VUELTA A LA PÁGINA PRINCIPAL

***

José de Espronceda 


El Diablo Mundo


CORO DE DEMONIOS

Boguemos, boguemos, 
la barca empujad, 
que rompa las nubes, 
que rompa las nieblas, 
los aires las llamas, 
las densas tinieblas, 
las olas del mar. 
Boguemos, crucemos 
del mundo el confín; 
que hoy su triste cárcel quiebran 
libres los diablos en fin, 
y con música y estruendo 
los condenados celebran, 
juntos cantando y bebiendo, 
un diabólico festín. 


EL POETA

¿Qué rumor 
lejos suena, 
que el silencio 
en la serena 
negra noche interrumpió? 
¿Es del caballo la veloz carrera, 
tendido en el escape volador, 
o el áspero rugir de hambrienta fiera, 
o el silbido tal vez de aquilón? 
¿O el eco ronco del lejano trueno 
que en las hondas cavernas retumbó, 
o el mar que amaga con su hinchado seno, 
nuevo Luzbel, al trono de su Dios? 
Densa niebla 
cubre el cielo, 
y de espíritus 
se puebla 
vagarosos, 
que aquí el viento 
y allí cruza 
vaporosos 
y sin cuento 
y aquí tornan, 
y allí giran, 
ya se juntan, 
se retiran, 
ya se ocultan, 
ya aparecen, 
vagan, vuelan, 
pasan, huyen, 
vuelven, crecen, 
disminuyen, 
se evaporan 
se coloran, 
y entre sombras 
y reflejos, 
cerca y lejos 
ya se pierden; 
ya me evitan 
con temor 
ya se agitan 
con furor, 
en aérea danza fantástica 
a mi alrededor, 
vago enjambre de vano fantasmas 
de formas diversas, de vario color 
en cabras y sierpes montados y en cuervos 
y en palos de escobas; con sordo rumor: 
baladros lanzan y aullidos, 
silbos, relinchos, chirridos, 
y en desacordado estrépito, 
el fantástico escuadrón 
mueve horrenda algarabía, 
con espantosa armonía 
y horrísona confusión. 
Del toro ardiente al mugido 
responde en ronco graznar 
la Malhadada corneja, 
y al agorero cantar 
de alguna hechicera vieja, 
el gato bufa y maúlla, 
el lobo erizado aúlla, 
ladra ruidos, voces y acentos 
mil se mezclan y confunden, 
y pavor y miedo infunden 
los bramidos de los vientos, 
que al mundo amagan su fin 
en guerra los elementos. 
Relámpago rápido 
del cielo las bóvedas 
con luz rasga cárdena, 
y encima descúbrese 
jinete fantástico, 
quizá el genio indómito 
de la tempestad. 
De cien truenos juntos retumba el fragor 
en bosques, montañas, cavernas, torrentes 
quizá son el miedo los genios potentes 
que el cántico entonan de espanto y terror. 
Lanzando bramidos hórridos, 95 
y tronchando añosos árboles, 
irresistible su ímpetu, 
teñida en colores lívidos, 
gigante forma flamígera 
cabalga en el huracán. 
Quizá el genio de la guerra, 
cuya frente tornasola 
con roja vaga aureola 
el relámpago fugaz. 
Aquí retiembla la tierra, 
allí rebrama la mar, 
altísima catarata 
zumba y despéñase allá; 
allí torrentes de lava 
lanza mugiente volcán; 
aquí agita en la tempestad, 
y agua, fuego, peñas, árboles 
ávida sorbe al pasar; 
allí colgada la luna, 
con torva, cárdena faz, 
triste, fatídica, inmóvil 
en la inmensa oscuridad, 
más entristece que alumbra, 
cual lámpara sepulcral; 
allí bramidos de guerra 
se escuchan, y el golpear 
del acero, y de las trompas 
el estrépito marcial; 
aquí relinchar caballos 
y estruendo de pelear; 
allí retumban cañones, 
lamentos suenan allá, 
y alaridos, voces, ayes, 
y súplicas y llorar; 
aquí desgarradas músicas 
y cantares; acullá 
ruido de gentes que danzan 
con bullicioso compás; 
acá risas y murmullos, 
riñas y gritos allá; 
allí el estruendo se escucha 
de amotinada ciudad, 
carcajadas, orgías, brindis, 
y maldecir y jurar; 
aquí el susurro entre flores 
del cefirillo galán, 
allí el eco interrumpido 
de algún suspiro fugaz 
ora un beso, una palabra, 
de alguna trova el final; 
todo en confusa discordia 
se oye a un tiempo del mundo, 
breve compendio del mundo, 
la tartárea bacanal, 
y trastornan y confunden 
tanto estrépito a la par; 
y aturden, turban, marean 
tanta visión, tanto afán. 


UN CORO 


Allá va la nave: 
¿quién sabe do va? 
¡Ay!, ¡triste el que fía 
del viento y la mar! 


UNA VOZ 


¿Qué importa? El destino 
su rumbo marcó. 
¿Quién nunca sus leyes 
mudar alcanzó? 
Allá va la nave; 
bogad sin temor, 
ya el aura la arrulle, 
ya silbe Aquilón. 


CORO 2.º 


Venid, levantemos 
segunda Babel, 
el velo arranquemos 
que esconde el saber. 


UNA VOZ 


Verdad, te buscamos, 
osamos subir 
al último cielo 
volando tras ti, 
con noble avaricia 
y ansia sin fin 
de ver cuanto ha sido 
y está por venir. 


CORO 3.º 


Mentira, tú eres 
luciente cristal, 
color de oro y nácar 
que encanta al mirar. 


UNA VOZ 


Feliz a quien meces. 
Mentira en tus sueños, 
tú sola halagüeños 
placeres nos das, 
¡ay!, ¡nunca busquemos 
la triste verdad! 
La más escondida 
tal vez, ¿qué traerá? 
¡Traerá un desengaño! 
¡Con él un pesar! 




Varias voces


VOZ 1.ª 


Yo combato por la gloria. 
Su corona es de laurel, 
cántame versos, poeta, 
póstrate, mundo, a mis pies. 


VOZ 2.ª 


Yo levantaré un palacio 
que oro y perlas ornarán; 
príncipes serán mis siervos; 
el pueblo, Dios me creará. 


VOZ 3.ª


Venid, hermosas, a mí, 
dadme deleite y amor, 
voluptuosa pereza, 
besos de dulce sabor; 
y entre perfumes y aromas, 
bullentes vinos; y al son 
del arpa, blanda me arrulle 
y armoniosa vuestra voz. 


VOZ 4.ª 


Venid, empujadme, 
la cima toqué. 
Subidme, que luego 
la mano os daré. 


VOZ 5.ª 


¡Ay!, yo caí de la elevada cumbre 
en honda sima que a mis pies se abrió. 
¡Grande es mi pena, larga mi agonía!... 
¡Una mano!, ¡ayudadme!, ¡compasión! 


VOZ 6.ª


Errante y amarrado a mi destino 
vago solo y en densa oscuridad. 
¡Siempre viajando estoy, y mi camino 
ni descanso ni término tendrá! 


VOZ 7.ª 


Sin pena vivamos 
en calma feliz 
gozar es mi estrella, 
cantar y reír. 


VOZ 8.ª 


¿Quién calmará mi dolor? 
¿Quién enjugará mi llanto? 
¿No habrá alivio a mi quebranto? 
¿Nadie escucha mi clamor? 



EL POETA


¿Dónde estoy? Tal vez bajé 
a la mansión del espanto, 
tal vez yo mismo creé 
tanta visión, sueño tanto, 
que donde estoy ya no sé. 
Hórrida turba, quizá, 
que en tormenta y confusión 
a anunciar al mundo va 
su ruina y desolación, 
mensajeros de Jehová: 
¿Quiénes sois, genios sombríos 
que junto a mí os agolpáis? 
¿Sois vanos delirios míos, 
o sois verdad? ¿Qué buscáis? 
¿Qué queréis? ¿Adónde vais? 
Mas de la Célica cumbre 
llameante catarata 
en ondas de viva lumbre 
súbito miro saltar. 
Y ola tras ola de fuego 
vuela en el aire y se alcanza 
con estruendo y furor ciego, 
como despeñado mar. 
Y al hondo abismo en seguida 
se precipita y se pierde 
la catarata encendida 
que en arco rápido cae. 
Océano inmenso volcado 
rojos los aires incendia, 
en tumbos arrebatado 
recia tormenta lo trae, 
y en medio negra figura 
levantada en pie se mece, 
de colosal estatura 
y de imponente ademán. 
Sierpes son su cabellera 
que sobre su frente silban, 
su boca espantosa y fiera 
como el cráter de un volcán. 
De duendes y trasgos 
muchedumbre vana 
se agita y se afana 
en pos su señor. 
Y allí entre las llamas 
resbalan, se lanzan, 
y juegan y danzan 
saltando en redor. 
Bullicioso séquito 
que vienen y van, 
visiones fosfóricas, 
ilusión quizá. 
Trémulas imágenes 
sin marcada faz, 
su voz sordo estrépito 
que se oye sonar, 
cual zumbido unísono 
de mosca tenaz. 
Allí entre las llamas 
hirviendo en montón, 
no cesa su ronco 
monótono son, 
murmurando a un tiempo mismo 
todos juntos y a una voz, 
y apareciéndose súbito 
ora fuego, ora vapor. 
Tendió una mano el infernal gigante 
y la turba calló; y oyóse sólo 
en silencio el estrépito atronante 
del flamígero mar; luego un acento 
claro, distinto, rápido y sonoro 
por la vaga región cruzó del viento 
con rara melancólica armonía, 
que brotaba doquiera, 
y un eco en derredor lo repetía. 
Voz admirable y vaga, y misteriosa, 
viene de allá del alto firmamento, 
crece bajo la tierra temblorosa, 
vaga en las alas del callado viento. 
Voz de amargo placer, voz dolorosa, 
incomprensible mágico portento, 
voz que recuerda al alma conmovida, 
el bien pasado y la ilusión perdida. 
«¡Ay!», exclamó, con lamentable queja, 
y en torno resonó triste gemido, 
como el recuerdo que en el alma deja 
la voz de la mujer que hemos querido. 
«¡Ay!, ¡cuán terrible condición me aqueja 
para llorar y maldecir nacido, 
víctima yo de mi fatal deseo, 
que cumplirse jamás mis ansias veo! 
»¿Quién es Dios? ¿Dónde está? Sobre la cumbre 
de eterna luz que altísima se ostenta, 
tal vez en torno de celeste lumbre 
su incomprensible majestad se asienta; 
de muchos mil la inmensa y pesadumbre 
con su mano tal se rige y sustenta, 
sempiterno, infinito, omnipotente, 
invisible doquier, doquier presente. 
»Y allá en la gran Jerusalén divina 
tal vez escucha en holocausto santo 
del querub que a sus pies la frente inclina. 
Voces que exhalan armonioso canto. 
La máquina sonora y cristalina 
del mundo rueda en derredor, en tanto, 
y entre aromas y gloria resplandores, 
recibe humilde adoración y amores. 
»Santo, Santo, los ángeles le cantan; 
Hosana, Hosana, en las alturas suena, 
rayos de luz perfilan y abrillantan 
nube de incienso y trasparencia llena. 
Y con ella con murmullo se levantan, 
paz demandando a la mansión serena, 
las preces de los hombres en su duelo, 
y paz les vuelve y bendición el cielo. 
»¿Es Dios tal vez el Dios de la venganza, 
y hierve el rayo en su irritada mano, 
y la angustia, el dolor, la muerte lanza 
al inocente que le implora en vano? 
¿Es Dios el Dios que arranca la esperanza, 
frívolo, injusto y sin piedad tirano, 
del corazón del hombre, y le encadena, 
y a eterna muerte al pecador condena? 
»Embebido en su inmenso poderío, 
¿es Dios el Dios que goza en su hermosura, 
que arrojó el universo en el vacío, 
leyes le dio y abandonó su hechura? 
¿Fue vanidad del hombre y desvarío 
soñarse imagen de su imagen pura? 
¿Es Dios el Dios que en su eternal sosiego 
ni vio su llanto ni escuchó su ruego? 
»¿Tal vez secreto espíritu del mundo, 
el universo anima y alimenta, 
y derramando su hálito fecundo 
alborota la mar y el cielo argenta, 
y a cuanto el orbe en su ámbito profundo 
tímido esconde o vanidoso ostenta, 
presta con su virtud desconocida 
alma, razón, entendimiento y vida? 
»¿Y es Dios tal vez la inteligencia osada 
del hombre siempre en ansias insaciable, 
siempre volando y siempre aprisionada 
de vil materia en cárcel deleznable? 
¿A esclavitud eterna condenada 
a fiera lucha, a guerra interminable, 
tal vez estás, divinidad sublime, 
que otra divinidad de inercia oprime? 
»¿Y es en su vida el universo entero 
ilimitado campo de pelea, 
cada elemento un triste prisionero 
que su cadena quebrantar desea, 
y ardes en todo, espíritu altanero, 
lumbre matriz, devoradora tea, 
como el que oculto, misterioso aliento, 
mueve la mar con loco movimiento? 
»¿Cuándo tu guerra término tendrá 
y romperás tu lóbrega prisión? 
¿Su faz el universo cambiará? 
¿Creará otros seres de inmortal blasón, 
o la muerte silencio te impondrá? 
¿Volarás fugitivo a otra región, 
o, disipando la materia impura, 
el mundo inundarás de tu hermosura? 
»-¿Quién sabe? Acaso yo soy 
el espíritu del hombre 
cuando remonta su vuelo 
a un mundo que desconoce, 
cuando osa apartar los rayos 
que a dios misterioso esconde, 
y analizarle atrevido 
frente a frente se propone. 
Y entre tanto que impasibles 
giran cien mundos y soles 
bajo la ley que gobierna 
sus movimientos acordes, 
traspasa su estrecho límite 
la imaginación del hombre, 
jinete sobre las alas 
de mi espíritu veloces; 
y otra vez a mover guerra, 
alzar rebeldes pendones, 
y hasta el origen creador 
causa por causa recorre; 
y otra vez se hunde conmigo 
en los abismos, en donde 
en tiniebla y lobreguez 
maldice a su Dios entonces. 
¡Ay!, su corazón se seca, 
y huyen de él sus ilusiones: 
delirio son engañoso 
sus placeres, sus amores, 
en su ciencia vanidad, 
y mentira sin sus goces. 
¡Sólo es verdad su impotencia 
su amargura y sus dolores! 
»Tú me engendraste mortal, 
y hasta me diste un nombre, 
pusiste en mí tus tormentos, 
en mi alma tus rencores, 
en mi mente tu ansiedad, 
en mi pecho tus furores, 
en mi labio tus blasfemias 
e impotentes maldiciones; 
me erigiste en tu verdugo, 
me tributaste temores, 
y entre Dios y yo partiste 
el imperio de los orbes. 
Y yo soy parte de ti 
soy ese espíritu insomne 
que te excita y se levanta 
de tu nada a otras regiones, 
con pensamientos de ángel, 
con mezquindades de hombre. 
»Tú te agitas como el mar 
que alza sus olas enormes, 
humanidad, en oleadas 
por quebrantar tus prisiones. 
¿Y en vano será que empujes, 
que ondas con ondas agolpes, 
y de tu cárcel la linde 
con vehemente furia azotes? 
¿Será en vano que tu mente 
a otras esferas remontes, 
sin que los negros arcanos 
de vida y de muerte ahondes? 
¿Viajas tal vez hacia atrás? 
¿Adelante tal vez corres? 
¿Quizá una ley te subyuga? 
¿Quizá vas sin saber dónde? 
Las creencias que abandonas, 
los templos, las religiones 
que pasaron, y que luego 
por mentira reconoces, 
¿son quizá menos mentira 
que las que ahora te forjes? 
¿No serán tal vez verdades 
los que tú juzgas errores? 
»Mas tú como yo, impulsada 
por una mano de bronces 
allá vas, y en vano, en vano 
descanso pides a voces; 
los siglos se precipitan, 
se hunden cien generaciones, 
piérdense imperios y pueblos, 
y el olvido los esconde; 
y tú allá vas, allá vas 
abandonada y sin norte, 
despeñada y de tropel 
y en aparente desorden; 
y ora inundas la llanura, 
allanas luego los montes, 
¡no hay hondo abismo ni cielo 
que a descubrir no te arrojes! 
Pobre, ciega, loca, errante, 
aquí, sagaz, allí torpe, 
tú misma para ti misma 
todo arcano y confusiones. 
»Y ya por senda trazada 
viajes sometida y dócil, 
y sigas crédula en paz 
las huellas de tus mayores; 
ya nuevas galas te vistas, 
ya de las antiguas mofes, 
y rebelde, de tus hierros 
muerdas ya los eslabones, 
yo siempre marcho contigo. 
Y ese gusano que roe 
tu corazón, es sombra 
que anubla tus ilusiones. 
Soy yo, el lucero caído, 
el ángel de los dolores, 
el rey del mal, y mi infierno 
es el corazón del hombre. 
Feliz mientras la esperanza, 
¡ay!, tus delirios adorne, 
infeliz cuando tu mente 
los recuerdos emponzoñen. 
Y a la mar sin rumbo fijo 
desesperado te arrojes; 
ni un astro te alumbrará, 
será en vano que a Dios nombres. 
Ora le reces sin fe, 
ora su enojo provoques. 
Sólo el huracán y el trueno. 
Responderán a tus voces. 
Sin hallar puerto ni playa 
por más que anhelante bogues. 
Y al fin la materia muere; 
pero el espíritu ¿adónde 
volará? ¿Quién sabe? ¡Acaso 
jamás sus cadenas rompe!» 
Dijo, y la ígnea luminosa frente 
dejó caer desesperado y triste, 
y corrió de sus ojos larga fuente 
de emponzoñadas lágrimas: profundo 
silencio en torno dominó un momento; 
luego en aéreo modulado acento 
cien moros resonaron, 
y allá en el aire en confusión cantaron 


CORO 1.º 


Genios, venid, venid 
vuestro mal con el hombre a repartir. 


CORO 2.º 


Ya la esperanza a los hombres 
para siempre abandonó, 
los recuerdos son tan sólo 
pasto de su corazón. 


CORO 3.º 


Nosotros, genios del mal, 
aunque en nosotros no cree, 
somos su Dios, condenado 
nuestro influjo a obedecer. 


CORO 1.º 


Genios, venid, venid 
vuestro mal con el hombre a repartir. 


UNA VOZ 


Yo turbaré sus amores, 
disiparé su ilusión, 
atizaré sus rencores, 
y haré eternos sus dolores 
mal llagado el corazón. 


VOZ 2.ª 


Yo confundiré a sus ojos 
la mentira y la verdad. 
Y la ciencia y los sucesos 
su mente confundirán. 


VOZ 3.ª 


Marchitaré la hermosura, 
rugaré la juventud; 
el alma que nació pura 
renegará la virtud, 
maldecirá de su hechura. 


VOZ 4.ª 


Yo haré dudar del cariño 
que muestra al tímido niño 
el corazón maternal; 
y haré vislumbre al través 
del amor el interés 
como su vil manantial. 


VOZ 5.ª 


Una barra de oro 
su Dios será. 
La avaricia del hombre 
la adorará: 
viles pasiones 
gobernarán tan sólo 
sus corazones. 
Genios, venid, venid 
nuestro mal con el hombre a repartir. 


VOZ 6.ª 


Mi lanza impávida 
derribará 
ese Dios mísero 
de vil metal. 
Sobre sus aras 
me asentaré, 
y esclavo al hombre 
dominaré. 
Genios, venid, venid 
y esos esclavos a mi carro uncid. 


VOZ 7.ª 


Yo romperé las cadenas, 
daré paz y libertad, 
y abriré un nuevo sendero 
a la errante humanidad. 


CORO


¡Quién sabe! ¡Quién sabe! 
Quizá sueños son, 
mentidos delirios, 
dorada ilusión. 
Genios, venid, venid 
nuestro mal con el hombre a repartir. 


EL POETA 


Como nubes que en negra tormenta 
precipita violento huracán, 
y en confuso montón apiñadas, 
de tropel y siguiéndose van, 
y visiones y horrendos fantasmas, 
monstruos raros de formas sin fin, 
y palacios, ciudades y templos, 
nuestros ojos figuran allí; 
y entre masas espesas de polvo 
desaparece la tierra tal vez, 
cual gigante cadáver que cubre 
vil mortaja de lienzo soez; 
como zumba sonante a lo lejos 
el doliente rugido del mar, 
cuando rompe en las rocas sus olas, 
fatigadas de tanto luchar; 
y la brisa en la noche serena 
en sus ráfagas trae la canción, 
que al compás de los remos entona, 
mar adentro quizá un pecador. 
Así, en turbio veloz remolino 
el diabólico ejército huyó; 
vagarosas pasaron sus sombras, 
y el crujir de sus alas sonó. 
Y en el yermo fantástico espacio, 
largo tiempo se oyó su cantar, 
y a lo lejos el flébil quejido 
poco a poco armonioso espirar. 
Embargada y absorta la mente, 
en incierto delirio quedó, 
y abrumada sentí que mi frente 
un torrente de lava quemó. 
Y en mi loca falaz fantasía 
sus clamores y cánticos oí, 
y el tumulto y su inquieta porfía 
encerrado en mí mismo sentí. 
Así al son agudo de bélica trompa, 
y al compás del golpe que marca el tambor, 
brioso en alarde y magnífica pompa, 
en orden desfila guerrero escuadrón. 
Y espadas, fusiles, caballos, cañones 
pasan, y los ojos en confuso ven 
brillar aún las armas, ondear los pendones. 
Fantásticas plumas del viento al vaivén, 
relumbrar corazas, y el polvo y la gente, 
ya se oye a lo lejos un vago rumor, 
y queda en su encanto suspensa la mente, 
y oír y ver piensa después que pasó. 
Mas ya del primer albor 
la luz pura tiñe el cielo, 
y al naciente resplandor, 
naturaleza su velo 
pinta con vario color. 
Ya se esparce por el mundo 
un armonioso contento, 
un confuso movimiento, 
que en pensamiento profundo 
suspende el entendimiento. 
¿Es verdad lo que ver creo? 
¿Fue un ensueño lo que vi 
en mi loco devaneo? 
¿Fue verdad lo que fingí? 
¿Es mentira lo que veo? 



El Diablo Mundo
José de Espronceda 


Canto I

Sobre una mesa de pintado pino 
melancólica luz lanza un quinqué, 
y un cuarto ni lujoso ni mezquino 
a su reflejo pálido se ve. 
Suenan las doce en el reloj vecino 
y el libro cierra que anhelante lé 
un hombre ya caduco, y cuenta atento 
de cansado reloj el golpe lento. 
Carga después sobre la diestra mano 
la ya rugosa y abrumada frente, 
y un pensamiento fúnebre, tirano, 
fija y domina, al parecer, su mente. 
Borrarlo intenta en su ansiedad en vano; 
vuelve a leer, y en tanto, que obediente 
se somete su vista a su porfía 
lánzase a otra región su fantasía. 
«¡Todo es mentira y vanidad, locura!» 
Con sonrisa sarcástica exclamó; 
y en la silla tomando otra postura, 
de golpe el libro y con desdén cerró. 
Lóbrega tempestad su frente oscura 
en remolinos densos anubló; 
y los áridos ojos quemó luego 
una sangrienta lágrima de fuego. 
«¡Ay!, para siempre, dijo, la ufanía. 
¡Pasó ya de la hermosa juventud, 
la música del alma y melodía, 
los sueños de entusiasmo y de virtud...! 
Pasaron, ¡ay!, las horas de alegría. 
Y abre su seno hambriento el ataúd, 
y único porvenir, sola esperanza. 
La muerte, a pasos de gigante avanza. 
»¿Qué es el hombre? Un misterio. ¿Qué es la vida? 
¡Un misterio también...! Corren los años 
su rápida carrera, y escondida 
la vejez llega envuelta en sus engaños. 
Vano es llorar la juventud perdida, 
vano buscar remedio a nuestros daños. 
Un sueño es lo presente de un momento, 
¡muerte es el porvenir, lo que fue, un cuento...! 
»Los siglos a los siglos se atropellan, 
los hombres a los hombres se suceden, 
en la vejez sus cálculos se estrellan, 
su pompa y glorias a la muerte ceden. 
La luz que sus espíritus destellan 
muere en la niebla que vencer no pueden, 
¡y es la historia del hombre y su locura 
una estrecha y hedionda sepultura! 
»¡Oh!, si el hombre tal vez lograr pudiera 
ser para siempre joven e inmortal, 
y de la vida el sol le sonriera 
¡eterno de la vida el manantial! 
¡Oh!, como entonces venturoso fuera. 
Roto un cristal, alzarse otro cristal 
de ilusiones sin fin contemplaría, 
claro y eterno sol de un bello día. 
»Necio, dirán, tu espíritu altanero. 
¿Dónde te arrastra, que insensato quiere 
en un mundo infeliz, perecedero, 
vivir eterno mientras todo muere? 
¿Qué hay inmortal, ni aun firme y duradero? 
¿Qué hay que la edad con su rigor no altere? 
¿No lo ves que todo es humo, y polvo y viento? 
¡Loco es tu afán, inútil tu lamento...!» 
Todos más de una vez hemos pensado 
como el honrado viejo en este punto; 
y mucho nuestros frailes han hablado, 
y Séneca y Platón sobre el asunto. 
Yo, por no ser prolijo ni cansado 
(que ya impaciente a mi lector barrunto) 
diré que al cabo, de pensar rendido, 
tendióse el viejo y se quedó dormido. 
Tal vez será debilidad humana 
irse a dormir a lo mejor del cuento, 
y cortado dejar para mañana 
el hilo que anudaba el pensamiento. 
Dicen que el sueño del olvido mana 
blando licor que calma el sentimiento, 
mas ¡ay!, que a veces fijo en una idea, 
¡bárbaro en nuestro llanto se recrea! 
Quedóse en su profundo sueño, y luego 
una visión. -¡Visión!, frunciendo el labio, 
oigo que clama, de despecho ciego, 
un crítico feroz. -¡Perdona, oh sabio! 
Sabio sublime, espérame, te ruego; 
y yo te juro por mi honor, ¡oh Fabio...! 
Si no es Fabio tu nombre, en este instante 
a dártelo me obliga el consonante; 
juro que escribo para darte gusto 
a ti solo, y al mundo entero enojo, 
un libro en que a Aristóteles me ajusto 
como se ajusta la pupila al ojo. 
Mis reflexiones sobre el hombre justo 
que sirve a su razón, nunca a su antojo, 
publicaré después para que el mundo 
mejor se vuelva, ¡oh crítico profundo! 
Que yo bien sé que el mundo no adelanta 
un paso más en su inmortal carrera, 
cuando algún escritor, como yo, canta 
lo primero que le salta en su mollera, 
pero no es eso lo que más me espanta, 
ni lo que acaso espantará a cualquiera 
terco escribo en mi loco desvarío 
sin ton ni son, y para gusto mío. 
La zozobra de alma enamorada, 
la dulce vaguedad del sentimiento, 
la esperanza de nubes rodeada, 
de la memoria el dolorido acento, 
los sueños de la mente arrebatada, 
la fábrica del mundo y su portento, 
sin regla ni compás canta mi lira. 
¡Sólo mi ardiente corazón me inspira! 
Y a la extraña visión volviendo ahora 
que al triste viejo apareció en su sueño 
(que algunas veces cuando el alma llora, 
la muerte en consolarnos pone empeño, 
y bienes y delirios atesora 
que hacen más duro, al despertar, el ceño 
de la suerte fatal que en esta vida 
nos persigue con alma empedernida), 
es fama que soñó... Y he aquí una prueba 
de que nunca el espíritu reposa, 
y esto otra vez a digresar me lleva 
de la historia del viejo milagrosa; 
y a nadie asombre que a afirmar me atreva 
que siendo al alma la materia odiosa, 
aquí para vivir en santa calma, 
o sobra la materia, o sobra el alma. 
Quiere aquélla el descanso, y en el lodo 
nos hunde perezosa y encenaga; 
esta presume adivinarlo todo, 
y en la región del infinito vaga. 
Flojo, torpe, a traspiés como un beodo 
que con sueños su mente el vino estraga, 
la materia al espíritu obedece 
hasta que, yerta al fin, cede y fallece. 
Llaman pensar así, filosofía, 
y al que piensa, filósofo, y ya siento 
haberme dedicado a la poesía 
con tan raro y profundo entendimiento. 
Yo con erudición ¡cuánto sabría...! 
Mas vuelta a la visión y vuelta al cuento. 
Aunque ahora, que un sastre es esprit fort, 
no hay ya visión que nos inspire horror. 
Más me valiera el campo lisonjero 
correr de la política, y revista 
pasar con tanto sabio y financiero, 
bibliógrafo, letrado y alquimista, 
orador, diplomático, guerrero, 
filósofo, erudito y periodista. 
¡Que honran el siglo; espléndidos varones, 
dicha no, pero honor de las naciones! 
Y mucho más sin duda me valiera, 
que no andar por el mundo componiendo, 
de niño haber seguido una carrera 
de más provecho y de menor estruendo; 
que, si no sabio, periodista fuera, 
que es punto menos; mas ¡dolor tremendo!, 
mis estudios dejé a los quince años, 
¡y me entregué del mundo a los engaños! 
¡Oh padres! ¡Oh tutores! ¡Oh maestros! 
¡Los que educáis la juventud sencilla! 
Sigan senda mejor los hijos vuestros 
donde la antorcha de las ciencias brilla. 
Tenderos ricos, abogados diestros, 
del foro y de la bolsa maravilla, 
pueden ser, y si no, sean diputados 
graves, serios, rabiosos, moderados. 
Y si llega a ministro el tierno infante, 
llanto de gozo, ¡oh padres!, derramad 
al contemplarle demandar triunfante 
a las Cortes un bill de indemnidad. 
Perdón, lector, mi pensamiento errante, 
flota en medio a la turbia tempestad 
de locas reprensibles digresiones. 
¡Siempre juguete fui de mis pasiones! 
Por la inerte materia, vaga incierta 
el alma en nuestra fábrica escondida, 
a otra vida durmiendo nos despierta, 
vida inmortal, a un punto reducida, 
de la esperanza la sabrosa puerta 
el espíritu abre, y la perdida 
memoria renovando, allí en un punto 
cuando fue, es y será, presenta junto. 
¿Será que el alma su inmortal esencia 
entre sueños revela, y desatada 
del tiempo y la medida su existencia, 
la eternidad formula a la espantada 
mente oscura del hombre? ¡Oh ciencia! ¡Oh ciencia 
tan grave, tan profunda y estirada! 
Vergüenza ten y permanece muda. 
¿Puedes tú acaso resolver mi duda? 
Duerme entretanto el venerable anciano, 
mientras que yo discurro sin provecho: 
figuras mil en su delirio insano 
fingiendo en torno a su encantado lecho. 
El sueño si invisible y grave mano 
posando silencioso sobre el pecho 
formas de luz y de color sombrío 
arroja al huracán del desvarío. 
Y como el polvo en nubes que levanta 
en remolinos rápidos el viento, 
formas sin forma, en confusión que espanta, 
alza el sueño en su vértigo violento: 
del vano reino el límite quebranta 
vago escuadrón de imágenes sin cuento, 
y otros mundos al viejo aparecían, 
y esto los ojos de su mente vían. 
En lóbrego abismo que sombras eternas 
envuelven en densa tiniebla y horror, 
do reina un silencio que nunca se altera, 
y ahuyenta el olvido del mundo el rumor, 
con lástima y pena, mirando al anciano, 
vaporosa sombra de un lejano bien, 
de vagos contornos confusa figura 
cual bello cadáver, se alzó una mujer: 
y oyóse enseguida lánguida armonía 
música süave, y luego una voz 
cantó, que el oído no la percibía 
sino que tan sólo la oyó el corazón. 

