Poemas de:
MANUEL LOZANO
"Mano de M.L. buscando ojos de pavo real".
ALTAR PARA LA REDENCION DE CALÉNDULAS
A Humberto Garza en Houston
(Grabación
en MP3 en la voz de Humberto Garza)
Por la piel de sudario, en altamar,
resbalan cuentas de jade
y es mínimo este cielo,
arrojado como trapo de muerte
a la atalaya.
Las esferas se abren
para el cruel deslumbramiento de los hombres
como si vinieran del fuego
(sólo del fuego lustral de algún intercesor)
a cumplir este pacto.
El telar quiere volver en relámpago.
¿Quién nos tejería -luego del tiempo-
un árbol prodigioso, apenas visible,
donde llorar la infamia (esa madrastra enmudecida)
hasta quemarnos los ojos?
Traeré la música
escondida por los siglos de terror
en el vientre de la usura.
Música como mansión de lobos
arrebatando las antorchas de la sumisión hecha jirones.
Nupcial la sed, nupcial el mimetismo.
En cada tentación
hay realidad que me derrumba
y me alza al lenguaje y sus canteras
para hacer el mar de una muralla.
¿Cómo gritar y cantar con alabanza
mi feroz pronunciamiento de luz,
las chimeneas del sueño en los ojos de la araña,
la rueca dorada ante el desierto de sal
de Africa que llueve en esta jaula roja?
Musicadora lengua
tan ávida del vino de misterio.
(Cava en mis ojos un espesor de escalofrío. ¡Cava!)
Desengáñate de todo, por favor,
pero vuelve a habitarme.
Vientos de invierno
flagelan quemaduras que no digo.
No pidas treguas para la condena,
ni caireles que ahoguen mi suspiro,
pecíolos donde beber el dulcísimo pus de tu muerte.
La lluvia, sus deseos por el mundo.
La condenada a ser mendiga
entre los aguijones de un ignoto invitado
a la fiesta de tu desaparición.
¿Y por qué robas la carroza del héroe?
El merecimiento de la soledad:
duros postigos para abrir de un golpe
a las caléndulas mirantes,
las que proclaman tan cerca de mí
nada más que farsa con tiniebla, pero elegantísimas.
LUCARIA
No es con lámpara de sal, supliciatoria,
cómo debes iluminar los trapos perversos que nos cubren.
Hubo huevos de codornices en las fiestas funerales,
blanquísimas uvas y rayos de sol sobre las uvas,
sonajas repitiendo el tintinear tan ácido del sacrificio.
Se disipan tinturas en la piel:
ya se reparten las máscaras.
¡Pero por qué este dios en holocausto!
-Hijo de la luz, hijo de la luz-, dirán después del día.
MANSION ARTAUD
Con lepra en la garganta,
he oído
el canto de los ruiseñores.
Era el incendio
en la cueva del ausente
hacia atrás, golpeándome.
Tajos, franjas, cenizas
sobre el limo.
¿Y quién no deja dormir
en mármoles finales
el suicidio del cuervo?
Gira el teatro
arañando la sangre
sin olvidar apenas
el esplendor litúrgico.
Devueltos, al fin,
blancos portones
devolviendo el soplo,
latiendo clausura.
Para pintar
la borra de las miasmas
cuando hace frío
y aúlla en la carne.
¿Qué? ¿Quién?
Con lepra en la garganta.
He oído.
Barniz donde se pierde
el despojo,
la insistencia y el crimen.
¡Vuelvan, vuelvan los iluminados!
Será aún el pródigo
amanecer
que imanta las horas.
Sobrenada este declive.
Magnético rayo
escalando el vacío
-irrefragable nacimiento-
hasta el vacío.
Según las caras de la esfinge,
tallarán nuestra cara.
Pero ella misma agrieta
los reflejos.
Heredad vista de cerca.
¿De un solo golpe,
la ilusión?
Los clavos en la sangre.
A despertar.
A combatir.
A encender perpetuamente.
Luz que diluvia.
Rebélense los huesos
del milagro.
ERRANTE EFIMERO
A José Saramago
Claustral hasta el delirio,
he abierto el lánguido prodigio que desoyen
los espejos de amargura.
¿Cuándo razona el ahogado su navaja de oprobio?
La imagen se vela, avanza hacia el navío.
Escarba la tierra como un vegetal,
estira las raíces endurecidas por la noche
tan sólo para desposeerme.
Apenas me mira con su telar y su rueca,
y a puertas cerradas vuelca las cenizas.
Iniciales de fuego cruzan el alba.
Han dado la bienvenida al dios despedazado
/por los perros
mientras la intriga sella el feroz acertijo
de hielo en mi caverna.
Las paredes se cierran a su paso.
No duerme el deseo entre las muchedumbres.
En un hálito de sol teje su mito.
Polvoriento, se disfraza de hombre o murmurio
bajo la luna llena del bosque.
Así veía de cerca las cruces desgarradas,
extendidas como sábanas en el corazón prohibido.
¿Qué debió deshacerse ante las cruces?
Hubo un héroe, una heroína,
y toda la tempestad en el barco que nos lleva.
(Acaso fuera bueno empeñar el cuerpo suicida
contra estos guijarros,
lanzarlo desde la cumbre de las furias
que signan la condena.
Pero no son ésos el gesto ni el vocablo.)
Tapicerías de la muerte
llenan de hurones milagrosos nuestra casa.
Desde hace siglos asisto a esta celebración.
Veinticinco puertas se han abierto ante ellos:
¿Qué esfinge me erige de la hierba?
¿Por medio de qué athanor indudable
verías evaporar la historia en una gota de agua?
¿Qué amapola desprendida crece desde el fondo
de la tierra hasta los labios?
¿Cuál río de enigmas, espurio y mordaz,
arroja cabezas a su lecho?
¿La tormenta en las balaustradas del ayuno,
otro carbón encendido en la mano inmóvil?
¿Un batir de alas cegador, un resíduo perdido?
¿O el hambre avarienta en la cabeza de la alondra?
Lo que abandonas -lejía del descendimiento-
regresa a tu morada como aquelarre
entre las vejaciones de la luz.
La criatura raspa su fábula encantada.
Son llagas de luto para entrar y salir de los escombros.
Puedes decir el cielo de la inmensa pena,
la araña roja de la desnudez.
A uno y otro lado del río, hallarás el oro.
Así debió de ser el torrente.
Lo que aún de insidia aspiran estos nudos,
será ilusión fastuosa devorando a sus crías.
¿Pero qué impronunciable juventud sobrevive a las aguas?
Nadie queda en el secreto recinto;
nadie invade, ni delata, ni teme al viento
que repite cada nombre.
Las vastas lluvias han crecido como la lepra.
¿Era la peregrinación milenaria, la perfectísima?
¿Su imaginería estallando en hojas de pavor,
a punto de entreabrirse?
Hoy los desechos urden el tránsito del hombre.
Los tibios se revuelcan.
“He mirado en sus rostros y sólo son un puente."
Duermen los alucinados.
El ángel ladra en busca de su rosa oscura.
Los insensatos beben del pozo de las certidumbres.
“He mirado en sus rostros y sólo son un puente."
