajo sus plantas cual cieno fétido
Le conculcaba, reía bárbaro
De sus lamentos, y con su sangre
Mató la sed;
Y ¡mal pecado! cubrió sus crímenes
Con velos santos, fingiose méritos,
Mientras que el ímpio no conocía
Ni Dios ni ley.
¡Señor! ¡conviértele!... Nuestras plegarias
Une a las tuyas, oh sacerdote,
De los perdones celestes nuevo
Dispensador:
Unelas, cuando del sacrificio
En los misterios incomprensibles
Velado en gloria vendrá a tus brazos
El Hombre-Dios.
A su presencia del arpa armónica
Callan las cuerdas: el sacro cántico
Levi suspende, y humilde póstrase
El pueblo fiel.
VII. A MI ESTRELLA
¿Veis aquella estrella? dijo el
Emperador al Cardenal de Fesch señalando, en medio del
día, el cielo: pues aquella es la mía.
VIDA DE NAPOLEÓN.
¡Salve, luz
de mi vida!
Guiadora gentil de mi carrera,
¡Estrella mía, salve!
Largo tiempo mis ojos te han buscado:
En el zafir celeste
Clavados largo tiempo, a tus brillantes
Hermanas preguntaron,
¡Ay! y a su voz ninguna sonreía.
Mas tú... yo te conozco,
Y tú me escucharás, Ninfa del Éter.
Sobre tus áureas alas
A tu mortal desciende que te implora,
Y así de su destino
La ley sobre su frente con un rayo
De tu corona escribe:
«Ciencias vanas que el alma ensoberbecen
»Y el corazón corrompen,
»Favor de plebe y dones de tiranos
»Este mortal desprecia:
»Ni asesino de déspotas, ni siervo
»Será, ni de virtudes
»Enseñador que ultrajan los mortales
»O mofan, ni de leyes
»Artífice que a guisa de rameras
»Con desdén o con saña
»Miran al infeliz, y al poderoso
»Cariñosas sonríen.
»¡Hombres! pensad, mas permitid que piense:
»Dejad pasar su carro
»Que no él el vuestro impedirá que marche.
»De vuestra fantasía
»Los ídolos amad: él nada anhela
»De lo que amáis vosotros.
»Del corazón en el altar, do tiene
»Pocos nombres inscritos,
»Arde una llama pura, inmensa, eterna:
»¡Hombres! ella le basta;
»Nada quiere de vos mas que el olvido.»
Finiste, amada Ninfa,
Y agradecida el alma te bendice.
Sobre tus alas de oro
Vuelve otra vez a tu mansión celeste:
Yo lejos de los hombres
Levantaré mi choza solitaria,
Y mis oscuros días
Con tu luz regiré modesta y pura.
Del perdón en las aguas
Me lavaré, y envuelto en mi inocencia
Veré caer y alzarse
Y otra vez sucumbir reyes y pueblos:
Por altos conductores
Veré a un arena vil viles rebaños
Guiar de humanas fieras,
Y apedazarse, devorarse, el alma
Saciar de los caudillos
Con scenas de matanza y de carnaje:
Horrorosas contiendas
Que encienden solo cuantas de infierno hijas
Rabiosas pasiones,
Desde que existe, al universo asuelan,
En máscaras hermosas
Siempre velado el lúrido semblante.
¡Yo lo veré -con llanto!
Pero mi pecho latirá tranquilo.
Del Ida allá en la cumbre
Así al Saturnio el gran cantor nos pinta
El áspera refriega
Contemplando de Téucros y de Aquivos:
Caen los héroes; rojas
Con la sangre las límpidas corrientes
El Janto y Símois vuelcan;
La faz llorosa y suplicantes manos
Al Olimpo dirigen
Las Dárdanas esposas y las madres;
De las Deidades mismas
El feliz corazón palpita inquieto:
Y calma goza eterna
El Padre de los hombres y los dioses.
VIII. A MARCIO
Aetas parentum, pejor avis, tulit
Nos nequiores, mox daturos
Progeniem vitiosioren.
HORAT.
Por la angosta senda de Garraf riscoso
Corcel desbocado dirigir sin riendas,
O por las furentes olas del Egeo
Barquilla regir,
Más fácil te fuera que por rectas vías
Conducir, oh Marcio, la mísera patria
A la bienandanza que tu mente sueña
En noble ilusión.
¿Qué prestan tus leyes? ¿qué prestan, si al crimen,
Rompido el precepto que inspira Natura
Y consagra el Numen, el hijo de Iberia
Despéñase audaz?
