Poemas de:
NICOLÁS
DEL HIERRO
COLOR PLOMO
Va un hombre solo por el campo;
las nubes son de color plomo
y son de plomo los olivos...
Todo es de plomo ante sus ojos:
el verde-negro de las aguas,
el blanco-verde de los chopos;
gigante muerto, la sierra,
tiene las jaras de plomo.
(Dejó la ciudad dormida
bajo la noche del lobo
y partió sin saber donde...)
Va por el campo un hombre solo,
peregrino del tiempo de su tiempo,
a cuestas la pereza de los otros.
Se le durmió la brisa entre las manos
y el sol le puso un beso entre los hombros.
(Sonríe el hombre.)
Pero los hombres le cargaron todo
su dolor a la espalda y, con la pena,
se le ha teñido el beso color plomo...
Arrastra el Hombre su tristeza,
se le ciegan los ojos con el polvo,
y oyendo siempre la canción del tiempo,
recuerda, caminando en campo solo,
que, allá lejos, al que dormita,
le irán tiñendo el pecho color plomo.
AL BORDE CASI
Nos pusieron descalzos en la tierra
y quemaba, quemaba como suele
quemarnos el dolor, pero algo así
como un dolor sin sitio destinado.
Andábamos, pequeños, tristes, solos,
con la llaga en el alma, por las calles
sin nombres aprendidos todavía.
(Porque andábamos todos en la noche
aunque quemaba el suelo).
Algunas veces
nos parecía hallar en las aceras
un poco de bondad, y descansábamos...
Pero llegaban otros enseguida,
con los mismos derechos, y era inútil
pedirle mayor bien a los espacios.
Se diría, pensando, que el Planeta
se desprendió del sol con nuestro tiempo
y nos era imposible el habitarlo:
abrasaba el ambiente, no dolía
con un dolor sin sitio destinado.
Y parecía, a trechos, que acababa
la luz eternamente...
Sin embargo,
el agua fue cayendo gota a gota
y descansaba el pie.
Un resplandor
anunciaba distintas claridades
cuando inició la alondra el primer vuelo...
...y andábamos, estábamos perdidos
al borde casi de la misma luz.
EL HOGAR
Una casa modesta, de empleado
que se gana su pan de cada día;
y una mujer honesta que porfía
con el debe y haber de los cobrado.
Un pequeño que juega entusiasmado
con la reciente entrega de alegría
que le hiciera Melchor, en armonía
con su cerebro limpio y despejado.
Hay un mucho de paz y algo de vida
para mirar el mundo en su despliegue
hacia el mejor sentir de los humanos.
Y hay un mantel dispuesto, una comida,
con un trozo de amor para el que llegue
con la verdad abierta entre las manos.
HOY ESTOY TRISTE
Hoy estoy triste.
No me lo sé explicar, pero estoy triste.
Quizá la culpa...
Qué sé yo...
...Esta mañana de nubes bajas;
quizá esta mesa
no demasiado grande
para que coma el mundo;
quizá estos hombres
que hacen el hormigón para mi calle;
no sé si, acaso, aquel muchacho
que juega con la arena,
o la mujer que viene de la compra...
...No sé, sinceramente.
Es todo tan sencillo a simple vista...
Aquí, sentado, casi
pegado a mi ventana,
y la vida en la calle, como un río...
Y yo mirando, solo,
con la pluma en la mano
diciendo que estoy triste,
como
si a nadie le importara mi tristeza,
como
si no fuera la vida una serpiente...
HACE TIEMPO QUE...
Hace tiempo que no sueño con los hijos de mi sombra:
la vida, a veces, yo no sé si nos ata o nos sacude...
La verdad es que hay días, largos días,
que se nos queda el mar dormido por las venas,
como se duerme el toro junto al río.
Una esperanza tengo: Amar.
Si es posible,
me gustaría amar: me gustaría
vestir algún domingo
el traje largo de la libertad, y amar.
Y salir a la calle, encontrarme con la vida,
con el hombre que reza y el hombre que blasfema,
con el que abre la mano y cierra el puño:
con los hijos de Dios y del Demonio.
Me gustaría, una tarde, ponerme el traje de la libertad
y que no me rindieran los temores, convencerme
de que la rosa casa pensamientos,
y que el viento es más viento cuando peina
primaveras en frentes desiguales.
Una ilusión me queda: He de morir.