Gime el irredimido, el glorificado por la nada.
Huye el verdugo entre los roedores de huesos.
El infausto reclama por la luz
sobre las cáscaras de un fruto sobrenatural.
Un cráneo de trasnochada inocencia
yace en el zanjón.
“He mirado en sus rostros y sólo son un puente."
Otro campesino agoniza:
los gusanos caminan su carne de miserias.
Dos criminales se reconocen en la pesadilla.
¿Maldice el postrado lo suficiente?
Se abolieron las tribus, se abolieron las reglas.
Clama el venerable, pálido prodigioso,
por la húmeda herida silenciando la piel
que fue vigilia y triunfos y derrotada eternidad.
“He mirado en sus rostros y sólo son un puente."
El albañil danza en medio de la torre quemada.
Los cachorros rezan para encontrar la remota señal
al desamparo inhábil del que procrea fantasmas.
-Todo es inasible, lo sabes desde antiguo,
cuando oíste crujir el humo de sangre en las plazas
y aullaste, aullaste con el grito cerrado del rehén
en la más alta sombra.
Has vuelto a la madriguera.
Amenazas a quienes no te conocen.
¿Era éste el dolor que me esperaba desde el nacimiento?
He llamado al palacio de la hiena con su puerta de humildes.
Acaso haya congregado al que no fue
con todo el festival de telarañas del miedo a su favor.
Ocultaron las huellas.
Hubo un tajo en el cielo,
semejante al que vieron los ojos de Cristo en la hora sexta.
¿Y quién vuelve para clamar desde la niebla: “Tengo Sed”?
Cuando el eco se incline sobre el rayo,
un vidente cruzará el muro invisible.
Quien sustrae o agrega más savia a estos capullos,
permanece en espuma.
¡Años y más años para este abandono enloquecido!
¡Padres y padres de orfandad apagados de un soplo!
Sin embargo no verás la orilla desterrada,
la prueba de un remoto escalofrío;
antigua sierva, la boca que se agita entre fragmentos.
Me palpo la sangre con los ojos.
Esta cruel inmolación necesita un destino.
PLEGARIA
Crucificado en el árbol de la ciencia del bien y del mal,
adormezco el llanto con rumores
que obstinan mi oficio de profanador.
Quítame el reflejo de este aparecido.
Herrumbrosa azucena, no dejes caer
la lúcida sangre del crimen.
En tu cueva de ahogados, él se viste de luto.
¿Cuándo bajaremos?
En el declive encuentras el trébol venenoso,
los postigos raídos de esa puerta
que ya nadie abrirá bajo guirnaldas.
Linajes de fragmentos quemados
colocarían sobre el pedestal de la separación.
El labrador invoca la sombra derretiéndose
en las patas del lobo.
Nunca lo pliegues contra tu áspera carne de Adán.
Fueron largos años de exilio y migraciones.
¿Quién canta entonces prosternado en el jardín?
¿Y quién se trepa a su lápida futura
con el viento feroz entre los médanos?
Déjame la intemperie, la incerteza lujosa
del vuelo de la herida.
Arrópame en ese traje de lastimaduras.
¡Que no vean los gusanos a trasluz del rocío!
Hijo del desierto me llamaban.
Desfigúrame con alacranes de seda.
RETRATO DE FAMILIA
Un ciclón te aspiraba hacia abajo.
Tu cabeza se llenó de cangrejos y palabras
soplando desde la noche inicial.
¿Qué hiciste del tiempo cuando envejecías,
cuándo disfrazabas el cuerpo
con vestido de princesa para el ágape?
Se asesinaban mutuamente.
Dormían con las pieles de cordero que te cubren.
Hermana,
¿por qué asesinaste a la madre?
¿Por qué volcaron pus sobre tu vientre blanco?
¿Por qué te asesinaban?
EL CLARO REGRESO
a Blanca del Moral
Cuando el río sube con sus desperdicios
(en la difunta alegría de lo que ha sido revelado),
la mujer abre la jaula.
Una fotografía de impaciencia dirá ser su verdugo,
pero es otra la tormenta entre bambúes;
hubiera sido preciso desterrarse
hasta el no-castigo, hasta la parálisis
de quienes moran la noche
con forma de camelia y maneras de pelícano.
Es probable la escarcha,
como el amor es probable su ácido
y las lívidas rotaciones plegadas sobre el porvenir.
Acaso el testigo,
siempre el acaso merodeador
guardará la muralla.
El altísimo, acaso, ligeramente
profanara las enredaderas de tu heroica pureza.
Se inclina un insecto.
Simulado Artaud barre los desperdicios:
La vajilla está rota,
Nishapus está en llamas.
No te prepares para el encuentro.
¿Cómo creer que lo ignora,
como si hubiera arrojado los granos
de la más fría soledad en su totem?
Nunca más recuerdos para lamer,
ni almendras dispersas.
Jamás un himno para estos perros del ayer.
Que me instiguen a huir.
Anudo la desposesión frente al prodigio.
Dejo las vanidades de este mundo.
Atrás las palabras indulgentes,
Transformadas de arriba abajo por el sacrificador.
¿Hablábamos de paraísos?
¿Cuándo me embriagaron con el nacimiento?
Aquellas fueron las frutas de tu linaje.
ANIMAS
A Francisco García Cubero
Música triste y de abandono
para los vestigios de un niño muriente
en su lecho de cuarzo rojo;
para las llagas que ahorcan donde el latido
cuando sopla el abandono
como ruinas de la marioneta;
para el abrazo en fuga de su desnudez.
En un brillo hueco te somete la fiebre.
Lo frío babea un teatro desde el hombre:
Tierra madre, tierra vértigo, mendiga tierra
claveteando telarañas
hasta alcanzar el vientre fúnebre del asco.
¿Y la sombra de mi cerebro pagando su hambre
de caliente derrota sin olvido?
Se ensucia la cara con el día
y me hablas de la puerta inocente
que viene desde el fuego.
Se nutre de niebla este escenario,
de lágrimas filosas como uñas desprendidas
de tardanzas, apenas el naufragio.
¿Qué diferencia perdura
de los jóvenes dioses que velaban por ti?
(Alguien sube en la muerte
como ramera enloquecida
a golpear en su grito.)
¿Y a mí qué me reclamaría jaula
en el alto desierto?
Un poco más cerca,
los hijos de amargura venden su transparencia.
¿Y por eso tallas la música
al deseo de las ánimas,
al escalofrío del bosque?
Deja entrar las plumas de tu sangre.
En esta noche hubo esfinge.
DE UN MENDIGO EN WASHINGTON SQUARE
Y viendo el humo de su incendio, dieron voces , diciendo:
¿Qué ciudad era semejante a esta gran ciudad?
Apocalipsis, 18:18
Habría mirado las bóvedas multiplicándose
en alargadas filas contra la lluvia.
¿Cuál es el arroz, cuál ese conejo alado de Cimabue,
dónde está el yeso que trajeron de Umbría las intercesoras,
aquellas madres primeras de mi especie?
Era una mesa blanca, casi traslúcida,
vestida para la exageración y el desprecio.