Débil mortal no te asuste 
mi oscuridad ni mi nombre; 
en mi seno encuentra el hombre 
un término a su pesar. 
Yo compasiva le ofrezco 
lejos del mundo un asilo, 
donde a mi sombra tranquilo 
para siempre duerma en paz. 
Isla yo soy de reposo 
en medio el mar de la vida, 
y el marino allí olvida 
la tormenta que pasó. 
Allí convidan al sueño 
aguas puras sin murmullo, 
allí se duerme al arrullo 
de una brisa sin rumor. 
Soy melancólico sauce 
que su ramaje doliente 
inclina sobre la frente 
que arrugara el padecer; 
y duerme al hombre, y sus sienes 
con fresco jugo rocía, 
mientras el ala sombría 
bate el olvido sobre él. 
Soy la virgen misteriosa 
de los últimos amores, 
y ofrezco un lecho de flores 
sin espinas ni color, 
y amante doy mi cariño 
sin vanidad ni falsía; 
no doy placer ni alegría: 
mas es eterno mi amor. 
En mí la ciencia enmudece, 
en mí concluye la duda, 
y árida, clara, desnuda 
enseño yo la verdad; 
y de la vida y la muerte 
al sabio muestro el arcano 
cuando al fin abre mi mano 
la puerta a la eternidad. 
Ven y tu ardiente cabeza 
entre mis manos reposa; 
tu sueño, madre amorosa, 
eterno regalaré. 
Ven, yace para siempre 
en blanca cama mullida, 
donde el silencio convida 
al reposo y al no ser. 
Deja que inquieten al hombre, 
que loco al mundo se lanza, 
mentiras de la esperanza 
recuerdos del bien que huyó: 
mentira son sus amores, 
mentira son sus victorias, 
y son mentira sus glorias 
y mentira su ilusión. 
Cierre mi mano piadosa 
tus ojos al blando sueño, 
y empape suave beleño 
tus lágrimas de dolor. 
Yo calmaré tu quebranto 
y tus dolientes gemidos, 
apagando los latidos 
de tu herido corazón. 


¿Visteis la luna reflejar serena 
entre las aguas de la mar sombría, 
cuando se calma nuestra amarga pena 
y siente el corazón melancolía? 
¿Y el mar que allá a lo lejos se dilata 
imagen de la oscura eternidad, 
y el horizonte azul bañado en plata 
rico dosel que desvanece el mar? 
¿Y de aura sutil que se desliza 
por las aguas, oísteis el murmullo, 
cuando las olas argentadas riza 
con blanca queja y con doliente arrullo? 
¿Y sentisteis tal vez un tierno encanto, 
una voz que regala al corazón, 
dulce, inefable y misterioso canto 
de vago afán e incomprensible amor? 
Blanca así la quimérica armonía 
sonó del melancólico cantar; 
vibraciones del alma y melodía 
de un corazón que fatigó el pesar. 
Y la amorosa y pálida figura 
los amarillos brazos extendió, 
y sus lánguidos ojos de dulzura 
al triste viejo con piedad volvió. 
Ojos sin luz que su mirada hiela, 
íntima, intensa el corazón domina. 
En densas sombras los sentidos vela, 
en mudo pasmo la razón fascina. 
Coagularse su sangre el viejo siente 
poco a poco en sus venas con sabroso 
desmayo, y que se trueca su impaciente 
afán en un letargo vaporoso. 
Entorpece sus miembros y embriaga 
su mente aquella mágica figura, 
la breve luz de su existencia apaga 
con su mirada de fatal ternura. 
Sus labios besa con mortal anhelo 
cariñosa la pálida visión, 
y a las entrañas se desprende el hielo 
de sus áridos labios sin color. 
Sus ojos fijos en los muertos ojos 
desvanecidos de mirar sentía, 
los rayos de su luz, yertos despojos 
que la mirada mágica absorbía. 
Por su cuerpo un deleite serpeaba, 
sus nervios suavemente entumeciendo, 
y el espíritu dentro resbalaba, 
grato sopor y languidez sintiendo. 
Ya su delgada, amarillenta mano, 
sobre su pecho a reposarla extiende, 
y exánime, mirándola el anciano, 
yerto e inmóvil su destino atiende. 
Así al viajero fatigado, cuando 
el sueño los sentidos entorpece, 
las fuerzas poco a poco van faltando, 
y el cuerpo perezoso desfallece. 
Y perdido en el áspera montaña, 
sobre la nieve desplomado cae, 
su juicio se devana y enmaraña, 
gratas visiones su desmayo trae; 
y lenta y muellemente adormecida 
la máquina mortal, lánguidamente 
bostezar torpe la ondulante vida 
entre los brazos de la muerte siente. 
¿Será que consumida por los años 
sienta placer la vida fatigada, 
en dejar de este mundo los engaños, 
el término al tocar de su jornada? 
¿La trabazón de la materia inerte 
desatada, disuelto el cuerpo espira, 
y el espíritu, cerca ya la muerte, 
por la perdida libertad suspira? 
Rendido en tanto el moribundo anciano, 
con deleite la eterna paz espera; 
su mano estrecha la aterida mano 
que marca el fin de su vital carrera. 
Cuando a otra parte con estruendo el suelo 
crujir y el muro de su estancia siente, 
y ven sus ojos un inmenso cielo 
desarrollarse en luz de oro candente. 
Rico manto de lumbre y pedrería 
tachonado de soles a millares, 
olas de aljofarada argentería 
meciendo el aire en esparcidos mares. 
Y un sol con otro sol que se eslabona 
en torno a una deidad orlan su frente, 
y los rayos de luz de su corona 
en un velo la envuelven trasparente. 
Majestuosa, diáfana y radiante 
su hermosura, en su lumbre se confunde. 
Agitada columna coruscante, 
júbilo y vida por doquier difunde. 
Eterno amor, inmarcesibles glorias, 
armas, coronas de oro y de laurel, 
triunfos, placeres, esplendor, victorias. 
Ilusiones, riquezas y poder. 
Eterna vida, eterno movimiento, 
los sueños de la dulce poesía, 
el sonoro y quimérico concepto 
de la rica extasiada fantasía. 
El eco blando del primer suspiro, 
la dulce queja del primer amor, 
la primera esperanza y el respiro, 
que pura exhala la amorosa flor. 
La faz hermosa de la noche en calma 
y el son del melancólico laúd, 
los devaneos plácidos del alma, 
el sosiego y la paz de la virtud. 
La santa dicha del hogar paterno, 
del amigo, la plática sabrosa, 
el blando sueño en el regazo tierno 
de la feliz, enamorada esposa. 
El puro beso del alegre niño 
que en torno de sus padres juguetea, 
prenda de amor, emblema del cariño 
en que el alma gozosa se recrea. 
La fe, la religión, bálsamo suave 
que vierte en el espíritu consuelo, 
y de las ciencias el estudio grave 
que alza la mente a la región del cielo. 
La máquina del mundo y su hermosura, 
que arrobado el espíritu contempla, 
la augusta soledad que la amargura 
tal vez del alma combatida templa. 
De la pasión del goce turbulento, 
siguiendo atropellado a la esperanza, 
ligero tramo que arrebata el viento 
y despeñado a su ilusión se lanza. 
El aplauso del mundo y la tormenta, 
y el afán y el horrísono vaivén, 
el noble orgullo y la ambición sangrienta 
de nombre avara y de esplendente prez. 
Del tronante cañón del estampido, 
el lujo y el furor de la batalla, 
del corazón el bélico latido, 
que hace que hierva la abrasante malla. 
El oro que famélico codicia 
el hombre, y en montones lo atesora, 
alimento infernal de la avaricia, 
que hambre más siente cuanto más devora. 
La crápula, el escándalo y mareo 
de en vicios rica, estrepitosa orgía, 
el pudor resistiéndose al deseo, 
y mezclándose el vino en la porfía. 
La alegre danza en movimiento blando, 
que orna voluptuosa liviandad, 
al goce, al apetito convidando 
con sus mórbidas formas la beldad. 
Cuanto fingió e imaginó la mente, 
cuanto del hombre la ilusión alcanza, 
cuanto creara la ansiedad demente, 
cuanto acaricia en sueños la esperanza; 
la radiante visión maravillosa 
brinda con mano pródiga en montón, 
y en óptica ilusoria y prodigiosa 
pasar el viejo ante sus ojos vio. 
Y entre aplausos y músicas, y estruendo, 
y de ella en pos la humanidad entera 
y en torno de ella armónica volviendo 
en giro eterno la argentada esfera. 
Suenan voces y cánticos sonoros, 
que el aire en ecos derramados hienden, 
y ángeles mil en matizados coros 
el aire rasgan y el fulgor lo encienden. 
Y una voz como ráfaga de viento, 
palpitando de vida y de armonía 
sobre el vario, magnífico concepto, 
así cantando resonar se oía: 
-«¡Salve, llama creadora del mundo, 
lengua ardiente de eterno saber; 
puro germen, principio fecundo 
que encadenas la muerte a tus pies! 
Tú la inerte materia espoleas, 
tú las ordenas juntarse y vivir, 
tú su lodo modelas, y creas 
miles seres de formas sin fin, 
desbarata tus obras en vano 
vencedora la muerte tal vez, 
de sus restos levanta tu mano 
nuevas obras triunfante otra vez. 
Tú la hoguera del sol alimentas, 
tú revistes los cielos de azul, 
tú la luna en las sombras argentas, 
tú coronas la aurora de luz. 
Gratos ecos al bosque sombrío, 
verde pompa a los árboles das, 
melancólica música al río, 
ronco grito a las olas del mar. 
Tú el aroma en las flores exhalas, 
en los valles suspiras de amor, 
tú murmuras del aura en las alas, 
en el Bóreas retumba tu voz. 
Tú derramas el oro en la tierra 
en arroyos de hirviente metal, 
tú abrillantas la perla que encierra 
en su abismo profundo la mar. 
Tú las cárdenas nubes extiendes, 
negro manto que agita aquilón, 
con tu aliento los aires enciendes, 
tus rugidos infunden pavor. 
Tú eres pura simiente de vida, 
manantial sempiterno de bien, 
luz del mismo Hacedor desprendida, 
juventud y hermosura es tu ser. 
Tú eres fuerza secreta que el mundo 
en sus ejes impulsa a rodar; 
sentimiento armonioso y profundo 
de los orbes que anima tu faz. 
De tus obras los siglos que vuelan 
incansables artífices son, 
que el espíritu ardiente cincelan 
y embellecen la estrecha prisión. 
Tú en violento, veloz torbellino, 
los empujas enérgica, y van; 
y adelante en tu raudo camino 
a otros siglos ordenas llegar. 
Y otros siglos ansiosos se lanzan, 
desaparecen y llegan sin fin, 
y en su eterno trabajo se alcanzan, 
y se arrancan sin tregua el buril. 
Y afanosos sus fuerzas emplean 
en tu inmenso taller sin cesar. 
Y en la tosca materia golpean, 
y redobla el trabajo su afán. 
De la vida en el hondo oceano 
flota el hombre en perpetuo vaivén, 
y derrama abundante tu mano 
la creadora semilla en su ser. 
Hombre débil, levanta la frente 
por tu labio en su eterno raudal, 
tú serás como el sol en Oriente, 
tú serás como el mundo, inmortal.» 


Calló la voz, y el armonioso coro 
y el estruendo y la música siguió, 
y repitiendo el cántico sonoro, 
turbas inmensas pasan en motón. 
Sus alas lanzan luminosa estela, 
como la nave en la serena mar, 
y entre su viva luz la luz riëla 
más pura de la imagen inmortal. 
Cruzando va cual fulgurante tromba 
su cortejo magnífico en redor, 
y el viento rompe cual lanzada bomba 
sobre otros soles desprendido sol. 
Atónito la faz alza el anciano, 
como el que vuelve en sí en el ataúd, 
con ansia, angustia y con delirio insano, 
aire buscando y anhelando luz. 
Que en el regazo del no ser dormido, 
el alto estruendo en su estupor sintió, 
el intrépido canto hirió su oído, 
y súbito sus nervios sacudió. 
Y el yerto brazo de la sombra fría 
que vierte al corazón hielo mortal, 
aparta con afán en su agonía, 
volar ansiando a la gentil deidad. 
Y entrambos brazos con anhelo tiende, 
atento el canto animador escucha, 
de la visión de muerte se desprende, 
y por moverse y levantarse lucha. 
Los ojos abre al resplandor inciertos, 
la luz buscando que su luz excita, 
siente grato calor sus miembros muertos, 
con nuevo ardor su corazón palpita. 
La sangre hierve en las hinchadas venas, 
siente volver los juveniles bríos, 
y ahuyentan de su frente albas serenas 
los pensamientos de la edad sombríos, 
y desprendidas ráfagas de lumbre 
su cuerpo bañan y su sien circundan; 
torrentes mil de la argentada cumbre, 
vertiendo vida, en su esplendor la inundan. 
Y bajando la diosa encantadora, 
mecida en olas de encendido viento, 
en torno de él la tropa voladora 
esparce juventud y movimiento. 
Y su rostro se pinta de hermosura, 
viste su corazón la fortaleza. 
Brilla en su frente juvenil tersura, 
negros rizos coronan su cabeza. 
El alma en su mirar se transparenta, 
mirar sereno, vívido y ardiente, 
y su robusta máquina alimenta 
la eterna llama que en el pecho siente. 
Contra su seno la deidad le abraza, 
y en su velo le envuelve y le ilumina, 
y a su ruina y su destino enlaza 
el destino del mundo y su ruina. 
Tú los siglos hollarás, 
sonó la voz de la altura, 
pasar los hombres verás, 
del mundo la edad futura 
como el mundo correrás. 
El sol que hoy nace en Oriente 
y que ilumina tu frente, 
pasarán edades cien, 
y cual hoy resplandeciente 
la iluminará también. 
El crudo invierno sombrío, 
del pintado abril las flores, 
las galas del bosque umbrío, 
los rigorosos calores 
de los meses del estío 
pasarán, y contarás 
hora a hora y mes a mes, 
y un año y otro verás, 
y un siglo y otro después, 
sin que se acabe jamás. 
Y eternamente bogando, 
y navegando contino, 
sin hallar descanso, andando 
irás siempre, caminando, 
sin acabar tu camino. 
Y los siglos girarán 
en perpetuo movimiento, 
las naciones morirán, 
y se escuchará tu acento 
en los siglos que vendrán. 
Pero si acaso algún día 
lloras tal vez tu orfandad, 
y al cielo clamas piedad, 
y en lastimosa agonía 
maldices tu eternidad, 
acuérdate que tú fuiste 
el que fijó tu destino, 
que ser inmortal pediste, 
y arrojarte al torbellino 
de las edades quisiste. 
Y que el mundo te dará 
cuanto el mundo en sí contiene, 
que tuyo el mundo será, 
y ya para ti previene 
cuanto ha tenido y tendrá. 


En tanto el luciente coro 
repitió luego el cantar, 
y remontándose al cielo, 
la luz plegándose va 
entre nubes de oro y nácar 
que esconden a la deidad, 
y las voces en los aires 
perdidas se escuchan ya 
allá en lejana armonía 
como un eco resonar. 
«Y que el mundo te dará 
cuanto el mundo en sí contiene, 
que tuyo el mundo será, 
y ya para ti previene 
cuanto ha tenido y tendrá.» 


Dicha es soñar cuando despierto sueña 
el corazón del hombre su esperanza, 
su mente halaga la ilusión risueña, 
y el bien presente al venidero alcanza. 
Y tras la aérea y luminosa enseña 
del entusiasmo, el ánimo se lanza 
bajo un cielo de luz y de colores, 
campos pintando de fragantes flores. 
Dicha es soñar, porque la vida es sueño, 
lo que fingió tal vez la fantasía, 
cuando embriagada en lánguido beleño 
a las regiones del placer nos guía. 
Dicha es soñar, y el riguroso ceño 
no ver jamás de la verdad impía. 
Dicha es soñar y en el mundano ruido 
vivir soñando y existir dormido. 
Y un sueño a la verdad pasa la vida, 
sueño al principio de dorada lumbre, 
senda de flores mil fácil subida 
que a un monte lleva de lozana cumbre; 
después vereda áspera y torcida, 
monte de insuperable pesadumbre, 
donde cansada de una en otra breña, 
llora la vida y lo pasado sueña. 
Sueños son los deleites, los amores, 
la juventud, la gloria y la hermosura; 
sueños las dichas son, sueños las flores, 
la esperanza, el dolor, la desventura. 
Triunfos, caídas, bienes y rigores 
el sueño son que hasta la muerte dura, 
y en cierto y continuo movimiento 
agita al ambicioso pensamiento. 
Siento no sea nuevo lo que digo 
que el tema es viejo y la palabra rancia, 
y es trillado sendero el que ahora sigo, 
y caminar por él ya es arrogancia. 
En la mente, lector, se abre un postigo, 
sale una idea y el licor escancia 
que brota el labio y que la pluma vierte, 
y en palabra y frases se convierte. 
Nihil novum sub sole, dijo el sabio, 
nada hay nuevo en el mundo: harto lo siento. 
Que, como dicen vulgarmente, rabio 
yo por probar un nuevo sentimiento. 
Palabras nuevas pronunciar mi labio, 
renovado sentir mi pensamiento, 
ansío, y girando en dulce desvarío, 
ver nuevo siempre el mundo en torno mío.
Uniforme, monótono y cansado 
es sin duda este mundo en que vivimos. 
En Oriente de rayos coronado, 
el sol que vemos hoy, ayer le vimos. 
De flores vuelve a engalanarse el prado,
vuelve el otoño pródigo en racimos, 
y tras los hielos del invierno frío, 
coronado de espigas el estío. 
¿Y no habré yo de repetirme a veces, 
decir también lo que otros ya dijeron, 
a mí a quien quedan ya sólo las heces 
del rico manantial en que bebieron? 
¿Qué habré yo de decir que ya con creces 
no hayan dicho tal vez los que murieron, 
Byron y Calderón, Shakespeare, Cervantes, 
y otros tantos que vivieron antes? 
¿Y aún asimismo acertaré a decirlo? 
¿Saldré de tanto enredo en que me he puesto? 
¿Ya que en mi cuento entré, podré seguirlo, 
y el término tocar que me he propuesto? 
Y aunque en mi empeño logre concluirlo, 
¿a ti no te será nunca molesto, 
¡oh caro comprador!, que con zozobra 
imploro en mi favor, comprar mi obra? 
Nada menos te ofrezco que un poema 
con lances raros y revuelto asunto, 
de nuestro mundo y sociedad emblema, 
que hemos de recorrer punto por punto. 
Si logro yo desenvolver mi tema, 
fiel traslado ha de ser, cierto trasunto 
de la vida del hombre y la quimera 
tras de que va la humanidad entera. 
Batallas, tempestades, amoríos, 
por mar y tierra, lances, descripciones 
de campos y ciudades, desafíos, 
y el desastre y furor de las pasiones; 
goces, dichas, aciertos, desvaríos, 
con algunas morales reflexiones 
acerca de la vida y de la muerte, 
de mi propia cosecha, que es mi fuerte. 
En varias formas, con diverso estilo, 
en diferentes géneros, calzando 
ora el coturno trágico de Esquilo, 
ora la trompa épica sonando; 
ora cantando plácido y tranquilo, 
ora en trivial lenguaje, ora burlando, 
conforme esté mi humor, porque a él me ajusto 
y allá van versos donde va mi gusto. 
Verás, lector, a nuestro humilde anciano, 
que inmortal de su lecho se levanta, 
lanzarse al mundo de su dicha ufano, 
rico de la esperanza que le encanta. 
Verás luego también... Pero ¿a qué en vano 
me canso en ofrecerte empresa tanta, 
si hasta que el uno al otro nos cansemos, 
tú y yo en compaña caminando iremos? 
Más vale prometerte poco ahora, 
y algo después cumplirte, lector mío, 
no empiece yo con voz atronadora, 
y luego acabe desmayado y frío; 
no una altiva columna vencedora 
que jamás rinda con su planta, impío 
el tiempo destructor, alzar intento; 
yo con pasar mi tiempo me contento. 
No es dado a todos alcanzar la gloria 
de alzar un monumento suntüoso, 
que eternice a los siglos la memoria 
de algún hecho pasado grandïoso; 
quédele tanto el que escribió la historia 
de nuestro pueblo, al escritor lujoso, 
al conde que del público tesoro 
se alzó a sí mismo un monumento de oro. 
Al que supo, erigiendo un monumento 
(que tal le llama en su modestia suma)1 
premio dar a su gran merecimiento, 
y en pluma de oro convertir su pluma, 
al ilustre asturiano, al gran talento, 
flor de la historia y de la hacienda espuma; 
al necio audaz de corazón de cieno. 
A quien llaman el Conde de Toreno. 
¡Oh gloria! ¡Oh gloria! ¡Lisonjero engaño 
que a tanta gente honrada precipitas! 
Tú al mercader pacífico en extraño 
guerrero truecas, y a lidiar le excitas; 
su rostro vuelves bigotudo, huraño, 
con entusiasmo militar le agitas, 
y haces que sea su mirada horrenda 
susto de su familia y de su tienda. 
Tú, al que otros tiempos acertaba apenas 
a escribir con fatigas una carta, 
animas a dictar páginas llenas 
de verso y prosa en abundante sarta. 
Político profundo en sus faenas, 
folletos traza, artículos ensarta, 
suda y trabaja, y en manchar se emplea 
resmas para envolver alcaravea. 
Otros, ¡oh gloria!, sin aliento vagan 
solícitos huyendo acá y allá, 
suponen clubs, y con recelo indagan 
cuándo el gobierno a aprisionarlos va; 
a éstos si los destierran, los halagan; 
nadie en ellos pensó ni pensará, 
y andan ocultos y mudando trajes, 
creyéndose terribles personajes. 
Éstos por lo común son buena gente, 
son a los que llamamos infelices, 
hombres todo entusiasmo y poca mente, 
que no ven más allá de sus narices; 
raza que el pecho denodado siente 
antes que, ¡oh fiero mandarín!, atices 
uno de tus legales ramalazos, 
que les dobla ante el rey los espinazos. 
Otros te siguen, engañosa gloria, 
que allá en sus pueblos son pozos de ciencia, 
que creyéndose dignos de la historia, 
varones de gobierno y experiencia, 
ansiosos de alcanzar alta memoria 
o abusos corregir con su elocuencia, 
diputados al fin se hacen nombrar 
tontos de buena fe para callar. 
Estos viven después desesperados, 
del ministro además desatendidos, 
en el mundo político ignorados, 
y del pueblo también desconocidos; 
andan en la cuestión extraviados, 
siempre sin tino, torpes los sentidos, 
donde a saber con pruebas tan acerbas, 
que pierden fuerzas en mudando yerbas. 
A todos, gloria, tu perdón nos guía, 
y a todos nos excita tu deseo. 
Apellidarse socio ¿quién no ansía, 
y en las listas estar del Ateneo? 
¿Y quién, aficionado a la poesía, 
no asiste a las reuniones del Liceo, 
do la luz brilla dividida en partes 
de tanto profesor de bellas artes? 
Es cierto que allí van también profanos 
en busca de las lindas profesoras, 
hombres sin duda en su pensar livianos, 
que de todo hacen burla a todas horas, 
sin gravedad, de entendimiento vanos, 
gentes de natural murmuradoras, 
que se mofaran de Villena mismo2 
evocando los diablos del abismo. 
Y yo, ¡pobre de mí!, sigo tu lumbre, 
también, ¡oh gloria!, en busca de renombre 
trepar ansiando al templo de tu cumbre, 
donde mi fama al universo asombre. 
Quiero que de tu rayo a la vislumbre 
brille grabado en mármoles mi nombre, 
y espero que mi busto adorne un día 
algún salón, café, o peluquería. 
O el lindo tocador de alguna hermosa 
coronaré en figura de botella, 
lleno mi hueco vientre de olorosa 
agua que pula el rostro a la doncella; 
l'eau véritable de colonia y rosa 
el rótulo en francés dirá a mi huella, 
que de su vida al fin tanto blasón 
ha logrado alcanzar Napoleón. 
En tanto ablanda, oh público severo, 
y muéstrame la cara lisonjera; 
esto le pido a Dios, y algún dinero, 
mientras sigo en el mundo mi carrera; 
y porque fatigarte más no quiero, 
caro lector, al otro canto espera, 
el cual sin falta seguirá, se entiende, 
si éste te gusta y la edición se vende. 






El Diablo Mundo
José de Espronceda 



Canto II
A Teresa (Descansa en paz).

Bueno es el mundo, ¡bueno!, ¡bueno!, ¡bueno! 
Como de Dios al fin obra maestra, 
por todas partes de delicias lleno, 
de que Dios al hombre hermosa muestra, 
salga la voz alegre de mi seno 
a celebrar esta vivienda nuestra; 
¡paz a los hombres!, ¡gloria en las alturas! 
¡Cantad en vuestra jaula, criaturas! 


(<María> por D. Miguel de los Santos Álvarez.)


