Poemas de Pedro Soto de Rojas
WEBMASTER: Justo Alarcón
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SONETOS | SILVAS |
SONETOS
1
Proemio
Tristes quejas de amor dilato al viento.
Serán, por tristes, de mi error castigo;
por quejas, nuevo honor de mi enemigo;
y por de amor, de amantes escarmiento.
Será también la voz de mi instrumento
en el proceso de mi edad testigo,
y yo el áspero actor que a mí me sigo
y el culpado que canta en el tormento.
Vosotros, o jueces, o fiscales
(bien así que mis males, infinitos),
no me juzguéis si no sentís mis males;
que si buscáis castigo a mis delitos,
castigos tienen a su culpa iguales:
fuegos de amor abrasan mis escritos.
2
Al pensamiento
¿Dónde vuelas, soberbio pensamiento?
Ícaro mozo, mi consejo espera:
mira que al polvo humilde y blanda cera
ni el sol perdona, ni respeta el viento.
Fénix es sol, y su divino aliento
la procelosa de Aquilón esfera;
de cera y polvo tú porción ligera;
teme, vuelve a la tierra, que es tu asiento.
Pero sube, camina, no repares,
rompa tu fuerza los contrarios vientos
hasta ver de tu sol su luz a solas;
que, si muerto cual Ícaro bajares,
nombre darás al mar de mis tormentos
y eterno vivirás entre sus olas.
3
Lisonjea al Genil porque tercie en su amor
Saca, Genil, de tu nevada gruta
los corvos cuernos de cristal luciente;
alza con los remansos la corriente
y echa la vista en tu ribera enjuta:
a Flora en flores y a Pomona en fruta
coronando verás tu anciana frente,
y a la ninfa que es menos obediente
tus pies besando, humilde más que astuta.
En tu arena verás mi ingrata hermosa,
pomposa causa de tu honor florido,
y dirásle mi herida lastimosa.
Mi herida... Y guarda si te niega oído:
del pie veloz la estampa rigurosa
será consuelo de mi amor perdido.
4
Envidia dulce
Tras el desdén de las que argenta escamas,
goza el amante del vellón que dora;
pasó el rigor del yelo y ya de Flora
es el campo galán en mil retamas.
El pajarillo entre las dulces ramas
corresponde a la voz que le enamora;
el tierno amante, aljófar del aurora,
blancas flores abraza y verdes gramas.
¡Oh, todos venturosos amadores,
a quien asignan los piadosos cielos,
para un rigor, sin número favores!
¿Cuándo saldrá mi sol de tantos yelos?
¿Cuándo se oirá esta voz? ¿Cuándo habrá flores?
¿Cuándo tendrán reposo mis desvelos?
5
Ojos de Fénix, si matadores, deseados
Indicios claros de la luz, espías
del luminoso general del cielo,
cuyo valor ardiente, cuyo celo
años le rinde y le conquista días;
apacibles tiranos, que alegrías
dais y quitáis al más cortés desvelo;
deidad tonante, que fulmina yelo
sobre el volcán de las entrañas mías;
volved a mí, volved, aunque de fiero
basilisco seáis: vuestra hermosura
más que la vida en vuestra ausencia quiero,
si ya no sube a tanto mi ventura
que os puedo -¡oh cuán difícil!- ver primero,
y es cada cual difunto y sepultura.
6
Mirando un incendio
Subes, oh llama, con veloz carrera
de estos cansados leños desatada,
solicitando en humos transformada
el distante reposo de tu esfera;
pero al subir por la región ligera
te vuelve el viento burlador en nada;
¡ay de ti, cuanto amante, desdichada,
de mi más dulce acción imagen fiera!
Así disuelta sube el alma mía
del corazón solicitando asiento
a la esfera veloz de su alegría,
y nunca llega a conseguir su intento:
que es humo mi ardor, y a su porfía
es un desdén dificultad del viento.
7
Exhortación
Como al claro verano el turbio invierno,
la oscura noche al luminoso día,
al llanto de Memnón la melodía
dulce del simple pajarillo tierno,
como al morir en paz vivir eterno,
lágrimas en niñez a su alegría,
a los gozos de amor melancolía
y a sus glorias de celos un infierno,
así le sigue al ser mujer mudanza;
no hay firmeza en mujer, no hay cosa estable:
a la fortuna vence, al aire alcanza.
¡Oh tú, tirana, sé veloz, mudable!