Podría ser nebuloso patíbulo,
aunque nunca tablón ritual de aniversarios.
Un opulento pasajero enciende las lámparas.
Los comensales -mis hermanos- han muerto ya.
El arco solar se ha derribado.
¿Qué carpintería nómade para esta bacanal de Narciso?
¿No miras sumergirse la casa? -pregunta la figura-.
Del robo de las pieles nace el vuelo.
Y así empieza la historia.
El musgo ofrece un ácido perfume
a patio de destierro, a caireles dispersos
entre los matorrales donde juega el niño del triciclo rojo.
(Ahora reconstruye risas en mitad de su cráneo.)
¿Era la distancia de la diferencia?
¿Los harapos de la más cruel cercanía?
¿O la abisal condición para destituir a su rey,
el valimiento de un iluso crucificándose?
Rotan las cláusulas.
Se instalan en éxtasis de Pound todos los enunciados.
Pensó en la cabeza comida por insectos de su padre,
en el jugo incalculable, ahora seco,
rondando entre los dientes del pequeño difunto.
Fuiste un agujero, la grieta de mi corazón - afirma la figura-.
No habla.
Aun antes de acostarse del lado del vacío, gesticula.
(Un llamado de hidra ha regresado a la cueva.)
Brevísimo, respiran todavía sus membranas.
Nada es legendario en la dársena sacrílega.
¿En qué madejas del segundo tiempo merodeará
esta geometría del verdugo?
Va adentrándose en la palabra carente:
palabra sin inicial; juzgamiento de vigilia.
Grazna y husmea.
Que no suplique ayuda con un arpón en la boca.
Se abrieron las sienes de mi escalofrío.
Cavidades lechosas donde hubo un pasado,
¿por qué duermen así, junto a la espuma?
Son los habituales.
Son los faústicos delatores.
Son los imaginados.
Son los que agitan la lepra bajo pieles fastuosas.
¿Retornarían desde un mísero exilio?
Muerdes madera en el poema, invención extremada.
Fermentan las hojas.
Desciendo los escalones y aspiro en cuclillas
el temible torbellino de la idolatría.
Es el ruinoso chacal de esta profanación.
Lanza increíbles objetos.
Al reflejarse en el revés de un espejo de bronce
-mira paciente, hiberna con traidores-,
dibuja la espantosa raíz del simulacro.
JACOBO FIJMAN
¿Quién escarba las huellas de un reino perdido
en el agua de cenizas?
¿Quién, la sombra que vaga en un eterno presente
en que pliego mis voces debajo de esta osambre
hasta la última resurrección?
Tuve entre mis dientes la cabeza de Dios:
inmolé sus harapos.
Oí al almendro, al arce, gemir a las sirvientas,
torturar a los locos, crujir hasta el aliento.
Ciudad perdida en el relámpago, en su frío:
algo rodó por el suelo.
¿Con qué fiebre de vigía infernal
abriste, desde mi noche, las puertas del peligro?
El polvo de la fiesta es un adiós que no soborna.
¿Cómo pronunciaste los siglos que me traen estas aguas,
una alimaña en la sangre del sueño,
la roja idolatría en que me deshabito, y ardo,
y vuelvo con el resplandor de la muerte más lejos.
Una malsana luz se encendió sobre mi cara
y no pude ya respirar.
VIENTO QUE NO QUEMA
Hacia la ilusión de un escondite
el enjambre ya es bosque y mendiga
terrones de certeza.
Escucha, secreto de los lobos.
Ranuras por donde derramas
leche del mundo enardecido.
¿Y el puñado de arena entre palabras?
Escucha, secreto de los lobos.
La palabra amor se hace
como piedra volcánica sin padres.
Marchitar helechos en la cueva.
Escucha, secreto de los lobos.
El ojo aspira la cera ermitaña
de viejas procesiones a la herida.
¿Mira el ojo de esta aguja a su hilandero?
Escucha, secreto de los lobos.
El viento devora oscuridad,
devora fuego.
COMIENZO DE LA LLUVIA EN HARLEM
But I have that within me that shall tire
Torture and Time, and breathe when I expire.
Lady Byron
Para Cecill Villar
¿Y dónde se escondía el lóbrego sol de las derrotas?
La fábula urde en los muros la plegaria,
reconoce al visitante deformado en atavíos de sangre
y con monedas de bronce siempre indemnes por la ausencia.
El maderamen está listo.
No insistas con el decorado de los frágiles.
Parezco caer junto a estos muelles
donde yacen las lágrimas de Adán y su heredero.
Me congelas en el cuerpo de prometida arcilla.
Las caravanas llegan al festín.
Borradores del relámpago, siervos de una antigua potestad,
sellarán con luto la habitada mordedura de tu especie negra.
Nadie puede abrir -ni siquiera rasgar- la feroz tapicería
de mi duelo milenario con el agua.
En esta playa se desnudan los lobos.
La cicatriz amargará hasta la náusea lila
los colmillos de su máscara de iniciación.
Ya era tarde cuando me amamantaron.
¡Piedad!
¿Alcanzas la húmeda carne de tus hijos
como filo imborrable de navajas?
¡Despréndeme, atestíguame por la transubstanciación
de aquel reino sepultado!
¿No era atroz el amor en esas caras que ya han visto
el infierno desde el fósil de mi soledad?
En la humareda fui el primer huésped.
Ensimismado o errátil, se quiebra el sudario debajo de mi efigie.
Llueven sudarios en esta rajadura donde tiemblas huida,
donde guardan los restos de otro viaje encantado.
¿Qué nocturna Medea en esta anunciación de peligrosa alabanza?
¿Quién sobrevive a su paso por los tibios jardines?
Canta el niño ciego su dolor de pronunciarse
allí donde los ríos y el mar recogen vidrios de mi historia.
Inevitable este renunciamiento consagrado a un golpe de tinieblas.
Debajo de la piel, los huesos cantan.
Los huesos me ven.
¿Y hay catecismos de pavor que detengan a los desolladores?
La tribu arrastra los tentáculos del brujo.
Lloré hasta la lejanía del miserable en el umbral de una iglesia;
lloré hasta vaciarme los ojos en las islas del hambre y de la peste.
¡Bienvenidas memorias de tu transparencia en Orión!
Les di de beber el deseo y también la impostura
del disfraz más hermoso de este mundo.
Cada huella es un tajo de abismo, les repites.
Alrededor del camino sólo encuentras ataúdes
cubiertos por guijarros.
El emigrante perderá los vestigios de su recién nacida.
La anamorfosis del retrato inundará la hierba.
Yo he buscado la entrada, cumbre de los sortilegios.
He comprendido.
¿Por qué no cesa este llanto contagioso en las ventanas?
La letanía multiplicará mi silencio.
¿Y por qué no sube hasta aquí donde me nazco esfinge?
Mirada de trasluz. Hoy es la noche.
MELQUISEDEC
-Salmo 109-
Horas en que la lluvia sana
la herida inextinguible.
Ellos te engendran,
libándome como rocío diverso
entre sombras que vuelven al jardín,
que sueñan jardín antes de irse.
La redención cuida sus vientos de orfandad
y todavía escuchas el rumor
escondido de la tierra.
