WEBMASTER: Jesús Herrera Peña
Romances de Rafael de León
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ÍNDICE

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Profecía Romance de los Ojos Verdes
Romance de "La Lirio" Romance de Aquel Hijo...
Romance Pena y Alegría de Amor
Así te Quiero Romance de la Viuda Enamorada
Romance de la Voz en la Sangre


Profecía

¯«Y me bendijo a mi mare;
y me bendijo a mi mare.
Diez séntimos le di a un pobre
y me bendijo a mi mare.
¡Ay! qué limosna tan chiquita,
qué recompensa tan grande.
¡Qué limosna tan chiquita,
qué recompensa tan grande!»

¿A dónde vas tan deprisa
sin desirme ni ¡con Dió!?
Me puedes mirá de frente,
que estoy enterao de .
Me lo contaron ayer
las lenguas de doble filo,
que te casaste hase un
y me quedé tan tranquilo.
Otro cualquiera en mi caso,
se hubiera echao a llorá,
yo, crusándome de brasos
dije que me daba iguá.
Y de pegarme un tiro
ni liarme a mardisiones
ni apedrear con suspiros
los vidrios de tus barcones.
¿Que t'has casao? ¡Buena suerte!
Vive sien años contenta
y a la hora de la muerte,
Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los artares
mi nombre se te borró,
por la gloria de mi mare
que no te guardo rencor.
Porque sin tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
yo fui quien más t'ha querío,
con eso tengo bastante.
_ _ _

-¿Qué tiene er niño, Malena?
Anda como trastornao,
tié la carilla de pena
y el colorsillo quebrao.
Y ya no juega a la tropa,
ni tira piedras al río,
ni se destrosa la ropa
subiéndose a coger níos.
¿No te parese a ti extraño,
no ves una cosa rara
que un chaval de dose años
lleve tan triste la cara?
Mira que soy perro viejo
y estás demasiao tranquila.
¿Quieres que te dé un consejo?
Vigilia, mujé, ¡vigila!

Y fueron dos sentinela
los ojitos de mi mare.
-Cuando sale de la escuela
se va pa los olivare.
-Y ¿qué busca allí? -Una niña,
tendrá el mismo tiempo que él.
José Migué, no le riñas,
que está empesando a queré.
Mi pare ensendió un pitillo,
se enteró bien de tu nombre,
te regaló unos sarsillos
y a mí un pantalón de hombre.

Yo no te dije "te adoro"
pero amarré en tu barcón
mi laso de seda y oro
de primera comunión.
Y tú, fina y orgullosa,
me ofresiste en recompensa
dos sintas color de rosa
que engalanaban tus trensas.
-Voy a misa con mis primos.
-Bueno, te veré en la hermita.
Y qué serios nos pusimos
al darte el agua bendita.
Mas luego en el campanario,
cuando rompimos a hablar:
-Dise mi tita Rosario
que la sigüeña es sagrá,
y el colorín, y la fuente,
y las flores, y el rosío,
y aquel torito valiente
que está bebiendo en el río;
y el bronse de esta campana,
y el romero de los montes,
y aquella línea lejana
que la llaman... ¡horisonte!
¡Todo es sagrao: tierra y sielo
porque así lo quiso Dió!
¿Qué te gusta más? -Tu pelo.
¡Qué bonito me salió!
-Pues, ¿y tu boca, y tus brasos,
y tus manos reonditas,
y tus pies fingiendo el paso
de las palomas suritas?
Con la puresa de un copo
de nieve te comparé;
te revestí de piropos
de la cabesa a los pié.
A la vuerta te hise un ramo
de pitiminí,  presioso
y a luego nos retratamos
en las agüitas de un poso.
Y hablando de estas pamplinas
que inventan las criaturas,
llegamos hasta tu esquina
cogíos por la sintura.
Yo te pregunté: -¿En qué piensas?
Tú dijiste: -En darte un beso.
Y yo sentí una vergüensa
que me caló hasta los huesos.
De noche, muertos de luna,
nos vimos por la ventana.
-¡Chssss! Mi hermaniyo está en la cuna,
le estoy cantando la nana.

¯«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».

Y mientras que tú cantabas
yo, inosente me pensé
que nos casaba la luna
como a marío y mujé.