Y befa y ultrajes prodigando al justo
Enhiesta la frente va el Vicio asqueroso
La pálida frente que el velo desdeña
Del muerto Pudor:
Do quiera rencores, molicie do quiera,
Y sed de rapiña descarada y torpe,
Y un tráfico horrible de cuanto más sacro
El mundo adoró...
¡Oh tiempos felices aquellos antiguos
Que bárbaros llaman noveles doctores!
Hipócritas hace, corazones duros
La hodierna luz.
Al menos entonces del honor la palma
De un Barón idiota cercaba el almete,
Y un hidalgo acero sostener podía
Un franco mentís.
No itálicas solfas, no gálicas danzas
Supieron, más libre de afectos villanos
So la férrea cota, corazón sin tacha
Sintieron latir.
¡Costumbres sin arte! ¡severas costumbres
De nuestros abuelos! ¿do estáis? ¡qué a la cima
De la gloria alzasteis poderoso y bello
De España el blasón!
Finieron los héroes: de madres impuras
El impuro seno progenie bastarda
Tan solo concibe, bastarda progenie
Cobarde y falaz.
¡Eh! mienten aquestos: son prole de vicios,
No prole de aquellos preclaros varones
Que en lucha continua blandiendo la lanza
Cansando el trotón,
Lanzaron al Árabe al desierto antiguo
Y la Cruz bermeja con mano robusta
Sobre el eclipsado menguante erigieron
Del vencido Islam.
Y en las patrias Cortes el bien de los pueblos
Trataban sesudos, o a las demasías
De reyes aviesos oponían firmes
Prudencia y valor.
Bien fuiste tú entonces, oh Burgos, testigo
De noble constancia, cuando de Castilla
En santa Gadea juntados los Grandes
Ante el nuevo Rey,
Se alzó un Caballero: varonil talante,
Majestad y gracias dicen que es Rodrigo,
Aquel que en buen hora naciera, al que llaman
El Cid Campeador.
«Ni fe ni homenaje, señor rey Alfonso,
»Prestaros no quiere quien de leal blasona,
»Si a lo que os pregunte, con solemne jura
»Vos no respondéis.
»¿En la muerte aleve del buen rey don Sancho,
»Que en gloria se goce, vos, Rey no tuvisteis
»Nada que culparos? -No. -¿Della no os plugo?
»¿La esperasteis? -No.
»-Hayáis mala muerte, si a la verdad santa
»Faltareis, Alfonso: vuestro cuerpo engorde
»Carnívoras aves, y sea vuestr' alma
»Presa de Luzbel.
»-Amen» el Monarca tres veces repite,
Mas la saña esconde que pronto, oh Jimena,
Por el caro ausente lágrimas cual viuda
Te hará derramar.
IX. EL ESTÍO
Cuncta terrarum subacta,
Præter atrocem
animum Catonis.
HORAT.
Gala y beldad y juventud y copia
De frutos varios ufanosa ostenta
Natura; y hombres, brutos,
Inanimados troncos,
Rudos peñascos y ligeras auras5
De la gran madre la fecundia sienten.
Desde el alto cenit, el que en su seno
Derramara calor vivificante,
Monarca de los días
Se huelga en contemplarla;
Y los bridones férvidos reprime,
Que el carro arrastran en tardío curso.
¡Astro mayor del firmamento, salve!
¡Desparcidor de tempestades, fuente
De luz, amor del mundo!
Sobre los cerros patrios
Hijo yo del ardiente mediodía
Vengo a adorarte ¡oh Sol! y en ti me gozo.
¡Divinidad! ¿de esos ardientes rayos
Inspiradores de entusiasmo y vida,
Porque al poder inmenso
Las testas de los héroes
Lozanas otra vez no se resucitan,
Como el fresco botón de la azucena?
Y las que yacen en silencio antiguo
Ciudades de alto nombre entre ruinas,
¿Por qué otra vez sus torres
Y gigantes murallas,
Cual de hojas nuevas pirenaico abeto,
De activa muchedumbre no coronan?
¡Ay! ¡qué es el sueño de la muerte el suyo!
Y lo duermen los hijos de la Fama,
Y Babel y Palmira,
Y contigo ¡oh Cartago!
Que el Beduino galopando insulta,
Tu funesta rival también lo duerme.
A esclavitud, asolación y muerte,
¡Oh Roma! condenada desde el punto
Que la virtud antigua
Y severas costumbres
Mofando, el oro y fútiles arreos
Cual sierva persiana apeteciste.
Hacia ti con deseos criminales
La su vista de águila volviera
Entonces de las Galias
El domador, cual mira
Hambriento azor de la región del éter
La que va a devorar tímida garza.
