WEBMASTER: Jesús Herrera
Peña
Poemas de:
D. Ramón de Campoamor
ÍNDICE
VUELTA A LA PÁGINA PRINCIPAL
LA RUEDA DEL AMOR | A FELISA |
LA NIÑA Y LA MARIPOSA | TU BOCA |
QUIÉN SUPIERA ESCRIBIR | A UNOS OJOS |
EL BUSTO DE NIEVE | EL REINO DE LOS BEODOS |
EL GAITERO DE GIJÓN |
La niña y la mariposa
Va una mariposa bella
volando de rosa en rosa,
y de una en otra afanosa
corre una niña tras ella.
Su curso, alegre y festiva,
sigue con pueril afán,
y con airoso ademán
la mariposa se esquiva.
A veces con loco intento
quiere hacer presa en sus galas,
y, en vez de tocar sus alas,
toca las alas del viento.
Y su empeño duplicando,
cuanto más corre afanosa,
más leda la mariposa
va su inocencia burlando.
La ciñe en rápido giro,
y al ir a cogerla esbelta,
por cada vez que se suelta,
suelta la niña un suspiro.
Mas, sin ceder en su anhelo,
presta una, y la otra ligera,
ni una acorta su carrera,
ni la otra amaina su vuelo.
Y vagan embebecidas,
sin sentir indiferentes
ni el són de las claras fuentes,
ni el de las auras perdidas.
Ni los pájaros que espantan,
entre las ramas divisan,
ni ven las flores que pisan,
ni oyen las aves que cantan.
Y mientras estas cantando
siguen con plácido estruendo,
la niña sigue corriendo,
la mariposa volando.
-Amaina el vuelo sereno,
mariposa,
de quien es albergue el seno
de la rosa.
¿Por qué en tal dulce ocasión
vas sin tino
huyendo así la prisión
de lazo tan peregrino?
Reina de las blandas flores,
sus enojos
no temas, ni los ardores
de sus ojos,
porque ese puro arrebol
que enamora,
si es luciente como el sol,
es tierno como la aurora.
Entre mil palmas no hay talle
más galano,
ni azucena en todo el valle
cual su mano.
No oirás de su voz divina
la dulzura,
ni el ruiseñor que trina,
ni el raudal que murmura.
Aprende el aura a ser leve
de su planta,
y, para formar con nieve
su garganta.
le dió el cisne el atavío
de su pluma,
lumbre la aurora, y el río
su plata, cristal y espuma.
-No sigas más la inconstante
mariposa,
enamorada y errante
niña hermosa,
que al fin vendrá a ser cautiva
de tu llama,
si aun amorosa, aunque esquiva,
la luz de los cielos ama.
Y aunque aspira de mil flores
la fragancia,
no imites en tus amores
su inconstancia;
que al fin de tanto vagar,
suele, hermosa,
entre las flores hallar
la yerba más venenosa.
Imita sólo su vuelo,
pues serena,
jamás, niña toca el cielo,
ni la arena.
Quien se humilla o sin razón
subir quiere,
muere a manos de un halcón
si a las de un áspid no muere.
Mas ¡ay! que vas en pos de ella
vagarosa,
sin escuchar mi querella,
niña hermosa.
Sigues con presteza tanta
tu contento,
que así encomiendas tu planta,
como mi súplica, al viento.-
Y en tan inocente afán,
como su gusto entretienen,
así vagabundas vienen,
y así vagabundas van.
A veces en su embeleso
la mariposa, al pasar,
suele fugaz estampar
sobre su mejilla un beso.
Y rauda su vuelo alzando,
la niña de angel blasona,
al trazar una corona
sobre su frente girando.
Y siguen acordemente
la mariposa en sus giros,
la niña con sus suspiros,
con sus rumores la fuente.
Vagan los aires süaves
formando dobles acentos,
y al grato son de los vientos,
siguen cantando las aves.
Y entre tanta melodía,
tanta corriente murmura,
que es todo el aire frescura,
aroma, luz y armonía.
Y susurrando congojas
prosiguen mintiendo quejas,
en el pensil las abejas,
y en la enramada las hojas.