¡Pamplinas! ¡Figurasiones
que se inventan los chavales!
Después la vida se impone:
tanto tienes, tanto vales;
por eso, yo al enterarme
que llevas un mes casá,
no dije que iba a matarme,
sino que me daba iguá.
Mas como es rico tu dueño,
te vendo esta profesía:
tú, por la noche, entre sueños
soñarás que me querías,
y recordarás la tarde
que mi boca te besó
y te llamarás "¡cobarde!"
como te lo llamo yo.
Y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo chico
y se llevó la sigüeña
mi corasón en su pico.
Pensarás: "no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando";
pero allá en la madrugá
te despertarás llorando,
por el que no es tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querío.
Con eso tengo bastante.
Por lo demás,se orvía.
Verás cómo Dios te manda
un hijo como una estrella;
avísame de seguía,
me servirá de alegría
cantarle la nana aquella:

¯«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».

Pensarás: "no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando".
Pero allá en la madrugá
te despertarás llorando.

Porque sin sé tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
yo soy... quien más t'ha querío...
¡Con eso tengo bastante!

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Romance de los ojos verdes


-¿De dónde vienes tan tarde?
¡Dime, di! ¿De dónde vienes?
-Vengo de ver unos ojos
verdes como el trigo verde.
El sueño juega y se esconde
en la plaza de mi frente;
cabalgo por las ojeras
de unos ojos en relieve.
El cuarto se va llenando
de mar, de barcos y peces,
acuarium improvisado
sobre el barniz de los muebles,
mientras que la media luna
de junio roja y solemne
se suicida sobre el filo
de la mañana que viene.
-¿De dónde vienes cantando?
¡Dime, di! ¿De dónde vienes?
-Vengo de ver unos ojos
verdes como el limón verde.
Por el río de la siesta
pasa un pregón hecho nieve
persianas atravesando:
"¡Chumbos frescos, ¿quién los quiere?!"
La sábana de la cama
en silencio se defiende
amortajando suspiros
bajo la cal de sus pliegues
contra dos cuerpos desnudos
que su blancura oscurece;
muslos de trigo en mis muslos
brazos delgados y ardientes
que como ríos morenos
iluminados de fiebre
se precipitan sin pulso
por la llanura del vientre
en una lucha romana
de mirtos y de laureles.
-¿Dónde naciste? -En Tarifa,
¿Y tú? -En Sevilla. Mis sienes
están preñadas de olivos
como tus ojos de verdes.
El silencio apuñalado
vuelve a sembrar las paredes
y un sueño de torres altas
y de relojes ausentes
sobre la cama cansada
echa su capa de nieve.
-¿De dónde vienes borracho?
¡Dime, di! ¿De dónde vienes?
-Vengo... vengo de la viña
y el olivarito verde.
-¿Qué mala hierba pisaste,
quién te atravesó las sienes
con ese mal fario...? ¡Dime!
-Son las cosas de la suerte,
unos la encuentran de espaldas,
otros la encuentran de frente,
y yo me encontré a sus ojos
verdes como el trigo verde.
-¿Quieres que te haga una taza
de hierbabuena caliente?
-Quiero su voz, luna y plata
diciéndome que me quiere.
-¿Quieres que te ate un pañuelo
y te lo anude a la frente?
-Quiero sus brazos de trigo
y su cintura de aceite.
-¿Quieres que cante una nana
para ver si así te duermes?
-Quiero sentirme en el cuello
su aliento de flauta breve.
-Entonces... mi corazón,
dime, ¡por Dios! lo que quieres.
-Quiero sus ojos. Sus ojos
verdes como el trigo verde,
como el limón y la albahaca,
como el mar y los cipreses,
el romero y los laureles...
Si no me traes sus ojos,
¡dile que venga la muerte!


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Romance de "La Lirio"

Por la arena de la playa
va con un hombre "la Lirio".
La tarde pone en sus ojos
un barco de plata y vidrio,
mientras que Cádiz se enciende
a lo lejos como un cirio,
en un altar encalado
de torres en equilibrio.

-No sé qué sería de mí
si me dejaras, mocito-,
suspira dulce y lejana
y en un sollozo, "la Lirio".