...Pero, con ansia me pregunto,
¿habrá un hombre de luz y otro de sombra
para cerrarme un ojo cada uno...?
INCOSUMADO EL BARRO
Aquella noche no tuvieron sueño los delfines,
centinelas de mar, permanecieron
velando tu espuma y mis arenas,
comunicándose tu alegría y la mía,
en señales, como el primer idioma
que crearan los hombres.
Jugaba el viento a ser caricia de los barcos
y una mano dulcísima inventaba
el tacto, sobre la piel amada,
poblando el camarote de suspiros
en adánico intento.
Apolo,
podía ser Apolo quien pulsara
las cuerdas de un antiguo instrumento,
vertiendo en las almohadas
su nota más sublime
en regalo del tiempo a los oídos.
Y corrían, extraños e ilusos, los segundos.
Adolescentes puestos en pie
rememoraban la luna de otra historia
sin nombre concebida:
Era el tiempo,
las estrellas que filtraban
su brillo entre las hojas de los árboles,
con el ensueño de la primera creación.
Inconsumado el barro, descendió
y se creció en la espuma, la vigilia
de los despiertos delfines, las edénicas
notas de Apolo, la ilusión
de un alba presentida, nuestra,
hasta ser el amor el padre de la brisa.
TRAS EL REENCUENTRO CON LOS PECES
Venías, tras el reencuentro con los peces,
limpia, oliendo a sal y agua marina,
mojado aún el cabello, emanando sol,
represado en tu piel, que desprendía,
suave, una excitante llamada, tacto
solo para mis dedos en caricia.
Y eran mis yemas como diez claveles,
mil pétalos impregnando la brisa
con que la estancia se poblaba de amor
mientras Neptuno y Venus Afrodita
condensaban la esencia de sus mundos
en fe de nuestra savia compartida.
Jugábamos a ser siendo esenciados
desde un Olimpo nuevo, mitologías
tan viejas como el hombre y tan eternas:
mis labios en tus labios, recorría
el beso la epidermis, sal y yodo
retrayendo una playa en lejanía,
una brisa en azul, una diadema
de sol y de gaviotas, de vividas
nostalgias y deseos. Levantábamos
del contacto una flor, una sonrisa
de abejas en trabajo, de cañadas
y algodonosas vegas...
... Y se diría
-de la sal- que hasta entonces, nunca, nunca
logró un sabor más dulce en la caricia.
ESTE BAÚL
Este baúl tiene el corazón
de las cosas más primeras.
Viene
-seguro- desde los tiempos más remotos,
desde las mocedades de la abuela.
O quién sabe si ya la bisabuela
testó y la herencia, luego,
pasó, por tiempo, al engranaje
de las generaciones.
¿Cuántas
sábanas limpias –sin estrenar-
guardó para las dotes de las hijas?
¿Fue hucha, alcancía, alguna vez?
¿Qué misión de secreto archivo
culminó en el secreto de su historia?
Madre aún guardaba en sus bandejas
las camisas de seda, las que,
para el día del Cristo –solemnísimas-
se lucieran, con el oscuro traje,
por las calles en fiesta.
Emergía,
de su fondo, un aroma de manzana
recién cortada; hierbabuena a veces;
...albahaca...
Y la orilla del pan tierno
del día de la boda, duro
por los años, para que no faltara,
nunca ya, en el hogar,
nidal de tradiciones.
Este baúl, claveteado,
dorado en sus escuadras, sobre
dos caballetes de madera,
en la cámara –hoy-, sus entrañas
llenas de restos de juguetes,
trastos viejos y deformes...
me arrastra
al fondo
de los
tiempos.
PERDIDOS EN LA SOMBRA
Anoche nos perdimos en la sombra.
Color de primavera en unas flores,
que otoño a pie de invierno aconsejaba,
ni tú ni yo pudimos impedirlo:
anduvimos a tientas por las calles
de un mundo casi niño y sin esquinas,
y colgamos la idea en los faroles
apagados, que de la cal prendían.
No sé si nos salvó la suficiencia
de mirar y mirar siempre en directo:
lo cierto es que nos vimos de la mano
cogidos, caminantes ya del alba.
NO ESCRIBO PARA MI
No escribo para mí,
sino para los otros, para quienes
desde el crepúsculo se asoman
por la ingente ventana del poema
y sus ojos son noche.