Y tiernas flores hollando,
y frescas auras batiendo,
la niña sigue corriendo,
la mariposa volando.
A Felisa
(El día de su casamiento)
con: D Salustiano de Olózaga
Aunque a la aurora temores,
y al mismo sol dés enojos,
te sientan con mil primores
la languidez en los ojos,
y en el cabello las flores.
Muestran tantas maravillas
los diamantes en tu cuello,
las rosas en tus mejillas,
que con real ornato brillas
desde la planta al cabello.
Y aunque arreo tan brillante
dé a tu belleza decoro,
¡ay, que en tu lindo semblante
oculta cada diamante,
bella Felisa, un tesoro!
Vertiendo dulce sonrisa,
no ocultes los ojos bellos,
porque te dirán con risa
que ya leyeron, Felisa,
tus pensamientos en ellos.
Embebecida y errante
vagas con planta insegura,
cual si escucharas amante
el céfiro susurrante
que entre tus bucles murmura.
Ya sé que en este momento
las niñas en dulce calma
oyen, con turbado intento,
cosas que murmura el viento
y escucha gozosa el alma.
Ya se que el cielo abandonan
los ángeles, y que hermosos
de luz su frente coronan,
y dobles himnos entonan,
de su hermosura envidiosos.
Sé que en sus ojos se encantan,
y que en torno se revuelven;
acentos de amor levantan;
las llaman hermosas; cantan;
besan su faz, y se vuelven.
Y en ese instante de gloria,
con recuerdos seductores,
ya sé que por su memoria
pasa la amorosa historia
de sus pasados amores.
Por eso. Felisa, errante
vagas con planta insegura,
cual si escucharas amante
el céfiro susurrante
que entre tus bucles murmura.
Dime si tal vez, hermosa,
en esa ilusión tranquila
probando estás amorosa
la dulce miel que destila
el dulce nombre de esposa.
Dí si en tus ojos se encienden
los ángeles; si contento
te causa tal vez su acento;
y si mirándote, tienden
las blancas alas al viento.
Dí si en tus ojos se encienden
los ángeles; si contento
te causa tal vez su acento;
y si mirándote, tienden
las blancas alas al viento.
Dí si recuerdas, Felisa,
las canciones que sonaron
en tu calle, y que apagaron;
¡que por Dios que bien aprisa
siendo tan dulces, pasaron!
Ya no escucharás cual antes,
allá en las noches serenas,
sobre los aires flotantes,
las sabrosas cantilenas
de los rendidos amantes.
Que os es muy grato a las bellas
al són del arpa importuna
oir amantes querellas,
ya al brillo de las estrellas
ya al resplandor de la luna.
Y os place ver derramados
cantos de amor por los cielos,
porque causen acordados
a otras hermosuras celos,
y a otros galanes cuidados.
Y oís las trovas de amores,
en vuestro lecho adormidas,
como los vagos rumores
que hacen al ondear las flores,
de vuestras rejas prendidas.
Y al despertar, con empeños
tal vez pensais que, halagüeños
os dan, cantando, placeres,
esos dulcísimos seres
con quien platicáis en sueños.
Mas ¡ah, que ya se apagaron
aquellos cantos, Felisa,
que en tu alabanza sonaron!
Y por Dios, que bien aprisa,
siendo tan dulces, pasaron.
Pasaron los amadores,
llevando sus falsas llamas;
tiempo es que libre de azores
trate, Felisa, de amores
la tórtola entre las ramas.
Ya no escucharás, cual antes,
Allá en las noches serenas,
sobre los aires flotantes,
las sabrosas cantilenas
de los rendidos amantes.
Las rosas que con pasión
hoy te prendiste galana,
las últimas rosas son
que columpió en tu balcón
la brisa de la mañana.
Si ya con plácidas glosas
tu pecho nunca se embriaga,
aún hay canciones gustosas,
con que a las tiernas esposas
el aura nocturna halaga.
Si trovas no están rompiendo
tus sueños, como hasta aquí,
los romperá el dulce estruendo
de algún pecho que gimiendo
esté, Felisa, por ti.