El hombre moreno y alto
con voz de viento salino
le dice mientras su talle
aprieta como un jacinto:
-Llevo tu nombre en el brazo
tatuado desde niño
y en el corazón un ancla
de juramento perdido.

Por la arena de la playa
viene cantando un chiquillo:

¯La Lirio, la Lirio tiene,
tiene una pena la Liro
y se le han puesto las sienes
moraítas de martirio¯

Cádiz, de cal, a lo lejos,
huele a guitarra y a vino.
"La Bizcocha" es una vaca
con sortijas en los dedos,
voz de aguardiente de Rute
y cintura de brasero.
"La Bizcocha" lleva siempre
en su labio amarillento
una colilla colgada
y una blasfemia en acecho.

-¿No vino "la Lirio"?
-No-,
responde una voz en eco
Mardita sea...!
La colilla
cae de los labios al suelo,
como un sucio equilibrista
que cayera de un trapecio.
Y por la taberna va
un taco de carretero
que se clava en la flamenca
de un cartel de toros viejo.

En una mesa, con sorna,
canta un viejo marinero:

¯Se dice si es por un hombre,
se dice que si es por do;
pero la verdá del cuento
¡Ay, Señó de los tormentos!
la saben la Lirio y Dió¯

Sobre el mostrador, borracha,
"La Bizcocha" está durmiendo
un sueño de peluconas
con "la Lirio" de por medio.


-¿Estará el barco en la playa?
-Estará al amanecer...
-Pos descanse usía tranquilo,
que allí se la llevaré.
-¿Y si ella no quiere, vieja?
-Poco sabe su mersé
de las razones que tiene
mi "menda" pa convensé...
¡Sincuenta moneas de oro!
¡Vaya rasones, y olé!

Y una voz entre la sombra
termina el romance aquel:

¯Qu fue con un bebediso
de menta y ajonjolí;
que fue una noche de luna,
que fue una tarde de abrí¯

-¿Dónde está mi blanca novia,
dónde está que no la veo?

(Un barco en la madrugada
se va perdiendo a lo lejos...)

-¿Dónde está "la Lirio", dónde,
que yo sin verla me muero?

(Mocito, busca otra novia
porque esa tiene ya dueño
y va en un trono de espuma
navegando mar adentro...)

-Mira su nombre en mi brazo,
sobre mis venas latiendo,
y en mi pulso y en mi lengua
y en la punta de mis dedos.

(Para tapar ese nombre
ponte un brazalete negro...)

-¡Mira que la llevo aquí
crucificada en mis centros!

(Arráncate las entrañas
y da tu dolor al viento...)

¡Mira que de no mirarla
me estoy muriendo y muriendo!

(Pues encomienda tu alma
porque ese amor está muerto...)

Amarga, de Puerta Tierra,
viene la voz de un flamenco:

¯A la mar maera,
y a la Virgen, cirio,
y pa duquitas, mare de mi arma,
pa duquitas negras,
las que tié la Lirio¯

Caminito de las Indias
un barco se va perdiendo.
"La Lirio" corta sus trenzas
con tijeritas de acero,
llenando el mar de suspiros
y el aire de juramentos,
mientras que, roto, en la playa
-veleta de amores muertos-,
clavando su desengaño
en la Rosa de los Vientos,
moreno de sal y luna,
llora y llora un marinero.

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Romance de aquel hijo que no tuve contigo