Quédate, luciente.
¿Y cuántas veces supimos restañar
el ojo en la tormenta
hasta exhumar las jerarquías,
los ritos, los linajes perplejos?
El cardo se desmembra
aun sin verlo.
Prestidigitador,
Sucede siempre en la aurora.
ESTANDARTE DE UR
La comparsa ríe
bajo la multiplicación
de una nube.
El muro es amuleto
de la lluvia.
Libre de presagios,
depositas tu cadáver
en un tajo de memoria.
Las burbujas incrustan
rehenes de dolor,
escorial de llagas.
¿Me condenas
al hormiguero de este porvenir?
¿Qué mares no nombré?
¿Qué jardín no estallaba
en mi cuerpo sin tregua?
Regresa el luciente
con la opalina azarosa
de la desventura.
Siglo a siglo
devoras el corazón
de las cenizas:
Las mordeduras vuelan.
¿Quién imagina las gradas,
las arterias, las circunvoluciones,
las artimañas de una casa
allí donde la sombra clausura
la Ópera Vigía?
Pregones abren la mudez,
salvan la diferencia.
Con una máscara de hueso
proteges al gusano.
Con la careta de trapo electrizada
astillas el límite.
DUDANTE O EL JARDIN AMURALLADO
Omnis qui se dubitatem intelligit, verum intelligit, et de hac re quam intelligit certus est.*
Agustín, De vera religione, 39,73
Ensañada entre las cuerdas del abismo,
su boca absorbe lo que dejas.
Dice que han de incendiarse estos trigales
como antiguamente
la más turbia arena del fin.
¿Por qué la cara y el robo
de esa memoria entre los tréboles?
La verdad, lujuriosa madrastra, inventa
un desierto oscilante para escalar
la indecible vejez de la criatura.
Padre, lámeme las heridas.
Perro, lámeme las heridas.
Madre, lámeme las heridas.
Ya las manos son agua de sangre
de la noche de quien golpea harapos.
¿Y los ríos donde perder
el amarre de tus cercos de sombra
hacia el festejo de las pesadillas?
Dijiste que despertar era increíble,
entre jirones y metamorfosis.
Así extraviaste las piedras, los ríos de mármol
como cruces en el cuerpo de tus muertos.
Hubieras reclinado tu abandono
a los dientes del pájaro.
Era fácil caer, aun sin pronunciar tragedia.
Pálido doblez de un salto
que se anuncia en la noche
y sale por la alcantarilla.
Reparte sus juguetes en el funeral
de los amordazados al latido.
Invoca temblor y abre el muelle
del filoso en la ausencia.
Aplaudirían los siervos
la voz de aquel desconocido que se borra.
¿A lo lejos los desesperados,
los que sobrevienen en ataúdes concéntricos?
Son incompletos los trozos,
las bocas, el plañido, tus trofeos.
¡Qué testigos espían desde puertas lejanas,
esos astrólogos de ojos vaciados,
esparcidos entre el futuro de mis crías!
Me leían en el rayo.
Ellos bailaban.
¡Cuánto fin y comienzo
del hambre hasta la saciedad del baldío!
Risas como el suicidio de una marioneta.
Padre, perro, madre,
escalofrío de tu especie, sólo adentro,
¿por qué subes a la caliente mansión
con la leche perdida de una loba?
Apenas ardió
leíste en su rostro:
"Crucificado en la palabra."
CANTA, LASTIMADA MIA
Canta, lastimada mía
Miguel de Cervantes
A Olga Orozco
¿Cómo era tu casa antes de la restauración?
Barro sobre barro
y esa debilísima lluvia que caía en las persianas,
tan esponjosa lluvia en la madera del viento,
cóncava, supliciada de la hoguera anterior al diluvio,
escurriéndose en la amarga envoltura
que la lleva a ser visión de polvo prometido en las cenizas:
caldera del escalofrío al borde de los labios.
Oscila este inmigrante sin poder atravesar siquiera,
sin apartarse del suntuoso pantano.
¿Qué ropaje amedrentado entre la fiebre y la seda,
pero más ajeno en el telar sonoro que devora la coraza del exilio
y en que anudo de una vez por todas mis sudarios?
Es inconsolable este doler,
este doler a grito final de condenado.
Son heladas las máquinas que ciegan, los hornos que estrangulan,
Los alfileres que irumpen en tanta desesperación estremecida.
¿Qué escafandra necesito para probarme el castigo?
¿Y qué máscara que no se derrita?
¿Qué vértigo sufrido en este amargo trayecto hacia la noche?
Me incuba el huevo de la alianza, la cáscara lila de un martirio
donde no puedes saber quién fragua las respuestas,
bajo qué hirviente superficie se sospecha el derrumbe
y el brillo en la fisura.
Este no es un muro que separe mis sueños del sueño del planeta,
una cámara increíble para fundir la usura de los huesos,
la fábula caníbal de la historia inocente.
Corría yo por la herrumbre del palacio,
sin darme cuenta apenas de esos alambrados
ocultando a los tréboles.
Líbrame de todo mal,
de los guijarros malditos hasta el borde.
Tú me conjuras de la muerte nauseabunda, de la muerte vibrátil,
de la muerte que pudre.
La última flor de la corona fue robada,
de agobiadora vida husmeando en el residuo de dos manos que han sido,
de las solas que en un lento infinito se abominan.
Han crucificado el cadáver,
el cadáver durmiente,
raptado en ese espejo invulnerable que circunda tu infancia,
por estos arrabales sin dios y sin testigos.
¿De qué inmundo misterio engendraste a tus padres,
adónde las pupilas de inocente basilisco?
¿Son las mismas que escupían la cuna,
que zumbaban de pavor en las orejas del monstruo?
No hay peregrino tenaz ni cruel alabancioso
que limpie mi cara de Van Eyck para la aurora.
Canta, lastimada mía.
De sangre, nada más que de elegida sangre
te hiciste pedigüeña en esta hora de la sed en que me ahogas
no pudiendo levantar a aquél que sufre.
Será como una lámpara en el pequeño alféizar de una casa abandonada.
No me recuerden el crimen.
¿Cómo me diste tanta soledad si estaba lleno?
Las piedras urden lo que graba tu piel en los baldíos.
¿Cómo es entonces el camino?
Estás a punto de trizar el bloque de hielo que te encierra
en viejas, atroces migraciones al silencio
revelando ciudades partidas por un ala.
Canta, lastimada mía.
En la negrura del mar rozo mi cuerpo, mi fardo de preguntas,
esta fotografía salvada para siempre del naufragio.
Canta, lastimada mía.
La voluptuosa canta de blanco sobre un fondo rojo.
Canta en las cuevas masticando ayeres desde su porvenir milenario,
Canta, lastimada mía.
Canta ahora.
Y despréndete.
ORIGENES, DE ALEJANDRIA
La raíz, ascendida en el viento,
vara de leche perturbada entre espinas,
debe aferrarse a su historia.
Abajo cantarían las grullas.
Hazme mansión de lo que callas:
Coróname de ardor por el regreso.
¿Por qué saliste,
madrastra de los espejos estériles?