¡Astro del Orión! hermoso brillas
En las noches de otoño; mas tu lumbre
Nuncia de tempestades
Llena de luto el alma
Del labrador, que en torno el duro lecho
Enjambre ve de nudos parvulillos.
Mensajera de mal la estrella Julia
Así de Italia apareció en el cielo,
Cuando el falaz caudillo
Su corazón de piedra
Cerrando de la patria al triste ruego,
El prohibido Rubicón salvaba.
Consternación!!! Desatentada inunda
La ítala gente la ciudad eterna;
Los padres la abandonan,
Y el héroe en quien su amparo
Creyó encontrar. «-¡Huyamos!... Do los libres,
»Allí Roma estará y allí la patria.»
Mas ¡ay de mí! Los libres han caído!!!
Cual rápido huracán impetuoso
Desde tu amena margen,
Oh Segre, a las comarcas
Tésalas vuela el dictador impío
Y victoria fatal sigue sus huellas.
Entonces fue que la indomada frente
Con la corona universal ceñida
Roma humillara al yugo:
Lo vio vengada Grecia,
Y un grito alzó de júbilo, que el eco
Repitió de Numancia en las ruinas.
Fue entonces que gloriosa muerte huyendo
Muerte halló infame el adalid vencido;
Y ¡oh baldón! imploraron
Un perdón de ignominia
Los viles campeones de la patria;
Y esclavo prosternose el orbe todo:
Mas no Catón; que de la infausta lucha
Un noble hierro conservara el héroe,
Y pensó «aún soy libre;»
Y contempló sin grima
A las úticas torres avanzarse
Del parricida Capitán la hueste.
Ni un solo acento pronunció: brumaban
Ideas de dolor su alma sublime.
La raza de Quirino
Vio envilecida; viola
De romper incapaz el nuevo yugo
Y el alto espirtu recobrar antiguo:
Y a su destino obedeció... Y en balde
Pensó el Liberticida entre la turba
Verle de sus esclavos:
En balde; que al impío
Soberano poder da acaso el Numen,
Pero el imperio de las almas nunca.
X. MI NAVEGACIÓN
Non est meum, si
mugiat Africis
Malus procellis, ad miseras preces
Decurrere et vobis pacisci.
HORAT.
¿Tanto afán y tan breve derrotero?
¿Siempre halagar a mercaderes sandios
Y a malvados cuestores insolentes?
¿Siempre implorar la fuerza?
No; que en mi quilla corruptora plata
No he de traer de las peruanas costas;
Ni he de llevar al México rebelde
Domeñadoras armas.
Y solmente al querer de mi destino
Sin ansia alguna de cambiar la suerte,
Lanzó joven piloto mi barquilla
Al piélago espumoso.
Al espumoso piélago, que alzando
En insana bravura a las estrellas
Mil poderosas naos, con ruina
Las hundió en el abismo.
Y del dulce León y el buen Carranza
Los inocentes virtuosos leños
En pos lanzara de ásperas tormentas
A las crueles playas
Que habitaban los hijos sanguinarios
Del Cielo y de la Tierra ¡prole impía!
Por el rayo después aniquilada
Del Padre de las luces.
¡Terrible mar! que en negros turbiones
Súbito al gran Jovino arrebatando,
A un escollo arrojó, donde cautivo
Gimió de un vil pirata.
¡Mas qué! ¿Y acaso en la malvada tierra
Buscaron ellos el ansiado puerto?
¿Y naufragios y bárbaras prisiones
No burlaron constantes?
Sí; que en su pecho el corazón tranquilo
Sintió el solaz de la inocencia: su alma
Los puros días de su edad primera
Corrió sin sobresalto.
Y cuando más feroz bramó la rabia
De las tormentas, cuando el dulce día
En lobreguez velaban las espesas
Murallas de su cárcel;
Siempre a su vista apareció una estrella
De luz inmensa, esplendorosa, suave:
¡Estrella que jamás del ímpio alumbras
Las tortuosas sendas!
Así en el mástil de mi barca nunca
Enseña flote indigna; ni en su puente
Vivas suenen de mal que la virtuosa
Playa vecina espanten;
Y tu lumbre mi breve derrotero
Siempre esclarezca, y de infestadas naos
Siempre me aleje, y de los sitios donde
Las férreas proas guíen.
No es en la tierra el fin de mi viaje,
Y tú lo sabes: busco ¡ojalá llegue!
Busco de paz las plácidas moradas,
Do la verdad es reina,
Do, con balanza siempre igual, justicia
Al trabajado recto navegante
De galardón sin fin, y al criminoso
Sin fin con rayo abrasa.
- XI -
¡Memoria
inmortal de un momento de ilusión, delirio y encanto!