¿Por qué volvéis a la memoria mía, 
tristes recuerdos del placer perdido, 
a aumentar la ansiedad y la agonía 
de este desierto corazón herido? 
¡Ay!, que de aquellas horas de alegría, 
le quedó al corazón sólo un gemido 
y el llanto que al dolor los ojos niegan, 
¡lágrimas son de hiel que el alma anegan! 
¿Dónde volaron, ¡ay!, aquellas horas 
de juventud, de amor y de ventura, 
regaladas de músicas sonoras, 
adornadas de luz y de hermosura? 
Imágenes de oro bullidoras, 
sus alas de carmín y nieve pura, 
al sol de mi esperanza desplegado, 
pasaban, ¡ay!, a mi alrededor cantando. 
Gorjeaban los dulces ruiseñores, 
el sol iluminaba mi alegría, 
el aura susurraba entre las flores, 
el bosque mansamente respondía, 
las fuentes murmuraban sus amores. 
¡Ilusiones que llora el alma mía!, 
¡oh!, ¡cuán süave resonó en mi oído 
el bullicio del mundo y su ruïdo! 
Mi vida entonces cual guerrera nave 
que el puerto deja por la vez primera, 
y al soplo de los céfiros suave, 
orgullosa despliega su bandera 
y al mar dejando que a sus pies alabe 
su triunfo en roncos cantos, va velera, 
una ola tras otra bramadora 
hollando y dividiendo vencedora. 
¡Ay!, en el mar del mundo, en ansia ardiente 
de mayor volaba, el sol de la mañana 
llevaba yo sobre mi tersa frente, 
y el alma pura de su dicha ufana. 
Dentro de ella el amor, cual rica fuente 
que entre frescuras y arboledas mana, 
brotaba entonces abundante río 
de ilusiones y dulce desvarío. 
Yo amaba todo: un noble sentimiento 
exaltaba mi ánimo, y sentía 
en mi pecho un secreto movimiento, 
de grandes hechos generoso guía. 
La libertad con su inmortal aliento, 
santa diosa mi espíritu encendía, 
contino imaginando en mi fe pura 
sueños de gloria al mundo y de ventura. 
El puñal de Catón, la adusta frente 
del noble Bruto, la constancia fiera 
y el arrojo de Scévola valiente, 
la doctrina de Sócrates severa, 
la voz atronadora y elocuente 
del orador de Atenas la bandera 
contra el tirano macedonio alzando, 
y al espantado pueblo arrebatando; 
el valor y la fe de caballero, 
del trovador el arpa y los cantares, 
del gótico castillo, el altanero 
antiguo torreón, do sus pesares 
cantó tal vez con eco lastimero, 
¡ay!, arrancada de sus patrios lares, 
joven cautiva, al rayo de la luna, 
lamentando su ausencia y su fortuna. 
El dulce anhelo del amor que aguarda, 
tal vez inquieto y con mortal recelo; 
la fortuna bella que cruzó gallarda, 
allá en la noche, entre el medroso velo. 
La ansiada cita que en llegar se tarda 
al impaciente y amoroso anhelo, 
la mujer y la voz de su dulzura, 
que inspira al alma celestial ternura; 
a un tiempo mismo en rápida tormenta, 
mi alma alborotaban de contino, 
cual las olas que azota con violenta 
cólera, impetuoso torbellino. 
Soñaba al héroe ya, la plebe atenta 
en mi voz escuchaba su destino; 
ya al caballero, al trovador soñaba, 
y de gloria y de amores suspiraba. 
Hay una voz secreta, un dulce canto, 
que el alma sólo recogida entiende; 
un sentimiento misterioso y santo, 
que del barro al espíritu desprende: 
agreste, vago y solitario encanto 
que en inefable amor el alma enciende, 
volando tras la imagen peregrina 
el corazón de su ilusión divina. 
Yo desterrado en extranjera playa, 
con los ojos extáticos seguía 
la nave audaz que argentada raya 
volaba al puerto de la patria mía. 
Yo cuando en Occidente el sol desmaya, 
solo y perdido en la arboleda umbría, 
oír pensaba el armonioso acento 
de una mujer al suspirar del viento. 
¡Una mujer!, en el templado rayo 
de la mágica luna se colora, 
del sol poniente al lánguido desmayo, 
lejos entre las nubes se evapora. 
Sobre las cumbres que florece el mayo, 
brilla fugaz al despuntar la aurora, 
cruza tal vez por entre el bosque umbrío, 
juega en las aguas del sereno río. 
¡Una mujer! Deslízase en el cielo 
allá en la noche desprendida estrella. 
Si aroma el aire recogió en el suelo, 
es el aroma que le presta ella, 
blanca es la nube que en callado vuelo 
cruza la esfera, y con su planta huella, 
y en la tarde la mar olas la ofrece 
de playa y de zafir donde se mece. 
Mujer que amor en su ilusión figura, 
mujer que nada dice a los sentidos, 
ensueño de suavísima ternura, 
eco que regaló nuestros oídos; 
de amor la llama generosa y pura, 
los goces dulces del placer cumplidos, 
que engalana la rica fantasía, 
goces que avaro el corazón ansía; 
¡ay!, aquella mujer, tan sólo aquélla, 
tanto delirio a realizar alcanza, 
y esa mujer tan cándida y tan bella, 
es mentida ilusión de la esperanza. 
Es el alma que vívida destella 
tu luz al mundo cuando en él se lanza. 
Y el mundo con su magia y galanura 
es espejo no más de su hermosura. 
Es el amor que al mismo amor adora, 
el que creó las sílfides y ondinas, 
la sacra ninfa que bordando mora 
debajo de las aguas cristalinas. 
Es el amor que recordando llora 
las arboledas del Edén divinas, 
amor de allí arrancado, allí nacido, 
que busca en vano aquí su bien perdido. 
¡Oh llama santa!, ¡celestial anhelo!, 
¡sentimiento purísimo!, ¡memoria 
acaso triste de un perdido cielo, 
quizá esperanza de futura gloria! 
¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo! 
¡Oh mujer!, ¡que en imagen ilusoria 
tan pura, tan feliz, tan placentera, 
brindó el amor a mi ilusión primera...! 
¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías, 
¡ah!, ¿dónde estáis que no corréis a mares? 
¿Por qué, por qué como en mejores días 
no consoláis vosotras mis pesares? 
¡Oh!, los que no sabéis las agonías 
de un corazón que penas a millares 
¡ay!, desgarraron, y que ya no llora, 
¡piedad tened de mi tormento ahora! 
¡Oh!, ¡dichosos mil veces!, sí, dichosos, 
los que podéis llorar, y, ¡ay!, sin ventura 
¡de mí, que entre suspiros angustiosos 
ahogarme siento en infernal tortura! 
¡Retuércese entre nudos dolorosos 
mi corazón, gimiendo de amargura! 
También tu corazón hecho pavesa, 
¡ay!, llegó a no llorar ¡pobre Teresa! 
¿Quién pensara jamás, Teresa mía, 
que fuera eterno manantial de llanto, 
tanto inocente amor, tanta alegría, 
tantas delicias, y delirio tanto? 
¿Quién pensara jamás llegase un día, 
en que perdido el celestial encanto, 
y caída la venda de los ojos, 
cuanto diera placer causara enojos? 
Aún parece, Teresa, que te veo 
aérea como dorada mariposa, 
en sueño delicioso del deseo, 
sobre tallo gentil temprana rosa, 
del amor venturoso devaneo, 
angélica, purísima y dichosa, 
y oigo tu voz dulcísima, y respiro 
tu aliento perfumado en tu suspiro. 
Y aún miro aquellos ojos que robaron 
a los cielos su azul, y las rosadas 
tintas sobre la nieve, que envidiaron 
las de mayo serenas alboradas; 
y aquellas horas dulces que pasaron 
tan breves, ¡ay!, como después lloradas, 
horas de confianza y de delicias, 
de abandono, de amor y de caricias. 
Que así las horas rápidas pasaban, 
y pasaba a la par nuestra ventura; 
y nunca nuestras ansias las contaban, 
tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura. 
Las horas, ¡ay!, huyendo nos miraban, 
llanto tal vez vertiendo de ternura, 
que nuestro amor y juventud veían, 
y temblaban las horas que vendrían. 
Y llegaron en fin... ¡Oh!, ¿quién impío, 
¡ay!, agostó la flor de tu pureza? 
Tú fuiste un tiempo cristalino río, 
manantial de purísima limpieza; 
después torrente de color sombrío, 
rompiendo entre peñascos y maleza, 
y estanque, en fin, de aguas corrompidas, 
entre fétido fango detenidas. 
¿Cómo caíste despeñado al suelo, 
astro de la mañana luminoso? 
Ángel de luz ¿quién te arrojó del cielo 
a este valle de lágrimas odioso? 
Aún cercaba tu frente el blanco velo 
del serafín, y en ondas fulgoroso, 
rayos al mundo tu esplendor vertía 
y otro cielo el amor te prometía. 
Mas ¡ay!, que es la mujer ángel caído 
o mujer nada más y lodo inmundo, 
hermoso ser para llorar nacido, 
o vivir como autómata en el mundo. 
Sí, que el demonio en el Edén perdido, 
abrasara con fuego del profundo 
la primera mujer, y, ¡ay!, aquel fuego,
la herencia ha sido de sus hijos luego. 
Brota en el cielo del amor la fuente 
que a fecundar el universo mana, 
y en su tierra su límpida corriente 
sus márgenes con flores engalana. 
Mas ¡ay!, huid; el corazón ardiente 
que el agua clara por beber se afana, 
lágrimas verterá de duelo eterno, 
que su raudal lo envenenó el infierno. 
Huid, si no queréis que llegue un día 
en que enredado en retorcidos lazos 
el corazón, con bárbara porfía 
luchéis por arrancároslo a pedazos; 
en que al cielo en histérica agonía 
frenéticos alcéis entrambos brazos, 
para en vuestra impotencia maldecirle, 
y escupiros, tal vez, al escupirle. 
Los años, ¡ay!, de la ilusión pasaron 
las dulces esperanzas que trajeron 
con sus blancos ensueños se llevaron, 
y el porvenir de oscuridad vistieron. 
Las rosas del amor se marchitaron, 
las flores en abrojos convirtieron, 
y de afán tanto y tan soñada gloria, 
sólo quedó una tumba, una memoria. 
¡Pobre Teresa!, ¡al recordarte siento 
un pesar tan intenso!... Embarga impío 
mi quebrantada voz mi sentimiento, 
y suspira tu nombre el labio mío; 
para allí su carrera el pensamiento, 
hiela mi corazón punzante frío 
ante mis ojos la funesta losa, 
donde vil polvo tu beldad reposa. 
Y tú feliz, que hallaste en la muerte 
sombra a que descansar en tu camino, 
cuando llegabas mísera a perderte, 
y era llorar tu único destino. 
¡Cuando en tu frente la implacable suerte 
grababa de los réprobos el sino!... 
¡Feliz!, la muerte te arrancó del suelo, 
y otra vez ángel te volviste al cielo. 
Roída de recuerdos de amargura, 
árido el corazón, sin ilusiones, 
la delicada flor de tu hermosura 
ajaron del dolor los aquilones; 
sola, envilecida, y sin ventura, 
tu corazón secaron las pasiones; 
tus hijos, ¡ay!, de ti se avergonzaran, 
y hasta el nombre de madre te negaran. 
Los ojos escaldados de tu llanto, 
tu rostro cadavérico y hundido; 
único desahogo en tu quebranto, 
el histérico, ¡ay!, de tu gemido. 
¿Quién, pudiera en infortunio tanto 
envolver tu desdicha en el olvido, 
disipar tu dolor y recogerte 
en su seno de paz? ¡Sólo la muerte! 
¡Y tan joven y ya tan desgraciada! 
Espíritu indomable, alma violenta, 
en ti, mezquina sociedad, lanzada 
a romper tus barreras turbulenta; 
nave contra las rocas quebrantada, 
allá vaga, a merced de la tormenta, 
en las olas tal vez náufraga tabla, 
que sólo ya de sus grandezas habla. 
Un recuerdo de amor que nunca muere 
y está en mi corazón; un lastimero 
tierno quejido que en el alma hiere, 
eco suave de su amor primero. 
¡Ay de tu luz en tanto yo viviere 
quedará un rayo en mí, blanco lucero, 
que iluminaste con tu luz querida 
la dorada mañana de mi vida! 
Que yo, como una flor que en la mañana 
abre su cáliz al naciente día, 
¡ay!, al amor abrí tu alma temprana, 
y exalté tu inocente fantasía. 
Yo inocente también, ¡oh!, ¡cuán ufana 
al porvenir mi mente sonreía, 
y en alas de mi amor, con cuánto anhelo 
pensé contigo remontarme al cielo! 
Y alegre, audaz, ansioso, enamorado, 
en tus brazos en lánguido abandono, 
de glorias y deleites rodeado, 
levantar para ti soñé yo un trono. 
Y allí, tú venturosa y yo a tu lado, 
vencer del mundo el implacable encono, 
y en un tiempo, sin horas ni medida, 
ver como un sueño resbalar la vida. 
¡Pobre Teresa! Cuando ya tus ojos 
áridos ni una lágrima brotaban, 
cuando ya su color tus labios rojos 
en cárdenos matices cambiaban, 
cuando de tu dolor tristes despojos 
la vida y su ilusión te abandonaban, 
y consumía lenta calentura 
tu corazón al par de tu amargura. 
Si en tu penosa y última agonía 
volviste a lo pasado el pensamiento, 
si comparaste a tu existencia un día 
tu triste soledad y tu aislamiento; 
si arrojó a tu dolor tu fantasía 
tus hijos, ¡ay!, en tu postrer momento, 
a otra mujer tal vez acariciando, 
madre, tal vez, a otra mujer llamando; 
si el cuadro de tus breves glorias viste 
pasar como fantástica quimera, 
y si la voz de tu conciencia oíste 
dentro de ti gritándote severa; 
si en fin entonces tu llorar quisiste, 
y no brotó una lágrima siquiera 
tu seco corazón, y a Dios llamaste, 
y no te escuchó Dios, y blasfemaste; 
¡oh!, ¡cruel!, ¡muy cruel!, ¡martirio horrendo! 
¡Espantosa expiación de tu pecado! 
¡Sobre un lecho de espinas maldiciendo, 
morir, el corazón desesperado! 
¡Tus mismas manos de dolor mordiendo, 
presente a tu conciencia tu pasado, 
buscando en vano con los ojos fijos 
y extendiendo tus brazos a tus hijos! 
¡Oh!, ¡cruel!, ¡muy cruel!... ¡Ah!, yo entretanto 
dentro del pecho mi dolor oculto, 
enjugo de mis párpados el llanto 
y doy al mundo el exigido culto. 
Yo escondo con vergüenza mi quebranto, 
mi propia pena con mi risa insulto, 
y me divierto en arrancar del pecho 
mi mismo corazón pedazos hecho. 
Gocemos sí; la cristalina esfera 
gira bañada en luz; ¡bella es la vida! 
¿Quién a parar alcanza la carrera 
del mundo hermoso que al placer convida? 
Brilla radiante el sol la primavera 
los campos pinta en la estación florida: 
truéquese en risa mi dolor profundo 
¡que haya un cadáver más qué importa al mundo! 




El Diablo Mundo
José de Espronceda 


Canto III

«¡Cuán fugaces los años, 
¡ay!, se deslizan, Póstumo!», gritaba 
el lírico latino, que sentía 
cómo el tiempo cruel le envejecía, 
y el ánimo y las fuerzas le robaba. 
Y es triste a la verdad ver cómo huyen 
para siempre las horas, y con ellas 
las dulces esperanzas que destruyen 
sin escuchar jamás nuestras querellas. 
¡Fatalidad! ¡Fatalidad impía! 
Pasa la juventud, la vejez viene, 
¡y nuestro pie que nunca se detiene 
recto camina hacia la tumba fría! 
Así yo meditaba 
en tanto me afeitaba 
esta mañana mismo, lamentando 
como mi negra cabellera riza, 
seca ya como cálida ceniza, 
iba por varias partes blanqueando; 
y un triste adiós mi corazón sentido 
daba a mi juventud, mientras la historia 
corría mi memoria 
del tiempo alegre por mi mal perdido, 
y un doliente gemido 
mi dolor tributaba a mis cabellos 
que canos se teñían, 
pensando que ya nunca volverían 
hermosas manos a jugar con ellos. 
¡Malditos treinta años, 
funesta edad de amargos desengaños! 
Perdonad, hombres graves, mi locura, 
vosotros los que veis sin amargura, 
como cosa corriente, 
que siga un año al año antecedente, 
y nunca os rebeláis contra el destino. 
¡Oh!, será un desatino, 
mas yo no me resigno a hallarme viejo 
al mirarme al espejo, 
y la razón averiguar quisiera 
que en este nuestro mundo misterioso, 
sin encontrar reposo, 
nos obliga a viajar de esta manera. 
Y luego las mujeres, todavía 
son mi dulce manía: 
ellas la senda de ásperos abrojos 
de la vida suavizan y coloran, 
¡y a las mujeres los llorosos ojos 
y los cabellos blancos no enamoran! 
¡Griegos liceos! ¡Célebres hospicios! 
(exclamaba también Lope de Vega 
llorando la vejez de su sotana) 
que apenas de haber sido dais indicios 
su morirse del tiempo en la refriega, 
y ejemplo sois de la locura humana. 
¡Ah!, ¡no es extraño que el que a treinta llega 
llegue a encontrarse la cabeza cana! 
Adiós amores, juventud, placeres, 
adiós, vosotras, las de hermosos ojos, 
hechiceras mujeres, 
que en vuestros labios rojos 
brindáis amor al alma enamorada. 
Dichoso el que suspira 
y oye de vuestra boca regalada, 
siquiera una dulcísima mentira 
en vuestro aliento mágico bañada. 
¡Ah!, para siempre adiós: mi pecho llora 
al deciros adiós ¡ilusión vana! 
Mi tierno corazón siempre os adora, 
mas mi cabeza se me vuelve cana. 
Coloraba en Oriente 
el sol resplandeciente 
los campos de zafir con rayos de oro, 
y su rico tesoro 
del faldellín de plata derramaba 
la aurora, y esmaltaba 
la esmeralda del prado con mil flores, 
brotando aromas y vertiendo amores, 
y llenaban el mundo de armonía. 
La mar serena y la arboleda umbría 
rizando aquéllas sus lascivas olas, 
y éstas las verdes copas ondeando, 
coronadas de vagas aureolas 
a los rayos del sol que se va alzando. 
Y era el año cuarenta en que yo escribo 
de este siglo que llaman positivo; 
cuando el que viejo fue, por la mañana 
en vez de hallarse la cabeza cana 
y arrugada la frente, 
se encontró de repente 
joven al despertar, fuerte y brioso; 
y el antes fatigoso 
del triste corazón flaco latido, 
en vigoroso golpe convertido; 
y palpitantes, conteniendo apenas 
la hirviente sangre, las hinchadas venas. 
Y sintió nueva fuerza en los nervudos 
músculos, antes de calor desnudos, 
mientras en su agitada fantasía 
volando con locura el pensamiento, 
en vaga tropa imágenes sin cuento 
de oro y azul el porvenir traía. 
El corazón henchido de esperanza, 
sin temor de mudanza 
mecida el alma en el placer futuro, 
el ánimo seguro 105 
tras su ilusión lanzándose a la gloria, 
y libre de recuerdos la memoria 
y el alma y todo nuevo. 
Todo esperanzas el feliz mancebo. 
La nube más ligera 
no empañaba la atmósfera siquiera 
de su nuevo atrevido pensamiento; 
nuevo su sentimiento 
y pura y nueva su esperanza era; 
a su espalda las aguas del olvido 
sus antiguos recuerdos se llevaron, 
y de la vida con raudal crecido 
correr el limpio manantial dejaron. 
Y era el primer latido 
que daba el corazón, y era el primero 
pensamiento ligero 
que formaba la mente, y la primera 
nacarada ilusión del alma era. 
Sus ojos a mirar no se volvían 
los recuerdos que huían. 
Y el denso velo de la mente oculta, 
porque muertos habían, 
muerto ya hasta el recuerdo de su nombre, 
que allá también la eternidad sepulta, 
y al despertar amaneció otro hombre. 
¿Quién dudará que el nombre es un tormento? 
Todo el tiempo pasado 
va para siempre atado 
al nombre que conserva el pensamiento, 
y trae a la memoria 
un solo nombre, una doliente historia. 
Hilo tal vez de la madeja suelto, 
en el nombre ya envuelto 
el despecho, el placer, las ilusiones 
de cien generaciones 
que su historia acabaron 
y cuyos nombres sólo nos quedaron. 
Clavo de donde cuelgan nuestras vidas 
en mis jirones pálidos rompidas, 
que traen a la memoria 
cual rota enseña de pasada gloria. 
Porque el nombre es el hombre 
y es su primer fatalidad su nombre 
y en él se encarna a su existencia unido, 
y en su inmortal espíritu se infunde, 
y en su ser se confunde, 
y arranca su memoria del olvido. 
Y viviendo de ajena y propia vida, 
alma de los que fueron, desprendida 
júntase al alma del que vive y lleva 
cual parte de su vida en su memoria 
la ajena vida y la pasada historia. 
Cuanto diciendo voy se me figura 
metafísica pura, 
puro disparatar, y ya no entiendo 
lector, te juro, lo que voy diciendo. 
Vuelvo a mi cuento, y digo 
que el viejo nuestro amigo 
amaneció tan otro y tan ufano 
tan orondo y lozano, 
que envidia y gloria diera 
a un jerónimo antiguo si le viera. 
No hablo de los jerónimos de hoy día, 
que flacos, macilentos, 
tal vez recuerdan con la panza fría 
la abundancia y la paz de sus conventos. 

Tersa y luciente brilla 
la morena mejilla. 
Los afilados dientes 
unidos, transparentes, 
entre sus labios de carmín blanquean, 
y en negros rizos por su espalda ondean 
los cabellos de ébano bruñido, 
en tanto, que encendido 
fuego sus negros ojos centellean; 
y su frente diáfana ilumina 
su raudo pensamiento, 
prestando a su semblante movimiento 
vívido rayo de la luz divina 
ancha la espalda, levantando el pecho, 
de férreos nervios hecho 
el vigoroso cuerpo, y la belleza 
junta a la fortaleza. 
Maravillosa máquina formada 
por ingenio divino, 
de siglos mil a resistir lanzada 
el choque y torbellino. 
¡Y el alma!, ¡el corazón!, ¡la fantasía! 
¡Oh!, la aurora más pura y más serena 
de abril florido en la estación amena 
fuera junto a su luz noche sombría. 
Nosotros, ¡ah!, los que al nacer lloramos, 
que paso a la razón seguimos, 
que una impresión tras otra recibimos 
que ora a la infancia, a la niñez llegamos,
luego a la juventud, ¡ah!, no alcanzamos 
a imaginar la dicha y la limpieza 
del alma en su pureza. 
¿Quién no lleva escondido 
un rayo de dolor dentro del pecho? 
¿Por cuál dichoso rostro no han corrido 
lágrimas de amargura y de despecho? 
¡Quién no lleva en su alma, 
¡ah!, por muy joven y feliz que sea, 
un penoso recuerdo, alguna idea, 
que nublando su luz turba su calma! 


Tal nuestro padre Adán... Pero dejando 
comparaciones frías 
que el alma atormentando 
nos traen recuerdos de mejores días, 
y de aquella fatal, negra mañana 
de la flaqueza o robustez de Eva, 
cuando alargó la mano a la manzana 
y... Pero, pluma, queda... 
¿A qué vuelvo otra vez al paraíso 
cuando la suerte quiso 
que no fuera yo Adán, sino Espronceda? 
Ni el primer hombre, ni el varón segundo 
sino Dios sabe el cuántos, que no tengo 
número conocido, y me entretengo 
en este mundo tan alegre y vario, 
como en jaula de alambres el canario 
divertido en cantar mi Diablo Mundo, 
grandílocuo poema y elocuente, 
en vez de hablar allí con la serpiente... 
Reptil sin instrucción, poco profundo, 
poco espiritual, y al cabo un ente 
de fe traidora y de melosa lengua, 
el cual tal vez me hubiera pervertido, 
y como a Eva para eterna mengua 
deshonrado además y seducido; 
y al fin allí no había 
cátedras ni colegios todavía. 
Y dejando también mis digresiones, 
más largas cada vez, más enojosas, 
que para mí son tachas y borrones 
de las mejores obras, fastidiosas 
haciéndolas, llevando al pacienzudo 
lector confuso siempre, aunque es defecto 
de escritor concienzudo 
que perdona el efecto, 
con la intención de mejorar conciencias 
con sus disertaciones y advertencias. 
El hombre en fin se levantó del lecho 
mancebo ardiente y vigoroso hecho, 
fuera de sí de esfuerzo y de alegría, 
rebosándole el gozo 
al rostro, y en el alma el alborozo, 
al impulso secreto que sentía. 
Era el mes de abril una mañana; 
con un rayo de sol dorado el viento 
alegraba el cristal de su ventana, 
y mecidas en blando movimiento 
de varios tiestos las pintadas flores 
sus corolas erguían 
y al transparente céfiro esparcían 
juveniles aromas y colores. 
Desplegaba ligera 
entre las flores y el cristal sus alas, 
ninfa de la galana primavera, 
de su color vestida y ricas galas, 
en círculos volando bulliciosa 
alegre mariposa, 
sus alas dando al sol rico tesoro 
de nieve y de zafir con polvos de oro. 
Y la aromosa flor que se mecía, 
y el aliento del aura enamorada, 
y la brillante luz que se bullía, 
el inquieto volar de la encantada 
eran, y rico adorno 
mariposa feliz girando en torno, 
imágenes doradas de la vida 
que a la ilusión del porvenir convida. 
Flores, luces, aromas y colores, 
que sueña el alma enamorada cuando 
guardan su sueño a su alrededor cantando 
la virtud, la esperanza y los amores, 
y un alegre rumor que el vago viento 
en confundido acento 
de la calle elevaba 
bullicio de la gente que pasaba, 
cada cual acudiendo a sus quehaceres, 
acá y allá esparcidos, 
su afán mezclando y diferentes ruidos 
al confuso rumor de los talleres. 
Escalando a la estancia del mancebo 
con estrépito alegre y armonía, 
a su encantado pensamiento nuevo 
regocijo añadía. 
¡Oh mundo encubridor, mundo embustero! 
¡Quién en la calle de Alcalá creyera 
tanta felicidad que se escondiera 
y en un piso tercero! 
Mas todo son jardines de hermosura, 
si con su varia tinta 
el alma en su ventura 
y mágica ilusión el cuadro pinta. 
¡Y el más bello pensil trueca y convierte 
del alma la amargura 
en páramo erial de luto y muerte! 


¡Bueno es el mundo!, ¡bueno!, ¡bueno!, ¡bueno! 
Ha cantado un poeta amigo mío, 
mas es fuerza mirarlo así de lleno, 
el cielo, el campo, el mar, la gente, el río 
sin entrarse jamás en pormenores 
ni detenerse a examinar despacio, 
que espinas llevan las lozanas flores, 
y el más blanco y diáfano topacio 
y la perla más fina, 
manchas descubrirá si se examina. 
Pero ¿qué hemos de hacer, no examinar? 
¿Y el mundo que ande como quiera andar? 
Pasar por todo y darlo de barato 
fuera vivir cual sandio mentecato; 
elegir la virtud en un buen medio 
es un continuo tedio; 
lanzarse a descubrir y lanzarse al cielo 
cuando apenas alcanza nuestro vuelo 
a elevarnos un palmo de la tierra, 
miserables enanos, 
y con voces hacer mezquina guerra 
y levantar las impotentes manos, 
es ridículo asaz y harto indiscreto. 
Vamos andando pues y haciendo ruido, 
llevando por el mundo el esqueleto 
de carne y nervios y de piel vestido, 
¡y el alma, que no sé yo do se esconde! 
Vamos andando sin saber adónde. 


Vagaba en tanto por la estancia en cueros 
sin respeto al pudor como un salvaje. 
O como andaba allá por los oteros 
floridos del Edén, o por los llanos, 
sin arcabuz ni paje, 
el padre universal de los humanos. 
Que sin duda andaría 
solo y sin su mujer el primer día; 
o como van aún en las aldeas, 
sucias las caras feas 
y el cuerpo del color de la morcilla 
los chicos de la Mancha y de Castilla, 
nuestro héroe gritando, 
gestos haciendo y cabriolas dando, 
hasta que al fin al ruido 
entró allí su patrón medio dormido. 
Frisaba ya el patrón en sus cincuenta, 
hombre grave y sesudo, 
tenido entre sus gentes por agudo, 
con lonja de algodones por su cuenta; 
elector, del sensato movimiento 
partidario en política, y nombrado 
regidor del heroico ayuntamiento 
por fama de hombre honrado, 
y odiar en sus doctrinas reformistas 
no menos al partido moderado 
que a los cuatro anarquistas, 
aunque éstos le incomodan mucho más; 
por no verlos se diera a Barrabás, 
y tiene persuadida a su mujer 
que es gente que no tiene qué perder. 


Leyendo está las Ruinas de Palmira 
detrás del mostrador a aquellas horas 
que cuenta libres, y a educarse aspira 
en la buena moral, 
y a la patria ser útil en su oficio, 
habiendo ya elegido en su buen juicio, 
en cuanto a religión, la natural; 
y mirando con lástima a su abuelo 
que fue al fin un esclavo, 
y el mezquino desvelo 
de los pasados hombres y porfías, 
rinde gracias a Dios, que el mundo al cabo 
ha logrado alcanzar mejores días. 
Así filosofando y discurriendo, 
sus cuentas componiendo, 
cuidando de la villa y su limpieza, 
sólo tal vez alguna ligereza 
turba su paz doméstica, que ha dado 
en darle celos su mujer furiosa, 
y aunque sobremanera 
los celos sin razón ella exagera, 
suena en el barrio como cierta cosa, 
que aunque viejo, es de fuego, 
corriente en una broma y mujeriego. 


En la estancia, al estruendo y algazara, 
entre el discreto concejal gruñendo, 
y con muy mala cara 
de las bromas del huésped maldiciendo; 
bromas de un hombre de su edad ajenas, 
con un pie en el sepulcro dando voces, 
haciendo el niño y disparando coces 
mas lo que pueda el regidor, apenas, 
(don Liborio) llegar a comprender, 
es cómo a tanto escándalo se atreve 
un hombre que le debe 
cuatro meses lo menos de alquiler. 
«¿Es posible, al entrar, dijo don Pablo, 
(sin reparar siquiera 
que su huésped el mismo ya no era) 
que os tiente así tan de mañana el diablo? 
¡Vive Dios, que os encuentro divertido...! 
Parece bien que un viejo que ya tiene 
más años que un palmar hecho un orate 
arme él solo más ruido 
que cien chiquillos juntos... ¡Botarate! 
¡Más valiera que tantas alegrías 
fueran pagar contado 
mis cuatro meses y diez y ocho días!» 
Tal con rostro indigesto 
dijo, y en ademán de hombre enojado, 
con desdén la cabeza torció a un lado 
y empujó el labio con severo gesto. 
Con una interjección y un fiero brinco 
digno de Auriol el saltarín payaso 
al grave regidor le salta al paso, 
colgándose a su cuello con ahínco 
y amorosa locura, 
su improvisado huésped, que se afana 
(tal simpatiza la familia humana) 
por conocer aquel confuso ente 
de tan rara figura 
que aparece a sus ojos de repente; 
ambas manos le planta 
en los carrillos, y su faz levanta 
por verle bien, y en la nariz le arroja 
tan súbita y ruidosa carcajada, 
fijando en él su vívida mirada. 
Que al pequeñuelo regidor enoja. 