Mas, ay, que temo ya de tu tardanza
ver el fin de Anajarte miserable.
8
Quejas disculpadas
Del áspero segur la seca rama
se querella, si al fuego la condena;
la blanca vela, de la parda entena,
si su tesoro el Aquilón derrama;
si al coral falta su cerúlea cama,
se altera endurecido en tierra ajena;
el mal seguro leño en mar serena,
gimiendo, al monstruo que le rige infama.
Éstos se quejan sin tener sentido,
sin tener vida: pues que vivo, y siento
fuego en mi pecho, mares en mis ojos,
la boca en aire y a la tierra asido,
portentoso de amor soy vencimiento.
Deja, Fénix, que sienta mis enojos.
9
Dijo Fénix que no le hacía bien ni mal
Decís que bien ni mal, señora mía,
me hacéis; estoy de vos tan olvidado
que aun aliviar con penas mi cuidado
estorbáis a mi loca fantasía.
Más mal me hacéis que sustentar podría
en el que yo he sentido y vos negado;
mas, si podéis, hacedme mal doblado,
hacedme males mil, por cortesía.
Que aunque es bastante para darme muerte
el que a todos hacéis mirando acaso,
quiero morir por vos de mal más fuerte:
dadme veneno, dadme, que me abraso;
no beba alguno de él, que está mi suerte
en apurarle la ponzoña al vaso.
10
Amistad de arroyo correspondida en llanto
Ya de cristales de tu curso bello,
clara verdad de las vecinas flores,
murmuran sin recato mis amores
cuando más tiernamente me querello;
ya me descubren la coyunda al cuello
mis mejillas surcadas con dolores,
marchitas de sus campos las colores
y nevados los montes del cabello.
Bien claro, amigo arroyo, me has mostrado
-mas qué mucho- mi loco desvarío,
si doctrinas los troncos de aquel prado;
pues hoy harás emulación al río
con la paga que ofrezco a tu cuidado
en las corrientes de este llanto mío.
11
Piedad declarada por rigor
Puso en ti del Autor la sabia mano
alma quieta en sangre generosa,
anciano fruto en niña flor hermosa,
divino ingenio en un sujeto humano;
mas luego puso -¡ay, triste!- Amor tirano
entre blanco jazmín y fresca rosa
la ceraste mordaz más venenosa
que humor vertió de racional insano.
Tú, piadosa, quizá por no acabarme,
huyes y escondes su veneno esquivo,
como si esto bastara a remediarme;
pero es aumento que en mi mal recibo,
pues muero cuando dejas de matarme
y sólo al tiempo que me matas vivo.
12
Amor, médico ignorante
Si escucho el son del regalado aliento
que al Euro amansa y al Genil suspende,
mi lastimado corazón se enciende
y solicita en su ruina al viento;
si ausente estoy, veloz el pensamiento
corre a la luz, en que su luz se ofende:
que Amor curar con su veneno entiende
y el tormento halagar con más tormento.
¡Oh, ignorante doctor, oh falsa cura!
¿Cómo no ves que en fuerza tan rendida
medicina tan cáustica es locura?
Sepan todos, Amor, que no das vida,
que abres la más difícil sepultura
más bien que cierras la menor herida.
13
Deprecación al tiempo
Si quiebras, tiempo, los peñascos duros,
si aceros comes, si metales bebes,
si firmes montes con tus fuerzas mueves
y a brazos rindes invencibles muros,
si los anfiteatros mal seguros
están al golpe de tus filos breves,
si Troyas das al viento en polvos leves
y Cartagos al suelo en llantos puros,
muda aquel pecho que a mi llanto ha sido
duro peñasco, alcanza tú la gloria
de un triunfo a los mortales prohibido,
goza la pompa de tan gran victoria;
pues tienes tanta fuerza y tanto olvido,
muda aquel pecho o vence mi memoria.
14
Jazmines, esperanza en blanco
Blancos jazmines, que en el blanco pecho
de mi cándida Fénix reposastes,
a quien color, a quien olor hurtastes
con ancha mano, si por tiempo estrecho,
puesto que ya por natural derecho
parece que gozáis lo que usurpastes,
¿cómo -decid- a tanto bien llegastes
que estoy de envidia, cual de amor, deshecho?
Volved las hojas ya lenguas risueñas,
así no le paguéis a la mudanza
el censo a que os obliga haber nacido;
pero no las volváis, que, pues por señas
muestran agora en blanco mi esperanza,
dirán mi muerte y, tras mi muerte, olvido.