Nunca, nunca de mi alma te borrarás; y mientras en ella
esté grabada la imagen de mi Julia, mientras sienta y
aliente este agitado corazón, serás tú el suplicio y la
felicidad de mi vida.
PERDÓN, celeste Virgen,
Si a tus honestos labios
Arrebaté de amor costoso un sí:
Si a tu inocente pecho,
Si a tus sueños tranquilos
Turbé la calma plácida, perdón.
Yo te adoré: y un ara
De purísimo culto
En el seno del alma te erigí;
Que ni mi ardiente boca,
Ni mis ojos de fuego,
Ni un pensamiento vago profanó.
¡Yo te adoré a ti sola!
Y ledo ya tejía
Nupcial corona para orlar tu sien:
Mas de repente en punzas,
En punzas venenosas
Vi tornarse en mis manos cada flor.
¡Lejos, fatal guirnalda!
De la dicha renuncio,
Si al bien que adoro llanto ha de costar:
De mi dolor el cáliz
Apuraré yo solo:
Sé tú feliz ¡oh amada! y pene yo.
¡Sé tú feliz!... Del pecho
La infausta imagen borra
De quien más que amador tu amigo fue;
Y en urna funeraria
La triste llama ahoga,
Llama primera que en tu seno ardió.
Sin una pobre choza,
Sin un árbol antiguo
A cuya sombra el cuerpo adormecer,
Yo arrastraré mi vida,
Como torrente inútil
Entre jaras y breñas corre al mar.
Mas solitario, errante
Entre agitadas olas,
So el templo santo, en desperada lid,
¡Oh Virgen! donde quiera
Al ánima afligida
Dulzura tus memorias llevarán.
Y cuando al fin mi espirtu
Las odiadas cadenas
Rompa que le atan al arcilla vil;
Y sus alas despliegue,
Y a volar se aperciba
A la eterna mansión del Sumo Bien;
¡Ángel mío! en los coros
Yo esperaré encontrarte
Que himnos santos entonan al Señor;
Y a tan plácida idea
Sobre el muriente labio
Sonrisa celestial florecerá.
XII. COLOMBO
Quanto se érgue entre stupidos humanos
Quem ao nascer sortio un peito altivo
Capaz de inclyta empreza!
Máis que homem é um Nume.
POR los dudosos mares do insepultos
Vagan aún de Atlántida los hijos
Iberas quillas de Liguria un hombre
A ignotas playas conducía: el Héroe
Sentado en el alcázar, ya los ojos
Al último confín del horizonte
Giraba, ya a las páginas del cielo.
No era temor: ligeras, vagas dudas
(Que siempre al débil hombre un Dios envía)
Su corazón brumaban; cuando el Padre
De las ondas Océano en calma breve
Su ventoso escuadrón encadenando,
Agorero de bien, así le dijo:
«Anímate y alienta, imperturbable
Varón: cercano estás de tu derrota
Al fin ansiado: ¡anímate y alienta!
Pronto a tu vista desdoblado el mundo
Será: de Iberia el estandarte pronto
Sobre Aleghány flotará y los Andes;
Y con temor atónito el Indiano
Del león de España escuchará el rugido.
»¡Loor a ti, caudillo ilustre! ¡Excelsa
Nación, loor a ti, que de naufragios
Despreciadora altiva, y de la muerte,
A la empresa clarísima te arrojas!
Mi braveza temieron las naciones,
Y mis vías inciertas de escondidos
Escollos esparcidas y de monstruos,
Y por rabiosos vientos agitadas:
Tú, sola audaz, y fuerte y generosa,
Del inglorioso sueño en que yacía
Me dispertaste y me pediste paso.
En los Genios oceánicos el gozo
Tu acento derramó; que no sus aras
Ya desiertas serán, ni el europeo
Navegador desdeñará su culto.
»¡Prosperidad y gloria te acompañen!
Esas que encontrarás regiones vastas
De gratitud yo te las doy en muestra,
Y a las mentidas de Hércules colunas
Las trabaré con poderoso nudo
Que durará -mientras lo quiera el hado.
»Será tal vez que se deshaga o rompa;
Será tal vez que del hispano trono
El estandarte de oro prez de Otumba
Desparezca y el cetro de los Incas:
Pero siglos y siglos la aureola
Con que la Iberia ahora se enguirnalda,
Esplendorosa brillará, y de pasmo
A las edades llenará remotas.