Quienes sólo ven fórmula,
en el alba perciben la sorpresa.
La mañana no siempre nos descubre,
tras el vocablo, el mito o el ensueño;
es necesario entonces el estímulo,
el sincero latido, la visión
con que el actor declama la belleza.
No escribo para mí.
Labrador
de recuerdos y lunas en creciente,
un universo vecinal conjuro:
declive soy de aquello que la vida
merma en los arrecifes de la aurora.
Me dijeron que había bibliotecas,
dispensarios que en la salud culminan
del espíritu. Y fueron el imán,
las lluvias que atrajeron y regaron
mis frutos y parcelas, los vocablos
con que abonar la estirpe a mis temperos.
Fue mi predio la calle.
De la cal y las piedras, de la vida,
aprendí las palabras,
las cultivé en los vínculos
de los libros más libres,
en los labios más ásperos
y los más amorosos a la vez.
Un camino de fórmulas concretas
le marqué al sentimiento,
que andar hice por cauces
de omnímodos presentes.
Todo estaba en los otros, en los ecos
que llegaban del mundo y sus latidos,
en la entraña con que los diccionarios
impregnaban diagnóstico al fonema.
Yo fui sólo epidermis y contacto.
En la universidad de ese Universo
velé el concierto de mis sones tristes:
compás hice del hombre que me habita.
Pero fue suyo el son, la nota suya,
como si el pentagrama en desarrollo
la melodía izara sobre un mástil
de ajenos gallardetes, símbolos
que de vosotros parten y culminan.
Ritmo de su audición, mi verso,
como árbol que se crece en la memoria,
toma pretérito en la imagen bíblica
y desde su raíz hace cultivo.
EL VINO COMO RITUAL
El vino era en la mesa una liturgia,
una casi oración, cuando a los labios
del abuelo llegaba en las comidas;
sobre todo en aquellos corros grandes,
los de matanza o recogidas, cuando,
celebración de toda la familia,
se armonizaba un sueño de unidad.
La botella a su lado, dispondría
el momento oportuno en que la rueda
habría de iniciarse. Comenzaba
con él, y la pasaba a su derecha.
Lenta, daba la vuelta y a él volvía,
excluyendo en la entrega a los pequeños,
agua para su sed y su garganta.
Nunca había temor ni desagrado
que de un labio a otro labio se pasara
la botella, tan solo con un gesto
de higiene, que la propia mano hacía
sobre la embocadura del cristal,
cuando llegaba el turno a cada quien.
¿Cómo pensar en semejante escrúpulo
cuando el más íntimo horizonte era
el sano corro en torno de la mesa,
luz familiar de las cucharas todas?
Era como un conjunto; éramos, todos,
un apretado núcleo, un círculo
donde el amor, el sueño y la amargura
combinaban los odres de aquel mundo
crecido en la llanura de la tierra
que simboliza el tiempo con el trago
natural y añorante, aquel beso
libal en la ternura cristalina
de una limpia botella que de mano
en mano transmitía su concierto
en la fiesta de tono familiar,
en el corro de una sana comida
donde el vino era un rito casi bíblico
administrado a manos del abuelo.
CON EL TIEMPO A LA ESPALDA
Con su sueño y su lanza, con su arrojo,
la juventud pasó por esta calle.
Fue un tiempo ya lejano. Había alondras
en símbolos de nobles madrugadas
trazando dimensiones de futuro.
Y fue en aquella fase. Dispusimos
bancales y barbechos, sembraduras
para un pueblo en creciente. Trabajamos
en el silencio, a veces como topos,
con la desconfianza de la piedra
que resbalar podíamos. Entonces
todo nuestro ejercicio se hizo forma
personal, surtidor de una inefable
aventura. Era nueva, era flamante
en nuestros ánimos el agua que,
desde la calle, en juventud, regaba
los campos hasta entonces desolados.
La edad tomó el dominio, su poder,
como quien toma a juego los presagios.
Alas, hermosas alas le nacieron
a los amaneceres de la historia.
Crecieron con nosotros, con los métodos
que dieron el cultivo a la cosecha.
El pueblo, a su manera, con afán
de despertar auroras en sus casas,
a punto los relojes, en buen número,
hizo sonar los timbres, comenzó
una nueva jornada, un caminar
más firme, más desnudo y anhelante.
