Poemas de:
Laureano Albán

ÍNDICE  
VUELTA A LA PÁGINA PRINCIPAL

Hacia otra Luz Los ínfimos crepúsculos
Revenar Claridad Agonizante
Certidumbre de polvo Certezas de la Tierra
Vestigios más allá del otoño Nocturno de tu boca



Hacia otra Luz
A Ruth y Carlos Bousoño

El otoño se enciende ante mi puerta
como un manso misterio
invocando cegantes lejanías.

Yo reconozco en él lo que no ha sido.
Es casi una pasión transfigurándose
en la móvil frontera de las cosas.
Es un vencido mar que baja al polvo.
En su dormida voz
se agita el tenso límite
de la piedra y la luz

El otoño nos deja la pureza,
nos salva del dolor por milagro.
Arde su luz en nuestra voz incierta
y vence sin herir, sin corromper,
transmutando los sueños
como un espejo de infinita calma
en donde nos miramos reflejados
en otra eternidad.



Los ínfimos crepúsculos
A Conchita Rafael Morales

Amo las cosas que gastadas brillan
como si los crepúsculos se hubieran
quedado en ellas para siempre ardiendo.

Los bordes de las sillas afinados
por la devoción clara de los dedos.
Los vasos transparentes de servir
manantiales destantes.
Los pisos sometidos a la sombra.
Los trajes deshilados por el aire.

Amo su fatigada servidumbre
de diamante apagado,
la sumisa pasión de sus silencios.

Amo su alma de otoño que fue alta
y compartió los ojos del milagro.

Su manera de darnos el olvido,
sin llanto ni violencia,
como una sabia cercanía brillando,
como la mano del amor sin nadie.

Amo los libros viejos
manoseados por la luz,
los guijarros que caben en la mano
donde brillan paisajes lejanísimos.

Porque va hacia el adiós su lenta música
se abrazan a la sombra sin gemir,
callando como el fuego olvidado de las lámparas
que quedan solas al llegar el alba.



Revenar
A Justo Jorge Padrón

Después de haber bebido
el trago largo, espeso, de la furia.
Cuando la mano acepta su destino
de empuñadura de los sueños solos.
Y se alcanza la inútil y vidente
beatitud del mar.

Cuando se entiende
la voluntad total de la mañana.
Y la luz agotada
de las lámparas ciegas de la tarde
nos arrastra, deslumbra y precipita
hacia las consecuencias últimas del llanto.
Es preciso vencer,
ganarle la partida al vínculo perenne
del alma con la muerte.
Restañar los clamores
heridos del recuerdo,
sin más propósito
que el de permanecer
ardiendo, ardiendo.


Claridad Agonizante
A José Luis Cano

El otoño se muere
sin un solo esplendor.
En los árboles raudos de la tarde
permanece su aliento conmovido
como una claridad agonizante.
Es el veloz destino del misterio
apresado en las ramas de la muerte.
De pronto, el viento se distiende y calla
como en un estertor,
sube el frío nocturno hasta los sueños
crispados de las hojas,
caen remolinos de silencio hiriente,
volátiles espejos de la lluvia,
alas nunca soñadas
se apagan y se encienden en el alma,
rostros amados finge el horizonte,
y como si pasara el mar,
el mar más imposible,
se detiene el otoño
y surge la verdad
conmovida del sueño del invierno.



Certidumbre de polvo

Somos una verdad a medias,
por eso algo nos duele siempre demasiado.
¿Y la mirada? Ahí habita el llanto
y un esplendor de ingógnitas cenizas,
insaciable y tenaz como la sombra.

Damos un paso: tiento de tinieblas
al borde del veloz abismo diario,
del furor de la muerte que se apresta
certera a darribar el corazón.

Por eso vuelvo a ti
con tu nombre brillando entre los ojos
contra el vacío sin dios,
y me detengo, certidumbre
de polvo enamorado
ante la muerte que se va llamándonos.



Certezas de la Tierra
A Leopoldo Azancot

La muerte es el perdón. Es el otoño
devolviendo a la sangre su hermosura.
Detiene los relojes del aliento.
Hace bajar los párpados pesantes
de oscura verticalidad,
como un paisaje terminado tarde
alrededor del corazón.

La muerte no corroe, sólo salva
la pureza imposible de las cosas.
Es un gastado espejo
que reflejara apenas los milagros.
Devuelve el fruto a su caída y fija
de un modo permanente
la impermanencia de vivir.