Hubiera podido ser
hermoso como un jacinto
con tus ojos y tu boca
y tu piel color de trigo,
pero con un corazón
grande y loco como el mío.
Hubiera podido ir,
las tardes de los domingos,
de mi mano y de la tuya,
con su traje de marino,
luciendo un ancla en el brazo
y en la gorra un nombre antiguo.
Hubiera salido a ti
en lo dulce y en lo vivo,
en lo abierto de la risa
y en lo claro del instinto,
y a mí... tal vez que saliera
en lo triste y en lo lírico,
y en esta torpe manera
de verlo todo distinto.
¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!
Tres caballos, dos espadas,
un carro verde de pino,
un tren con cuatro estaciones,
un barco, un pájaro, un nido,
y cien soldados de plomo,
de plata y oro vestidos.
¡Ay, qué cuarto con juguetes,
amor, hubiera tenido!
¿Te acuerdas de aquella tarde,
bajo el verde de los pinos,
que me dijiste: -- ¡Qué gloria
cuando tengamos un hijo! ?
Y temblaba tu cintura
como un palomo cautivo,
y nueve lunas de sombra
brillaban en tu delirio.
Yo te escuchaba, distante,
entre mis versos perdido,
pero sentí por la espalda
correr un escalofrío...
Y repetí como un eco:
"¡Cuando tengamos un hijo!..."
Tú, entre sueños, ya cantabas
nanas de sierra y tomillo,
e ibas lavando pañales
por las orillas de un río.
Yo, arquitecto de ilusiones
levantaba un equilibrio
una torre de esperanzas
con un balcón de suspiros.
¡Ay, qué gloria, amor, qué gloria
cuando tengamos un hijo!
En tu cómoda de cedro
nuestro ajuar se quedó frío,
entre azucena y manzana,
entre romero y membrillo.
¡Qué pálidos los encajes,
qué sin gracia los vestidos,
qué sin olor los pañuelos
y qué sin sangre el cariño!
Tu velo blanco de novia,
por tu olvido y por mi olvido,
fue un camino de Santiago,
doloroso y amarillo.
Tú te has casado con otro,
yo con otra hice lo mismo;
juramentos y palabras
están secos y marchitos
en un antiguo almanaque
sin sábados ni domingos.
Ahora bajas al paseo,
rodeada de tus hijos,
dando el brazo a... la levita
que se pone tu marido.
Te llaman doña Manuela,
llevas guantes y abanico,
y tres papadas te cortan
en la garganta el suspiro.
Nos saludamos de lejos,
como dos desconocidos;
tu marido sube y baja
la chistera; yo me inclino,
y tú sonríes sin gana,
de un modo triste y ridículo.
Pero yo no me doy cuenta
de que hemos envejecido,
porque te sigo queriendo
igual o más que al principio.
Y te veo como entonces,
con tu cintura de lirio,
un jazmín entre los dientes,
de color como el del trigo
y aquella voz que decía:
"¡Cuando tengamos un hijo!..."
Y en esas tardes de lluvia,
cuando mueves los bolillos,
y yo paso por tu calle
con mi pena y con mi libro
dices, temblando, entre dientes,
arropada en los visillos:
"¡Ay, si yo con ese hombre
hubiera tenido un hijo!..."

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Romance

Yo me acerqué hasta tu vera
con miedo, ¿por qué negarlo?
En las sienes me latían
cincuenta y dos desengaños;
gris de paisaje en los ojos,
risas sin sol en los labios,
y el corazón jadeante
como un pájaro cansado.
Yo me acerqué hasta tu vera
con miedo, ¿por qué negarlo?
Te reventaba en la boca
un clavel de veinte años
y en la mejilla un süave
melocotón sonrosado.
Cuando dijistes: "Te quiero"
fue tu voz igual que un caño
de agua fresca en una tarde
calurosa de verano.
Se me echó encima el cariño
lo mismo que un toro bravo
y quedé sobre la arena
muerto de amor y sangrando
por cuatro bersos lentísimos
que me brindaron tus labios.
De la sien a la cintura,
de la garganta al costado.
¡Qué boda sin requilorios
sobre la hierba del campo!
¡Qué marcha nupcial cantaba
el viento sobre los álamos!
¡Qué luna grande y redonda
iluminó nuestro abrazo,
y qué olor el de tu cuerpo
a trigo recién cortado!
El pueblo, a las dos semanas
hizo lengua en los colmados,
en las barandas del río,
en la azotea, en los patios,
en las mesas del casino
y en los surcos del arado:
"Un hombre que peina canas
y que le dobla los años".
Es cierto que peino canas
pero en cambio, cuando abrazo
soy lo mismo que un olivo,
igual que un ciprés sonámbulo,
Cristobalón de aguas puras
que atraviesa el río a nado
si ve en la orilla unos ojos
o una boca hecha de nardos,
para cortarle el suspiro
con el calor de mis labios.
Que me escupan en la frente,
que me pregonen en bandos,
que vayan diciendo y digan.
Tú conmigo; yo a tu lado
respirando de tu aliento,
yendo al compás de tus pasos,
refrescándome las sientes
en la palma de tu mano.
Centinela de tus sueños,
hombro para tu descanso,
Cirineo de tus penas
Y San Juan de tu calvario
para quererte y tenerte
en la noche de mis brazos.
¡¿Qué importa que haya cumplido
cincuenta y pico de años?¡
¿En qué código de amores,
en qué partida de cargos,
hay leyes que determinen
la edad del enamorado?
En cariños no hay fronteras,
ni senderos, ni vallados,
que el cariño es como un monte
con un letrero en lo alto
que dice sólo: "¡Te quiero!"
Y colorín colorado.