Impávidos los pies, al empedrado,
bordaron un escudo en su andadura,
algo que fue estandarte, gallardete,
cuando, por esta calle y a su modo,
pasó la juventud de sueño y piedra,
sensible y dura, símbolo de auroras
para largos caminos sin retorno
en donde la esperanza echó raíces.
MIRADA EN GRIS
Al desconocido joven con quien nos cruzamos una
tarde/noche de invierno en una ciudad costera
y cuya herida mirada originó este poema.
Puede que nunca sepas la razón de este poema,
la verdad por la cual, aquella noche, hasta sus labios,
lo salobre del mar llevó el destino de una lágrima.
Ojos que dejan huellas: la humildad penetrante
de tu mirada en gris, de una necesidad
misteriosa y oculta, como si el pan ázimo
de tu andar sin rumbo, el amargo sabor ofreciera
a los acordes de una música existencialmente ingrata.
Parecías el cuello devorado de un cisne,
la languidez dormida de un tallo que la zarpa
de una gélida noche apartó de su cuna;
tu andar sin destino concreto, preguntaba
por el cálido aroma de la estrella primera.
Era un interrogante mudo, certero, que partía
de tu pálido rostro, del amarillo en gris
con que tus ojeras arropaban -lagos verdes-
el penetrante junco de tu mirada herida.
Oírse pudo el silencio de tu nada,
el denodado esfuerzo de tu querer decir callando.
Errantes normas de caudal sumiso, arcángel
se diría del consuelo con que las furias descomponen
a quienes los nudillos tienen de pétalos,
de brisas,
al recurrir a la necesidad urgente de un suspiro.
Imaginé tus ansias de vivir sin vida, cargado
el peso de tu ausencia en dos alforjas,
dulces miserias donde guardar tu hambre.
Caminabas, ¿pero hacia dónde? ¿Qué destino o qué meta?
¿Un trabajo en el sol…? ¿Una luna donde pasar la noche…?
Huellas de un reducto sin nombre e innombrado.
El poeta no tiene, no, incienso en los bolsillos,
se diluye hacia adentro y aromatiza el ansia
de saberse integrado a la miseria…
Al amor también.
Y escribe, escribe su condena…
Por si acaso nos sirve.
APENAS SU RECUERDO
Sé que tuve una hermana
de azules ojos y melena rubia,
que se llamaba Manolita.
Ella no pudo ver sus sueños
ni disfrutar, siquiera, algún juguete
que plasmara del viaje su destino.
Murió a los nueve años.
Yo apenas la recuerdo.
Con mis tres juegos niños,
bastante más pequeño,
mi memoria es la sombra
de una toquilla al sol
cubriendo enfermedades
y una fotografía
que testimonia su belleza.
Dicen que era muy guapa.
Ganó un premio infantil por sus encantos
y fue, hasta que llegaron las bacterias,
una niña feliz.
Murió
calladamente: apagándose.
Igual que se extinguiera
la llama del candil
porque el aceite no llegaba,
cuando padre se hallaba en una guerra
en donde lo civil
marcaba su acepción más ominosa...
Yo tenía una hermana
que falleció a los nueve años.
Tan niño, apenas la recuerdo.
Pero su imagen crece en el cliché
de una infancia sufriendo los horrores
de aquellos que a la sombra
mordían un palillo, temerosos
de que las explosiones
reventaran sus tímpanos,
lo mismo que el amor se reventaba
sobre una sociedad de incomprensiones
que alimentó los virus de su muerte
bajo las amarguras de una guerra.
SOLEDAD
Dos hijos entregó a la guerra
y otro a las cárceles del odio.
Murió en la soledad,
con la derrota
de una república que viera
nacer en el destino de las urnas.
No pudieron los hijos
alborear el sueño de su padre.
Se fue Juan con el miedo
de las incomprensiones, tras el golpe
de los fusiles y de las venganzas,
porque los hombres de su tiempo,
en la razón de su razón
particular,
no argumentaron la palabra
como la rosa del concierto
que estimulara sementeras
de armonía.
Su silla, su casa, su mundo
se llenó de tristeza. Negras nubes
poblaron su memoria. En silencio,
con su pañuelo ante los ojos,
le visitó la Parca. Y no hubo dioses,
arcángeles ni diablos,
ni fuerza humana pudo
ahuyentarle la sombra que en su mente
alojaron las cárceles del odio
y mordieron los perros de la guerra.