¿Por qué juntaste los dientes
con la firme devoción del tembloroso?
Abajo cantarían las grullas.
Sangre hundida,
hambre de la tribu.
¿Qué hebras para la exhalación?
Antes de que viertas la herida,
idolatra tu llanto.
Son puertas asilándose
en la sal de mi sombra.
¿Fue tan lejos caer?
Abajo cantarían las grullas.
Mastines dejan oír
el rumor de la ciénaga.
A imagen y semejanza
de quien escarba y roba y me retiene
en la escritura más ciega,
te obstinas en la celebración.
Abajo cantarían las grullas.
¡Desagües y dudas
para el celo incrustado del fuego,
para tu hocico!
YACENTE, EN LA HEREDAD DE LO PERDIDO
A Wole Soyinka
Abierta zoolatría, lánguida augural
chorreando entre panteones.
¿Qué luz se extiende ante mí,
deletrea un linaje pavoroso?
¿No es límpida la sed?
Las crines de tu llaga
me dicen el mar al que te inclinas.
Tragas pétalos de soledad.
Era tuyo ese mundo.
¿Qué semillas de ceguera
imantan en los ojos su exterminio?
¿Y la esfinge de hielo que perdura?
Las crines de tu llaga
me dicen el mar al que te inclinas.
Dibujos encarnizados
para decir la rendición del milagro.
La fábula asiste a la apoteosis.
En tu cena de cenizas embriagas
el fermento hostil de los cálices.
Las crines de tu llaga
me dicen el mar al que te inclinas.
Cruel bondad.
Cruel repliegue.
Parodia cruel del usurpado.
¿En qué barbarie legendaria
desentierras amor hasta el ensueño?
Las crines de tu llaga
me dicen el mar al que te inclinas.
Infatigable, yacente, tembloroso,
entregas la máscara brotando
a la profanación y al exilio.
Las raposas quieren escarnecerte.
Pero viene de adentro la luz.
LA TRANSFIGURACION DE LOVECRAFT
Cuando no sean necesarios los jirones
del blanco esplendor de tu vacío en fuga
-el cercano en la piedad, tal vez el pavoroso-,
ni acariciar la mano ardida de la fiesta
porque aquello ha de cumplirse en esta brisa,
gotas del nombre escarchado bajarían por la piel.
Las telarañas del delirio se clavaron aquí
por tu languidez de espinas, pródigo errante.
La perpetua geometría
lame ahora el muelle donde embriagas
la caída fabulosa de los otros.
Hay una fosa de ausencia en el encuentro.
¿Qué estuche artificial acentuará las demoras,
si señalar el fuego es tu ley,
si cubrirte de escamas tu costumbre?
Oíste el himno:
¿Pero qué acantilado recibe a las mareas?
¿Qué pálido violín con raíces frenéticas
para el nadador de naufragios?
El feto desplegaría su hechizo.
Desertaste del hombre.
Fiebre, moscas y sueños.
Un tibio, dulce olor a crimen
reconoce en mí al desolado.
ZAHORI
Te desgarran, sol rojo, hasta el hartazgo.
El águila le comía las vísceras.
¿En qué estambres fijas el vértigo baldío
como una leyenda, como un doble panal,
apenas como viento?
Arrópame al destejerme.
Huesos para saltar la luz
surgiendo entre las tumbas.
¿De acuerdo, entonces, con la herida
que corta la palabra?
Cuerpo encendido en el temblor.
¿Adónde tu transparencia?
Plantaciones y catacumbas guardianas.
Sucede desde el principio.
MARIA DE NAZARET O AGRIPINA
Entonces escuché las palabras escritas.
¿Cómo apagar la lluvia del sol
sobre las lápidas hambrientas, musgosas?
Las entretelas cubren al velador de la sumisión
tiritando en el hielo.
El frío frota la prohibida sangre que no vuelve.
¿Pero qué palabra ensayaré para repetirme
en la sombra de este sol que aprieta como un puño
si no debo volver?
¿Tal vez una palabra de cera
como el verdín subiendo por las pieles muertas?
¿La abandonada que recuerde a su sangre
entrando a la fiesta del espejo negro?
¡Crines quiero yo sobre este bloque de mármol,
pelambres de un antiguo dios, hoy sumergido!
Elusiva la canción de esta casa.
El invierno se cubre de espinas
y hay una voz que musita,
-¡Yo conozco un reino blanco!
Aquí está la llave del reino:
en el reino rojo hay un reino negro;
en el reino negro hay un reino blanco;
en el reino blanco...*
¿Y las criadas sin voz anhelando otras lluvias?
Reina envenenadora, de un zarpazo
llegas a tu agujero final.
Los días te aterraban
con el borroso fardo de heridas que son
y no son,
y vagan por tugurios poblados de disfraces
¿Y la noche y su caricatura?
Sólo un perro carcomiendo el trofeo de su maleficio.
Llega la astilla encarnada
de una profanación, de un ataúd, de un fuego fatuo.
Salmodio ahora mi cena de cenizas,
palpo la cerradura.
Así los encuentro.
Golpean a la puerta de la colmena tres tamborileros.
Hay telones aquí, como en las pesadillas,
candiles ofreciéndose a las antiguas veladuras,
pequeños asilos dentro de los muros.
¿Qué rayo de escarcha puede esperarte en la memoria?
Padres y madres -desde el comienzo del mundo-
aguardan por caer al precipicio.
Sucumbir, traspasar, llevar desierto.
¿Y qué felicidad de nombrar en bordes rotos?
¡Pánico el amén de tu retrato -María de Nazaret o Agripina-
con el celeste funeral de mis lágrimas!
(Hierve la cuadratura a ciegas
sobre el barro indecible de pezuñas.)
Nos desterraron de las sombras, hafiz.
Ya no hay albergues:
Floras y faunas se suceden para el encantamiento.
El desgarro ha pasado.
Dios tatúa su mudez en lo visible,
aquella que aparece disfrazada de pastora
en el lento jardín de los temblores.
Con solo mirar abres la llaga
bajo el látigo de huesos de una historia radiante.
¿No es un grito la súplica?
ORÁCULO SOBRE UN DESIERTO EN EL MAR DE SIR LAWRENCE ALMA-TADEMA
He querido y encontrado el éxtasis. Llamo a mi destino el desierto y no
temo imponer ese misterio árido.
Georges Bataille, L´Alleluiah
Entonces Pilatos le dijo: -¿Qué es la verdad?
Juan, 18:38
-Es exigua la entrada y altas las columnas-, susurras
mientras avanzas con tu cortejo de devoradores.
-¡La liturgia del grito, alboréame leyenda!-, te contesto
con la mirada de chacal que nos embebe.
Un desposorio de madréporas cabe en estos dedos
que han visto la sangre evanescente y todo el luto.
¿Eran suyas las caras vaticinadas en mis manos?
La invocación es perfecta.
Un árbol salvaje en la estación de las lluvias
anuncia con amarillo de cadmio y sangre lila
lo que fue de tus padres.
¡Qué carnicería de arañas en el vasto teatro del planeta!
La oscilación llega con su columpio roto
a mostrarme los surtidores, estos braseros
donde encarno a las crías de otro rey desquiciado.