Y unos sones muy callados
oirás cruzar por los cielos,
sin que causen, acordados,
ni a otras hermosuras, celos,
ni a otros amantes, cuidados.
Y a cada momento, hermosa,
en grata ilusión tranquila,
podrás probar amorosa
la dulce miel que destila
el dulce nombre de esposa.
La Rueda del Amor
Aquellas niñas hermosas
que en suma beldad conformes,
teniendo la tez cual nieve,
tengan los ojos cual soles,
y el alma sintiendo, tiernas,
herida de mal de amores,
tanto les falte de esquivas,
cuanto de bellas les sobre,
salgan al campo conmigo
ricas de gracias, adonde
favor al mayo risueño
las brinden, con gracias dobles,
corrientes aguas los valles,
frescos doseles los bosques,
con su verdura los campos
y con su esencia las flores.
Oiréis sonar encontrados,
y aunque encontrados, acordes,
los enamorados trinos
de músicos ruiseñores,
cuando en sentidos acentos
mustias las tórtolas lloren,
dando en su vuelo a los aires
matices, plumas y sones.
Venid, y hagamos la rueda
llamada de los amores
(que al aprenderla de niño,
nola olvidé desde entonces).
las ricas flores hollando,
y el aire hendiendo veloces,
el aire con los cabellos,
y con las plantas las flores.
Las blancas manos asiendo,
y tan blancas, que las cortes
nunca tan nítidas manos
dan a sus reyes en dote,
en torno agitad festivas
los aires murmuradores;
que yo vendaré mis ojos,
haciendo del día noche.
Volad, palomas; que osado
yo espantaré los halcones,
si alguna vez para heriros
muestran sus garras feroces.
Volad, que a la que esta rama,
pasando furtiva, toque,
con la venda de mis ojos
habrá de nublar sus soles.
-¡Oh, que triste es nuestros ojos
cubrir de sombras informes,
y no sentir de los vuestros
los penetrantes arpones,
ni ver con ansias mortales
de vuestra faz los colores,
ni sobre el aura, al tenderlos,
de vuestro talles los cortes!
Niñas, corred; que aún no escucho
con plácidas emociones
de vuestras ropas flotantes
los sutilísimos roces;
y aunque me pesa en el alma,
no siento los corazones
que muellemente se agitan
bajo esos pechos de bronce.
Volad, palomas; que osado
yo espantaré los halcones,
si alguna vez para heriros
muestran sus garras feroces.
Volad, que a la que esta rama!
pasando furtiva, toque,
con la venda de mis ojos
tendrá que nublar sus soles.
Mas ¿cómo sin dar amante
a vuestro enojo ocasiones,
huís, dejándome solo,
sin advertirme por dónde,
tal que siquiera dejasteis,
pasando como ilusiones,
ni removida la arena,
ni destroncadas las flores?
Sin duda en mágico vuelo,
como celestes visiones,
entre la grama y los aires
os deslizasteis veloces,
huyendo mi fe constante,
pues vuestros pechos traidores
tienen el aire por guía,
y la inconstancia por norte.
¡Una y mil veces mal haya
quien de vuestras invenciones
amante se fía, y de ellas
la falsedad no conoce!
Y más que en tanto a la sombra
de esos altísimos robles
maldiga yo vuestro agrado,
y mis desagrados llore;
vosotras entretenidas
mirad las aguas que corren;
que bien está vuestra fe
con su inconstancia conforme,
pues no hay onda que no agiten
a cualquier viento que sople,
ni conchas que no remuevan
ni árbol ni flor que no mojen,
ni campos que no dibujen,
ni imágenes que no borren,
ni risas que no deshagan,
ni círculos que no formen.