¡Cómo!, ¡a mí!, ¡voto a tal!, gritó en su ira 
furioso el pobre concejal, en tanto, 
viendo aquel tagarote con espanto 
que con salvaje júbilo le mira, 
que le acaricia rudo, 
Hércules sin pudor, Sansón desnudo, 
con atención tan rara y tan prolija 
que al contemplar sus sujetos y oír su voz 
cada vez más se alegra y regocija 
con delirio feroz, 
crujiéndole de cólera los huesos 
en su impotencia don Liborio en vano 
a remediar se esfuerza los excesos 
de aquel bárbaro audaz y casquivano. 
Confuso y sin saber quién le ha traído, 
ni por dónde ha venido, 
ni como, por qué arte prodigioso 
su pacífico viejo en tan furioso 
huésped se ha convertido. 
Su alegre huésped que le palpa y ríe 
como su juguete vil contempla el niño, 
que en su brutal cariño 
ni un punto le permite se desvíe; 
que imperturbable, en tanto que murmulla 
el patrón amenazas y razones, 
súplicas, maldiciones, 
gritos inortográficos les aúlla 
pálpale el rostro y pízcale el semblante. 
¡Qué hombre formal se vio 
en situación jamás tan apurada! 
¡Su grave dignidad comprometida, 
y aquí la autoridad desconocida 
yace además y ajada 
con que la sociedad le revistió! 
Ya le levanta en alto y le examina, 
y al verle mal formado y tan pequeño, 
le contempla risueño 
entre cariño y burla con ternura, 
y que un poder providencial lo envía 
(¡oh presunción del hombre!) se figura 
a servirle y hacerle compañía. 


En fin, los gritos fueron 
tales y tantas del patrón las voces, 
que todos los vecinos acudieron 
al estruendo y estrépito feroces. 
Acudió, como era 
de su deber, al punto la primera 
su mujer, con vestido de mañana 
y tres moños no más, en la marmota, 
dos de color de rosa, otro de grana, 
que aunque el afán de ver quién alborota 
la hizo subir con el vestido abierto, 
la negra espalda al aire y sin concierto, 
la marmota y los lazos con descuido 
por el bien parecer se los ha puesto, 
que un traje limpio y un semblante honesto 
decoro en la mujer dan al marido, 
acudió a la par de ella 
un pintor joven, cuya mala estrella 
trajo a Madrid con más saber que Apeles 
mas no llegó a pintar, porque el dinero 
a su llegada le ganó un fullero 
y no compró ni lienzo ni pinceles; 
y en la buhardilla vive 
lejos del ruido y pompas de este mundo, 
junto a Dios nada menos, que del profundo 
genio de Dios la inspiración recibe; 
mas tanto genio por causa tan fútil 
estéril es, la inspiración inútil. 
¡Y, oh prosa! ¡Oh mundo vil! No inspiraciones 
pide el pintor a Dios, sino doblones. 
Un cachazudo médico, vecino 
del cuarto principal, materialista, 
sin turbarse subió, y entre otros vino 
un romántico joven periodista 
que en escribir se ocupa folletines, 
de alma gastada y botas de charol, 
que ora canta a los muertos paladines, 
ora escribe noticias del Mogol, 
cada línea a real, y anda buscando 
mundo adelante nuevas sensaciones, 
las ilusiones que perdió llorando, 
lanzando a las mujeres maldiciones. 
En tanto, le ha quitado su gorreta 
griega al patrón el héroe, y decidido 
sobre su noble frente la encasqueta 
ancho de vanidad, de gozo henchido; 
y en cueros con su gorro se pasea 
por el cuarto, y gentil se pavonea, 
que es natural al más crudo varón 
ser algo retrechero y coquetón; 
echándole al patrón con desparpajo, 
miradas que le miden de alto a bajo, 
sin hacer caso de sus voces fieras 
creyéndole en su estado natural, 
ni atender al estrépito infernal 
de los que suben ya las escaleras, 
se abrió de golpe la entornada puerta 
y de tropel entraron los vecinos, 
y hallaron al patrón, que a hablar no acierta, 
y al Hércules haciendo desatinos. 
Su esposa la primera, medio muerta 
de espanto y de dolor, gritó: ¡asesinos!, 
porque tiene el amor ojos de aumento 
y quita la pasión conocimiento. 
Fue del patrón, cuando llegó socorro, 
echarla lo primero de valiente, 
y recobrar su dignidad y el gorro, 
tomando un ademán correspondiente. 
Y así mirando indiferente al corro, 
que es máxima que tiene muy presente 
la de nihil admirari, y la halló un día 
en un tratado de filosofía. 
Tendió la mano al loco señalando, 
y al mismo punto su inocente esposa, 
¡la misma infausta dirección, temblando 
con los ojos siguió toda azarosa! 
¡Oh terrible visu!, ¡oh cuadro infando! 
¡Oh!, la casta matrona ruborosa 
vio... Mas ¿qué vio, que de matices rojos, 
cubrió el marfil y se tapó los ojos? 
Musas, decid qué vio... La Biblia cuenta 
que hizo a su imagen el Señor al hombre, 
y a Adán desnudo a su mujer presenta 
sin que ella se sonroje ni se asombre. 
Después se le ha llamado, y a mi cuenta, 
mientras peritos prácticos no nombre 
la familia animal, está dudoso, 
entre todos al hombre el más hermoso. 
Y muy cara se vende una pintura 
de una mujer o un hombre en siendo buena, 
y estimamos desnudo en la escultura 
un atleta en su rústica faena, 
mas eso no: la natural figura 
es menester cubrirla y darla ajena 
forma, bajo un sombrero de castor, 
con guantes, frac, y botas por pudor. 
No que me queje yo de andar vestido 
y ahora mucho menos en invierno, 
y que el pudor se dé por ofendido 
de ver desnudo un hombre lo discierno. 
Y mucho más si el hombre no es marido, 
ni cuñado siquiera, suegro o yerno, 
que entonces la mujer no tiene culpa 
y el mismo parentesco la disculpa. 
Mas es el caso aquí, que aquella dama 
mujer del concejal... ¡Oh!, sin lisonja, 
¿cómo diré la edad que le reclama 
el tiempo que hace ya vive en la lonja, 
yo que me precio de galán? La fama, 
viéndola hacer escrúpulos de monja, 
a los presentes reveló la cuenta, 
y hubo vecino que la echó cincuenta. 
¡Tanto pudor a los cincuenta años! 
¡Oh incansable virtud de la matrona! 
Después de tanto ataque y desengaños 
en este mundo pícaro, que abona 
el vicio con sus crímenes y amaños, 
el tiempo que peñascos desmorona 
no pudo su virtud jamás vencer. 
¡Oh feliz don Liborio! ¡Oh gran mujer! 
¿Y habrá de irse sin mirar siquiera 
a un monstruo, a un loco? ¿Y dejará en el riesgo 
a su Liborio con aquella fiera 
en trance que ha tomado tan mal sesgo? 
No lo permita Dios: Liborio muera, 
y ella también con él. -¡Y aquí yo arriesgo 
por seguir en octavas este canto 
débilmente contar dévouement tanto! 
Ella, la pobre, a su pesar forzada 
a ver un hombre en cueros, que no es 
su esposo, con rubor una mirada 
le echó de la cabeza hasta los pies; 
y aunque fuerte, y honesta, y recatada, 
un pensamiento la ocurrió después: 
que la mujer al cabo menos lista 
tiene en su corazón algo de artista. 
Y a contemplar las formas majestuosas, 
la robustez del loco y carnes blancas, 
recordó suspirando las garrosas 
del pobre regidor groseras zancas. 
Son las comparaciones siempre odiosas, 
siempre, y en el archivo de Simancas, 
si no me engaño, pienso haber leído 
que en el símil, perdió siempre el marido. 
¡Oh cuán dañosas son las bellas artes! 
¡Y aún más dañosa la afición a ellas! 
A sus maridos estudiar por partes 
¡cuántas extravió mujeres bellas! 
No pensó más moléculas Descartes, 
ni en más rayos se parten las estrellas, 
que en partes, ¡ay!, una mujer destriza 
a su esposo infeliz y lo analiza. 
Y a par que en él aplica el analítico, 
al ajeno varón le hecha el sintético, 
y al más fuerte marido encuentra estítico, 
y al más débil galán encuentra atlético. 
Juzga al primero un corazón raquítico, 
halla en el otro un corazón poético. 
La palabra de aquél ruda y narcótica 
y la del otro tímida y erótica. 
Y a mí este juicio me parece exacto, 
y parézcales mal a los maridos, 
que ellos han hecho con el mundo un pacto 
y sus derechos son reconocidos; 
y si tienen mujer, justo ipso facto 
es que su condición lleven sufridos, 
que habla con su mujer el que se casa, 
y yo con las paredes de mi casa. 
El pensamiento que cruzó la mente 
de la honrada mujer del concejal, 
fue, sin pasión juzgado, estrictamente 
cuando más un pecado venial. 
La honrada dueña que no sea siente 
(y éste es un sentimiento natural) 
tan membrudo, tan noble y vigoroso 
como su huésped su querido esposo. 
Y otra cosa además siente también 
que no se ha de saber por mí tampoco, 
ya que ella la reserva y hace bien, 
que al cabo el hombre aquel no es más que un loco. 
Y hay quien dice además que con desdén 
vio desde entonces y le tiene en poco 
(tal impresión en ella el huésped hizo) 
a un mozo de la tienda asaz rollizo. 
¡Ay infeliz de la que nace hermosa! 
Mas la verdad (si la verdad se puede 
en materia decir tan espinosa) 
es (y perdón la pido si se excede 
mi pluma en lo demás tan respetuosa) 
(y esto, ¡oh lector!, entre nosotros quede), 
mas no lo he decir, que es un secreto, 
y siempre me he preciado de discreto. 
¿Quién es el hombre aquél? ¿Quién le ha traído? 
¿Adónde el viejo está que allí vivía? 
¿Cómo y de dónde en cueros ha venido? 
La noche antes don Liborio había 
visto en su cuarto al viejo recogido, 
su cuenta preparada le tenía; 
y cuando el ruido a averiguar hoy entra 
desnudo un loco en su lugar se encuentra. 
Miran al loco todos, entre tanto, 
que por tal al momento le tuvieron, 
y tal belleza y desenfado tanto 
confiesan entre sí que nunca vieron. 
Viéranlo con deleite, si el espanto 
que al encontrarlo súbito sintieron 
les dejara admirarle, pero el susto 
hasta a la dueña le acibara el gusto. 
Él los mira también entre gustoso 
y extrañado, con plácido semblante, 
con benévola risa, cariñoso, 
señalando al patrón que está delante, 
y festejar queriéndole amoroso 
fija la vista en él, y al mismo instante 
la mano alarga, y el patrón la evita, 
se echa hacia atrás amedrentado, y grita. 
Y su desvío y desdeñoso acento 
sin comprender tal vez, y ya impaciente 
el nuevo mozo, entre jovial y atento, 
de un salto avanza a la agolpada gente; 
en pronta retirada un movimiento 
todos hicieron hasta el más valiente 
el audaz regidor, lo menos cinco 
escalones saltó de un solo brinco. 
No es retirarse huir, no, ni cordura 
fuera trabar tan desigual combate 
con un loco de atlética figura 
capaz de cometer un disparate. 
Gritando ¡atarlo! bajan con presura; 
gran medida, mas falta quién le ate; 
velos el loco, y más veloz que un gamo 
prepárase a saltar de un brinco un tramo. 
¡Oh confusión!, que al verle de repente, 
rápido desprenderse de lo alto, 
cada cual baja atropelladamente, 
con gritos de terror, de aliento falto; 
rueda en montón la acobardada gente, 
y el regidor, queriendo dar un salto, 
entre los pies del médico se enreda 
se ase a su esposa, y con su esposa rueda. 
Y el médico también rueda detrás, 
a un tobillo cogido del patrón; 
entregábase el pintor a Barrabás, 
que en un callo le han dado un pisotón: 
ármase un estridor de Satanás, 
el poeta ha perdido una ilusión, 
que ha visto que la dama no sé qué, 
y a más acaba de torcerse un pie. 
Y acude gente, y el rumor se aumenta, 
y llénase el portal, crece el tumulto, 
su juicio cada cual por cierto cuenta, 
y se pregunta y se responde a bulto: 
dicen que es un ladrón, hay quien sustenta 
que al pueblo de Madrid se hace un insulto, 
prendiendo a un regidor, y que él resiste 
a la ronda de esbirros que le embiste. 
Llega la multitud formando cola 
al sitio en que se alzaba Mariblanca, 
y la nueva fatal de que tremola 
ya su pendón, y que asomó una zanca 
el espantoso monstruo que atortola 
al más audaz ministro, y lo abarranca,
el Bu, de los gobiernos, la anarquía, 
llegó aterrando a la secretaría. 
Órdenes dan que apresten los cañones, 
salgan patrullas, dóblense los puestos, 
no se permitan públicas reuniones, 
pesquisas ejecútense y arrestos, 
queden prohibidas tales expresiones, 
obsérvense los trajes y los gestos 
de los enmascarados anarquistas 
y de sus nombres que se formen listas. 
Que luego a son de caja se publique 
la ley marcial, y a todo ciudadano, 
cuyo carácter no le justifique 
luego por criminal que le echen mano; 
que a vigilar la autoridad se aplique 
la mansión del congreso soberano, 
y bajo pena y pérdida de empleos, 
sobre todo, la casa de Correos. 
Pásense a las provincias circulares, 
y en la Gaceta en lastimoso tono, 
imprímanse discursos a millares 
contra los clubs y su rabioso encono; 
píntense derribados los altares, 
rota la sociedad, minado el trono, 
y a los cuatro malévolos de horrendas 
miras, mandando y destrozando haciendas, 
¡oh cuadro horrible! ¡Pavoroso cuadro! 
Pintado tantas veces y a porfía 
al sonar el horrísono balandro 
del monstruo que han llamado la anarquía. 
Aquí tu elogio para siempre encuadro, 
que a ser llegaste el pan de cada día, 
cartilla eterna, universal registro 
que aprende al gobernar todo ministro. 
¡Oh, cuánto susto y miedos diferentes, 
cuánto de afán durante algunos años 
con vuestras peroratas elocuentes 
habéis causado a propios y aun extraños! 
Mal anda el mundo, pero ya las gentes 
han llegado a palpar los desengaños 
y aunque cien tronos caigan en ruina 
no menos bien la sociedad camina. 
¡Oh imbécil, necia y arraigada en vicios 
turba de viejas que ha mandado y manda! 
Ruinas soñar os hace y precipicios 
vuestra codicia vil que así os demanda. 
¿Pensáis tal vez que los robustos quicios 
del mundo saltarán si aprisa anda, 
porque son torpes vuestros pasos viles, 
tropel asustadizo de reptiles? 
¿Qué vasto plan? ¿Qué noble pensamiento 
vuestra mente raquítica ha engendrado? 
¿Qué altivo y generoso sentimiento 
en ese corazón respuesta ha hallado? 
¿Cuál de esperanza vigoroso acento 
vuestra podrida boca ha pronunciado? 
¿Qué noble porvenir promete al mundo 
vuestro sistema de gobierno inmundo? 
Pasad, pasad como funesta plaga, 
gusanos que roéis nuestra semilla, 
vuestra letal respiración apaga 
la luz del entusiasmo, apenas brilla. 
Pasad, huid, que vuestro tacto estraga 
cuanto toca y corrompe y lo amancilla. 
Sólo nos podéis dar, canalla odiosa, 
miseria y hambre y mezquindad y prosa. 
Basta, silencio, hipócritas parleros, 
turba de charlatanes eruditos, 
tan cortos en hazañas y rastreros 
como en palabras vanas infinitos; 
ministros de escribientes y porteros, 
de la nación eternos parasitos; 
basta, que el corazón aurado salta, 
la lengua calla y la paciencia falta. 
Mientras al arma el ministerio toca 
y se junta la tropa en los cuarteles, 
y ve la gente con abierta boca 
edecanes a escape en sus corceles 
cruzar las calles, y al motín provoca 
El gobierno con bandos y carteles, 
y andan por la ciudad jefes diversos 
cuyos nombres no caben en mis versos, 
como el jefe político y sus rondas, 
capitán general, gobernador, 
los que por mucho, ¡oh monstruo!, que te escondas. 
Darán contigo en tu mansión de horror; 
como del amar las agolpadas ondas, 
al ímpetu del viento bramador, 
la calle entera de Alcalá ocupando 
se va la gente en multitud juntando. 
Y ya el discorde estrépito aumentaba 
y la mentira y el afán crecía, 
y la gente a la gente se empujaba, 
codeaba, pisaba y resistía. 
El semblante y los ojos empinaba 
cada cual para ver si algo veía, 
y en larga hilera están ya detenidos 
gentes, carros y coches confundidos. 
Con bosque de palmas que al violento 
ímpetu dobla la gallarda copa, 
cuando apiñado lo recoge el viento 
y con su manto anchísimo lo arropa, 
así ondula con sordo movimiento 
en la ancha calle la agolpada tropa, 
y la apiñada muchedumbre ruge 
al vaivén rudo de su propio empuje. 
Y cede, y vuelve, y crece el vocerío, 
la agitación del popular tumulto, 
y un pánico terror entre el gentío 
con asombro resbala oculto; 
y en tan revuelto y congojoso lío, 
con ronca voz y con violento insulto, 
contrarios intereses y pasiones 
se abren plaza a codazos y empujones. 
Y como negra nube en el verano 
desátase en violento torbellino, 
y piedras llueve, y el dorado grano 
arroja el viento en raudo remolino. 
Súbito rompe el populacho insano, 
se esparce y atropéllase sin tino, 
y huyendo acá y allá, y allá y acá 
corre la gente sin saber do va. 
Ya habrá el lector, si como yo del ruido 
y bulla popular y movimiento 
alguna vez aficionado ha sido, 
y con juicio observó y detenimiento 
visto alguno tal vez tan aturdido 
de la fuga en el crítico momento, 
que dos horas después si lo ha encontrado 
del ímpetu primero aún no ha aflojado. 
Y en bandadas derrámase y se extiende 
la antes amontonada muchedumbre, 
como gorriones que el gañán sorprende 
vuelan del llano a la lejana cumbre. 
Nadie a la voz del compañero atiende, 
nadie acude a la ajena pesadumbre, 
nadie presta favor y todos gritan 
y en confuso tropel se precipitan. 
Y allí la voz aguardentosa truena, 
grita asustada la afligida dama, 
ladran los perros, y las calles llena 
la gente que en tumulto se derrama. 
Suspende el artesano su faena, 
cuidoso el mercader sus gentes llama, 
puertas y tiendas ciérranse, añadiendo 
nuevo rumor al general estruendo. 
Y la prisa es de ver con que asegura 
cada cual su comercio y mercancía. 
Y cómo alguno entre el tropel procura 
mostrar serenidad y valentía, 
y en torno de él la multitud conjura, 
a reunirse con calma y sangre fría 
aconseja, mirando alrededor 
con ojos que desmienten su valor. 
Y otros audaces de intención dañina, 
gózanse en el tumulto y de repente 
donde la gente más se arremolina 
prontos acuden a aturdir la gente. 
Y huyen por aumentar la tremolina 
y confusión, y contra el más paciente 
espectador pacífico se estrellan, 
y con fingido espanto le atropellan. 
Y en tanto que unos y otros alborotan, 
perora aquél y el otro hazañas cuenta, 
páranse en corro y furibundos votan, 
y un solo grito acaso el corro ahuyenta, 
y aquéllos de placer las palmas frotan, 
y éste el sombrero estropeado tienta, 
párase, y el aliento ahogado exhala, 
y el tambor va tocando generala. 
Y algunos nacionales van saliendo 
el ánimo a la muerte apercibido, 
el motín y su suerte maldiciendo 
con torvo ceño y gesto desabrido. 
Y con voz militar, adiós, diciendo 
a su aterrada cónyuge el marido, 
al son del parche y a la voz de alarma 
carga el fusil y bayoneta arma. 
Y entre tanto que vienen batallones 
y órdenes mil el ministerio expide, 
y envuelta en mil diversas confusiones 
la autoridad en fin nada decide. 
Y hay quien demanda a gritos los cañones, 
y quien las cargas de lanceros pide, 
y tal vez otro cavilando calla 
si escogerá la lanza o la metralla. 
Y en tanto que en Madrid, cual se derraman 
por las faldas del rojo Mongibelo 
de lava mil torrentes, que recaman 
con ígneas cintas el tremante suelo 
turbas de gente alborotadas braman, 
y se derraman con insano anhelo, 
en turbiones las calles inundando 
los unos a los otros espantando. 
Súbito con asombro ve la gente 
Que aún al portal del regidor espera, 
salir desnudo a un hombre de repente 
con veloz violentísima carrera. 
Y otro tras él con cólera impotente, 
chico y gordo y vestido a la ligera, 
afligido, empolvado y sin aliento, 
todos los pelos de la calva al viento; 
y a una mujer también desaliñada, 
y seis o siete más llenos de espanto, 
todos tras él gritando con turbada 
voz, que tengan al loco, y entre tanto 
por la calle la faz alborozada, 
el loco va con regocijo tanto, 
que causa gusto al verle tan esbelto 
andando a brincos tan airoso y suelto. 
Pero la gente, viendo la figura 
desnuda de aquel hombre que corría 
rápido como el viento, y la premura 
de la turba que ansiosa le seguía, 
y las voces oyendo, y la locura 
temiendo del que loco parecía, 
sin otra reflexión viento tomaron, 
y hasta tomar distancia no pararon. 
Mas luego que la calma sobrevino 
y los más animosos acudieron, 
y que era huir un necio desatino 
los menos advertidos conocieron, 
y a todos de saber el caso vino 
curiosidad, hacia el patrón corrieron, 
que eran el nuevo joven y el patrón 
de tanto laberinto la ocasión. 
Y en corro el caso del patrón indagan, 
y discuten tal vez puntos sutiles, 
y los magines desvariando vagan 
perdidos de la historia en los perfiles; 
y oyen discursos sin que satisfagan 
los discursos las mentes varoniles 
que ansían profundizar, y nadie entiende 
el caso que el patrón contar pretende. 
«Es pues el caso, el regidor decía, 
que este viejo es un loco huésped mío, 
trocado en joven de la noche al día. 
-Mirad que estáis diciendo un desvarío. 
-Yo cuento la verdad -¡Necia porfía! 
Está loco. -Señores, no me río. 
Yo no discurro nunca a troche y moche. 
Era un viejo a las doce de la noche. 
-Vamos, el regidor perdió un sentido. 
Si eso no puede ser -¡No hay quien me asista! 
Gritaba la mujer, es un perdido, 
un servil, un ladrón, un anarquista: 
ha querido matar a mi marido. 
-Y a vos os viola si no andáis tan lista, 
la repuso un chuzón cara de pillo 
que alegraba con chistes el corrillo. 
Yo dije que era viejo, ahora no digo 
que no sea joven. -Id y el diablo os lleve. 
-Y ahora se me va... -Sois un bodigo. 
-Con más de cuatro meses que me debe. 
-Vos os contradecís. -Me contradigo 
y no me contradigo. -Que lo pruebe, 
gritaba el chusco de la faz burlona; 
idos, buen hombre, a reposar la mona.» 
Desnudo en tanto el nuevo mozo vuela, 
párase; corre, alborozado grita 
mira alegre en redor, nada recela, 
cuanto le cerca su entusiasmo excita. 
Palpar, gritar, examinar anhela 
cuando mira y en torno de él se agita, 
como el amor del maternal cariño 
mira la luz embelesado el niño. 
¡Pobre inocente, alma que entretiene 
el mundo, y le divierte cual gracioso 
juguete, y a mirarle se detiene 
con pueril regocijo candoroso! 
La luz, las gentes en conjunto viene 
todo a herirla, cual juego luminoso 
de prodigioso mágico que alzara 
ideal otro mundo con su vara. 
Y la ciudad y el sol, y sus colores, 
la gente y el tumulto, y los sonidos 
en grata confusión de resplandores 
y de armonías llega a sus sentidos, 
cual las que esmaltan diferentes flores, 
los verdes prados por abril floridos 
confunden con sonoro movimiento 
ruido y colores, si las mece el viento. 
Y les presta su alma su hermosura, 
y el corazón su amor y lozanía, 
su mente les regala su frescura, 
y su rico color su fantasía. 
Les da su novedad luz y tersura, 
regocijo les presta su alegría, 
que el alma gozo al contemplarse siente 
del mundo en el espejo transparente. 
Y en el continuo cambio y movimiento, 
y algazara, y bullicio alegre y vario, 
movido por recóndito portento 
ve el mundo cual magnífico escenario: 
lámpara el sol meciéndose en el viento, 
y obras de artificioso estatuario 
las figuras que en rápido tumulto 
cruzan, y animan algún resorte oculto. 
Y con su propio gusto satisfecho, 
que en sí propia su alma se alimenta; 
latir sintiendo alborozado el pecho, 
nada se explica, ni explicarse intenta. 
Corre al placer de su ilusión derecho, 
de su mismo placer sin darse cuenta, 
que del placer que se gozó sin tasa, 
nadie se ha dado cuenta hasta que pasa. 
Pobre inocente, alma que no sabe 
que sólo al niño su inocencia abona, 
y que en el mundo compasión no cabe 
que en la inocencia mofador se encona. 
Alma llena de fe, cándida ave 
que dulces trinos en el bosque entona, 
que sencilla de rama en rama vuela, 
sin que su gracia al cazador conduela. 
Alma que en la aflicción y la agonía 
del alboroto popular y estruendo, 
grata danza de amor y de alegría 
con indecible júbilo está viendo; 
cánticos la espantosa gritería, 
piensa tal vez, en su ilusión creyendo; 
animadas escenas placenteras 
el susto de la gente y las carreras. 
Y a tomar parte en el común contento 
lánzase y rompe, y en mitad se arroja 
del bullicio, más rápido que el viento, 
y en torno de él la gente se amanoja. 
Ni cura del ajeno sentimiento, 
ni de verse desnudo se sonroja, 
ora formen en torno de él corrillos, 
ora le siga multitud de pillos. 
Fue aquel día el asombro de la villa 
y escándalo de todo hombre sesudo, 
yendo tras él de gente una traílla 
que aterra a veces su ademán forzudo. 
Allí corren los chicos, aquí chilla 
una mujer al verle andar desnudo, 
y algunas que los ojos se taparon 
por pronto que acudieron lo miraron. 
Y andando así, la gente ya le acosa, 
y alguno allí de condición liviana 
quiere que pruebe la intención graciosa 
y el trato afable de la especie humana. 
Y arrojándole piedras, con donosa 
burla por gusto e intención villana, 
le hizo el dolor sentir, para que sepa 
que no hay placer donde el dolor no quepa. 
Que entró en el mundo nuestro mozo apenas. 
Y su dicha y el mundo bendecía, 
e inocentes miradas y serenas 
vertiendo en torno afable sonreía, 
cuando la bruta gente a manos llenas 
lanzaba en él cuanto dolor podía, 
que en traspasar disfrutan los humanos 
su dolor en el alma a sus hermanos. 
Sintió el dolor, y el rostro placentero 
súbito coloró de azul la ira, 
y ya el semblante demudado y fiero 
con ojos torvos a la gente mira. 
Huye el cobarde vulgo a lo primero, 
piedras después sin compasión le tira, 
gritan: al loco, y con temor villano 
huyen y le señalan con la mano. 
¿Quién de nosotros la ilusión primera 
recuerda acaso con su niñez perdida? 
¿Cuál el primer dolor, la mano fiera, 
que abrió en el alma la primera herida? 
¡Ay!, desde entonces, sin dejar siquiera 
un solo día, siempre combatida 
el alma de encontrados sentimientos, 
ha llegado a avezarse a sus tormentos, 
mas ¡ay!, que aquel dolor fue tan agudo 
que el alma atravesó sin duda alguna, 
fue de todos los golpes el más rudo 
que injusta nos descarga la fortuna. 
Cuando inocente el corazón desnudo, 
en el primer columpio de la cuna, 
se abre el amor en su ilusión divina, 
y en él se clava inesperada espina, 
¡y después!, ¡y después!... Así el mancebo, 
hombre en el cuerpo y en el alma niño, 
todo a sus ojos reluciente y nuevo, 
todo adornado con gentil aliño, 
del falso mundo el engañoso cebo 
corre y brinda bondad, brinda cariño, 
y el mundo, que al placer falaz provoca, 
dolor da en cambio al alma que lo toca. 
Mas deje: el mundo por su amor se encarga 
como un chorizo de curarla al humo, 
¡y de hiel rica quinta esencia amarga 
sacar para bañarla con su zumo! 
Luego la ensancha más, luego la alarga, 
la esquina, en fin, con artificio sumo, 
hasta que endurecida y hecha callo, 
suave al tacto le parece un rallo. 
Grave dolor el del mancebo ha sido, 
grave dolor, porque de aquella gente 
la injusticia y crueldad ha comprendido 
con que paga su amor tan inocente. 
No en el cuerpo, en el alma le han herido, 
que es niña el alma y varonil la mente, 
y del juicio y razón le ha dotado, 
para que juzgue el mal que le ha tocado. 
Sintió primero cólera, y pasando 
el físico dolor al pensamiento. 
Volvió los ojos tristes implorando 
piedad con amoroso sentimiento. 
Madre tal vez en su dolor buscando 
que temple con caricias su tormento, 
mas los nombres no sirven para madres, 
y aún apenas, si valen para padres. 
Cuando llegó un piquete, y bien le avino, 
que la gente ahuyentó con su llegada 
y el mozo, agradecido a su destino, 
miraba con placer la gente armada: 
pregúntanle después de donde vino, 
cómo va en cueros, dónde es su morada, 
y él, que no sabe hablar, nada responde, 
los mira, y sigue sin saber adónde. 
¿Y adónde va? A la cárcel prisionero, 
que andar desnudo es ser ya delincuente; 
él, entretanto, observa placentero 
los colores que viste aquella gente. 
Y de una bayoneta lo primero, 
al mirarla tan tensa y reluciente, 
tocó la punta en su delirio insano, 
y en su inocente afán se hirió una mano. 
Y éste fue entonces el dolor segundo, 
y dejaremos ya de llevar cuenta, 
que para algo Dios nos echa al mundo, 
y la letra con sangre entra y se asienta. 
Y así la razón gana, así el profundo 
juicio con la experiencia se alimenta, 
y porque aprenda, el mundo así recibe 
al que no sabe cómo en él se vive. 