Detrás hierven ayeres
como pequeños estigmas en el pico del buitre,
vueltos ofrenda hacia un mundo tan sucio.
En sueños palpé los trece libros perdidos de Píndaro,
crucé exaltado en la caliente noche un jardín de panales silvestres,
vi a Coelio Rhodrigino escribiendo con sangre en espejos convexos
la sublime y secreta rotación de las mónadas,
miré perplejo -a través de mis muertes- la crucifixión de Polícrates,
con rojo disuelto en oro del comienzo alcancé el umbral de la esfera.
Pude transfigurarlos en la tela, pero se deshacían
como veladuras resecas en el vientre de un dios.
Esos grabados se han perdido en los ojos que vierten en el Ojo
los últimos fragmentos de la reminiscencia.
Ahora son relámpagos de llagas para la pesadilla.
Testigo de pieles de lúgubre conciencia, hieródulo sumiso,
voy lamiendo -supliciado- abalorios de un soplo incontenible.
La advertencia se dibuja sobre acantilados y rocas,
y sube a pleno sol la carne voraz de los que ayer durmieron.
CORONA DE ADAM KADMÓN
¿Escalofriante este cielo?
Un blues derrama espuma de lirios en la cruz de los días.
¿Caliente el resplandor que transfigura?
Ha sido el tiempo de las puertas.
La tempestad elige la piel y se oye clamar
en los tinglados del arrobamiento
como tigra tatuada hasta el principio.
Un bosque de vidrio subirá desde el barro,
un aullido instalará para siempre entre tus crías
la terrible belleza del caído.
¿Qué verbo indescriptible parte de esta boca
y se arroja disfrazado de virgen
a curar los jirones de tu alianza en el tiempo?
-Tigra tatuada,
tigra esfinge, vélame el instante-
El alba es un largo manantial lleno de ojos.
Ya no podrás decir del trance sino el brillo,
el inefable a costas de mi piel y sus genealogías.
¿Me ayuda el terciopelo de un espejo de mano
para recuperar el tenue olor en esta fábrica de maniquíes?
(Sólo te habita la desposesión.
Fría sed el desmayo tras un bosque de vidrio.)
Crece bajo los pies el hijo del insomnio, fútil y errante.
Mañana será hijo del trueno y pescará hombres
con la unción del delirio.
-Tigra de luz, tigra aciaga, transverbérame-
Un hacha de pavor ya dividió a los amantes.
¿Quién puede guardar un anónimo fragmento
siquiera en la azotea de las pesadillas?
Ni áncoras ni catacumbas tendrán piedad
por esta dinastía abierta al relámpago.
Tus pasos llegan a la Mansión Oblicua de un hombre sobre el mundo.
Las huellas gimen por la erosión.
Sangre y nieve, nieve y sangre para lamer
frente al bosque memorial de las encarnaciones.
De esta piel te revisten de gloria
aunque carne de tinieblas sea la palabra
con que fundo el estrago y la gracia de mis hijos.
¿Aquí la plenitud del soplo,
la sacratísima perfección del desterrado?
Es que naces aún de las espinas
y con un hormiguero de entrañas me construyen el trono.
EL QUE PREDICE
Me dejaste, madre, con una gangrena
desde el porvenir de nieve
y yo te maldije, aún buscándote.
No se hizo en mí sino una luz de lágrimas,
incluso encarnada -incluso anunciadora.
El huso sueña un muaré amenazante
sobre la carne ciega del degollador.
Canto frente a la ponzoña que no está.
¿Acaso un monstruo no apuñala
la vejez endurecida en la cama del niño?
Nupcias de vendedor de diamantes
donde antes callé a mi chinchilla amaestrada,
arde inmunda la guerra por los corredores.
¡A ver a la Virgen comiendo de su muerte!
Poseso agredido en medio del iris,
estalla la fiesta antes del principio.
¡Las nervaduras, las que amaste,
las teatreras cavando en un erial de moscas!
Tantas veces -al amanecer- dibujarás el límite
vuelto corpúsculo de humillación y usura.
Si aceptara sepultarme en el vacío de piedad,
¿qué ramificación de ofrendas
para un desierto en Namibia?
¿Cuándo el faisán de sangre
lamiendo en la lluvia vertedora del grito?
¿Pero quién me desclava esta música?
Banquete de telarañas, madre,
donde hiciste del velo una orgía de heridas.
HAMBRE EN LA CASA
El muro de cristal en medio del océano:
nadie desate la maldición.
Es necesaria la herida que te coma y te beba
para que la palabra se cumpla.
GUSTAVE MOREAU
Para Luis Antonio de Villena
A un Gólgotha de telarañas blancas
llega mi cuerpo con frío.
¿Adónde te llevaría la clausura de un jardín,
si no es tuya esta cruz de alambres
resquebrajada en niebla?
Columna de basalto, columna de basalto,
¿y la hermosa vorágine?
Escupiste la derrota del solo
por el suburbio triste de la rata desnuda.
Cueva de pavor, cueva de pavor,
¿y el cráter donde arrojas tu cerebro?
En estas brasas verías la roja extensión
del mármol inminente que asedia,
que absuelve con asco en la vigilia.
La figura musical estaba aullando
desde tu entrada triunfal en el bosque.
Los hijos de la hiena comían voraces
las pequeñas cerbatanas, los restos de un domingo
sobre el velo.
¿Pero no eran espléndidos sus cuerpos,
no resplandecían en la hora exacta del crimen?
Te lo advirtieron por la madrugada,
deteniéndose en intersticios
junto al tablón podrido de las viejas proezas.
¿Huiste hacia adentro?
Trapos detrás del vacío ardieron como linternas;
sábanas de muerte pactaban en los lavaderos del engaño
donde fuiste emperador y niño que ríe
hasta la noche del monstruo.
DEL TIEMPO EN QUE HENRI BERGSON POSTULÓ AL CEREBRO HUMANO COMO UNA PANTOMIMA
I
El voraginoso desnudo en el desierto
es el que hace de Juan el Bautista
un repugnante saco de huesos.
¿Así son los escombros?
Que ese padrastro incestuoso
surja con flores extinguidas.
II
Un cristal morado roza la ceniza,
bendiciente en los patios del martirio.
III
Hebras de un té milenario
simulan la escritura del principio.
Pero ella está detrás,
ella está detrás,
está detrás como un diamante en Canopus,
¡la perra está detrás!
IV
El castigo se agregaría a la máscara.
Habría debido coronarse de espinas,
pero la lluvia interrumpió los sueños.
V
La araña oscura nada en el aire,
preparando en la imaginación
el tétrico encaje de una dinastía.
VI
Pezuñas en la cerradura.
¿Hasta allí incubarías la risa,
la sanadora, la gimiente, la odílica
midiendo la distancia entre la vela y el soplo?
VII
Un viento de Browning desentraña
los vestigios de un himno a Orfeo,
la cueva de Platón,
los frutos olvidados de Hubert von Herkomer.
VIII
Lames la furia enternecida
de esa plegaria clavándose en las manos.
¡Increíble pero perfecta, alabanciosa esta crucifixión!