La muerte emprende el mar cada mañana,
le impone un horizonte drrotado,
lo llena de pequeños escombros apagándose.
Y mezcla en él al hombre con sus lágrimas,
al cielo con su precipitada lejanía.
Preserva todo
en la alta urna rota del otoño.

La muerte justifica, da sentido
al sueño que decae entre los ojos.
Es el blanco apagado
en donde acertaremos parasiempre.



Vestigios más allá del otoño
A Francisco Brines

Cuando ya no te queda sino el viento
segado en una mano
y en la otra la luz arde callando,
pues lo has gozado todo, sin quererlo,
como un niño perdido en una fiesta,
y el mundo pende de tus ojos,
sueño vencido por el tiempo,
y te puedes morir transfigurado
sin despertar ni una oración ni un pájaro.

Ya has ganado el silencio,
no el corrupto, el pedestre silencio del olvido,
sino el alma mayor de las palabras
gastadas totalmente.

Has pasado el umbral
y habitas la sagrada zona última.

Has llegado hasta el límite indefenso,
a la altura agotada por los vuelos.
Y debes sonreír, como una máscara
que sube al sacrificio,
siendo temor, difusa pesadumbre
de sueñor que se adentran en la muerte.

Cierras los ojos y entras como un niño
a los lentos rescoldos del otoño,
más allá de lo puro y lo destruído,
salvado tras el último silencio.


Nocturno de tu boca

Hay lunas en la sombra
que vienen del silencio.
Lunas de sólo sed
que me celan besándome.
Lunas que el espejismo
de vivir me dejaron
para siempre empapado
de verdades tan húmedas, y tan fieras,
como la antigua sombra
del cuerpo sobre el cuerpo
en los ríos de la gloria.

Ven y dame la luna-profecía de tu boca.
Su humedad tan secreta que la vida la sueña.

Su pulpa bendecida
por todas las campanas del ayer.

Ah, tu boca, lentísima
como el tiempo en las horas
primeras del olvido.
Bajando a las raíces
como buscando lluvias,
subiendo a los dinteles
del día enarbolado
por la mano del día.

Entre todas las lunas
-espejos de las vidas-
las lunas que un instante
de niebla son verdad
porque el beso las finge
para siempre perfectas.

Entre todas las lunas
que en la noche se mecen,
agoreras, voladas
y anunciando su lenta
pasión contra el olvido.

Entre todas las lunas,
yo prefiero y escojo,
aquí junto a los mares
que me ignoran soñándome;
yo prefiero la luna
de espejos infinitos
de tu boca y tu boca
enfrentando la copa
del olvido del mundo.

Que besar es un viejo
ejercicio de asombros,
que heredamos de todas,
tantas fugas vividas...
Y tú besas. Tu boca
besando dice -¡díme!-
la verdad vencedora
de los besos del tiempo.

Hay lunas en la sombra
que vienen del silencio.
Lunas de sólo sed
que me celan besándome.
Lunas que el espejismo
de vivir me dejaron
para siempre empapado
de verdades tan húmedas, y tan fieras,
como la antigua sombra
del cuerpo sobre el cuerpo
en los ríos de la gloria.

Ven y dame la luna-profecía de tu boca.
Su humedad tan secreta que la vida la sueña.

Su pulpa bendecida

por todas las campanas del ayer.

Ah, tu boca, lentísima
como el tiempo en las horas
primeras del olvido.
Bajando a las raíces
como buscando lluvias,
subiendo a los dinteles
del día enarbolado
por la mano del día.

Entre todas las lunas
-espejos de las vidas-
las lunas que un instante
de niebla son verdad
porque el beso las finge
para siempre perfectas.

Entre todas las lunas
que en la noche se mecen,
agoreras, voladas
y anunciando su lenta
pasión contra el olvido.

Entre todas las lunas,
yo prefiero y escojo,
aquí junto a los mares
que me ignoran soñándome;
yo prefiero la luna
de espejos infinitos
de tu boca y tu boca
enfrentando la copa
del olvido del mundo.

Que besar es un viejo
ejercicio de asombros,
que heredamos de todas,
tantas fugas vividas...
Y tú besas. Tu boca
besando dice -¡díme!-
la verdad vencedora
de los besos del tiempo.


VUELTA A LA PÁGINA PRINCIPAL