El Diablo Mundo
José de Espronceda 

Canto IV

Rizados copos de nevada espuma 
forma el arroyo que jugando salta, 
ricos países de vistosa pluma 
en campos de aire el pajarillo esmalta; 
álzase lejos nebulosa bruma 
de sombra rica, si de luces falta, 
y el verde prado y el lejano monte 
muro y término son del horizonte. 
Allá en la enhiesta vaporosa cumbre 
su manto en el Oriente el alba tiende, 
y blanca y pura, y regalada lumbre 
de su frente de nácares desprende. 
Cándida silfa a su fugaz vislumbre 
el aire en torno sonrosado enciende, 
y en su fuente la ondina voluptuosa 
se mece al son del agua armoniosa. 
Y tras la densa y fúnebre cortina 
del hondo mar sobre la rubia espalda, 
ráfagas dando de su luz divina, 
mécese el sol en lecho de esmeralda. 
La niebla a trozos quiebra, y la ilumina 
del terso azul por la tendida falda, 
y de naranja, y oro, y fuego, pinta 
sobre plata y zafir mágica cinta. 
Y en monte, y valle, y en la selva amena 
y en la de flores mil fértil llanura, 
y en el seno del agua que serena 
se desliza entre franjas de verdura, 
el ruido alegre y bullicioso suena 
de seres mil que cantan su ventura, 
prestando su algazara y movimiento 
voz a las flores, y palabra al viento. 
Las rosas sobre el tallo se levantan 
coronadas de gotas de rocío, 
las avecillas revolando cantan 
al blando son del murmurar del río; 
chispas de luz los aires abrillantan, 
salpicando de oro el bosque umbrío: 
y si el aura a la flor murmura amores, 
la flor le brinda aromas y colores. 
Y resonando... Etcétera: que creo 
basta para contar que ha amanecido, 
y tanta frase inútil y rodeo, 
a mi corto entender no es más que ruido. 
Pero también a mí me entra deseo 
de echarla de poeta, y el oído, 
palabra tras palabra colocada, 
con versos regalar sin decir nada. 
Quiero decir, lector, que amanecía, 
y ni el prado ni el bosque vienen bien, 
que este segundo Adán no verá el día 
nacer en los pensiles del Edén, 
sino en la cárcel lóbrega y sombría. 
Que su pecado cometió también 
viniendo al mundo por extraño hechizo, 
y es justo que tal pague quien tal hizo. 
Corrió entretanto por Madrid la fama 
de aquella aparición del hombre nuevo, 
de cómo viejo se acostó en su cama, 
y al despertar se levantó mancebo. 
Nueva de que era causa se derrama 
del gran tumulto que contado llevo, 
cuando atento el patrón, subiendo al ruido, 
halló en otro a su huésped convertido. 
Hay en el mundo gentes para todo,
muchos, que ni aún se ocupan de sí mismos; 
otros, que las desgracias de un rey godo 
leen en la historia, y sufren parasismos; 
quién por saber la cosa, y de qué modo 
pasó, y contarla luego, a los abismos 
es capaz de bajar; quien, nunca sabe 
sino es de aquello en que interés le cabe, 
quien por saber lo que a ninguno importa 
anda desempolvando manuscritos, 
para luego dejar la gente absorta 
con citas y con textos eruditos; 
otro almacena provisión no corta 
de hechos recientes, cuentos infinitos, 
y mentiras apaña, y cuanto pasa, 
se entretiene en contar de casa en casa. 
Este raro suceso que yo cuento 
aquí en la capital ha sucedido, 
y es tanta la jarana y movimiento 
en que su vecindario anda metido, 
que muchos no tendrán conocimiento 
de un caso no hace mucho acontecido; 
y a otros tal vez tan verdadera historia 
se habrá borrado ya de la memoria. 
Mas yo, como escritor muy concienzudo, 
incapaz de forjar una mentira, 
confesaré al lector que mucho dudo 
de la verdad del caso que le admira; 
contaré el cuento con mi estilo rudo 
al bronco son de mi cansada lira, 
y el hecho a otros afirmar les dejo, 
de haberse el mozo convertido en viejo. 
Como me lo contaron te lo cuento, 
y yo de la verdad sólo respondo 
de que el mozo salvaje del portento 
anda alegre por ahí mondo y lirondo. 
Raro misterio que en conciencia siento 
no poder descifrar por más que ahondo; 
mas, ¿qué mucho, si necio me confundo 
sin saber para que vine yo al mundo? 
Que no es menor misterio este incesante 
flujo y reflujo de hombres, que aparecen 
con su cuerpo y su espíritu flotante, 
que se animan y nacen, hablan crecen, 
se agitan con anhelo delirante, 
para siempre después desaparecen, 
ignorando de dónde procedieron, 
y adónde luego para siempre fueron. 
Baste saber que nuestro héroe existe 
sin entrarse a indagar arcano tanto, 
que tiene para estar alegre o triste 
risa en los labios y en sus ojos llanto, 
que come, bebe, duerme, calza y viste 
ya más civil en este cuarto canto, 
y que Adán en la cárcel le pusieron 
cuando desnudo como Adán le vieron. 
Basta saber que el Diario, en su importante 
sección que casos de la corte cuenta, 
en estilo variado y elegante 
que el interés del sucedido aumenta, 
refiere este suceso interesante 
al número dos mil seiscientos treinta, 
y cómo sigue causa, el parte dado, 
no me acuerdo qué juez de qué juzgado. 
Y todos los de todos los colores 
periódicos (¡amable cofradía!) 
que se apellidan ya conservadores, 
ya progresistas, y que en lucha impía, 
cebo de los políticos rencores, 
mondan y pulen la cuestión del día, 
de ilustración vertiendo ricas fuentes 
en caudales fructíferos torrentes; 
ahondando la cuestión de estrago tanto, 
buscando el móvil de motín tan fiero, 
hallaron unos y otros con espanto 
que era un pagado y vil aventurero 
no disfrazado bajo el noble manto 
de la santa virtud, sino altanero, 
agente digno de la trama impía, 
saliendo en carnes a la luz del día. 
Y acusó cada cual a su contrario 
de haber pagado y encerrado al loco, 
y del absurdo cuento estrafalario 
que honra por cierto su invención muy poco; 
cuál, al gobierno acusa atrabiliario, 
cuál, supone en los clubs que se halla el foco, 
sin que ninguno ser quiera en su ira 
autor de tan ridícula mentira. 
Y con lógica sana y juicio recto 
probaron como cuatro y tres son siete, 
que no cabe en el más rudo intelecto 
que se convierta un viejo en mozalbete; 
y alguno, a los milagros poco afecto, 
con odio a todo clerical bonete, 
probó que nada, en un sabio discurso, 
basta del mundo a trastornar el curso. 
Y yo quedé de entonces convencido 
casi de que era mentiroso el cuento 
aunque siempre mis dudas he tenido, 
que es muy dado a dudar mi entendimiento. 
Y cuanto llevo hasta ahora referido 
ni lo afirmo, oh lector, ni lo desmiento, 
que por mi honor te juro no quisiera 
que nadie mentiroso me creyera. 
Y casi, casi arrepentido estoy 
de haber tomado tan dudoso asunto, 
y de a pública luz sacarlo hoy, 
que la incredulidad llega a tal punto; 
mas ya adelante con mi cuento voy 
al son de mi enredado contrapunto, 
que es mi historia tan cierta y verdadera 
como lo fue jamás otra cualquiera. 
Es el caso que Adán, preso y desnudo, 
hace ya un año que en la cárcel vive, 
do con áspero trato y ceño rudo 
áspera y ruda educación recibe. 
Es cada cual allí doctor sesudo 
que practicando de su ciencia vive, 
tomos que enseñan más filosofía 
que en cien años de estudio en sólo un día. 
Sociedad de filósofos, aquélla, 
andar allí desnudo a nadie espanta, 
antes más bien pondrán pleito y querella 
al que lleve chaqueta, capa o manta; 
y así a nadie extrañó cuando su estrella 
trajo allí al joven que mi lira canta; 
y un año desde entonces ha corrido 
y el mancebo se está como ha venido. 
En cuanto a traje y nada más se entiende 
que la sana razón su juicio aploma, 
sus sentidos aviva y los entiende, 
y su rústico ardor desbrava y doma. 
La gracia y ademán del jaque aprende. 
Las más punzantes voces del idioma, 
y a sufrir y a callar, y a caso hecho, 
guardarse la intención dentro del pecho. 
Y como el juicio el talento rija, 
comprende de derechos y deberes 
el intrincado código que fija 
los goces de aquel mundo y padeceres. 
Y el noble ardor que el corazón le aguija 
en ansia de dominio y de placeres, 
y su hercúlea simpática figura 
del ajeno respeto le asegura. 
Ni chistes ni pillada se le escapa, 
ni gracia alguna sin respuesta queda, 
ni las cartas mejor ninguno tapa 
cuando entre amigos el cané se enreda. 
Revuelta al brazo con desdén la capa, 
con él, navaja en mano, no hay quien pueda. 
Que en la cárcel ahora ya no hay pillo 
que maneje mejor que él un cuchillo. 
Ni lo hay más suelto y ágil, ni quien sea 
más diestro a la pelota y a la barra, 
ni más vivo y sereno en la pelea, 
ni de apostura tal ni tan bizarra; 
y a tanto va su gracia que puntea 
de modo que hace hablar una guitarra, 
y para acompañar se pinta solo 
su acento varonil cantando un polo. 
Y áspero a par que juguetón y atento, 
sin que de su derecho un punto ceda, 
hombre de pelo en pecho y mucho aliento, 
con los ternes y jaques entra en rueda; 
y creciendo en arrojo y valimiento, 
en juez se erige, y los insultos veda 
del fuerte al débil, y animoso arguye 
y a su modo justicia distribuye. 
Tal vez habrá quien diga escrupuloso 
que es poco tiempo para tanto un año, 
y poco fuera, cierto, si dichoso 
vivido hubiera en lisonjero engaño; 
más allí donde el látigo furioso 
la suerte vibra con semblante huraño, 
donde ninguno de ninguno cuida, 
pronto se aprende a conocer la vida. 
Allí, do hierve en ciego remolino 
la sociedad, ni títulos ni honores 
son del respeto formulado sino, 
ni sirven al que entra sus mayores; 
breve mundo de más grandes dolores, 
do lucha el triste en su afligido centro 
contra la sociedad de fuera y dentro. 
Siempre en eterna tempestad, impura 
mar donde el mundo su sobrante arroja, 
lucha náufrago el hombre a la ventura 
sin puerto amigo que en su mal le acoja; 
pechos que endureció la desventura 
y que el castigo de piedad despoja, 
cada cual de su propio pesar lleno, 
nadie se duele del dolor ajeno. 
Y ¿en qué parte del mundo, entre qué gente 
no alcanza estimación, manda y domina 
un joven de alma enérgica y valiente, 
clara razón y fuerza diamantina? 
Apura el jarro del licor hirviente, 
cuando el más esforzado desatina 
y trastornado y balbuciente bebe, 
y aún él cien jarros a apurar se atreve. 
Y es su malicia la malicia aquella 
viva y gentil del despejado niño, 
luz y candor su razón destella 
en medio de su alegre desaliño; 
su noble frente y su figura bella, 
su audacia inspira al corazón cariño, 
que aquella fiera gente, en su dureza, 
admiran el valor y la grandeza, 
y aunque es su lengua rústica y profana, 
y es su ademán de jaque y pendenciero, 
pura se guarda aún su alma temprana 
como la luz del matinal lucero; 
bate gentil, cual mariposa ufana, 
el corazón sus alas placentero, 
que abrillantan aún los polvos de oro 
de inocencia y virtud breve tesoro. 
Ni leyes sabe, ni conoce el mundo, 
sólo a su instinto generoso atiende, 
y un abismo de crímenes inmundo 
cruza, y el crimen por virtud aprende; 
y aquel pecho que es noble sin segundo 
y que el valor y el entusiasmo enciende, 
aplica el crimen la virtud que alienta 
y puro es, si criminal se ostenta. 
Como niño que cándido se esfuerza, 
y hacerse el hombre en su candor presume, 
y la echa de ánimo y de fuerza, 
miente blasfemias, fuma aunque no fume, 
no hay nadie sobre él que imperio ejerza, 
y habla de mozas, tal, grato perfume 
vertiendo en torno de inocencia pura, 
al más bandido remedar procura. 
Y como en mente y en valor les gana 
y aventaja en nobleza y bizarría, 
tanto les vence cuanto más se afana 
en mostrarles mayor su gallardía; 
y aquellas almas viejas su alma ufana 
con noble anhelo superar ansía, 
sin cuidarse en los lances que le empeñan 
de si es vicio o virtud lo que le enseñan 
y por amor a adornos y colores, 
y entender que lo exige su decoro, 
bordado un marsellés con mil primores 
cuelga de su hombro izquierdo con desdoro. 
Charro un pañuelo de estampadas flores 
ciñe a su cuello una sortija de oro, 
calzón corto, la faja a la cintura, 
botín abierto y gran botonadura. 
Que aprendiendo a jugar ganó dinero, 
y allí a la reja la Salada viene. 
Moza que vive de su propio fuero 
y en cuidar a los presos se entretiene: 
el Parecer, tal vez, la hizo salero; 
y ella que es libre y que a ninguno tiene 
cuenta que dar dineros y comida 
le trae, de amores por su Adán perdida. 
Y ya le ha aconsejado en su provecho; 
la pobre moza de su amor prendada; 
que aunque de rumbo y garbo y franco pecho 
y en su modo y palabras desgarrada 
y aunque le mira en cueros, que es bien hecho. 
Con dulce encanto y alma enamorada, 
le aconsejó vestirse por decencia, 
y él se dejó vestir sin resistencia. 
Vagando va confuso el pensamiento 
en torno a la mujer del mozo ardiente, 
sin poderse explicar el sentimiento 
que por sus nervios esparcido siente; 
mas su vista le da dulce contento, 
respira en ella un codicioso ambiente, 
que mágico embelesa los sentidos 
tras la ilusión de su placer perdidos. 
Y su voz aunque áspera que suena 
grata a su oído, el corazón le adula 
y de ansiedad confusa su alma llena, 
ni su ilusión ni su placer formula. 
Lejano son de amante cantilena, 
que entre la brisa perfumada ondula, 
al aire de su dulce devaneo 
perdido vaga su genial deseo. 
Y cuando ella con amor le mira, 
en la ansiedad vehemente que le aqueja 
y en el ardor violento que le inspira, 
quiere romper la maldecida reja, 
y la sacude con violenta ira, 
porque acercarse a ella no le deja; 
trémulo de furor sus miembros laten 
y sus arterias dolorosas baten. 
Látigo y gritillos y penoso encierro, 
pronta a saltar sobre él la muchedumbre, 
tratado allí como indomable perro, 
le impusieron forzada mansedumbre. 
Cual vigoroso potro tasca el hierro, 
bota y arranca de las piedras lumbre, 
el mozo así sujeto a su despecho 
siente un dolor que le desgarra el pecho. 
Fiero león que a la leona siente 
en la cercana jaula de amor llena, 
que con lascivo ardor ruge demente, 
de cólera, erizando la melena, 
y la garra clavando en la inclemente 
reja, en tono los ámbitos atruena, 
y el duro hierro sacudido cruje 
de tanto esfuerzo a tan tremendo empuje. 
Que al placer le convida su hermosura 
más a sus ojos mágica, que el cielo 
con su sereno azul bañado en pura 
luz que colora el transparente velo. 
Placer que inspira al corazón bravura 
fuerza a sus nervios y valiente anhelo, 
su máquina impulsada y sacudida 
al ignorado goce a que convida. 
Que los ardientes ojos de la bella, 
y el que mayo pintó de rosa y nieve 
semblante alegre que salud destella, 
redondas formas y cintura leve. 
Y gallardo ademán, ligera huella, 
pie recogido en el zapato breve, 
y blanca media que al tobillo pinta 
de negro a trechos la revuelta cinta. 
Y el hueco traje que flotante vaga 
en rica de lujuria y vaporosa 
atmósfera de amor, el alma halaga, 
y excita los sentidos codiciosa, 
y que enseñar el movimiento amaga 
cuanto finge acaso la mente ansiosa, 
que allá penetra en la belleza interna 
tras la pulida descubierta pierna. 
Sácanle el rostro en torbellinos rojos 
el fuego del volcán que el pecho asila, 
lanzando llamas sus avaros ojos, 
encendida la lúbrica pupila. 
¡Mísero del que entonces sus enojos, 
¡ay!, provocara; la ira que destila 
su impotencia en su alma, rebosando, 
sobre él cayera su dolor vengado! 
¿Visteis al toro que celoso brama, 
la cola ondeando sacudida al viento, 
que el polvo levantando inflama, 
envuelto en nube de vahoso aliento, 
y ora a su amada palpitante llama, 
ora busca en su cólera violento, 
con erizado cerro y frente torva, 
quién el deseo de su amor estorba? 
Así el mancebo en rededor revuelve 
la vista en ansia de feroz pelea, 
de nuevo a sacudir la reja vuelve, 
que trémula a su empuje titubea; 
calmarse, en fin, a su pesar resuelve, 
siente que en vano lucha y forcejea, 
y ella le habla, y él triste la mira, 
y sin saber qué responder, suspira. 
Que él no sabe con ella hablar de amores, 
sino sentir en su locura ciego. 
Suspiros son la voz de sus dolores, 
y son sus ansias en sus ojos fuego. 
Ella entre tanto calma sus furores, 
que él siempre cede a su amoroso ruego, 
y en sus salvajes ojos se desliza 
dulce rayo de amor que los suaviza. 
Porque es a un tiempo la manola airosa, 
gachona y blanda como altiva y fiera, 
y sabe con su Adán ser amorosa, 
y esquiva con los otros y altanera; 
paloma fiel, cordera cariñosa, 
aunque de rompe y rasga, y de quimera 
y mal hablada, y de apostura maja, 
y que lleva en la liga la navaja. 
Y está de su pasión tan satisfecha, 
tan ancha está de su gallardo amante, 
que hasta la tierra le parece estrecha. 
Y no hay dicha a su dicha semejante 
cuando a la espalda la mantilla echa, 
y las calles se lleva por delante, 
pensando en el gachón que su alma adora, 
en su propia hermosura se enamora. 
Corazón toda ella, y alma, y vida 
y gracia, y juventud, desprecio siente 
hacia la sociedad, libre y erguida, 
hollándola con planta independiente. 
Dejando a su pasión franca salida, 
un pues mejor rasgado e insolente, 
con cara osada por respuesta arroja 
si alguno reprendiéndola la enoja 
pobre mujer para sufrir criada, 
vil la marcó la sociedad impía, 
vivienda en medio de ella condenada 
a perpetua batalla y rebeldía. 
Hija del crimen, sola abandonada 
a su propia experiencia y energía, 
sin más lazo en el mundo ni consejo, 
que un padre preso, criminal y viejo. 
Era el tío Lucas, padre de la bella, 
hombre de áspero trato y de torcida 
condición dura y de perversa estrella, 
sin cesar por su boca maldecida; 
pocas palabras de indolente huella, 
mal encarado y de intención dormido, 
chico y ancho de espaldas, y cargado. 
Largo de brazos y patiestevado. 
De chata y abultada catadura, 
de entrecana y revuelta espesa ceja, 
ojos saltones y mirada dura, 
blanca patilla a trechos y bermeja, 
la frente estrecha y de color oscura, 
rojo el pelo, como áspera guedeja, 
inaccesible al peine, aborrascado, 
en vedijas le cubre enmarañado. 
No hay cárcel ni presidio en las Españas 
que no conserve de él alta memoria, 
ciudad que no atestigüe de sus mañas, 
ni camino sin muestras de su gloria; 
y consignada está de sus hazañas, 
en procesos sin fin, su ínclita historia, 
aunque oscura y truncada, que a la pluma 
fió muy poco su modestia suma. 
Lleva a rastra los pies andando, y mueve 
pesada y vacilante la cabeza, 
su pensamiento a intención aleve 
mostrando en su abandono y su pereza. 
Mosquitos insigne, por azumbres bebe 
sin vacilar un punto su firmeza; 
siempre fumando el labio ya tostado 
con el tabaco negro y requemado. 
Raya en sesenta años, y cincuenta 
hace ya que empezó sus correrías, 
quiénes fueron sus padres no se cuenta, 
ni dónde ha visto sus primeros días. 
Siempre sagaz, diversa historia inventa 
de sus viajes, familia y fechorías, 
cambia su nombre y patria, dando largas 
así a las horas de su vida amargas. 
Este honrado varón, cuando desnudo 
Adán entró en la cárcel, y la gente 
le examinaba con anhelo rudo, 
explicó el caso con sesuda mente: 
«¿No habéis, les dijo, visto nunca un mudo? 
¿Qué diablos os chungáis de un inocente?» 
Y apartó a todos, con afecto raro 
dando a su mudo protección y amparo. 
Y como luego el inocente diera 
pruebas de su vigor y valentía, 
y abriera a uno en desigual quimera 
contra las piedras la cabeza un día. 
Tanto amor le cogió, que la severa 
faz desplegando que jamás reía, 
hablaba siempre dél guiñando el ojo 
con cierta sonrisita de reojo. 
«El chaval, el chaval», decía entre sí, 
«Meterle mano, que mejor gazapo 
no ha regalado el líbano al buchí3; 
vamos con él a quién es el más guapo.» 
Y cuando vio que el mozo hecho un zahorí 
camina viento en popa a todo trapo, 
y aprende a hablar y en ardimiento crece 
y hacerse un hombre de provecho ofrece, 
fundó esperanzas el astuto viejo, 
y comenzó a formarle a su manera, 
y le oye el joven con sagaz despejo 
y con más atención que conviniera. 
A él y a nadie más pide consejo, 
sometida al talento su alma fiera, 
que en las cosas del mundo el viejo es ducho, 
y el candoroso Adán le tiene en mucho. 
Su observación profunda y su experiencia 
ha reducido a máximas la vida, 
es cada frase suya una sentencia, 
cada palabra una ilusión perdida: 
torpe y lento en hablar, vierte su ciencia 
en truncados períodos sin medida, 
más en su gesto su intención marcada 
que el valor de la palabra hablada. 
Como entreabierta garra alza la mano, 
siempre de quite al frente el movimiento, 
y habla gruñendo como perro alano 
con ojos de través y sordo acento. 
Sobre la frente el pelo rojicano, 
la barba sobre el pecho, al mozo atento 
que su doctrina codicioso espera, 
una noche le habló de esta manera: 
Hijo mío, pocos años 
me quedan ya que matar, 
porque a mí me han de acabar 
la viuda4 o mis desengaños 
a ti mañana, a mí hoy. 
Yo soy punta y tú eres mango, 
este mundo es un fandango; 
tú vienes y yo me voy. 
Mira, de nadie te fíes, 
hijo Adán, vive en acecho, 
lo que guardes en tu pecho 
ni aún a ti mismo confíes. 
La gente... No hay un amigo: 
al que cae, la caridad..., 
de una mala voluntad 
tienes un falso testigo. 
Si mojas5 a alguno, cuida 
de endiñarle al corazón... 
No se olvida una intención 
y un beneficio se olvida. 
Eres mozo, al mundo sales. 
De los montes se hacen llanos. 
Buena suerte y muchas manos, 
y callar y vengan males. 
A malos trances más bríos: 
como la mar es en suma 
el mundo, pero en su espuma 
se sustentan los navíos. 
Las mujeres... La mejor 
es una lumia6: en el suelo 
el diablo no tiene anzuelo 
más seguro ni peor, 
ellas te chupan el jugo, 
y te espantan los parnés7: 
cuando carne comer crees 
estás comiendo besugo. 
El hombre ahí ha de enredar 
sin que le enrede el enredo, 
tú no te chupes el dedo, 
que no hay que pestañear. 
Mala siembra, mala siega; 
nada me va, nada sé; 
quien más mira menos ve, 
y di la verdad, Juan Niega. 
Esto es negro para ti, 
pero ya lo entenderás, 
y acaso te acordarás, 
cuando lo entiendas, de mí. 
Poco en verdad el candoroso mozo 
de tan profundas máximas comprende, 
con tal misterio y maleante embozo 
hablándole de un mundo que no entiende. 
Y al través de su rústico rebozo, 
si el sentido tal vez sagaz trasciende 
de alguna frase, en su confuso empeño 
cuanto adivina le parece un sueño. 
Un mundo que una luz pura ilumina, 
que viste y cubre un tan hermoso cielo, 
¿mansión habrá de ser donde camina 
el hombre siempre con mortal recelo? 
¿Y será la mujer, creación divina, 
vida del alma y generoso anhelo, 
brillante de placer y de hermosura, 
enemiga también, también impura? 
¿Será del hombre el enemigo, 
y en medio de los hombres solitario, 
él, su sola esperanza y solo amigo 
verá en su hermano su mayor contrario? 
¿Grillos, cadenas, hambre y desabrigo 
siempre serán el lúgubre sudario 
que vista, al entregarle a su abandono 
el hombre al hombre en su implacable encono? 
¿Será tal vez que en bandos dividida, 
lucha furiosa en obstinada guerra 
la raza de los hombres fratricida 
alterando el reposo de la tierra? 
¿Qué brazo audaz que justo se apellida 
contra su voluntad allí le encierra? 
¿Quién llama criminal a aquella gente 
a quien oye decir que es inocente? 
Y él, que recuerda como en sueño apenas 
de su vida el primer dulce momento, 
¿por qué a vivir en ásperas cadenas 
vino, y cruel con bárbaro tormento 
el hombre de dolor las manos llenas, 
en su inocencia lo arrojó violento, 
castigando con grillos y prisiones 
el natural vigor de sus pasiones? 
Estas y otras reflexiones rudas 
hierven en su ofuscada fantasía, 
como aparece entre las sombras mudas 
incierto rayo de la luz del día. 
Turbio su juicio, amontonando dudas, 
sin fórmula vagando en la sombría 
nube de que su mente está cubierta 
ni acierta a hablar, ni a preguntar acierta. 
Tosió entre tanto su Mentor, que arranca 
del pulmón a pedazos su catarro. 
Y remoja la voz, que le atranca 
sorbiéndose de vino medio jarro; 
de un negro torcidón como una tranca 
pica, lía y enciende su cigarro, 
chupa y empuja con la uña el fuego, 
y en su discurso así prosiguió luego. 
¿Tú qué has hecho? No has salido 
chibato8 del cascarón; 
sin razón o con razón 
a la sombra te han traído. 
Es sino de criaturas: 
no te gruñirá el barí9; 
a mí me tienen aquí 
un chota10 y mis desventuras
se berreó11 el maldecido 
y dos señores muy llanos 
vinieron con cuatro alanos 
a sorprenderme en mi nido. 
Yo como soy muy cortés 
excusé su compañía, 
hasta que vi no podía 
ni por menos ni por pies. 
No se llevaron mal chasco: 
seis pobretes... La del humo... 
Que por ahí andan presumo. 
Yo aquí a la sombra me rasco. 
Por ellos me di a partido; 
dando largas ello irá; 
que no los traigan acá, 
y nada se habrá perdido. 
Tú, pobrecillo, reserva 
lo que ahora vas a saber, 
que en el mundo hay que aprender 
a sentir crecer la yerba. 
El que lo gana, lo jama12 
a buscársela, hijo mío; 
a hacer tú mismo tu avío, 
que el que no llora no mama. 
Y tú para ti has de hacer, 
yo te pondré en buen camino. 
Hijo, si tienes buen sino, 
pan te queda que roer. 
Los seis pobretes... Más plata 
valen que ha dado el Perú. 
Son muy gentes; verás tú 
seis meloncitos de cata. 
Muy hombres, muy campechanos, 
no porque yo los alabe, 
pero es cosa que se sabe, 
como las suyas no hay manos. 
Saladilla te dirá 
lo que has de hacer: ¡malos mengues13 
te lleven a ti y sus dengues, 
que tan derretida está! 
Los seis pobretes reciben 
también de este pobre viejo 
de cuando en cuando un consejo, 
y, Adán, como pueden viven. 
Yo bien te quise dar 
rentas y capellanía, 
pero el que no tiene usía 
se lo tiene que ganar. 
El refrán dice, hijo Adán, 
que Dios es omnipotente 
y el dinero es su teniente, 
y que sin el din no hay dan. 
Con que salud y andar vivo, 
que por tu bien tengo empeño, 
y a Dios, que ya viene el sueño, 
cada mochuelo a su olivo. 