IX
Que siembren en lo oscuro
la espinosa transparencia hasta donde no sé.
¿Alguien, alguien vela contra la noche?
¿Y esto era el hombre?
X
Bautismal el luto de las profecías.
Duermo con una calavera silenciosa.
Ninguna herida podrá enterrarse sola,
llevando en sí misma la mortaja
de mono disecado en el desierto.
XI
Escindida jaula, amamantada por el vientre
de quien nunca regresa a su palacio.
¿Sin piel me amenazas, vida?
¿Yéndome antes de mí, te hundes en la cal
fósil de musaraña?
XII
Has dicho la luz que teme porque es sombra y hastío.
Nada más podías esperar del hombre que tirita
bajo el frío, su desprecio.
Cambian las fases.
Laskshimi o Durga,
Deméter o Lilith,
Isis o Medea,
Cibeles o Astarté,
Kwanyin o Circe,
¿era este el infierno prometido
en el caliente collar de cráneos que me hablan?
ESFINGE CON TAPIZ DE SANGRE A PUNTO DEL VUELO
Cerré la puerta con dos vueltas de llaves: una para la soledad, dos para el secreto.
Olga Orozco,
"La oscuridad es otro sol"
Para Juan R. Lozano
I.
Se termina la simulación. Ya se apartan de mí
los pólipos del delirio, el vapor que devora la piel,
las raíces del recuerdo.
-Vivo sin vivir en mí-, susurras inaudible
como si nadie escuchara el eco
abierto en la desgarradura.
¡Cosmogonía de la unción, viento,
yo fui mortal entre el musgo y la abeja!
II.
A ras del suelo pido,
clamo como Agustín por el hermano abismo
y sus hijastros en palacio.
El cielo estalla en el iris.
El cielo hierve en el disfraz
sus muchos reinos, sus destilerías.
III.
¿Cómo acuñaste esta moneda dorándose de nervaduras?
Huésped de imaginación,
diste la palpitante primavera en medio del escalofrío.
IV.
Escarbé en mi boca todos los sellos
del laberinto hasta el dolor.
Abrí la jaula tallándose en la eucaristía
del patíbulo.
V.
Lumbre detrás de los peligros:
aquí nadie debe perderse como en un abrazo,
vestíbulo y vórtice.
(Ningún alarido explota.
Jamás una gangrena lamerá estos misterios.)
Vuélvete espuma hasta lo invisible.
VI.
¿Qué rehén grazna en la atalaya?
Grazna y grazna sin pausa
por las geologías de mi encantamiento.
¿Ya ves los sicomoros flamígeros?
Noche sofocante,
¿con qué tatuaje salto este grito?
VII.
Al fin la tierra herida vela el teatro
de cucharas caníbales sobre fondo violeta.
Cuchillos y clavo.
He allí la esperanza de cada nacimiento.
VIII.
¿Me dijiste quién hilaba -entonces-
en la rueca como tigra durmiente?
¿La araña del ábside jugando a ser elegida
y condenada de su infierno clavado en la renuncia?
¿La niña que mira desde altos visillos
a las limpiadoras del trigo en su último día?
IX.
Debí llamarme Epimeteo,
el que mezcla a grandes sorbos las metamorfosis.
Un borroneador en el mundo.
X.
Primitiva esfera, ánfora sacrificial.
Hasta el confín
recorrí ese camino de agujas.
XI.
Quedaban de la noche las figuras,
las grandes trágicas del juego.
XII.
Palpita y se sumerge.
Tiene las formas de tu cuerpo adonde voy.
Mira la hoguera desprendida que sube.
Hasta se inclina
a este pequeño corazón hecho con llagas
de la mujer que llora debajo de su sombra.
MUSEO DE CERA
El más allá había ocurrido - ya ocurre- en el pasado. No hay huellas, no hay dicha, no hay quejumbres, no hay posible traducción de lo que será insolente y jactancioso como todo lo perdido. De algún modo, el relato tiene que nacer en el exacto momento en que un relámpago atraviesa el cielo, lo astilla de arriba abajo como al iris que lo observa, como al otro iris mirando al iris.
Inquisitorial, la niebla trae un calor inexplicable aquí. Nada tiene que ver con un suelo que se enfría. Algo sobresale para mí, se desprende como el olor de la tierra mojada (la simulación de olor a tierra mojada), indicando que la lluvia es posible.
La lluvia, la niebla, el relámpago: un algoritmo de unión de leyes oscuras de vida novelada de voces chorreando ecos en mitad del diamante. Sí, de voces que se piensan nacer cada vez que un cuerpo las invoca. Porque, ¿cómo
podrían permanecer intactas sino a través de su desprenderse tan cruel, tan voluptuoso?
Mi biógrafo de Michel Foucault propone a la ignorancia como primer requisito de ideación de un cuerpo. Arte escrupuloso, prismáticamente vaciado por las figuras del más allá, se envenena con su genealogía móvil de fantasmas que van y vienen arrojando babas en el atajo del bosque, babas que son raíces: pero también abalorios de rara necedad. ¿Qué importa mi tribu?, le dijo el ángel. (Tobías, 5:12)
La podrida llaga y el carbón encendido juegan veracísimos una aventura de estupor en la fiesta. Los maniquíes son monótonos cinco minutos luego de haberlos mirado; podría decirse -sin embargo- que hay algo traslúcido y pegajoso persuadiéndolos a dejar de ser parodias de cadáver. ¡Estos autómatas quieren simplificarse pero nos enmascaran! ¡Nos condenan sin juicio previo a una boca mugiente! ¡Nos alarman con su fidelidad de perro!
Se agostan las caricaturas del mundo sobre el mundo. Mañana serán las zurcidoras del vestigio. Rilke le escribe a su fantasma: -¿Usted no ve como todo lo que sucede es siempre un comienzo? ¡Y comenzar, en sí mismo, es tan hermoso! Deje que la vida le acontezca. Créame, la vida tiene razón en todos los casos.
Sin la amenaza ni la traición de los cuerpos, son imposibles los maniquíes.
ASAMBLEA DE QUIENES LLORAN ENTRE NOSOTROS
Para José María Muscari
¿Adónde arrojar los restos del festín-tragedia?
De unánime fervor por el velado tesoro,
habrán subido hasta las cumbres
con los pies manchados por la turba.
Un agua ausente para beber
con tanta fuerza corre hacia el retrato.
Abajo estaba ella, más abajo que el sueño,
María Magdalena de Bizancio,
-entre columnas y cariátides-
repitiendo las formas
que olvida tu memoria del derrumbe.
Totalmente abandonada en la inmundicia
(sobreviviente
erguida del hágase la luz),
hiere sus pliegues con el llanto.
¿Cómo pudiste arrojarte a este mundo,
Madre Tenebrosa de la Triste Locura ?
Muchas veces el jinete te buscó por los lindes del cielo
comiéndose la carne tibia a dentelladas.
Ni de lejos entrevimos el muro.
Acaso la tempestad urdía su derrota
y se desmoronaba la esfinge.
Alabada sea el agua
que escudriña el dolor como los ángeles.
Alabada sea esta sopa de legumbres, hecha del agua que ha perdido transparencia,
saciando el hambre tentadora.