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Pena y Alegría del Amor

Mira cómo se me pone
la piel, cuando te recuerdo...


Por la garganta me sube
un río de sangre fresco,
de la herida que atraviesa,
de parte a parte mi cuerpo.
Tengo clavos en las manos,
y cuchillos en los dedos,
y en mi sien, una corona
hecha de alfileres negros.


Mira cómo se me pone
la piel ca vez que me acuerdo
que soy un hombre casao
¡y sin embargo, te quiero!


Entre tu casa y mi casa
hay un muro de silencio;
de ortigas y de chumberas,
de cal de arenas y de viento,
de madreselvas oscuras
y de vidrios en acecho.
Un muro para que nunca
lo pueda saltar el pueblo,
que anda rondando la llave
que guarda nuestro secreto.
Y yo bien sé que me quieres,
y tú sabes que te quiero,
y lo sabemos los dos,
y nadie puede saberlo...


¡Ay, pena, penita, pena
de nuestro amor en silencio!
¡Ay, qué alegría, alegría
quererte como te quiero!


Cuando por la noche a solas,
me quedo con tu recuerdo,
derribaría la pared
que separa nuestro sueño.
Rompería con mis manos
de tu cancela los hierros
con tal de verme a tu vera,
tormento de mis tormentos,
y te estaría besando
hasta quitarte el aliento.
Y luego... ¡qué se me da
quedarme en tus brazos, muerto!...


¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!
Nuestro amor es agonía,
luto, angustia, llanto, miedo,
muerte, pena, sangre, vida,
luna, rosa, sol y viento.
Es morirse a cada paso
y seguir viviendo, luego,
con una espada de punta
siempre pendiente del techo.


Salgo de mi casa al campo
sólo con tu pensamiento,
por acariciar a solas
la tela de aquel pañuelo
que se te cayó un domingo
cuando venías del pueblo,
y que no te he dicho nunca,
mi vida, que yo lo tengo;
y lo estrujo entre mis manos
lo mismo que un limón nuevo,
y miro tus iniciales,
y las repito en silencio
para que ni el campo sepa
lo que yo te estoy queriendo...


Ayer, en la Plaza Nueva,
- vida, no vuelvas a hacerlo-
te vi besar a mi niño,
a mi niño, el más pequeño,
y cómo lo besarías,
¡ay, Virgen de los Remedios!
que fue la primera vez
que a mí distes un beso.
Llegué corriendo a mi casa
alcé mi niño del suelo
y, sin que nadie me viera,
como un ladrón en acecho,
en su cara de amapola
mordió mi boca tu beso,


¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!


Mira: pase lo que pase,
aunque se hunda el firmamento,

aunque tu nombre y el mío
lo pisoteen por el suelo,
y aunque la tierra se abra,
aun cuando lo sepa el pueblo
y pongan nuestra bandera
de amor a los cuatro vientos,
¡sígueme queriendo así
tormento de mis tormentos!


¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!

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ASÍ TE QUIERO
                                                  A Conchita Piquer


El día trece de julio
yo me tropecé contigo.

Las campanas de mi frente,
amargas de bronce antiguo,
dieron al viento tu nombre
en repique de delirio.
Mi corazón de madera
muerto de flor y de nidos,
floreció en un verde nuevo
de naranjos y de gritos,
y por mi sangre corrió
un toro de escalofrío,
que me dejó traspasado
en la plaza del suspiro.

¡Ay trece, trece de julio,
cuando me encontré contigo!

¡Ay, tus ojos de manzana
y tus labios de cuchillo
y las nueve, nueve letras
de tu nombre sobre el mío
que borraron diferencias
de linaje y apellido!