Quedóse Adán, mientras espera el día, 
rumiando las palabras del bandido; 
pasar el mundo en confusión veía 
con loca fiebre y delirante ruido. 
Luego en grata embriaguez su fantasía, 
embargándole el sueño su sentido, 
la imagen en visión encantadora 
le trajo amor de la mujer que adora. 
Su loco enajenado pensamiento, 
que trae regalo y esperanza al alma, 
ignorado deleite y sentimiento; 
en mitad del desierto umbroso palma 
que templa su calor calenturiento, 
y a cuyo pie el viajero se reposa 
en paz de amor y languidez sabrosa. 
Visión en cuyos brazos descansando 
su oscura cárcel y ansiedad olvida, 
en jardines de rosas respirando 
el encantado aroma de la vida. 
El alma allí con movimiento blando 
en el columpio mágica mecida 
de su propia ilusión, cuenta un tesoro 
de esperanzas sin fin, de ensueños de oro 
alma joven y pura que suspende 
en la región del aire un devaneo, 
y que en su propia luz, la luz enciende, 
y da forma y visión a su deseo; 
la atmósfera tal vez ruda le ofende 
del ignorado mundo y su mareo; 
mas si siente sus puntas dolorida 
su propia juventud cura su herida. 
Que hay en el alma, cuando nueva agita 
sus áureas alas, una fuente pura, 
que alegre riega la ilusión marchita 
y renueva su fuerza y su hermosura; 
bebiendo de ella el corazón palpita 
hasta que al fin secándose la apura, 
y en vez de la ilusión se alza la pena 
que al manantial purísimo envenena 
así en su propia alma su consuelo 
halla el mancebo, y de la pura fuente 
con las aguas de vida su desvelo 
templa, y el sueño perezoso siente. 
Y luego en alas de su propio anhelo, 
de la amada mujer, cruza en su mente 
la blanca imagen, que, por más delicia, 
amorosa le besa y le acaricia. 
Brilló entre tanto, si decirse puede 
que brilla en una cárcel nunca el día, 
donde a su luz la sombra nunca cede 
ni un rayo el sol al corazón envía. 
Donde la tregua que al dolor concede 
un breve sueño con crueldad impía 
rompe la aurora, y vuelve a su faena 
el cautivo amarrado a su cadena. 
Donde las horas hilan su tejido 
sin enredar tal vez una esperanza, 
y el tiempo al parecer pasa dormido 
sin señales de alivio ni mudanza; 
donde tal vez el término cumplido 
que la ilusión del desdichado alcanza, 
es en su ruda, inexorable suerte 
en su suplicio una penosa muerte. 
Donde... Pero también el hombre olvida 
allí su pena en su locura insana, 
ríe y canta, y devánase su vida 
que entre el ayer se enreda y el mañana. 
La llaga del dolor adormecida 
templa un olvido, una esperanza vana, 
que es el presente lago alborotado, 
do el porvenir se enturbia y lo pasado. 
La causa, en tanto, en un rincón dormía, 
sin cuidarse de Adán el escribano, 
y un año largo su prisión corría. 
Y nadie de él se acuerda: y un verano, 
y otro pasara, y ciento, y pasaría 
un siglo entero, y mil, y todo en vano, 
situación en las cárceles no extraña, 
gracias al modo de enjuiciar de España. 
Cuando la hermosa que al mancebo adora, 
quién sabe cómo, acaso malamente, 
logró de la pereza vencedora 
del juez que diese Adán por inocente; 
vista la causa en fin, llegó la hora, 
de darle libertad, y delincuente 
no pudiéndole hallar, le sentenciaron 
las costas a pagar que otros causaron. 
Las costas, pues, con otras bagatelas 
pagó de sus ahorros la Salada, 
cálzase el escribano las espuelas, 
la causa aviva, y la dejó zanjada: 
¡oh, cuánto amor, el corazón desvela 
de una hermosa mujer enamorada! 
¡Cómo voló a la cárcel aquel día 
rebosando la nueva en su alegría! 
Párase ante la cárcel, precipita 
acá y allá agitada sus paseos, 
frenético su espíritu se agita; 
sueña su alma amantes devaneos. 
Un siglo en su ansiedad loca, infinita, 
cuenta cada minuto sus deseos, 
allí esperando a que el escriba venga 
y oír gritar: «Adán con lo que tenga»14. 
Llegó por fin el anhelado instante; 
corrió a la reja la feliz manola; 
toda turbada látele el semblante, 
que amor con mil colores arrebola; 
y trémula la mano, y anhelante 
con un ansia no más y una idea sola, 
entre la verja entrándola la agita 
y con el gesto y con la voz le grita, 
y como tigre que acechando hambriento 
tal vez descubre presa en la llanura, 
y en arco el cuerpo arrójase violento, 
salta, y entre sus garras le asegura, 
no con ansia menor al dulce acento 
que entrando hasta sus tuétanos murmura. 
El mozo corre a donde ve su bella 
que al través de la reja se atropella. 
¡Oh del primer amor dulces escenas 
que presencia risueño el escribano, 
palomas inocentes de amor llenas 
que se huelgan delante del milano! 
Romped, en fin, romped esas cadenas 
con que el destino os separó tirano, 
y otras os teja de amorosas flores 
el buen Dios protector de los amores. 
Abrazó Adán al redomado viejo, 
honrado padre de su amada prenda, 
el cual frunciendo el rígido entrecejo 
le apartó donde nadie los entienda; 
y a solas repitiéndole el consejo 
de la noche anterior, le recomienda 
prudencia y tino y ánimo en la vida 
y le abraza otra vez por despedida. 
¡Cuánto júbilo al alma y alborozo, 
cuánto loco placer, cuánta alegría, 
sintió alterado el indomable mozo 
libre al mirarse y a la luz del día! 
Las arterias palpitantes de gozo, 
baña la luz su audaz fisonomía, 
y de contento el corazón deshecho 
suena a sus golpes conmovido el pecho. 
Y ella veloz con su ademán de maja, 
su planta firme y su gentil soltura, 
la calle al lado de su amante baja 
llamando la atención su donosura. 
Y ambos en medio a la común baraja 
de gentes que atraviesan con presura, 
y que a su garbo y gentileza atienden, 
ojos a un tiempo y corazón suspenden. 
Y él al mirarse al lado de su bella, 
y al tocarla tal vez su tacto es fuego, 
fuego que lanza vívida centella 
que el alma y corazón penetra luego; 
páranle a un tiempo su ignorancia, y ella 
que contiene su ardor con blando ruego, 
y acaso su ardimiento también doma 
cuando recuerda la pasada broma. 
Que ha comprendido Adán que aquella gente 
que él con recelo y cuidado mira, 
es acaso la misma que inclemente 
piedras y lodo al inocente tira. 
Y cual furioso loco va impaciente 
junto al loquero que temor le inspira, 
así la rienda puesta a sus arrojos, 
gira en redor sus recelosos ojos. 
Un pobre cuarto bajo en una casa 
pobre, la moza en Avapiés habita, 
de baja planta y de fachada escasa, 
limpia por dentro y de esmerada cuita. 
La llave con incierta mano para, 
y el mancebo infeliz se precipita 
tras ella en la mansión, que amor ahora 
con tintas mil de su ilusión colora. 
Tintas que bañan en su lumbre pura 
la pobre estancia con celeste encanto, 
vertiendo en torno aromas de dulzura 
que amor derrama de su aéreo manto. 
Morada acaso triste, acaso impura, 
mas de la dicha ahora templo santo, 
convertido en Edén de ricas flores 
al soplo germinal de los amores. 
Que solo allí con la mujer que adora, 
cuya hermosura la mansión encanta, 
bastan apenas al mancebo ahora 
los ojos a admirar belleza tanta. 
Y el fuego que frenético atesora 
el corazón y su vigor levanta, 
y su inquietud redobla, fulminante 
en ráfagas de luz brota al semblante. 
Y entre sus manos trémula su mano, 
sus labios devorándose encendidos, 
al rudo impulso y al furor tirano 
de sus tirantes nervios sacudidos, 
él, ignorante en su delirio insano, 
respondiendo latidos a latidos. 
Al corazón la aprieta, el juicio pierde, 
la besa hambrienta y con placer la muerde. 
Y una nube quimérica ya vela 
sus sentidos, y vaga y vaporosa 
placer, deleites y delirios cela 
y confunde su dicha vagarosa; 
y la hermosura disipada vuela 
de la mujer que espárcese amorosa, 
y donde quiera él, gusta, toca y mira, 
dicho, hermosura e ilusión respira. 
Aire que con riquísimos olores 
baña su negra cabellera riza, 
luz vagarosa y blanda que de amores 
en los húmedos ojos se desliza, 
voluptuosa niebla de colores 
que un deliquio dulcísimo matiza, 
los cerca en derredor embebecidos 
en su lánguida magia los sentidos. 
Amor encuentra en su sabrosa boca, 
y en sus ojos de amor, amor respira, 
afán de amores en su frente loca 
latir contempla si a su hermosa mira. 
Furor ardiente que el amor provoca 
él en su aliento abrasador aspira, 
y ella a su furia y su pasión demente 
doblar su amor al estrecharle siente. 
Y amor en voluntad se desvanece 
y va a perderse en el remoto cielo, 
que hasta allí disipándose parece 
que elevan sus espíritus su vuelo; 
y el aura del deleite que las mece 
y confunde sus almas en un velo, 
cubriéndolas de gloria y de ventura, 
allá las alza en sueños de dulzura, 
sueños que en torno en formas nacaradas 
vagos acá y allá revolotean, 
y en las venas latiendo arrebatadas 
entre la sangre trémulos serpean. 
En los rígidos nervios desplegadas 
sus alas placidísimas ondean, 
sobre la frente bulle su armonía 
y ofuscan con su luz la fantasía 
genios de amor, deidades de hermosura, 
donde la juventud, nuevas creaciones, 
que en el primer placer el alma pura 
llueve desde su cielo de ilusiones; 
inmenso amor, riquísima ventura, 
que ignoran los morales corazones 
que el varonil vigor aún no ha sentido 
y está el candor de su niñez perdido. 
¡Oh! A su inocencia, a su infantil pureza 
la fuerza juvenil junta el mancebo, 
nueva a sus ojos es tanta belleza, 
nuevas sus ansias y su gozo nuevo; 
antes que la ilusión en su cabeza 
seque el deseo con picante cebo, 
dicha, ilusión, amores y delicias 
se atropellan en él con sus caricias. 
Y allí en tropel, cual vierte su rocío 
en las mañanas del abril la aurora 
sobre las verdes ramas del sombrío 
y en las pintadas flores que enamora, 
al alma y cuerpo con amante brío 
la turba de placeres voladora, 
que en torno en algazara se levantan. 
En círculos de júbilo la encantan. 
Olas que van y vienen en su mente 
son sus alborotados pensamientos, 
confusos todos en tumulto ardiente 
brotando el corazón sus sentimientos; 
y al armonioso estrépito latente 
absortos los sentidos, los violentos 
impulsos del amor muestran pasmados 
en éxtasis de gozo arrebatados. 
¡Oh! ¡Cómo vibra y en acorde canto 
el alma de ella al alma de su amante! 
¡Oh! ¡Cómo tanto amor, delirio tanto 
se retrata en su célico semblante! 
¡Oh! ¡Cuál le presta su ignorado encanto 
su espíritu a su espíritu flotante, 
como el arco del músico se agita 
cuando violenta inspiración le excita! 
Que, como cuando arrebatado azota 
al muelle mar el huracán violento, 
las apiñadas olas que alborota 
a merced van del combatido viento, 
así en la llama eléctrica que brota 
el alma en cada nuevo sentimiento, 
envuelta el alma ajena y sacudida 
vaga a merced de la pasión perdida. 
Y ahora que así las almas considero 
prestándose placer, gloria y ternura, 
pararme un punto y lastimarme quiero 
de mi propio disgusto y desventura; 
que ya gastado de mi ardor primero 
el tesoro riquísimo se apura. 
Y en mi amargo dolor continuo lloro 
perdido malamente aquel tesoro. 
Aunque por otra parte me consuela 
no tener ya que ir como iba un día 
a escape con el alma y dando espuela 
al alma que en mi curso antecogía; 
ni soñada esperanza me desvela, 
ni doy crédito ya a mi fantasía, 
y si de amor no late el pecho mío 
también en cambio a mi placer me hastío. 
¡Oh! ¡Bendita mil veces la experiencia 
y benditos también los desengaños! 
Piérdese en ilusión, gánase en ciencia, 
gastas la juventud, maduras años, 
tanta profundidad, tanta sentencia, 
tantos remedios contra tantos daños, 
¿a qué los debes, mundo, en tanta copia 
sino a la edad y a la experiencia propia? 
¿Y habrá tal vez alguno que sostenga 
que no vale la ciencia para nada? 
¿Y habrá menguado que a probar nos venga 
que está la dicha en la ilusión cifrada? 
¿Pues hay cosa que más nos entretenga 
que medir de los astros la jornada, 
y saber que la luna es cuerpo oscuro, 
y aire ese cielo al parecer tan puro? 
Viva la ciencia, viva, y si en el mundo 
perdiste ya del alma la energía, 
y en ella guardas con dolor profundo 
algún recuerdo de un dicho día 
con viva aplicación meditabundo 
engólfate en los libros a porfía, 
que aunque ellos nunca calmarán tu pena 
al menos te dirán qué es luna llena. 
Y entretanto, vosotros los que ahora 
pinté embriagados de placer y amores, 
gozad en tanto vuestras almas dora 
la primera ilusión con sus colores. 
Gozad, que os brinda la primera aurora 
con el jardín de sus primeras flores. 
Coged de amor las rosas y azucenas 
de granos de oro y de perfumes llenas. 
Y sed vosotros isla de verdura 
donde repose yo, cansado y yerto 
del sol que ennegreció mi frente pura 
y del árido viento del desierto. 
Idea de suavísima dulzura 
vosotros sed do el pensamiento incierto 
fije su vuelo, y vuestro aroma blando 
venga a mi corazón su afán templando. 




El Diablo Mundo
José de Espronceda 


Canto V


Cuadro I




Interior de una taberna en el Avapiés. En un rincón junto a una mesa ADÁN con la SALADA; ella contemplándole con recelosa curiosidad, él 
distraído: grupo de majos a un lado: grupos de manolos y manolas que danzan. Un hombre con traje mitad seglar, mitad eclesiástico, flaco, 
ruin de estatura, chato, lampiño, pelleja arrugado, pelo pobre y rojizo chisgarabís repugnante, toca la guitarra. Su edad cuarenta años 15.


UN MANOLO Buen ánimo, padre cura. 
Vamos, otra seguidilla. 


MANOLA 1.ª ¡Qué seria está Saladilla! 


MANOLA 2.ª Chica, por poco se apura. 


MANOLA 1.ª (Al CURA.) 

¿No canta usted? 


CURA (Con ademán salado que le sienta muy mal.) 

¡Salerosa! 


MANOLA 1.ª ¡Viva la gracia! 


MANOLA 2.ª Mohosa, 
mala mano te desuelle. 


CURA (Apurando el vaso.) 

¡Sangre de Cristo! Al avío. 


MANOLA 2.ª Vamos pues, toque usté aprisa. 


CURA Consumé: siga la misa, 
y ayúdamela, hijo mío. 
(A un mozalbete que alternará con él cantando.) 

(Mientras rasga la guitarra, desaparece la fisonomía del CURA escuerzo entre millares de innobles gestos.) 

No hay religión más santa 
(Canta.) 

que la de Cristo, 
que señala a los moros 
como enemigos. 
Guerra a los cueros, 
porque matando moros 
se gana el cielo. 




(Danzan.)


SALADA ¿Estás triste, dueño mío? 
¿No respondes? 


ADÁN (Distraído.) 

No sé, siento 
una ansiedad, un tormento. 


SALADA Me matas con tu desvío. 
Mira, Adán, me miro en ti 
como en Dios. ¿Qué mal te oprime? 
Por Dios, Adán, por Dios dime 
que también me amas así. 


ADÁN (Con frialdad.) 

Sí, te amo. 


SALADA (Con ternura.) 

¿No es verdad? 
Yo con locura; ¿suspiras? 
¿No respondes? ¿No me miras? 




(ADÁN recorre con los dedos la mesa, y los ojos bajos profundamente pensativo: ella con zozobra le mira fijamente y los ojos húmedos de 
lágrimas. Sigue la danza.) 


MANOLA 1.ª (Con desgarro.) 

¡Jalea de Navidad! 
¿Quién me la compra? 


MANOLA 2.ª (Señalando a ADÁN y a la SALADA.) 

¡Qué par! 
¡La romántica ya llora! 
Traigan agua a la señora, 
porque se va a desmayar. 


CURA (Canta.) 

La mujer y las flores 
son parecidas, 
mucha gala a los ojos 
y al tacto espinas. 
Y yo, que tengo 
el corazón herido 
nunca escarmiento. 




(Corro de guapos.)


GUAPO 1.º ¿Con que es aquél? 
(Señalando a ADÁN con el gesto.) 



GUAPO 2.º Aquél es. 


GUAPO 3.º Un trago, que pase el miedo. 


GUAPO 2.º Señor Matorrales, quedo 
que es muy hombre. 


GUAPO 3.º ¿Por los pies? 


GUAPO 2.º Y por las manos. 


GUAPO 1.º Amigo, 
dice el refrán que su silla 
pierde el que se va a Sevilla. 


GUAPO 2.º Y es natural. 


GUAPO 3.º Pues yo digo 
que la cortaré la cara. 


MANOLO 1.º Coja usted tierra, salero. 




(MANOLOS bailando.) 


CURA (Mirando de reojo a los majos.) 

Buena danza se prepara. 
(Canta.) 

Tienes una boquirris 
tan chiquitirris, 
yo me la comeriba 
con tomatirris. 


EL CHICO (Canta.) 

Y en tus ojillos, 
¡ay!, se me baila el alma 
que me derrito. 


GUAPO 1.º ¿No te ha conocido? 


GUAPO 3.º No; 
está ella muy distraída. 


GUAPO 2.º Quien bien quiso tarde olvida. 


GUAPO 3.º Pues ella pronto olvidó. 


TABERNERO Una azumbre se me debe. 


GUAPO 3.º Eche usted otra, que quiero 
que el mozo aquel tan salero 
y aquella niña lo pruebe. 


ADÁN (A la SALADA.) 

¡Me ahogo! Siento un deseo, 
Salada, no sé de qué; 
un afán... 


SALADA Yo sí lo sé; 
no me quieres: bien lo veo. 


ADÁN ¿Vistes aquel pez dorado 
que en tu casa, en un fanal, 
breve lago de cristal, 
da vueltas aprisionado, 
y en la ventana al sol mira 
tejiendo en torno colores, 
y en las macetas las flores 
donde la brisa suspira; 
y ya escucha su rumor 
que le encanta, y le suspende 
ya la llama que se enciende, 
ya la beldad de la flor; 
y en su cárcel cristalina, 
nada con más ligereza, 
por gozar de la belleza 
que los ojos le fascina? 
Pues así yo, dueño mío, 
la tierra, la luz, el cielo, 
disfrutar con loco anhelo, 
y sin saber cómo, ansío. 


SALADA Mira, si tú, vida mía, 
me amaras como yo a ti, 
todo eso hallaras en mí 
y tu ansiedad calmaría 
yo..., que tu amor sólo anhelo, 
para templar mis enojos, 
busco mi luz en tus ojos, 
hallo en tu frente mi cielo. 
Y estando a tu lado, Adán, 
ni ese sol ni el cielo veo, 
que eres todo mi deseo 
y eres tú todo mi afán. 
Decir ternuras ignoro, 
ruda y salvaje nací, 
no sé qué pasa por mí 
ni tampoco por qué lloro. 
Fuego en mi amargo dolor, 
fuego de Dios es mi estrella 
que no me formó más bella 
para aumentarte tu amor. 
Mal haya, mal haya amén 
cuando te vi, ¿y quién te viera 
que al mirarte no aprendiera 
al momento a querer bien? 


ADÁN ¿Ves tú cuándo tornasola 
los cielos la luz del día, 
y huye la noche sombría; 
y en tintas mil arrebola 
la aurora el blanco celaje, 
y cantar a la alborada 
las aves en la enramada, 
luciendo el vario plumaje? 
Más placer, más luz, más vida, 
más amor vierte a torrentes 
ese estrépito de gentes 
que en multitud confundida 
ayer vi cuando a tu lado 
con tanto afán, tanto gozo, 
tanta gala y alborozo, 
bajaban tantos al Prado. 
Adornos tan relucientes, 
ricos trajes y colores, 
coches, caballos, primores 
y gustos tan diferentes; 
y el lujo y la gentileza 
de aquellos tan altaneros 
que llamas tú caballeros 
y damas de la nobleza; 
¿cómo pueden no admirar 
al que siquiera los mire? 
¿Quién habrá que no suspire 
por su grandeza igualar? 


SALADA ¿Quién mejor que tú entre ellos? 
Por el mejor de más brío 
no trocara yo, Adán mío, 
un rizo de tus cabellos. 


ADÁN O estoy loco, vive Dios, 
o no me entiendes, Salada. 


GUAPO 3.º (Se acerca al 1.º con el jarro de vino.) 

Ve y dales la cambiada 
y brinda tú por los dos. 




(Quedan en observación en el rincón opuesto los dos guapos.) 


GUAPO 1.º (A ADÁN y la SALADA.) 

Dios bendiga lo que cría 
bueno, y lo estoy yo mirando. 


SALADA (Con desgarro.) 

¡Vaya un don necio! 


GUAPO 1.º Estimando 
mi alma, más cortesía, 
(A ADÁN.) 

Mocito, un sorbo quisiera. 
(ADÁN sin mírarle continúa distraído.) 

¿Y usted niña? 


SALADA Me hace mal 
la espuma. 


GUAPO 1.º (Acercándose al oído de ella.) 

¡Viva la sal! 
¿Está el gaché de quimera? 


SALADA ¿Sabe usted los mandamientos? 
Pues el quinto no moler. 


GUAPO 1.º Se me olvidan sin querer 
a veces. 


GUAPO 3.º (Al 2.º en acecho desde el rincón opuesto.) 

Bebo los vientos 
de pura cólera. 


GUAPO 2.º El majo 
de monos sin duda está. 




(Coro de baile.) 


MANOLA 1.ª ¡Un soponcio, que me da! 


MANOLO 1.º ¡Viva ese desparpajo! 


CURA (Canta.) 

Nunca mató a los hombres 
la pena negra. 
Desventuras y males 
y penas vengan. 
¡Ay! ¡Las mujeres 
a los hombres mejores 
les dan la muerte! 


GUAPO 1.º (A ADÁN.) 

Mocito, ¿usted ha perdido 
el habla? 


SALADA Vaya un moscón. 


ADÁN No gasto conversación. 


GUAPO 1.º ¿Se da usted por ofendido? 
Pues lo siento. 


ADÁN (Con calma.) 

Se acabó. 


SALADA ¿Lo quiere usted claro? 


GUAPO 1.º Sí. 


SALADA Que está usted de más aquí. 


GUAPO 1.º (Se rasca con sorna y meneos truhanescos.) 

No entiendo indirectas yo. 


GUAPO 3.º (Al 2.º) 

El demonio me retienta 
compañero. 




(Continúan en acecho.)


GUAPO 2.º Críe usted pecho. 


GUAPO 1.º ¡Tengo una sangre! 


GUAPO 2.º El despecho. 


GUAPO 1.º Y la indina que lo aumenta. 




(Corro de baile.) 


MANOLA 1.ª Pae cura, usté se enronquece. 


MANOLA 2.ª Hija, dale un caramelo. 


CURA De verte a ti me amartelo 
pichona. 


MANOLA 2.ª Me lo parece. 


CURA (Canta.) 

Arrecógete y brinca, 
menéate y salta, 
porque tanto meneo 
me lleva el alma. 


EL CHICO (Canta.) 

¡Jesús, qué liga! 
Y es lo bueno que nunca 
miente la pinta. 


SALADA ¿Con que no? 


GUAPO 1.º Pues por supuesto. 




(ADÁN se levanta y lo coge con fuerza del brazo.) 


ADÁN Buen amigo, basta ya. 
(Le separa sujetándole sin trabajo y vuelve a sentarse.) 



GUAPO 1.º (Echa mano de la navaja.) 

Un demonio bastará, 
que el brazo me ha descompuesto. 


GUAPO 3.º Compañero, me perdí. 
(Al 2.º, echándose ya en medio.) 



GUAPO 2.º (Siguiéndole.) 

Ya se armó. 


GUAPO 3.º Mala carcoma. 
(Desembozándose y presentándose a la SALADA.) 

Di, ¿me conoces? Pues toma. 
(Le tira una navajada a la cara que no le da.) 



SALADA Esas se dan siempre así. 
(Le entra el cuchillo junto al corazón.) 



GUAPO 3.º ¡La unción! ¡Favor! ¡Me han herido! 


TABERNERO ¡En mi casa! 


CURA Las lió. 
(Tira la guitarra y sale a escape.) 





(Huyen todos precipitadamente; coge a ADÁN la SALADA del brazo, y salen juntos por la puerta de la trastienda.) 


ADÁN ¿Qué has hecho tú? 


SALADA ¿Qué sé yo? 
Corre pronto. 


TABERNERO Me han perdido. 




(Gente, justicia que acude, etc.)



FIN DEL CUADRO

Tú el espíritu amor, tú eres la vida 
de la mujer que en tu ilusión se ceba, 
y halla en ti sólo su ansiedad cumplida 
la que tu dardo penetrante prueba. 
El viento en remolinos sacudida 
acá y allá inconstante el alma lleva 
del hombre, y pasajero devaneo 
eres no más de su primer deseo. 
Inmenso mar que brinda al navegante 
con mansas olas y sereno viento. 
Y una playa riquísima y distante 
que ilumina a su gusto el pensamiento, 
y una luz que se pierde rutilante, 
y brilla con inquieto movimiento, 
glorias, tesoros, la esperanza ofrece 
a su ambición que en su delirio crece. 
¡Cuánto en la juventud la vida es bella! 
Con músicas regala nuestro oído, 
los ojos guía reluciente estrella, 
brinda la flor aromas al sentido. 
Lánzase el hombre con ardor tras ella, 
como al dejar al águila su nido, 
buscando al sol, y con seguro vuelo 
volando a hallarle en el remoto cielo. 
¿Quién parará su rápida carrera? 
¿Quién pondrá coto a su afanar ardiente? 
Corre campo a buscar, como la fiera 
que se lanza en el circo de repente. 
Arrebata tal vez en su primera 
locura al que se opuso, indiferente 
lo abandona después. ¡Ay! ¡Desdichada 
la mujer que se oponga a su pasada! 
Flor que arrebata de su tallo el viento, 
la roba enamorado y se la lleva, 
bésala y acaríciala violento 
con nuevo ardor y con locura nueva; 
bebe su aroma de su olor sediento, 
y las hojas le arranca; en ella ceba 
su amoroso furor, y al fin la arroja 
cuando marchita y sin olor le enoja. 
Y sigue, y allá va, y allá se lanza, 
y allá acomete, la región buscando, 
que la imaginación apenas alcanza 
a pintarse, su vuelo remontando: 
y él allá va, y ardiente se abalanza, 
cayendo despeñado y tropezando, 
a merced de su propia fantasía, 
tras la engañosa estrella que le guía. 




Cuadro II

Escena I


Habitación de la SALADA.


(ADÁN y la SALADA.)


SALADA (Acariciándole.) 

Gachón mío, di, ¿no das 
un beso a tu pobre amante? 


ADÁN ¿Por qué has herido a aquel hombre? 


SALADA ¿Por qué? Porque yo a mi padre 
le he oído decir, que gana 
el pleito quien pega antes. 


ADÁN No sé por qué no me gusta 
ver esas manos con sangre. 
¡Son tan lindas! Llevar flores 
mejor que un puñal les cae. 


SALADA Bien puede ser, y si quieres, 
tan sólo por agradarte, 
nunca cogeré un cuchillo, 
y aun dejaré que me maten. 
(Con gachonería.) 



ADÁN ¡Qué hermosa es! 
(Le da un beso.) 





(La SALADA juega con sus rizos.) 


SALADA ¡Como en ondas 
los negros rizos te caen! 
Quisiera tener millones 
de almas para adorarte, 
y en cada cabello tuyo 
enredar una. ¡No sabes 
cómo te amo, Adán mío! 
Y en esos ojos que arden, 
quisiera ser mariposa 
para en su luz abrasarme. 
Échate, Adán, en mi falda, 
así. ¿Estás bien? ¡Cuál te late 
el corazón! ¿No es verdad 
que es sólo mío? ¡Ah! Dame 
otro beso, mas ¿qué tienes? 
¿No me escuchas? 


ADÁN (Entre sí.) 

¿Por qué nacen 
pobres como yo los unos, 
y nacen los otros grandes? 


SALADA ¿Qué murmuras? 


ADÁN Tú que has visto 
esos ricos tan galanes, 
que en poderosos caballos, 
con jaeces tan brillantes 
galopan, o reclinados 
en magníficos carruajes, 
parece que se desdeñan 
en su soberbia insultante 
de mirar a los que cruzan 
a pie, como yo, las calles; 
tú, en fin, que el mundo, aunque en vano 
quisiste ayer explicarme; 
mundo que en mil confusiones 
más me enreda a cada instante, 
dime, ¿esas damas tan bellas 
con esos garbos y trajes, 
viven así? Dime, ¿hablan 
como nosotros? ¿Qué hacen? 