Alabado el niño que antaño fue mi verdugo
y el sol que lo engendró y las estrellas que vieron sus juegos.
Alabada la mayor oscuridad develando mi cuerpo.
Alabadas las páginas que leí o descubrí cuando fueron propicias
las constelaciones nunca miradas.
Alabados el sueño amniótico del feto y la larga vigilia del anciano.
Alabado el iris que revela el amor y su caída.
Alabado el sueño prematuro de Lao Tsé
cuya duración corresponde a los ochenta y un años de una vida humana.
Alabados los faroles, los cántaros y un cetro.
Alabadas las plegarias de quienes creen en ellas.
Alabadas las palabras que curan.
Alabadas las palabras de sangre que hoy borran las nostalgias.
Alabadas las palabras que no curan.
Alabadas las máscaras que parten el rostro y luego lo derriten.
Alabado el veneno de áspides.
Alabadas las últimas palabras (o sílabas acaso)
pronunciadas por la vieja princesa Elsa von Freitag-Loringhofen,
palabras no escuchadas por nadie, salvo por el demonio.
Alabado el cuerpo de Cristo, que ni los ángeles verán
hasta el día prefijado.
Alabados el sonámbulo y la sonámbula que fueron Sarah Bernhardt.
Alabados sean Gog y Magog porque adelantan el Juicio
con el polen enfermo de las guerras.
Alabado el exorcista León Bloy arrastrando su cadáver de fuego
como sólo puede hacerlo un mendigo
hasta las puertas del viejo cementerio de lápidas quebradas.
Alabadas las larvas que aúllan en la oscuridad de los ataúdes
y abrigan un lenguaje cifrado.
Alabada Patricia que nunca conoció el tiempo y sus empresas,
muerta de felicidad a los seis años.
Alabado el último invierno que registró los juegos de la niña,
la íntima retama menos ávida que el barro.
Alabado el vacío dulcísimo en que dormitan los muertos.
Alabadas las manos que supieron de sed y escalofrío
formando en el aire el idioma elemental del arrojado.
Alabado el color de la azucena en la espada del ángel.
Alabado el decacordio que acompañó una tarde
la turbada voz del hombre joven.
Alabadas las posesiones en que cruje el dolor como un milagro.
Alabadas la demencia de Swift y de Sylvia Plath.
Alabada la gloria de pisar la nieve con los pies desnudos.
Alabado el que muere de sed.
Alabada la sospecha de una memoria yacente.
Alabado el borrador que fuimos una tarde de este mundo,
un reflejo de mamparas.
Alabada la canción china que murmura:
¡Días de verano!...
¡noches de invierno!...
¡Pasados cien años,
iré a su morada!
Alabada Bárbara Hutton, llena de presciencia,
sellando las estrechas ventanas de aluminio y dispuesta a morir
como quien ya ha ardido demasiado.
Alabadas las tormentas de Patmos.
Alabada la humedad que fragmenta como un alga la pared.
Alabada la fiebre desintegrando libros, papeles, estatuas,
vías de ferrocarril, abarrotadas casas de un solo lado,
ascensores de hierro, álamos encorvándose,
y después el rumor amargo de la noche igualada con el día.
Alabada la luz que entra y sale de los ojos como una telaraña.
Alabada la Gran Lluvia que borrará la historia y su peso
y su lenta ficción de vidrios rotos.
Alabado el perro denunciando en un sueño
las obstinadas miserias de un final de siglo.
Alabadas la sal y las especias, oros del renacimiento.
Alabada la más desnuda piedad.
Alabados quienes se quedaban en casa repartiendo despojos.
Alabado un niño sosteniendo una madeja
de hilo rubio en Tánger.
Alabada una luna en fase decreciente.
Alabado el escrutante viejo de ojos blancos, arúspice.
Alabada la plañidera Nathalie Crane, descubriendo Nueva York,
feroz y suntuosa, descubriendo y olvidándola.
Alabadas la vicisitud, la duda y la zozobra.
Alabado el castillo inagotable del que mana el agua inagotable.
Alabada la piedra lunar.
Alabada la ilusión que crea dioses y demonios.
Alabado el epitafio de Keats: Su nombre fue escrito en el agua.
Alabada la conjunción “y”.
Alabada Rufina Cambaceres, que conoció el vasto horror
de sus dos muertes.
Alabado un canceroso Villiers de L´Isle Adam,
conde y poeta perdido entre autómatas de hierro.
Alabada la sonrisa del muerto bajo la hierba.
Alabado el sardónice, piedra de la muralla,
Gloria de Aquél que no se nombra.
Alabada la ciudad futura.
Alabada una antorcha, una copa vacía, un cuervo embalsamado
en la casa del sueño.
Alabado el humo desprendido en la hoguera.
Alabados el brebaje de Helena y las venganzas de Dánao.
Alabadas las caravanas del aire, del mar y del barro.
Alabado el padre deforme, el último.
Alabada la torre de todos los enigmas.
Se vierten las plagas sobre los cadáveres
y lo que ha sido escrito se borra en un instante.
¿Cuándo acaba esta trama de maldiciones y de abandonados?
Es visible el misterio.
Tan sólo quería la mayor desnudez, nunca su hora.
SHE DID IT THE HARD WAY
Bette Davis,
quid numinosum
La gota de lepra se derrama en el mapa.
La heredad quema su oprobio
y vuelve viuda a saciarse del pan de sus hijastros.
¡La permanencia, la permanencia, la permanencia fugaz
en la asqueada falsificación del cielo!
¡Aquí esta sangre!
¡El desierto de Lo Suyo -inmisericorde- trepando en las
carnicerías
como si ofreciera las
más tenues migajas de la murga!
Asomada a este reino, Señora de llagado mirar,
con vestidos muy largos
y una estrella rota, blanca y áspera
caída sobre el musgo,
¿qué
escombros irías a reverenciar por la fiesta?
¡Un nido de antífonas para la piel de
trapo!
Asomada
a ese reino, Señora Iniciatoria,
evocatriz y radiante,
muda y
evocatriz,
embrutecida por el
hambre que mana de tus piernas,
entiérrate en viñas de agua oscura
porque el musgo crece.
La trapecista quema su manjar.
¿Ya reverbera otra intercesora
porque dices la canción de cuna de tu tibio cadáver,
dulcísimo?
¿Y el antifaz de
cachorro perdido entre los álamos?
La gota de lepra se derramó en el mapa
y supe de mi corazón.
VISITACIÓN EN ROJO
Mínima desmesura en el iris del viajero.
¿Qué consiente esta fauna girando hasta la extenuación
sin escritura descrifrada
por los basurales del amanecer?
Creíste siempre la historia del traficante de insomnios,
el comensal de usuras,
el avieso del ruego,
el amargo trapecista en el verdín de una noche,
el ruín triturador de la memoria incestuosa.
Ahora lo sabes, vas a saberlo:
un filoso saldo de cuchillos te seguirá
aun entre las tumbas y las comadrejas.
¡La tribu maquilla, al fin,
los jirones de un antifaz en llamas!
Quien oculta su herida o su belleza,
también está usurpando las llaves del reino.