¡Bendita sea la madre,
la madre que te ha parido,
porque sólo te parió
para darme a mí un jacinto,
y se quedó sin jardines
porque yo tuviera el mío!

¿Quieres que me abra las venas
para ver si doy contigo?
¡Pídemelo y al momento
seré un clavel amarillo!
¿Quieres que vaya descalzo
llamando por los postigos?

¡Dímelo y no habrá aldabón
que no responda a mi brío!
¿Quieres que cuente la arena
de los arroyos más finos?
Haré lo que se te antoje,
lo que mande tu capricho,
que es mi corazón cometa
y está en tu mano el ovillo;
que es mi sinrazón campana
y tu voluntad sonido.

Nunca quise a nadie así;
voy borracho de cariño,
desnudo de conveniencias
y abroquelado de ritmos
como un Quijote de luna
con armadura de lirios.

Te quiero de madrugada,
cuando la noche y el trigo
hablan de amor a la sombra
morena de los olivos;
cuando se callan los niños
y las mocitas esperan
en los balcones dormidos;
te quiero siempre: mañana,
tarde, noche... ¡por los siglos,
de los siglos! ¡Amén! Te
querré constante y sumiso,
y cuando ya me haya muerto
antes que llegue tu olvido,
por la savia de un ciprés
subiré delgado y lírico,
hecho solamente voz
para decirte en un grito:
¡Te quiero! ¡Te quiero muerto
igual que te quise vivo!


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ROMANCE DE LA VIUDA ENAMORADA

Siempre pegada a tu muro
y al filo de tus almenas;
siempre rondando el castillo
de tu amor; siempre sedienta
de una sed mala y amarga
de desengaño y arena.

¿Por qué te querré yo tanto?
¿Por qué viniste a mi senda?
¿Quién hizo brillar tus ojos
en la noche de mi pena?
¿Qué lluvia de mal cariño
quiso convertirme en yedra,
que va creciendo y creciendo
pegada a tu primavera?

¡Ay, qué montaña de amor
tengo sobre mi cabeza!
¡Ay, qué río de suspiros
pasa y pasa por mi lengua!

Yo estaba en mis campos hondos,
allí en Castilla la Vieja,
durmiéndome entre molinos
y coplas rubias de siega
y era mi vida una noria
monótona y polvorienta.

Mis hijos venían del campo
con sus camisas abiertas
y en el pulso de sus hombros
reclinaba mi cabeza.
Así, un día y otro día,
allí en Castilla la Vieja...

Una tarde (por los nardos
subía la primavera...)
una tarde vi tu sombra
que venía por la senda
dentro de un traje de pana,
tres vueltas de faja negra
y una voz dura y redonda
lo mismo que una pulsera.

-Buenas tardes, ¿Hay trabajo?
-Sí- te dije toda llena
de un escalofrío lento
que me sacudió las venas
y que me quitó de encima
diez años de vida muerta,
bordando en mi enagua oscura
una rosa dulce y tierna.

-Está bien- fueron tus gracias,
y, doblando la chaqueta,
te sentastes a mi lado
en el borde de la senda.

Vive este amor de silencio
y entre silencio se quema,
en una angustia de horas
y en un sigilo de puertas.
El pueblo ya lo murmura
en una copla que rueda
todo el día por el campo
y, de noche, en la taberna.

Dicen que si soy vïuda,
y sacan el muerto a cuestas;
dicen que si por mis hijos
me debía dar vergüenza...

Dicen, tantas cosas, tantas
que las paredes se llenan
de vidrios y maldiciones
y hasta a veces de blasfemias.

Mi hijo el mayor (veinte años,
dulce y moreno) con pena
me habló esta mañana: -Madre,
ese traje no te sienta,
ni esas flores, ni ese pelo,
ni ese pañuelo de hierbas...
Yo no me atreví a mirarlo
y me sentí muy pequeña,
como si fuese mi madre
la que hablándome estuviera.

-Por nosotros, tú no debes
vestirte de esa manera...

¡Ay, por vosotros! Os di
todo el trigo de mi era;
todavía de vosotros
mi cintura tiene huellas
¡Sangre mía que anda y vive
y a mí me va haciendo vieja!