Mas luégo que el sol sus rayos
extienda en el horizonte,
haciendo en las nubes iris
tocando el mar de colores;
y luégo que en regia pompa
parezcan a sus fulgores;
y mares de sombra los valles,
y mares de luz los montes,
vendréis a buscar frescura
cuando el calor os agobie,
y me tendréis que encontrar,
aunque no queráis entonces,
y yo a la sombra tendido
de estos altísimos robles,
no os he de dejar el puesto,
por más que tierno os adore,
ni miraré enamorado
de vuestra faz los colores,
ni sobre el aura, al tenderlos,
de vuestros talles los cortes;
y no vendaré mis ojos,
más que en no hacerlo os enoje,
y hasta ahogaré mis suspiros,
aunque con ellos me ahogue.
Haré todo esto digo,
y más que veréis entonces,
y a fe de amante lo juro
por esas aguas que corren.
Tu boca
Para formar tan hermosa
esa boca angelical,
hubo competencia igual
entre el clavel y la rosa,
la púrpura y el coral.
Mintiendo sombras del bien,
en ella el mal se divisa,
por lo que juntos se ven
ya la apacible sonrisa,
ya el enojoso desdén.
Y en los senos abrasados
engendra con doble holganza,
o con tormentos doblados,
cada risa una esperanza,
cada desdén mil cuidados.
Cual las conchas orientales
en tu boca, y por vencerlas
muestra en riquezas iguales,
cuando desdena, corales,
y cuando sonríe, perlas.
Y si con sombras de bien
tal ez el mal se divisa,
es porque en ella se ven
guardar la miel de su risa
las flechas de su desdén.
Si a mí su rigor alcanza,
al ver su hermosura, siente
el corazón doble hlganza;
y aunque un desdén me atormente,
déme una risa esperanza.
¡Bien haya la ducle boca,
que sólo sus frescos labios
el aura pasando toca;
que haciendo el ámbar agravios,
su miel a gustar provoca!
¡Oh, bien haya cuando ufana
dando enojos a la rosa,
muestra su cerco de grana,
fresca como la mañana,
como el azahar olorosa!
Y si acaso dulcemente
suelta plácida congojas,
ya es el rumor del ambiente,
ya el susurro de las hojas,
ya el murmurar de la fuente.
Si alegres sones respira,
las aves del prado encanta;
y si a vencerlas aspira,
con las que gimen, suspira;
con las que gorjean, canta.
Tu miel, aroma y colores,
rinde en amante oblación,
flor, ante cuyos primores,
mustias é inútiles flores
las flores del valle son.
El néctar mas regalado
deja que de amores loco
beba en tu labio abrasado;
para una abeja es sobrado
lo que para muchas poco.
¡Mas ah! que vertiendo quejas,
me esquivas tu dulce miel;
en vano de una te alejas
si ves que miles de abejas
poblando van el verjel.
¡Ay de la rosa encarnada,
que en su seno de carmín
niega a una abeja la entrada!
Tantas la acosan al fin,
que queda sin miel, y ajada.
¡Ay de las cándidas flores,
si alzan su capullo tierno
del estío a los ardores!
¡Ay del panal, si el invierno
lo hiela con sus rigores!
Dame los gustos sin tasa,
pues ves qeu el sol estival
las tiernas flores abrasa;
mira que amarga el panal
cuando de sazón se pasa.
Ríndete a mí placentera:
no te rinda con agravios
de abejas la turba fiera:
que herir esos dulces labios
herirme en el alma fuera.
De ese tesoro las llaves
dame, y sus dones ardientes
libaré en besos süaves,
sin que lo canten las aves,
ni lo murmuren las fuentes.
Quién supiera escribir
Escribidme una carta, señor cura.
-Yá sé para quién es.
-¿Sabéis quién es, porque una noche oscura
nos visteis juntos? - Pues.
-Perdonad; mas... -No extraño ese tropiezo
La noche... la ocasión...
Dadme pluma y papel. Gracias; Empiezo:
Mi querido Ramón:
-Querido?... Pero, en fin, ya lo habéis puesto...
-Si no queréis... -¡Sí, sí!
-Qué triste estoy! ¿No es eso? - Por supuesto
-¡Qué triste estoy sin tí!
Una congoja, al empezar, me viene...
-¿Cómo sabéis mi mal?...
-Para un viejo, una niña siempre tiene
el pecho de cristal.
¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.