EL DON DE LA METÁFORA
La cena ha terminado;
una cena frugal, como de aquellos
que saben los balcones de su pulso,
pero accionan y buscan
otras largas barandas
con alguna maceta florecida.
Ella persiste ante la tele,
viendo una de esas cosas
que hacen lenta la noche
y le dan una abulia inoperante,
Él lo ha pensando más despacio:
le abate la cuadrícula. Él ha puesto
destinos en la esencia de su copa
y busca, en el camino del silencio,
un verso que llevarse a las alturas,
una libélula de frases
con que irradiar el don de la metáfora.
Quiere volar con ángeles,
y acuna su lenguaje.
Alas entraña en el poema
del libro que, al azar y como ensueño,
entre sus favoritos condiciona.
Prefiere la palabra
escrita, la herramienta
armónica que Apolo condiciona.
Pulsa las cuerdas de la lira,
y se hace al son de sus diademas.
No sabe si el poema está en la calle,
si las alas aquellas de los ángeles
que pretendía, que anhelaba,
lo elevan a la altura de lo empíreo.
La noche condiciona su lectura:
El momento... la luz... la estrella
que impulsa los proyectos.
Un golpe de silencio, una figura
que anide en la metáfora...
Si supiera verter tras estos puntos
suspensivos la estética del verso,
la entraña, ésta que pulsa y tañe,
para que se deslice la ternura
del sentimiento y cubra la epidermis.
Porque es del interior, del alma,
donde brotan, le brotan
al poeta los sones y su música.
Acaso es de la calle,
de las piedras la culpa,
que no saben llorar; los brillos
de la estrella lejana; desde el éter
intermedio y mediático.
¿Quién dispone su música?
¿Quién aleación al término
le impone y la imagen, al golpe
que a la estética atormenta?
La cena ha terminado.
Una cena que ha puesto su distancia
entre el letargo de los sueños
y el íntimo latido de la estrofa.
Ella condicionó a la tele
su tiempo de importancia,
su dominio del mando.
Él, fiel a su perfil, ha derramado
arpegios en la esencia de su copa
y brinda por Apolo en su aventura;
por si acaso el poema le redime
y esta lectura le humaniza,
le sitúa más cerca de los hombres.
RUEGO, CASI ORACIÓN.
No me dejes seguir con esta pena
de tener empeñado mi destino;
no me dejes que sangre en el camino
soportando a mis pies dura cadena.
Este sombrío andar, esta condena
que agrava el maridaje de mi sino,
me representa al débil peregrino
perdido en la maraña de la escena.
No me dejes en mar y a la deriva,
que frágil es mi barca a la inclemencia
y al azote falaz del enemigo.
Te busco en la razón de una evasiva
con que sembrar la paz en tu presencia:
savia seré de amor, pero contigo.
SI LLOVIERA…
Hasta la boca, hasta los mismos labios,
vertiéndose, derramándose,
como una nube…
¡Dios, cuánta amargura
se junta en ocasiones en el pecho!
Hay que dejarlo atrás:
soñar es sólo un lujo de los privilegiados.
Aquí no hay más que tierra,
tierra. Me sabe a tierra la saliva
y la nariz no aspira sino polvo.
El hombre, aquí, con su problema,
con su carga de tierra en los tirantes…
Si lloviera…
Si lloviera...
El agua,
el agua es lo que importa.
Una tormenta fuerte, grande,
que se llevara este sabor a polvo,
esta tribulación que sale,
sin merecerlo, a veces, por la boca.
El agua…
El agua…
El agua..
.
¡Si lloviera
podríamos sembrar algo de amor!.
¿QUÉ IMPORTA UN VERSO A NADIE?
Creo que cruzan brevemente,
como si un muñidor nos dispusiera
a mermar lo sutil y delicado.
Desde mis soledades, considero
que estas cosas apenas si cautivan
que apenas si interesan a ninguno.
¿Qué importa un verso a nadie
si ese nadie no besa la palabra?
El tiempo, este extraño compromiso
que adquirimos al ser prueba de luz,
nos hace cada vez más vulnerables,
más nuestros: no es almíbar lo ajeno.
Desnuda, hiriente la tristeza,
escasos son quienes comparte
la huella del calvario.
¿Qué nos queda, por ello, de un poema?
Expuesta al clima la palabra,
el huracán abate hasta su aroma.