¿Pero es que yo ya no tengo
derecho a querer? ¿Qué ciega
ley me prohíbe que al sol
deje mis rosas abiertas?
¿Y que me mire al espejo
y que me vista de fiesta
y que en mi jardín antiguo
florezca la primavera...?

¡Ay, qué montaña de amor
tengo sobre la cabeza!

¡Ay, qué río de suspiros
pasa y pasa por mi lengua!

¡Canten, hablen, cuenten, digan,
pueblo, niños, hombres, viejas,
que yo de tanto quererle
no sé si estoy viva o muerta!

¡Quiero y quiero y quiero y quiero!
Están en flor mis macetas;
cien ruiseñores heridos
cantan amor en mis venas
y me duele la garganta
y está mi voz hecha piedra
de tanto decir: "¡Te quiero
como a ninguno quisiera!"

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ROMANCE DE LA VOZ EN LA SANGRE

Fue hacia la tercera luna
cuando lo sintió en los centros.
Estaba sobre la hierba,
tumbada de cara al cielo
—viendo la tarde morirse
sobre sus ojos abiertos—
cuando notó en la cintura
como un pájaro pequeño,
que aleteó por lo oscuro
de su vientre unos momentos,
y luego vino a pararse
sobre su talle, en silencio...
Fue hacia la tercera luna
cuando lo sintió en los centros...
Un ¡ay! de gozo y asombro
y otro de duda y recelo
salieron de su garganta.
Las palomas de su pecho
se erizaron de blancura,
y un temblor de alumbramiento
sacudió de sur a norte
todo el mapa de su cuerpo
e hizo crujir entre sombras
las ramas de su esqueleto...
En un brinco de gacela
se ha levantado del suelo
y ha echado a andar lentamente
por la vereda de cedros.
Parece tallada en tierra
la cara de Sacramento.
—Iré a ver a la Jacinta
lo mismo que otras lo hicieron...
Ella conoce las plantas
y sabrá darme el remedio...
—¿No te da pena matarme
antes de nacer...?
¡Qué miedo
le dio al escuchar la voz
que le salía al encuentro,
envuelta en hilos de sangre
cortando su propio aliento!
—¿Quién eres que así me hablas...?
—Ahora, nadie... casi un sueño;
mañana, si tú me dejas,
un hombre de cuerpo entero...
—¿Y qué voy a hacer, mi niño?
—Parirme como un almendro
en la mitad de la cama
con las entrañas ardiendo.
—¿Pero y mi honra?
—Tu honra
la limpiaré con mis besos:
las madres después del parto
quedan igual que un espejo...
—Pero me faltan seis meses,
seis plenilunios completos
frente a los ojos que miran
y las bocas de veneno.
—¿Y a ti qué te importa nadie?
Ponte delante del pueblo
y escúpele la belleza
de llevar un hijo dentro.
—¡Temo a las lenguas cobardes!
—Y en cambio no te da miedo
ir a buscar una planta
de sombra —flor de silencio—,
para derramar mi vida
por el primer sumidero
y que no quede del hijo
ni una fecha ni un recuerdo...
—¡Calla!
—No puedo callarme.
Una perra no haría eso:
me lamería los ojos
hasta que los fuera abriendo...
Pondría mi piel süave
lo mismo que el terciopelo
y luego ya, sin saliva,
con los dientes en acecho,
se tumbaría a mi lado
hecha un río dulce y tierno,
para que yo la dejara
hasta sin cal en los huesos.
—¡Por Dios!
—Por Él, yo te pido
que no me dejes sin cielo.
Corta sábanas de holanda;
borda pañales de céfiro;
aprende nanas azules
y planta naranjos nuevos...,
y cuando me hayas parido
como a un torito pequeño,
abre puertas y ventanas,
que me contemplen durmiendo
lo mismo que un patriarca
en el valle de tus pechos...
La voz se apagó en la sangre;
la cara de Sacramento
parece como de barro
de oscura que se le ha puesto,
y con sus manos sin pulso
se toca el vientre moreno...
¡Ay qué monte de alegría!
¡Qué rosal al descubierto!
¡Qué luna bajo la falda!
¡Qué lirio de tallo inquieto!
—¡Yo te juro, amor —mi niño—,
por mis vivos y mis muertos,
que te he de parir un día
sonámbula de contento,
aunque me escupan a una
todas las lenguas del pueblo!

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