¿Y contigo? - Un edén.
-Haced la letra clara, señor cura;
que lo entienda eso bien.
-El beso aquel que de marchar a punto
te dí... -¿Cómo sabéis?...
-Cuando se va y se viene y se está junto,
siempre... no os afentéis.
Y si volver tu afecto no procura,
tanto me harás sufrir...
-¿Sufrir y nada mas? No, señor cura,
¡que me voy a morir!
-¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo...
-Pues, sí señor ¡morir!
-Yo no pongo morir. - ¡ Qué hombre de hielo!
¡Quién supiera escribir!
II
¡Señor rector, señor rector! en vano
me queréis complacer,
si no encarnan los signos de la mano
todo el sér de mi ser.
Escribidle, por Dios, que el alma mía
ya en mí no quiere estar;
que la pena no me ahoga cada día...
porque puedo llorar.
Que mis labios las rosas de su aliento,
no se saben abrir;
que olvidan de la risa el movimiento
a fuerza de sentir.
Que mis ojos, que el tiene por tan bellos,
cargados con mi afán,
como no tienen quien se mire en ellos,
cerrados siempre están.
Que es, de cuántos tormentos he sufrido,
la ausencia el más atroz;
que es un perpetuo sueño de mi oído
el eco de su voz...
Que siendo por su causa, el alma mía
¡goza tanto en sufrir!...
Dios mío, ¡cuántas cosas le diría
si supiera escribir!...
III
EPILOGO
-Pues señor, ¡bravo amor! Copio y concluyo;
A don Ramón... En fin,
que es inútil saber para esto arguyo
ni el griego ni el latín.-
A unos ojos
Más dulces habéis de ser,
si me volvéis a mirar,
porque es malicia, a mi ver,
siendo fuente de placer,
causarme tanto pesar.
De seso me tiene ajeno
el que en suerte tan crüel
sea ese mirar sereno
sólo para mí veneno,
siendo para otros miel.
Si crüeles os mostráis,
porque no queréis que os quiera,
fieros por demás estáis,
pues si amándoos, me matáis,
si no os amara, muriera.
Si amando os puedo ofender,
venganza podéis tomar,
porque es fuerza os haga ver
que o no os dejo de querer,
o me acabáis de matar.
Si es la venganza medida
por mi amor, a tal rigor
el alma siento rendida,
porque es muy poco una vida
para vengar tanto amor.
Porque con él igualdad
guardar ningún otro puede;
es tanta su intensidad,
que pienso ¡ay de mí! que excede
vuestra misma crüeldad.
¡Son, por Dios, crudos azares
que me dén vuestros desdenes
ciento a ciento los pesares,
pudiendo darme a millares,
sin los pesares, los bienes!
Y me es doblado tormento
y el dolor más importuno,
el ver que mostráis contento
en ser crudos para uno,
siendo blandos para ciento.
Y es injusto por demás
que tengáis, ojos serenos,
a los que, de amor ajenos,
os aman menos, en mas,
y a mí que amo más, en menos.
Y es, a la par que mortal,
vuestro lánguido desdén
¡tan dulce... tan celestial!...
que siempre reviste el mal
con las lisonjas del bien.
¡Oh, si vuestra luz querida
para alivio de mi suerte
fuese mi bella homicida!
¡Quién no cambiara su vida
por tan dulcísima muerte!
Y sólo de angustias lleno,
me es más que todo crüel,
el que ese mirar sereno,
sea para mí veneno,
siendo para todos miel.
El busto de nieve
De amor tentado un penitente un día
con nieve un busto de mujer formaba,
y el cuerpo al busto con furor juntaba,
templando el fuego que en su pecho ardía.
Cuanto más con el busto el cuerpo unía,
más la nieve con fuego se mezclaba,
y de aquel santo el corazón se helaba,
y el busto de mujer se deshacía.
En tus luchas ¡oh amor de quien reniego!
siempre se une el invierno y el estío,
y si uno ama sin fe, quiere otro ciego.
Así te pasa a ti, corazón mío,
que uniendo ella su nieve con tu fuego,
por matar de calor, mueres de frío.