SALADA (Con gesto desabrido.) 

Dueño mío, somos hijas 
toditas de un mismo padre, 
y la mejor es tan buena 
como yo, y ¡gracias!... 


ADÁN Me hablaste 
de eso: de un padre común 
también ayer. 


SALADA Son de carne 
y hueso como tú y yo. 


ADÁN Es inútil que me canse. 
Ni yo te acierto a entender, 
ni tú aciertas a explicarte. 
Pero dime, ¿cuáles son 
sus diversiones, sus bailes, 
su vida, sus alegrías, 
sus casas? ¿Cómo se hace 
para juntarse con ellos 
con ellos vivir, hablarles, 
y en lujo, poder y galas 
a su grandeza igualarse? 


SALADA ¿Te acuerdas, Adán, del pez 
dorado, que entre cristales 
gira admirando del sol 
los rayos en que se parte, 
y oyendo el rumor del aura 
entre las flores suave, 
embebecido en su música 
ansía quebrantar su cárcel 
por gozar de la armonía 
de luces, flores y aire? 
Pues, pobre pez si cumpliera 
su voluntad, que al hallarse 
en otro ajeno elemento 
del elemento en que nace, 
céfiros, luces y flores 
le dieran muerte al instante. 
Sueños son ésos, Adán, 
los que tu mente distraen, 
aire que anhelas coger, 
porque los sueños son aire. 
Entre esas gentes altivas 
quien más de nosotros vale, 
no alcanza sino desprecios 
en premio de su donaire. 
Nuestros enemigos son, 
y el modo de ser iguales, 
es en la misma moneda 
en que nos pagan pagarles. 
Y piensa... Pero no quiero 
pensar en ello, ni caben 
pensamientos de otro amor 
en tu corazón de ángel. 
Pero..., si acaso esas damas... 
(Con ira celosa.) 

Las de las blondas y encajes... 
Tal vez..., si tú en tu delirio 
de mí olvidado..., no sabes, 
Adán, de lo que es capaz 
una mujer por vengarse; 
pero no, no; no es verdad. 
Tu amor es mío; Adán, dame 
mil besos, uno tan sólo 
que mis inquietudes calme. 


ADÁN Puede ser; pero ¿por qué 
riquezas que son palpables, 
galas que miran mis ojos, 
no han de estar nunca a mi alcance? 
Tanta ansiedad me fatiga, 
mil pensamientos combaten 
dentro de mí, pasan, huyen... 
Un beso, mi bien. 
(Le besa la SALADA con amor.) 

Regale. 
Tu boca mi corazón. 
Y entre tus brazos descanse 
de tanto afán. 
(Se duerme.) 


(La SALADA le contempla dormido con ternura íntima, y le hace aire con un abanico, mientras le guarda el sueño. Besa de cuando en cuando la 
frente hermosa y serena de ADÁN, y le separa los rizos que el aire suele traer a vagar sobre ella.) 


SALADA Se ha dormido. 
¡Qué hermoso es! ¡Qué suaves 
sobre sus cerrados ojos 
las negras pestañas caen! 
¡Cómo respira! No hay flores 
que tan rico olor exhalen 
como para mí su boca. 
¡Cómo en su frente se esparce 
tanta belleza, reunida 
a tan varonil y grave 
majestad! ¡Qué diferente 
de los otros hombres! ¡Nadie 
más feliz que yo!... ¡Amor mío! 
¡Ah! ¡Déjame que te ame 
toda mi vida, y me muera, 
mi bien, así, contemplándote! 
Pero, ¿por qué esta zozobra 
con que el corazón me late? 
¿Por qué de súbito siento 
ira y locura, y matarle, 
a veces cuando le miro, 
quisiera, y luego matarme 
a mí también? ¡Porque sea 
mío sólo! ¿Quién robarme 
mi dicha y su amor intenta? 
Él es mío, no ama a nadie, 
ni puede amar sino a mí. 
A mí sola; a mí. ¿Y quién sabe 
si siempre así me amará? 
¡Oh! ¡El corazón se me parte 
de sólo dudarlo! Entonces... 
¡Triste la que me arrebate 
su corazón! ¡Oh! ¡Morir 
sólo me queda en tal trance! 
¡Matarle y morir, y luego, 
idolatrar su cadáver! 
¿Y qué mujer, en mis brazos 
será capaz de robarte, 
Adán mío? 
(Con ternura.) 

¡Cómo suda! 
(Le enjuga la frente con un pañuelo blanco.) 

¡Oh sean mis manos cárcel 
de ese corazón que es mío; 
que no me lo robe nadie! 
(Le pone ambas manos sobre el pecho como para aprisionarle el corazón.) 

¡Oh! Deshojad sobre su frente flores 
del noble mozo en su primer mañana, 
guardad su sueño, amores, 
mimad conmigo su beldad temprana. 
Dejadme en mi alegría 
cuidar ya sola de la flor que es mía. 


ADÁN ¡Qué calor!, ¿dónde estoy? 
(Despierta.) 

Aquí, bien mío. 


SALADA ¿No me ves? A mi lado. 


ADÁN ¡Oh!, sí, soñaba; 
pero un sueño tan dulce, un desvarío 
tan alegre, que el alma me robaba. 


SALADA (Reconviniéndole dulcemente.) 

No hay sueño alguno por feliz que sea 
que yo no cambie por mirar tus ojos, 
y tú el sueño al dejar que te recrea, 
viéndome al despertar sientes enojos. 


ADÁN Era un sueño... Sabrás, hermosa mía, 
que era una tarde en el florido abril, 
cuando viste del campo la alegría 
hojas al bosque, flores al jardín, 
vagaba solo yo por la ribera 
del Manzanares. Lo que fue de ti 
no sé, Salada mía, ni siquiera 
cómo yo solo me encontraba allí. 
Cuando de pronto a la azulada cumbre 
de un monte lejos me sentí volar, 
y un hilo suelto al aire en viva lumbre 
vi ante mis ojos fúlgido ondear. 
Yo asido al hilo trepo a la montaña, 
¡oh!, ¡cuánto entonces a mis plantas vi! 
¡Cuántos acentos y algazara extraña, 
alzarse alegre de repente oí! 
Luciendo generosa gentileza, 
cien caballeros rápidos pasar, 
ágiles vi, domando la fiereza 
de sus caballos que al galope van. 
Y entre la luz de remolinos de oro 
que deslumbra los ojos como el sol, 
mujeres, de beldad rico tesoro, 
brindando glorias y vertiendo amor. 
Y danzas, juegos, y algazara y vida, 
magnífico tropel y movimiento 
riqueza abandonada y esparcida 
cuanta puede crear el pensamiento. 
Y yo también con ellos me juntaba 
y con oro y con trajes de colores 
yo, cual aquella gente me adornaba 
y también mis caballos a mi brío. 


SALADA ¡Y ni un recuerdo para mí entre tanto, 
ni un recuerdo guardabas, Adán mío, 
a esta pobre mujer que te ama tanto! 


ADÁN Y en un caballo con la crin tendida, 
la cola suelta vagaroso, al viento, 
y la abierta nariz de fuego henchida, 
en alas iba yo de mi contento. 
Y zanjas, montes, valles y espesuras, 
y ramblas, y torrentes traspasaba, 
y otros montes después, y otras llanuras, 
y nunca fin a mi carrera hallaba. 
Y siguiendo a mi loca fantasía, 
jinete alborozado en mi bridón, 
latiendo de entusiasmo y de alegría, 
mi anhelo redoblaba su furor. 
Mi frente sudorosa palpitando, 
azotaba mi rostro el huracán, 
mis ojos, fuego en su inquietud lanzando, 
campo adelante devorando van. 
¡Oh!, ¡qué placer! En medio al torbellino, 
oír el trueno rebramar y el viento, 
siguiendo en polvoroso remolino 
el ímpetu veloz del pensamiento. 
¡Y en incesante vértigo y locura, 
desvanecida en confusión la mente, 
cuanto el deseo y la ilusión figura 
arrojarse a alcanzarlo de repente! 
¡Oh! Yo entendía voces y cantares, 
y vi mujeres ante mí volar, 
y atrás quedaban gentes a millares, 
y encontraba otras gentes más allá. 
¡Oh!, si me amas, si tu amor es cierto, 
llévame al punto donde yo soñé. 
¡Un caballo!, ¡un caballo!, ¡campo abierto! 
Y déjame frenético correr. 
Viento que en torno de mi frente brame 
rayos que sienta sobre mi tronar, 
triunfos, y glorias, y riquezas dame 
que derramen mis manos sin cesar. 


SALADA ¡Oh! ¡Adán! ¡Adán! ¡Tu corazón no es mío! 
¡Oh! Tu ambicioso corazón delira. 
¡Ay!, que me lo robó tu desvarío, 
¡y por sólo mi amor ya no suspira! 
Pobre mujer, ¿qué puedo yo ofrecerte, 
ni qué te puedo en mi desdicha dar? 
Ten compasión de mí; dame la muerte; 
¡oh!, no me dejes sin tu amor llorar. 
¡Ah!, dime, ¿dónde, dónde yo podría 
hallar esas venturas para ti? 
¿Dónde? Mas ¡ah!, ¡que la desdicha mía 
en mi impotencia me arrojó a morir! 
Jamás, jamás, Adán, nunca hasta ahora 
mi bajeza en el mundo he conocido. 
¡Mi corazón, que desgarrado llora, 
tan amargo dolor nunca ha sentido! 
¡Oh!, ¿qué me da mi condición villana? 
Despreciable mujer, juguete vil, 
arrojada en el mundo una mañana 
cuando la luz entre miserias vi, 
cuando entre bosques que el viajante ignora 
mi madre moribunda me parió, 
nacida al mundo en maldecida hora, 
¡fruto podrido, hija de un ladrón! 
¿Sabes Adán, lo que le guarda el mundo, 
a la que nace como yo nací? 
En una cárcel un rincón inmundo, 
y un hospital quizá donde morir. 
Una belleza, infame mercancía, 
que una pobre mujer por oro trueca, 
y gozando en su propia villanía 
un corazón que el infortunio seca. 
Y en pecado y vergüenza concebida, 
y en la frente el escándalo marchar, 
a abrirse campo en su azarosa vida, 
con lucha eterna e incesante afán. 
¡Miserable de mí!, ¡yo había vivido 
contenta con mi orgullo en mi bajeza! 
Tú no lo sabes, pero tú has herido 
un alma, en fin, que a comprenderse empieza. 
Tú, Adán mío, sin querer has hecho 
pedazos mi amargado corazón, 
perdida ya la que guardó mi pecho 
ilusión dulce de un dichoso amor. 
¡Oh!, ven acá, te estrecharé en mis brazos, 
déjame en mi dolor llorar así; 
¡fueran, Adán, eternos estos lazos, 
y yo llorara en mi aflicción feliz! 
¡Déjame que te apriete al corazón! 
No sé qué voz secreta en mi amargura, 
Adán, me dice que a perderte voy. 
¡Perderte! ¡Y para siempre! ¿Y yo que nada 
quiero ya, sino a ti, voy a perderte? 
Déjame así morir, así abrazada, 
¡muriendo yo bendeciré mi muerte! 
Mira, Adán mío, alma de mi vida, 
yo no soy más que una infeliz mujer, 
pobre en el mundo, una mujer perdida, 
con sólo desventuras que ofrecer. 
No tengo nada; ¡pero te amo tanto! 
¡Tengo un tesoro para ti de amor! 
¡Oh!, no me dejes, muévate mi llanto, 
muévate mi afligido corazón. 
¡Oh!, ¡no me dejes! Y pues ansías oro 
y dichas que no alcanzo a darte yo, 
el mundo te prodigue su tesoro, 
y yo, tu esclavo, te daré mi amor. 
Yo sufriré en silencio tus desvíos, 
yo tu criada, partiré tu pan, 
y una mirada de esos ojos míos 
hará mi dicha, premiará mi afán. 
¡Ah!, ¡no me dejes nunca! 


ADÁN ¿Yo dejarte? 
¿Y para qué, y por qué? ¡Tú, mi querida! 
¿Ni cómo, aunque quisiera abandonarte, 
juntos tú y yo lanzados en la vida? 
Tu desdicha en tus quejas adivino; 
¿y habrá de ser eterno tu dolor? 
¡Qué poderosa mano a ese destino 
para siempre, Salada, te amarró! 
¡Oh!, en esas tierras donde yo soñaba, 
allí, do todo es gloria y placer, 
allí, do nunca de gozar se acaba, 
ven, mi Salada, ven y te amaré. 
Un caballo, un camino, y ese cielo 
yo escalaré; yo siento dentro en mí 
fuerza bastante en mi ambicioso anhelo 
para cambiar; ¡quién sabe!, el porvenir. 


SALADA ¡Juntos!, ¡juntos los dos! ¡Oh! Sí, marchemos. 
(Dejándose arrebatar del entusiasmo de ADÁN.) 

Rompamos del destino las cadenas. 
El mundo no es Madrid, juntos volemos 
a otras gentes hallar y otras escenas. 
¿Qué, adonde quiera llevaré en mi frente 
grabado el sello de vergüenza? No; 
que en otras tierras, y entre nueva gente 
ennoblecida brillaré en tu amor. 
Huyamos, sí de la laguna impura 
donde entre cieno sin tu amor viví. 
Huyamos a esas tierras de ventura 
que a entrambos nos ofrece el porvenir. 
¡Gracias!, ¡gracias! Amor, bendito seas, 
que mi bajeza me revelas tú. 
¡Huyamos luego, Adán, donde deseas, 
a otro país que alumbrará otra luz! 




Escena II

Dichos y el CURA.

(Poco después hasta seis hombres de malas cataduras y modales rústicos.)

CURA (Frotándose las manos.) 

¡Albricias!, ¡no hemos salido 
de mala! Por la tetilla 
derecha le entró, y si acierta 
a entrarle más una línea, 
Pax Christi 


ADÁN (Aparte a la SALADA.) 

No sé por qué 
me irrita sólo la vista 
de ese sapo. 


SALADA Adán, huyamos. 
(Aparte.) 

¡Y yo contenta vivía! 


CURA (Con tono truhanesco.) 

Vive Dios, señor Adán, 
que tiene usted una niña 
que da la vida a un cristiano, 
lo mismo que se la quita. 
Tan buena para un barrido 
como un fregado. ¡Qué vivan 
esos ojuelos que matan, 
princesa, y esas manitas! 


ADÁN (Con impaciencia.) 

¡Ea!, basta, ¿qué queréis? 


CURA Si incomoda mi visita 
me iré; mas ya me hago cargo, 
la gente se divertía 
como Dios manda: ¡solitos! 
¡El demonio me maldiga! 
Mas siento yo interrumpir 
pero... Vamos..., yo creía 
que para todo había tiempo. 
Luego, como corre prisa 
nuestro negocio, y los otros 
van a acudir a la cita, 
y según me han dicho, usted 
es también de la partida, 
yo, por eso... La señora, 
que me conoce hace días, 
sabe muy bien que no soy 
yo mosca nunca; en mi vida 
la he estorbado para nada... 
Cada cual allá se avía, 
y a vivir. ¿Qué, no es verdad, 
señora Salada? 


SALADA (Aparte.) 

Grima 
me da de oírle. 


CURA Lo otro 
no es cosa que a usted le aflija. 
Él ya habrá muerto a estas horas, 
y la señora justicia, 
como no sabe quién fue 
quién le apagó, ni en su vida 
sabrá tampoco a quién tiene 
que acudir, queda per istam, 
aquí no hay nada que hacer 
sino apandarse unos días, 
y aguardar que Dios mejore 
sus horas. Tiberio viva, 
y el pan a dos cuartos. ¡Prenda! 
(Acercándose al oído con instancia y picardigüela.) 

Vamos, una preguntilla: 
¿qué le ha dado usté al mocito 
que está que parece quina? 


SALADA (Con desabrimiento.) 

Oiga usted, padre curiana, 
a un ladito que me tizna. 




(Entran los seis.) 


1.º La paz de Dios, caballeros. 

(Van entrando, unos se sientan, otros se quedan de pie, algunos sacan tabaco.) 

CURA Ya está la gente reunida. 
(Da un silbido, y se asoma a una reja adonde acude un chico con quien habla.) 

Pupas, ya sabes la seña, 
corre a tu puesto y avisa. 


2.º ¿Con que es la cosa esta noche? 


3.º (Al primero señalando a ADÁN.) 

¿Es éste el mocito, Chispas, 
que recomendó su padre? 


1.º Pues, el mesmo. 


4.º A Saladilla 
el diablo le ha vuelto el juicio. 


3.º Padre cura, ¿qué noticias 
tiene? 


CURA Muchas y muy buenas. 


1.º Pues desembuche. 


5.º (Señalando a ADÁN.) 

La pinta 
es de un elefante en leche. 
Mocitos, ¿hay ánimos? 


ADÁN Y diga, 
¿para qué me ha de faltar? 


6.º Como es la primera cabrita 
que desuella 


ADÁN La primera 
vez que he pensado en mi vida, 
pensé alcanzar con la mano 
donde alcanzaba la vista. 


1.º Bien dicho. 




(El padre CURA entretanto ha estado hablando a los otros.) 


4.º ¿Y en eso está? 


CURA Luego que quedó Chiripas 
en abrir por la cochera 
y darnos entrada arriba, 
dije para mi capote: 
recemos la letanía, 
y entonemos un Te Deum, 
porque la ocasión la pintan 
calva, y para sosegar 
mi conciencia, dije a un quidam 
que en la taberna de enfrente 
estaba, que hiciese esquina 
sin quitar ojo a la casa, 
y pagara por Chiripas 
cuanto bebiese, que yo 
esta noche volvería 
con mi guitarra y mi acólito 
a echar cuatro seguidillas 
y alegrar el barrio. 


3.º Y oiga: 
¿entra en el ajo Chiripas? 


CURA Él, como es muy natural, 
no quiere que nunca digan 
que fue capaz de vender 
ni hacer una alevosía 
a la que le da su pan. 
Eso no, bueno es Chiripas 
ni digo yo a su ama, a nadie 
hará una mala partida. 


1.º Y hace bien. 


CURA Pero es distinto 
que en estando ya dormida 
la gente, que entréis vosotros 
y le atéis, y luego os sirva, 
llevándoos sin hacer ruido, 
ni ver a nadie, a la misma 
alcoba donde su ama, 
que no espera la visita, 
dormirá. Y así ha quedado 
en que la cosa se haría, 
para no tener que ver 
después él con la justicia, 
cumplir como buen criado 
y hombre de bien. Yo en la esquina 
mientras, haré la deshecha, 
y allí con mi guitarrilla 
(Hace gestos de jaleador.) 

y cuatro coplas, y alza 
que se te ve hasta la liga, 
y toma y vuelve por otra, 
tendré la gente reunida 
de la calle: por si acaso 
cacarea la gallina 
que no se oiga, y que en paz 
vosotros hagáis la limpia. 


3.º ¿Y habrá fango? 


CURA Hasta los codos. 
Es la condesa de Alcira 
viuda con muchos millones, 
y alhajas y piedras finas, 
y más condados y rentas 
y tierras que el mapa pinta. 


1.º Moneda acuñada, padre, 
déjese de baratijas 


2.º (Refregándose las manos.) 

¿Y es buena moza? 


3.º Me gusta 
la pregunta: que sea rica 
y haya donde entrar la mano, 
y más que tenga comida 
la cara de lamparones. 


ADÁN (Con interés.) 

¿Y es de esas damas que habitan 
palacios? 


CURA Uno tan grande 
que en entrando no se atina 
a salir, pero no hay miedo, 
que para esto está Chiripas. 
El lacayo incorruptible 
y fiel, que hallará salida 
al laberinto de Creta. 


(Se va haciendo de noche. La SALADA entra con un velón encendido.) 


ADÁN ¿Tendrá coches? 


CURA Y berlinas, 
y cabriolés, y oro y plata 
más que producen las Indias. 


1.º ¡El chivato! De oírlo sólo 
los ojos se le encandilan. 


SALADA (Aparte y con ojos llenos de lágrimas.) 

¡Pobre de mí! 


1.º Chica, ¿lloras? 


2.º ¿Por qué llora usted, mi vida? 


ADÁN (Sin reparar en ella.) 

Vamos pronto, vean mis ojos 
cuanto vio mi fantasía. 
toquen mis manos, en fin, 
los sueños de mi codicia. 


3.º Buen pollo; que a éste le pongan 
donde haya. 


1.º Bien se explica. 


2.º (A la SALADA.) 

Pero ¿por qué llora usted? 


1.º Cosas de mujeres. 


5.º Niña, 
¿le duele a usted algo? 


SALADA El alma 
y el corazón. Adán, mira, 
(Se adelanta con energía a ADÁN.) 

¿ves estas lágrimas? Son 
las primeras que en mi vida 
me ha hecho derramar un hombre; 
no hagas tú que mi desdicha 
se trueque en rabia, y se cambie, 
Adán, mi ternura en ira. 
No quiero, no, tú no irás. 


CURA ¡Chispas! 
¡Qué mala yerba ha pisado 
la mocita! 


SALADA Tú imaginas 
que esa mujer es hermosa. 
¿Pensabas que yo querría, 
que lo imagino también, 
dejarte ir? ¡Ah! ¿Tú olvidas 
que yo te amo, y te finges 
ilusiones y alegrías 
en otra parte, sin mí, 
con otra mujer? ¿La hija 
del ladrón cambiar presumes 
con desprecio, por la altiva 
condesa, por la señora 
que arrastra coche? ¡Deliras! 
Sí, tú has dicho a ti mismo; 
es una mujer perdida; 
la que ha nacido en el fango 
que llore en el fango y viva. 
Tú has olvidado mi amor, 
mi delirio, mis caricias 
¡ingrato! Que sin tu amor, 
(Con ternura y saltándosele las lágrimas.) 

sin ti detesto la vida, 
que no tengo más que a ti, 
que te amo. ¡Oh!, de rodillas 
yo te lo ruego, Adán mío, 
no vayas te lo suplica 
tu pobre Salada, no... 
Perdona, Adán, alma mía, 
no vayas, no, el corazón 
me da que alguna desdicha 
nos va a suceder..., no vayas. 
¿No harás lo que yo te pida? 


ADÁN ¿No ir? Salada, ¿no ir yo 
cuando fortuna me brinda, 
y en realidades mis sueños, 
en verdad mi fantasía 
trueca? ¿Quién? ¿Yo, yo no ir? 
¿Yo no ir...? Tú desvarías. 


1.º Pero ven acá, ¿tú quieres 
que tu galán sea un gallina? 


SALADA ¿Tú a qué has de ir? ¡Si supieras, 
Adán mío, cuán indigna 
hazaña van a emprender 
estos hombres! ¡Ah! Tú huirías 
de ellos. Tu corazón 
noble di, ¿no te avisa 
de la bajeza del hecho? 


CURA Vaya una rara salida: 
el demonio predicándonos 
un sermón de moralista. 


ADÁN Mira, Salada, no sé 
si la acción que se medita 
es buena o mala, ni entiendo 
qué es mal ni bien todavía. 
Y allá voy: sea cualquiera 
el hecho, dicha o desdicha 
nos traiga, yo he de seguir 
la inspiración que me anima. 
¿Acaso he nacido yo 
para vivir en continua 
agitación? ¿No podré 
seguir a mi fantasía 
jamás? No. Salada, no. 
Glorias y triunfos me pinta 
mi deseo; la fortuna 
a mi anhelo campo brinda 
donde cumplirlo. Yo quiero 
ver, palpar cuanto imagina 
mi mente de una ojeada, 
ver todo el mundo que gira 
a mi alrededor; allí luego 
tú vendrás, donde yo elija 
un sitio para los dos, 
¡oh! Si me amaras, tú misma 
me llevarías. ¿Y quién 
habrá jamás que me impida 
volar donde yo desee? 
¡Fuera injusto! Y romperían 
mis manos, sí, las cadenas 
que aprisionaran mis iras. 


1.º Bien dicho. 


SALADA (Con mimo.) 

Dime, Adán mío, 
¿me amas? ¿Por qué te irritas? 
¡Oh! ¡No te enojes conmigo! 
Dame un beso, una caricia; 
ya que te empeñas en ir... 
Otro beso. ¿No podrías 
ir otra vez, dueño mío, 
dejarlo para otro día? 
Las horas se me hacen siglos 
sin ti, todo me fastidia. 
¡Yo que pensaba esta noche 
pasarla en tu compañía 
tan feliz y acariciarte 
tanto! No hay mayor desdicha, 
tú ya lo sabes, Adán, 
que una esperanza fallida. 
Si te vas ¿qué haré? Llorar. 
Otro beso; no hay delicia 
igual; los dos aquí solos 
entre amores y caricias. 
Corriendo las horas yo 
te contaré mis fatigas, 
mi amor cuando estabas preso, 
¡a ti no te cansa oírlas! 
¿No es verdad mi bien? ¡Ah!, dame 
otro beso... 


ADÁN (Conmovido.) 

¡Vida mía! 
No llores, no, yo te amo 
yo haré lo que tú me pidas. 


3.º Eso es, ya está hecho un mandria. 


2.º ¡Y lo que sabe la indina...! 


CURA Señores, aquí se quede 
el que quiera, que maldita 
la falta que nadie hace. 
Nuestra condesa de Alcira 
(Con intención a ADÁN.) 

nos aguarda con sus coches, 
su palacio y joyerías. 
Nosotros vamos allá, 
con que amigo hasta la vista. 
(Dándole a ADÁN en el hombro.) 



SALADA ¡Maldita sea tu lengua 
que me arrebata mi dicha! 


ADÁN ¡Oh, es verdad! Y yo olvidaba... 


SALADA (Arrojándose en sus brazos.) 

¡Adán mío! 


ADÁN (Con aspereza.) 

Mujer, quita. 




(Se arranca de ella, la SALADA cae desplomada de dolor en una silla. Salen los bandidos, y ADÁN el primero.) 