»Cual víbora rastrera, que del suelo
No es poderosa a levantarse, ardientes
Ojos de muerte llenos a la Reina
Del aire vibra en vano, y de despecho
Silba y de rabia; espíritus villanos,
Ignoble raza de envidiosos pueblos
Tachar querrán la esclarecida hazaña
Que no supieron intentar; y vicios
Achacarán de un vil aventurero
O de un torpe soldado... a un pueblo todo
Con indigno placer y siempre en balde.
Así del sol en la órbita esplendente
Un oscuro mortal máculas busca,
Y en su eje de diamante fijo en tanto
Mares de luz en derredor esparce
El monarca del día, y al mezquino
Que le miró deslumbra y le confunde.
»Mas vos, Americanos, prole hispana,
¿Vos también a injuriar sois atrevidos
La madre antigua? Aquestos que en su tumba
Padres vuestros reposan, ¿olvidasteis
Que del Ebro en las márgenes y el Betis
El aliento de vida respiraron
Por la primera vez? ¿que la cabaña
Se muestra aún, do madres españolas
Sus pobres cunas con amor mecieron?
¡Oh Americanos! ¡no ultrajéis a España!
Si crueles no queréis ya ser sus hijos,
Volved la vista en derredor, y al menos
No en vuestras almas gratitud se apague.
»Esos campos, un día hórridas selvas
Do víctimas humanas ofrecidas
En culto impío a impíos dioses fueron,
Ella en felices campos convertía
Que ahora surca el labrador tranquilo,
Y virtuosa familia en ellos vive:
Ella elevaba esas ciudades vuestras,
Y para darlas acción y vida
Se desangraba, y de sus propios hijos
Quedó huérfana y sola. ¿Quién primero
Que ella erigió de Cristo los altares
En vuestro suelo, do la ley de vida
Grabada, y ley de amor, los indianos
Feroces pechos ablandó? De entonces
No entonó más el cántico de muerte
Triste guerrero que en la lid cayera;
Ni en crujir espantable humanos miembros,
Calientes todavía y palpitantes,
En bárbaros festines clamorosos
Tragados fueron con horror. De entonces
Vírgenes gracias del pudor el velo
Cubrió, y el velo del pudor encantos
A las vírgenes gracias añadía.
Arrebatado goce y fugitivo
No fue ya más amor, fue de las almas
Deleite celestial, magia inefable;
Y un acento fugaz, un descuidado
Dulce mirar, una memoria vaga
Endulza los pesares de una vida:
No más de su aflicción el vaso apura
Desconsolado el hombre; que en el fondo
Le pone siempre Religión amable
Una gota de miel, que es la esperanza.
»¡Oh Americanos, acatad a Iberia!
Sed de gloria, ambición, hambre del oro,
Temor de la cuchilla levantada
Sobre vuestras cabezas por delitos
O por virtudes en el viejo Mundo
¿Do un sitio hallar para pasiones tantas?
¡Ved! España os lo muestra; ella el camino
Vos abre; la seguid... ¿Quién son aquellas
Popas que adorna asiático trofeo?
¡Ínclitas Lusitanas! yo os conozco:
Dejáis altivas, como el sol, la aurora,
Y en el ocaso dormiréis... De Galia
Esotros leños son: argollas llevan
Para aherrojar Haiti... ¿Oís? Rompidas
Por africanas manos ora caen...
¡Cuál las proas británicas se lanzan
De libertad y poderío fieras!
¡Albión! ¡Albión! raza de héroes
En tus quillas escondes: de Washington
Y de Franklin vas a plantar el germen;
Vas a plantarle en las comarcas, donde
Cual ciervo de los bosques vagueaba
El cazador salvaje, y los celestes
Custodiadores del país inmenso
Los ángeles lloraban sobre el hombre
Cual fiera entre las fieras confundido.
¡Salud, modelos de virtudes patrias!
Mas, sin aquella que os mostró la senda,
Grande nación y generosa, ¿en dónde
El sublime edificio ora se alzara,
Que en robustos cimientos sostenido,
Incapaz de imitar admira Europa?
Morada augusta, por la cual olvida
Los siete Montes y el sagrado Tíber,
La, que de Roma esclavizada huyendo,
Noble mujer en la riscosa Helvecia
Por almas hospedada virtuosas,
Solamente tenía un rudo albergue...
Pero en oscuridad están veladas
Esas palabras para ti: prosigue
Ya la sublime empresa, oh generoso:
Impelerán mis Náyades tus popas;
Y a los propicios orientales vientos
Yo las cadenas soltaré... ¡Pudiese,
Pudiese así! ¡oh dolor! los envidiosos
Indignos hierros quebrantar que un día...
¡Oh Colombo! ¡Colombo! de la humana
Vida son breves las más fieras cuitas,
Mas sigue al grande eternidad de gloria!»
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