El reino de los beodos
Tuvo un reino una vez tantos beodos,
que se puede decir que lo eran todos,
en el cual por ley justa se previno:
-Ninguno cate el vino.-
Con júbilo el mas loco
aplaudióse la ley, por costar póco:
acatarla después, ya es otro paso;
pero en fin, es el caso
que la dieron un sesgo muy distinto,
creyendo que vedaba sólo el tinto,
y del modo más franco
se achisparon después con vino blanco.
Extrañado que el pueblo no la entienda.
El Senado a la ley pone una enmienda,
y a aquello de: Ninguno cate el vino,
añadió, blanco, al parecer, con tino.
Respetando la enmienda el populacho,
volvió con vino tinto a estar borracho,
creyendo por instinto ¡mas qué instinto!
que el privado en tal caso no era el tinto.
Corrido ya el Senado,
en la segunda enmienda, de contado
-Ninguno cate el vino,
sea blanco, sea tinto,- les previno;
y el pueblo, por salir del nuevo atranco,
con vino tinto entonces mezcló el blanco;
hallando otra evasión de esta manera,
pues ni blanco ni tinto entonces era.
Tercera vez burlado,
-<No es eso, no señor,> dijo el Senado;
<o el pueblo es muy zoquete, o muy ladino:
se prohibe mezclar vino con vino>-
Mas ¡cuánto un pueblo rebelado fragua!
¿Creeis que luégo lo mezcló con agua?
Dejando entonces el Senado el puesto,
de ese modo al cesar dió un manifiesto:
La ley es red, en la que siempre se halla
descompuesta una malla,
por donde el ruín que en su razón no fía,
se evade suspicaz... ¡Qué bien decía!
Y en lo demás colijo
que debiera decir, si no lo dijo:
Jamás la ley enfrena
al que a su infamia su malicia iguala:
si se ha de obedecer, la mala es buena;
mas si se ha de eludir, la buena es mala.
EL GAITERO DE GIJÓN
A mi sobrina: Guillermina
Campoamor Domínguez.
I
Ya se está el baile arreglando.
Y el gaitero, ¿dónde está?
«Está a su madre enterrando,
pero enseguida vendrá».
«Y ¿vendrá?» «Pues ¿qué ha de hacer?»
cumpliendo con su deber.
vedle con la gaita..., pero
¡cómo traerá el corazón
el gaitero,
el gaitero de Gijón!
II
¡Pobre! Al pensar en su casa
toda dicha se ha perdido,
un llanto oculto le abrasa,
que es cual plomo derretido.
Mas, como ganan sus manos
el pan para sus hermanos,
en gracia del panadero
toca con resignación
el gaitero,
el gaitero de Gijón.
III
No vio una madre más bella
la nación del sol poniente...
pero ya una losa de ella
le separa eternamente.
¡Gime y toca! ¡Horror sublime!
Mas, cuando entre dientes gime,
no bala como un cordero,
pues ruge como un león
el gaitero,
el gaitero de Gijón.
IV
La niña más bailadora,
«¡Aprisa! -le dice- ¡aprisa!»
Y el gaitero sopla y llora,
poniendo cara de risa.
Y al mirar que de esta suerte
llora a un tiempo y los divierte,
¡silban como Zoilo a Homero,
algunos sin compasión,
al gaitero,
al gaitero de Gijón!
V
Dice el triste en su agonía,
entre soplar y soplar:
«¡Madre mía, madre mía!
¡Cómo alivia el suspirar!»
Y es que en sus entrañas zumba
la voz que apagó la tumba;
¡voz que, pese al mundo entero,
siempre la oirá el corazón
del gaitero,
del gaitero de Gijón!
VI
Decid, lectoras, conmigo:
¡Cuanto gaitero hay así!
¿Preguntáis por quien lo digo?
Por vos lo digo y por mí.
¿No veis que al hacer, lectoras,
doloras y más doloras,
mientras yo de pena muero
vos las recitáis al son
del gaitero,
del gaitero de Gijón?...
VUELTA A LA PÁGINA PRINCIPAL