El Diablo Mundo
José de Espronceda 

Canto VI

Era noche de danza y de verbena, 
cuando alegra las calles el gentío, 
y en grupos mil estrepitosos suena 
música alegre y sordo vocerío. 
Sonó pausada en el reló la una, 
la paz reinaba en el sereno azul; 
bañaba en tanto la dormida luna 
las altas casas con su blanca luz. 
Y en un palacio, alcázar opulento 
de soberbia fachada, en un balcón 
penetraba su rayo macilento 
entreabierto el cristal por el calor. 
Lámparas de oro, espejos venecianos, 
áureos sofás de blanco terciopelo, 
sillas de nácar y marfil indianos, 
los pabellones del color del cielo. 
Caprichos raros de la industria humana, 
relieve y elegantes colgaduras, 
jarrones de alabastro y porcelana, 
magníficas estatuas y pinturas 
ornan confusas la soberbia estancia 
y se pierden en mágica crujía, 
salones tras salones, y a distancia 
se abre de mármol ancha gradería. 
Y allá a un jardín mansión encantadora 
de las fadas, conduce, y mil olores 
esparce en los salones voladora 
la brisa que los roba de las flores. 
¿Quién la deidad, el ídolo dichoso 
de aquel templo magnífico será? 
¡Templo soberbio, alcázar grandioso 
que con oro amasó la vanidad! 
Bella como la luz de la serena 
tarde que a la ilusión de amor convida, 
el alma acaso de amarguras llena, 
hermosa en el verano de la vida, 
una mujer dormida sobre un lecho 
riquísimo allí está, los brazos fuera; 
palpítale desnudo el blanco pecho, 
vaga suelta su negra cabellera; 
la almohada a un lado, la cabeza hermosa 
en un escorzo lánguida caída, 
turbios ensueños a su frente ansiosa 
vuelan tal vez desde su alma herida. 
Una velada lámpara destella 
su tibia luz en rayos adormidos. 
En desorden brillando en torno de ella 
mil lujosos adornos esparcidos, 
aquí un vestido de francesa blonda, 
la piocha allí de espléndidos brillantes, 
la diadema de piedras de Golconda, 
sobre el sofá los aromados guantes; 
de flores ya marchita la guirlanda, 
allí sortijas de oro y pedrería, 
arrojada en la alfombra rica banda 
bordada de vistosa argentería. 
Bandas, sortijas, trajes, guantes, flores, 
no os quejéis si os arroja con desdén. 
¡El placer, la esperanza y los amores 
ella arrojó del corazón también! 
¡Ay!, que los años de la edad primera 
pasaron luego y la ilusión voló, 
y al partirse dejó la primavera 
al sol de julio que agostó la flor. 
Y al alma sólo le quedó un deseo 
y un sueño le quedó a su fantasía, 
loco afán y engañoso devaneo 
que en vano en este mundo hallar porfía. 
Y el corazón que palpitaba ufano 
henchido de esperanza y de ventura, 
donde placer halló lo busca en vano, 
perdida para siempre su frescura. 
Y en vano en lechos de plumón mullidos, 
en rica estancia de dorado techo, 
se reclinan sus miembros adormidos 
mientras despierto le palpita el pecho. 
Y en él inquieto el corazón se agita, 
y un tropel de deseos y memorias 
su mente a trastornar se precipita 
volando ansiosa tras mentidas glorias. 
Y en vano busca con avaro empeño 
paz para el corazón en sus rigores; 
sus ojos cerrará piadoso el sueño, 
pero no el corazón a sus dolores. 
Despierta, cuenta con mortal hastío 
las horas en su espléndida mansión, 
lánzase al mundo y con afán sombrío 
huye otra vez de su enojoso ardor. 
Todo le cansa, en su delirio inventa 
cuanto el capricho forja a su placer; 
y ya cumplido, su fastidio aumenta 
y arroja hoy lo que anhelaba ayer. 
¡Oh!, que no hay artífice en el mundo 
que sepa fabricar un corazón. 
¡Ni sabio hay, ni químico profundo 
que encuentre medicina a su dolor! 
Los trajes, bandas y aromosas flores, 
aquellos oros por allí esparcidos, 
extranjeros riquísimos primores 
a que eligiese a su placer traídos, 
violes apenas y arrojóles luego 
acá y allá lanzados con desdén; 
que harta su alma y el sentido ciego 
todo le cansa cuanto en torno ve. 
Y duerme ahora, y su entreabierta boca 
donde entre rosas que entrevé el marfil, 
respira del afán que la sofoca 
fuego que el corazón lanza al latir. 
Sus labios mueve, y en su hermosa frente 
rasgos inquietos crúzanse en montón; 
cual detrás de la nube trasparente 
sus rayos lanza moribundo el sol; 
y acaso entre una lánguida sonrisa 
resbalar una lágrima se ve, 
cual suele al movimiento de la brisa 
diáfana gota por la flor correr. 
¿Por qué esa angustia y respirar violento? 
¿Por qué soñando con dolor suspira? 
Tan hermosa y con tanto sentimiento, 
¡ay!, ¿por qué al corazón lástima inspira? 
Un hombre en tanto de feroz semblante 
de repugnante y rústico ademán, 
y en la diestra un puñal, con vigilante 
faz cuidadosa y temoroso andar. 
Súbito entró en la estancia, y silencioso 
a la dormida dama se acercó, 
contemplóla un momento receloso 
y por sus pasos a salir volvió. 
«Duerme como un lirón», dijo en voz baja 
a otros que afuera y en aguardo están, 
y añadió mientras cierra su navaja: 
«manos pues a la obra y despachar.» 
Y con destreza y silencioso tino 
abren y descerrajan a porfía, 
alegre el corazón del buen destino 
que sus intentos favorece y guía. 
Y aquí amontonan, y acullá recogen, 
rompen allí y arrojan con desdén, 
y aquí los unos con cuidado escogen, 
despedazan los otros cuanto ven. 
Y con ansia brutal oro buscando 
con insaciables ojos la codicia, 
riquezas y tesoros anhelando, 
riquezas y tesoros desperdicia. 
Estremécese el alma al menor ruido 
de temeroso sobresalto llena, 
páranse un punto, aplican el oído, 
y vuelven otra vez a su faena. 
Y en medio de su azaroso y mudo empeño 
rompe el silencio súbito rumor, 
y vuelven todos con airado ceño 
los ojos con afán donde sonó. 
Y lleno de infantil sandia alegría 
miran a Adán que escucha embelesado 
la estrepitosa súbita armonía 
que oculta en un reló de pronto hallado. 
De gozo el alma y de esperanzas llena 
y ávido de sorpresa el corazón, 
indiferente actor de aquella escena 
registra todo con pueril candor. 
Y aquí contempla y palpa los colores 
del rico pabellón de oro bordado; 
allí admira los nítidos primores 
del limpio nácar y el marfil labrado. 
Más allá, en la pared, le maravilla 
aparecida mágica figura, 
en cuyos ojos animados brilla 
cándida luz de celestial dulzura. 
Formas aéreas que copió en el cielo 
la mente de Murillo y Rafael, 
virgen divina, celestial consuelo 
que trasladó a la tierra su pincel. 
Y un caballero vio que le miraba, 
que vivo allí lo trasladó Van Dyck, 
que altivo y con desdén le contemplaba 
de noble aspecto y ademán gentil; 
y el tierno amor que el rostro de hermosura 
de la Virgen Purísima le inspira, 
trocó luego en orgullo la bravura 
del caballero aquel que adusto mira. 
Intrépidos en él clavó sus ojos 
brillantes de belleza y juventud, 
y provocar queriendo sus enojos 
llegóse a él y le acercó la luz. 
Tocóle en fin, e imaginóse luego 
que sombra nada más la imagen era; 
y al aire despechado y con despego 
lanzó al retrato una mirada fiera. 
Y volviendo la espalda, vio arrogante 
un mancebo galán que hacia él venía, 
de negros ojos y gentil semblante 
que al suyo reparó se parecía; 
y sonrióse, y vio con gusto extraño 
su figura airosísima allí dentro, 
que tan terso cristal de aquel tamaño 
nunca hasta entonces la copió en su centro. 
Y alegre el corazón miróse al punto. 
De sí agradado, y reparó en su traje; 
y volviendo al retrato cejijunto 
luego lo comparó con su ropaje. 
Y parecióle que mejor cayera 
aquel vestido en él que el que tenía, 
y mejor que su daga considera 
aquella larga espada que ceñía. 
Y una ninfa después blanca y desnuda 
al aire ve que suelta se desprende, 
gentil guirnalda que su salto ayuda 
en sus manos purísimas suspende; 
suavísima figura y hechicera 
en escogido mármol de Carrara, 
que al aire desprendida va ligera, 
el juicio pasma y los sentidos para. 
Todo lo mira Adán: todo lo toca, 
todo lo corre con prolijo afán, 
y allá en los sueños de su mente loca 
ser gran señor imaginando está. 
Y carrozas, y triunfos, y contentos, 
raudos caballos de indomables bríos, 
y raros y magníficos portentos, 
brindan a su ansiedad sus desvaríos. 
Y esto deja entre tanto, aquello toma, 
destapa un pomo de dorada china, 
viértese encima su fragante aroma, 
allá a otro objeto su atención inclina; 
toca y enciende un rico pebetero, 
báñase en ámbar súbito la estancia; 
y en un sillón sentándose frontero 
gózase en su dulcísima fragancia, 
más allá, relumbrante joyería 
sobre una mesa derramada está, 
y se prende una flor de pedrería; 
luego al espejo a contemplarse va: 
niño inocente que encantado vaga 
en medio del crimen que acompaña ciego, 
que cuanto en torno ve todo le halaga 
ya todo codicioso acude luego; 
que de la cárcel a los dulces lazos 
pasó encantado en su primer amor, 
y la bella Salada entre sus brazos 
enamorada de él le aprisionó; 
que luego el mundo apareció a sus ojos 
adornado de gala y de alegría, 
y su vista creó nuevos antojos, 
nuevos ensueños que gozar ansía. 
Y libre allí, cual caprichoso niño, 
que alegre corre y libre su figura, 
si burló acaso el material cariño 
y por campo y ciudad va a la ventura, 
así la dulce libertad sentida, 
Adán huyó de su infeliz manola; 
y allí en su gozo embebecido olvida 
la que le llora enamorada y sola. 
Y así mirando y revolviendo todo 
párase ante un magnífico reló, 
y de gozarlo imaginando modo 
toca, y la oculta música sonó. 
Al impensado estrépito los ojos 
volvieron todos, y mirando a Adán 
saltaron a sus rostros los enojos 
y aun alguien echó mano a su puñal: 
-«Clávale ahí; maldita sea la hora 
que ese menguado con nosotros vino.» 
-«Por poco, señor Curro, se acalora», 
repuso Adán mirando al asesino. 
Y con sereno rostro y con desdeño 
señalando al puñal se sonrió, 
dobló el bandido a su sonrisa el ceño 
y colérico a herirle se arrojó. 
Trabárase la lid, si un alarido, 
un agudo chillido penetrante 
parando el movimiento al forajido. 

-«Alto, dijo, volviéndose, hablar quedo, 
voy a tapar la boca a esa mujer. 
Nadie se mueva, no hay que tener miedo; 
hacer el hato vivo y recoger.» 
¡Favor, favor! Con afanoso acento 
una mujer, en su desorden bella, 
súbito en el salón falta de aliento, 
y que en sus propios pasos se atropella, 
preséntase y mirando a los bandidos 
siente la voz helársele y suspira, 
y piedad implorando entre gemidos 
los bellos ojos temerosos gira. 
Ojos que vierten lágrimas que velan 
su clara luz realzando su ternura, 
mientras suspiros de sus labios vuelan 
con fatiga que aumenta su hermosura; 
y mientras caen los agitados rizos 
que la sofocan a su ansiosa faz, 
aumenta en su congoja sus hechizos 
la blanca mano que a apartarlo va. 
Y su voz, que se ahoga entre suspiros 
simpática enternece el corazón, 
ecos suaves, regalados tiros 
que al corazón de Adán lanza el amor. 
Sintió piedad mirándola afligida, 
que era su hermoso rostro como el cielo, 
cuando si llueve en la estación florida 
coloca el sol el transparente velo. 
¿Qué ciegos ojos la beldad no encanta? 
¿Qué duro corazón no vuelven blando 
los ojos lastimeros que levanta 
al cielo la mujer que está llorando? 
Los ladrones allí y en torno de ella, 
los estúpidos rostros agitados. 
Y ella, postrada y en extremo bella 
los ojos y los brazos levantados. 
-«¡Silencio, juro a Dios!» -con mano ruda 
dijo asiéndola un brazo el capataz; 
«átale ese pañuelo, atrás lo anuda, 
y que hable para sí si quiere hablar», 
díjole a otro, que a la dama hermosa 
un pañuelo doblado se acercó. 
Mientras el capataz con su callosa 
mano, la boca a la infeliz tapó. 
Miraba Adán, miraba a la hermosura 
de la gentil y dolorida dama. 
Miraba luego a la cuadrilla impura 
que su belleza con su aliento infama. 
Y cuando al bruto bandolero mira 
poner su mano rústica en su boca, 
arrebatado en generosa ira 
que a fiera lid su corazón provoca, 
tira de su cuchillo y se adelanta 
saltando en medio el círculo, y cogió 
del cuello al capataz con fuerza tanta 
que en el suelo de espaldas le arrojó. 
Y en la diestra el puñal, la izquierda tiende 
describiendo una línea circular. 
Y la turba, que al verle se sorprende, 
dos o tres pasos échase hacia atrás. 
¡Oh!, ¡cuán hermoso es su gallardo empeño 
palpitante la faz, vivos los ojos, 
vuelve el bizarro mozo, y cual su ceño 
añade gentileza a sus enojos! 
Aquellos rizos que en sus hombros flotan, 
tirada atrás la juvenil cabeza, 
las venas que en su frente se alborotan, 
su ademán de bravura y ligereza, 
y aquella dama que postrada llora, 
yerta a sus pies y la razón perdida, 
que azorada y temerosa llora 
yace temblando a su rodilla asida; 
y en torno de él las levantadas diestras 
de sus contrarios del cuchillo armadas, 
con ademanes y feroces muestras 
su muerte a un tiempo amenazando airadas; 
en medio aquel desorden y el despojo, 
cuán grande en ardimiento y gallardía 
muestran al mozo, que en su noble arrojo 
un genio fabuloso parecía. 
Álzase en tanto, la navaja en mano, 
los labios comprimidos de la ira, 
como pisada víbora, el villano 
que cayó al suelo y que rencor respira; 
y él y los otros al mancebo saltan, 
salta el mancebo que los ve llegar, 
y antes que a él lleguen los que así le asaltan 
logra la espalda en la pared guardar. 
Quieto allí contra el ángulo resiste 
ojo avizor el ímpetu primero, 
y a veces salta y en la turba embiste 
con presto brinco y con puñal certero. 
Y en silencio que sólo algún rugido 
sordo rompe, o mascada maldición, 
sigue la lucha, y al mancebo ardido 
la vil canalla acosa en derredor. 
Como traílla de feroces perros 
sobre el cerdoso jabalí que espera, 
con diente avaro y encrespados cerros 
se arrojan a cebar su saña fiera; 
y aquí y allá con ávida porfía, 
le acosan, y el colérico animal 
en cada horrible dentellada envía 
la muerte al enemigo más audaz. 
Así, pero no así, sino más fieros, 
con mayor furia y sin igual rencor 
acometen a Adán los bandoleros, 
crece la lucha y crece su furor; 
y cual ligero corzo que parece 
saltando zanjas que en el aire va, 
salta si un golpe a su intención se ofrece, 
y vuelve a la pared cuando lo da. 
Y entre ellos luchando, en medio de ellos 
revuélvese y barájase y desliza 
su cuerpo, fatigados los resuellos, 
pueden apenas sostener la liza, 
y aquí derriba al uno, al otro hiere, 
y como terne diestro se repara, 
y a todos a uso de la cárcel quiere 
marcarles las heridas en la cara; 
y unos turbados de manejo tanto, 
y otros caídos de vencida van, 
cuando los gritos a aumentar su espanto 
llegan de gentes que se acercan ya. 
«La justicia», dijeron, y el violento 
choque suspenden, corren al balcón, 
y Adán corre también, y huye al momento 
que la palabra de justicia oyó. 
¡Fatal palabra! La primera ha sido 
que oyó en su vida pronunciar tal vez; 
y ni en sus sueños la olvidó después. 
Hospedado en la cárcel la ha aprendido, 
oyó justicia y olvidó a la hermosa 
dama que generoso defendió, 
riquezas, lujo, estancia suntuosa, 
y allá a la calle del balcón saltó. 
Y sin pensar, sin calcular la altura 
unos tras otros a la calle van 
ninguno allí del compañero cura, 
sálvase como puede cada cual; 
pero hubo alguno que en tamaño aprieto, 
más práctico y sereno, haciendo un lío, 
de cuanto recoger pudo en secreto 
sin curar las palabras tuyo y mío, 
saltó a la calle con sagaz donaire 
apretada su prenda al corazón, 
y desprendido se soltaba al aire 
cuando la gente en el salón entró. 


Cuenta la historia que el audaz mancebo, 
como en Madrid tan nuevo; 
corrió dos o tres calles sin destino, 
y huyendo acá y allá y a la ventura, 
solo se halló y en una calle oscura 
al saltar del balcón perdido el tino. 
Y luego se asegura, 
y mira en derredor si alguien le sigue, 
y tranquilo prosigue, 
mas sin saber adónde, su camino 
iba despacio andando... 
Súbita hirió su oído 
la bulla y bailoteo 
de una cercana casa, y al ruido 
dirigió nuestro héroe su paseo. 
Rumor de gente y música se oía 
y voces en confusa algarabía, 
y al estrépito alegre se juntaba 
choque gentil de vasos y botellas, 
y al son de la guitarra acompañaba 
alguno que cantaba, 
y con lascivos movimientos ellas. 
Dio la vuelta a la esquina. 
Y en la casa del baile y la jarana 
vio con sorpresa que a calmar no atina 
de par en par abierta una ventana, 
y en una estancia solitaria y triste 
entre dos hachas de amarilla cera, 
un fúnebre ataúd; y en él tendida 
una joven sin vida, 
que aún en la muerte interesante era. 
Sobre su rostro del dolor la huella 
honda grabado había, 
doliente el alma al arrancarse de ella 
en su congoja y última agonía, 
y allí, cual rosa que pisó el villano 
y de barro manchó su planta impura, 
marcada está la mano 
que la robó su aroma y su frescura. 
Una mujer la vela, 
vieja la pobre, y llora dolorida 
junto al cadáver, y volverle anhela 
con besos a la vida; 
y ora llorando olvida 
hasta el estruendo y fiesta bulliciosa, 
que a alterar de la estancia dolorosa 
la lúgubre paz viene, 
y en darle dulces nombres cariñosa 
y en besar a la muerta se entretiene 
y a veces abren súbito la puerta 
que dentro lleva adonde suena danza, 
y sin respeto y de tropel se lanza 
un escuadrón de mozos, que a la muerta, 
con impureza loca contemplando, 
búrlanse de la vieja, profanando 
con torpes agudezas de la sombría 
mísera imagen de la muerte fría, 
y allí es de ver, la vieja codiciosa 
en medio de su amarga 
y sincera aflicción, cual la rugosa 
mano al dinero alarga, 
y a los mozos impíos 
los llama entre sollozos hijos míos, 
y de llorar ya rojos 
enjuga, en tanto, sus hinchados ojos. 
Y entre suspiros mil echa su cuenta, 
y luego se lamenta 
de nuevo, y a su mísero quebranto 
volviendo la infeliz, vuelve a su llanto. 
Y en tanto alegre suena 
en la cercana sala el vocerío, 
la danza, el canto, y bacanal faena. 
Regocijo, guitarra y desvarío. 
Miraba Adán escena tan extraña 
con piadoso interés desde la reja, 
y a la cuitada vieja. 
Que en agradar sus huéspedes se amaña, 
a par que en llanto de amargura baña 
el cadáver aquél, que parecía 
que con toda su alma lo quería. 
Y el baile y la alegría 
de la cercana estancia le admiraba, 
y el bullicioso y placentero ruido 
que confuso llegaba 
a mezclarse a deshora a su gemido. 
Y de saber y averiguar curioso 
el caso doloroso 
que unos celebran tanto, 
y aquella mujer llora 
con tan amargo llanto, 
llamó luego a la puerta, y desfadada 
una moza le abrió toda escotada, 
el traje descompuesto, 
con desgarrado modo y deshonesto. 
Y entró en un cuarto donde vio una mesa 
entre la niebla espesa 
de humo de los cigarros medio envueltos, 
seis hombres asentados 
con otras tantas mozas acoplados, 
en liviana postura, 
que beben y alborotan a porfía; 
y aquél el vaso apura, 
y el otro canta, y inmunda orgía. 
Con loco desatino 
al aire arrojan vasos y botellas, 
ellos gritando, y en desorden ellas, 
y con semblantes que acalora el vino. 
Y aquél perdido el tino 
tiéndese allí en el suelo, 
y éste bailando con la moza a vuelo 
a las vueltas que traen, 
tropezando en su cuerpo de repente, 
ella y él juntamente 
sobre él riendo a carcajadas caen. 
Bebe tranquilo aquél; disputan otros, 
brincan aquéllos como ardientes potros 
que roto el freno por los campos botan, 
y mientras todos juntos alborotan, 
alguno, con el juicio ya perdido 
murmura en un rincón medio dormido. 
Solícita una moza al forastero 
llegóse y preguntóle qué quería, 
llamándole, buen mozo lo primero, 
«quisiera yo, alma mía, 
Adán le respondió, si se me deja, 
ver a esa pobre vieja 
que está en ese aposento 
velando a la difunta». -«¡Ay, es su hija! 
A las seis se murió; buen sentimiento 
nos ha dado la pobre; era una rosa. 
¡Todas nosotras la queríamos tanto! 
Dios la tenga consigo; tan hermosa 
y ahora muerta, vea usted, ¡pobre Lucía! 
Razón tiene en llorar doña María, 
entre usted por aquí.» -Y abrió una puerta 
y hallóse Adán con la afligida madre, 
y el cadáver miró, y hablar no acierta. 
Reina siempre en redor del cuerpo muerto 
una tan honda soledad y olvido, 
tan inmensa orfandad, allí tendido 
desamparado ya del trato humano, 
sin voluntad, sin voz, sin movimiento, 
que en vano el pensamiento 
presume ahondar tan misterioso arcano, 
y recogido su ambicioso giro 
pliégase al corazón que ahoga un suspiro. 
Miraba Adán, miraba los despojos 
de aquélla un tiempo que animó la vida, 
sobre el cadáver los innobles ojos 
y el alma con angustia y dolorida. 
Y turbia y embebida 
la mente, contemplándola allí atento, 
embargó sus sentidos 
un mudo inexplicable sentimiento 
en el vacío del no ser perdidos. 
Y olvidó dónde estaba, 
parado y aturdido el pensamiento, 
y miraba y callaba 
sin hacer ademán ni movimiento, 
mas que de cuando en cuando suspiraba. 
Rompió el silencio la angustiada vieja 
con lastimada voz, y entre quebrantos. 
Que encuentran eco a su doliente queja 
y halla un consuelo entre pesares tantos. 
Viendo al mancebo aquel desconocido 
lloroso como ella y dolorido. 
-«¡Véala usted, señor, cuando cumplía 
apenas quince años!... ¡Hija mía!» 
-«Buena mujer, repuso con ternura 
volviendo Adán en sí de su letargo, 
¿cómo en tanta tristura, 
en tanto duelo y sentimiento amargo, 
permitís ese estrépito a deshora 
y danza y bulla tanta, 
mientras dolor tan íntimo quebranta 
vuestro llagado corazón que llora?» 
«¡Ay!, respondió la vieja desolada, 
vivo de eso, señor; ¡no tienen nada 
que hacer esos señores 
conmigo y mis dolores! 
Vivan ellos allá con sus placeres, 
y mientras besan el ardiente seno 
de esas locas mujeres, 
yo con el corazón de angustias lleno, 
beso aquí solitaria en mi agonía 
la boca de mi hija muda y fría. 
¡Hija mía, hija mía! 
¡Ah, para el mundo demasiado buena! 
Dios te llevó consigo; 
mas es dura mi pena, 
y cruel, aunque justo mi castigo.» 
Dijo, y rompió con tan amargo llanto 
que la voz le robó su sentimiento, 
y en su mortal quebranto, 
convertido en sollozo su lamento, 
en llanto que hilo a hilo le caía, 
por sus mejillas pálidas le corría. 
-«Yo, buena madre, ignoro, 
nuevo en el mundo aún, lo que es la muerte, 
Adán le respondió; pero ¿quién pudo 
arrebatar sañudo 
la que fue vuestro encanto de esa suerte? 
¿Será imposible ya darla la vida? 
La antorcha ahora encendida 
si la apaga mi soplo de repente. 
Juntándola otra luz, resplandeciente 
torna al punto a alumbrar. ¿Y aquella llama 
no hay otra luz que renovarla pueda? 
¿Acaso inmóvil para siempre y fría 
con el aliento de la muerte queda? 
Vos sois pobre tal vez... ¡Ah!, con dinero 
quizá se compre; débil y afligida, 
los muchos años vuestro ardor primero 
gastaron, y el elixir de la vida 
se halla lejos de aquí... Decidme dónde, 
decidme do se esconde, 
y yo allá volaré; sí, yo un tesoro 
robaré al mundo, y compraré la vida, 
y la apagada luz, luego encendida 
veréis brillar, y enjugaré ese lloro 
volviendo al mundo la que os fue querida. 
¿Dónde, decidme, encontraré yo fuego 
que haga a esos ojos recobrar su ardor, 
dónde las aguas cuyo fértil riego 
levante fresca la marchita flor?» 
Dijo así Adán con entusiasmo tanto, 
con tan profunda fe con tanto celo, 
que la vieja, a pesar de su quebranto, 
alzó a él los ojos con curioso anhelo. 
-«¡Pobre mozo, delira! 
Si comprar esta vida se pudiera, 
esta vieja infeliz que yerta miras, 
por una hora siquiera, 
por un solo momento 
de ver abrir los ojos celestiales, 
y otra vez escuchar el dulce acento 
de la hija querida de su alma, 
¿qué puedes figurarte que no haría? 
¿Qué crimen, qué castigo 
por recobrarla yo no arrostraría, 
y otra vez verla palpitar conmigo? 
¿Sabes tú que una hija es un pedazo 
de las entrañas mismas de su madre? 
Por un beso no más, por un abrazo. 
Y morirme después, el mundo entero 
pidiendo una limosna correría, 
y con los pies desnudos y mi llanto, 
piedras enterneciera en mi quebranto 
y al mundo mi dolor lastimaría. 
¡Oh!, ¡que del alma mía, 
pobre Lucía, te arrancó la muerte, 
y el corazón contigo de mi pecho 
arrancó de esa suerte, 
a tantos males y aflicciones hecho! 
¡Hora fatal, maldita 
por siempre la hora aquella 
que el hombre aquel te contempló tan bella! 
¡El señor me la dio y él me la quita! 
¡Cómo ha de ser!» -Y el corazón partido, 
secos los ojos exhaló un gemido. 
En remolinos mil su pensamiento 
vagando Adán por su cabeza siente, 
que no acierta a explicarse el sentimiento 
que a par que el corazón turba su mente. 
-¡El Señor me la dio y él me la quita! 
Repite luego en su delirio insano, 
y penetrar tan insondable arcano 
su mente embarga y su ansiedad irrita. 
El Dios, ése que habita 
omnipotente en la región del cielo, 
¿quién es, que inunda a veces de alegría, 
y otras veces cruel con mano impía 
llena de angustia y de dolor el suelo? 
Nombrar le oye doquiera, 
y a todas horas el mortal le invoca, 
ora con ruego o queja lastimera, 
ora también con maldiciente boca. 
Tal devanaba Adán su pensamiento 
que en vano ansioso comprender desea, 
y en medio al rudo afán que le marea 
los hombros encogió, dudas sin cuento 
de su ignorancia y su candor nacidas, 
no del alma lloradas y sentidas, 
sueños de su confuso entendimiento 
su mente asaltan, y por vez primera 
adán súbito siente 
volar queriendo, sin saber adónde 
del corazón ardiente 
la perpetua ansiedad que en él se esconde. 
-¿Cómo en vuestro dolor, dijo inocente, 
madre infeliz, la cana cabellera 
tendida al aire, y los quemados ojos 
con muestra lastimera, 
y bañados de lágrimas, de hinojos 
no os postráis ante Dios? ¡Ah!, si él os viera 
desdichada a sus pies cual yo a los míos, 
y los ojos de lágrimas dos ríos, 
y ese del corazón hondo lamento 
de amargura y melancólica querella 
oyera, y el profundo sentimiento 
que en esa seca faz marcó su huella, 
y en vuestro corazón fijó su asiento, 
contemplara cual yo: ¿por qué a la rosa 
que súbito secó ráfaga impura 
no renovara su color hermosa, 
y volviera su aroma y su frescura? 
Desdichada mujer, ¡oh!, ven conmigo, 
juntos lloremos a sus pies tus penas, 
él nos dará su bondadoso abrigo; 
a la fuente volemos 
eterno manantial de eterna vida, 
y la rica simiente allí escondida 
juntos recogeremos. 
Seca, buena mujer, tu inútil llanto, 
vuélvate la esperanza tu energía, 
y el cuadro de tu mísero quebranto, 
soledad y agonía, 
muestra a ese Dios, y con humilde ruego 
que no será, confía, 
sordo a tus quejas, ni a tu llanto ciego.» 
La vieja, en tanto, levantó los ojos 
al techo, y murmuró luego entre dientes 
quizá sordas palabras maldicientes, 
o quizá una oración; que el más sufrido 
suele echar en olvido 
a veces la paciencia, y darse al diablo. 
Y usar por desahogo 
refunfuñando como un perro dogo 
de algún blasfemador rudo vocablo. 
Mas todo se compone 
con un «Dios me perdone», 
que así mil veces yo salí del paso 
si falto de paciencia juré acaso, 
y cierto, vive Dios si no jurara 
que el diablo me llevara, 
que cuando ahoga el pecho un sentimiento 
y el ánimo se achica, porque crezca, 
y el corazón se ensanche y engrandezca 
no hay suspiro mejor que un juramento, 
y aún es mejor remedio 
para aliviar el tedio, 
mezclarlo con humildes oraciones, 
como al son blando de acordada lira 
la voz de melancólicas canciones, 
confundida suspira. 
Y así también se dobla la esperanza, 
que donde falta Dios, el diablo alcanza. 
Yo a cada cual en su costumbre dejo, 
que a nadie doy consejo, 
y así como el placer y la tristeza 
mezclados vagan por el ancho mundo, 
y en su cauce profundo 
a un tiempo arrastran flores y maleza, 
así suelen también mezclarse a veces 
maldiciones y preces, 
y yo tan sólo lo que observo cuento, 
y a fe no es culpa mía 
que la gente sea impía 
y mezcle a una oración un juramento. 
Testigo aquella vieja 
de la antigua conseja 
que a San Miguel dos velas le ponía, 
y dos al diablo que a sus pies estaba, 
por si el uno fallaba 
que remediase el otro su agonía. 
Ya de seguir a un pensamiento atado 
y referir mi historia de seguida, 
sin darme a mis queridas digresiones, 
y sabias reflexiones 
verter de cuando en cuando, y estoy harto 
de tanta gravedad, lisura y tino 
con que mi historia ensarto. 
¡Oh!, cómo cansa el orden; no hay locura 
igual a la del lógico severo 
y aquí renegar quiero 
de la literatura 
y de aquellos que buscan proporciones 
en la humana figura 
y miden a compás sus perfecciones. 
¿La música no oís y la armonía 
del mundo, donde el apacible ruido 
del viento entre los árboles y flores, 
se oye la voz del agua y melodía, 
y del grillo y las ramas el chirrido 
y al dulce ruiseñor cantando amores; 
y las de mil colores, 
nubes blancas, y azules, y de oro, 
que el cielo a trechos pintan; 
la blanca luna, el estrellado coro 
no veis, y negras sombras a lo lejos, 
y entre luz y tinieblas confundidos, 
el horizonte terminar perdidos 
negros velos y espléndidos reflejos? 
Y la noche y la aurora... 
Pues entonces. Mas basta, que yo ahora 
del rezo o juramento 
que allá entre dientes pronunció la vieja, 
así como el que deja 
senda escabrosa que acabó su aliento, 
al llegar a este punto me prevalgo 
y de este canto y de su historia salgo. 



FIN

El Diablo Mundo
José de Espronceda


VUELTA A LA PÁGINA PRINCIPAL