15
Desprecio
La negra noche con su sombra fría
amparaba el honor de las estrellas,
cuando aquel sol que engendra mis querellas
con rayos de su luz las encendía.
Callando, pareció que les decía:
«Ya de mi fuego en esta edad centellas
no alumbraréis, que entre mis luces bellas
puso el Autor al mundo nuevo día».
Vuelta después a mí, con voz ardiente,
sin templar la virtud de tanta brasa,
me dijo: «Vete en paz, amante ciego».
Dejóme herido el corazón doliente
entre llamas secretas, do se abrasa,
y fuime en paz. ¿Qué paz? A sangre y fuego.
16
Fénix, santelmo en el mar de amor
Si lucha con el casco el Euro fuerte,
los deshojados árboles desgaja,
arrebata el timón, las tablas raja,
nada perdona a que su furia acierte.
Teme el piloto la contraria suerte
y el marinero en partes mil trabaja,
porque en mil partes mira la mortaja
que el mar previene a su vecina muerte.
Pero si el Euro de los Celos llega
al instable bajel, mi pensamiento
no sólo en embestir no se acobarda,
mas el piloto Vista el temor niega,
descansa el marinero Entendimiento,
porque el Santelmo Fénix va en su guarda.
17
Persuasión
Traslada el curso de las rejas duro
con sordos pasos a las blandas puertas,
que, si pretendes las del alma abiertas,
rotas las tiene ya mi llanto puro.
Ya es pretérito el tiempo que, futuro,
pudiera hacer mis esperanzas ciertas;
las horas miro a mis espaldas muertas,
que pretendí para vivir seguro.
Abre las puertas, ángel riguroso,
para que goce con descanso amigo,
tras tormento de amor, de amor reposo;
abre, si no las puertas, un postigo;
abre, que amor no es mal contagioso
ni es, aunque tira flechas, enemigo.
18
Ausentándose por no ofenderla
Hermosa Fénix, si la luz serena
de vuestros claros ojos no abrasara,
su pureza devoto contemplara,
que al no encendido, al temerario enfrena;
mas si mi vista enciende y desordena,
cual suele el viento y fuego a polvo y vara,
si, aunque se oculta, sierpe ostenta clara
purpúrea rosa y cándida azucena,
¿cómo queréis que mire vuestros ojos
menos que con intento así advertido?
Ausente estoy mejor, si os causo enojos:
adiós, Fénix, adiós, que voy perdido;
huyendo voy de amor y sus antojos,
mas, ay, que viene a la memoria asido.
19
En la partida, hablando con Sierra Nevada
Huyo de ti, porque eres poderosa,
sierra, de helar al sol cuando te ofende
y no de hacer la llama que me enciende
o más voraz, o menos rigurosa.
Huyo, porque entre nieves y entre rosa
sobre tus faldas sus venenos tiende
sierpe, si no se ve, que bien se entiende,
sierpe a mi voz de oreja cautelosa.
Quizá el puerto tendrá de Guadarrama
o sierpes no, u orejas a mi ruego,
quizá su nieve aplacará mi llama,
y ya que no la aplaque en tanto fuego,
pues llegaré difunto mar de fama,
puerto será de mi mortal sosiego.
20
Estando en la cumbre de Guadarrama
Anciano risco, a quien la joven nieve
abraza y besa con callados labios.
Necias corrientes y remansos sabios,
¡cuán sabio el que a partirse no se atreve!
Robles, ruinas ya, do el cierzo aleve
manifiesta sus ásperos resabios.
Todos imagen sois de mis agravios,
hasta el cielo me imita cuando llueve.
Como la nieve, con el risco estuve;
divídenme los tiempos como al agua;
y roble soy, a quien ausencia ofende;
mis ojos son una copiosa nube:
si te parezco tanto, ¿cómo enciende,
oh Guadarrama, Amor en mí su fragua?
21
Ausencia triste
¿De qué te quejas, corazón? Resiste
los golpes duros de la ausencia fuerte,
pues dejaste la vida por la muerte,
cuyo triunfo en tu dolor consiste.
Mas, ay, que tanto la memoria asiste
-guerrero vigilante- en ofenderte,
que es fuerza que mi amor para valerte
en llanto te desate, en llanto triste.
Muda ya en mares, pues, los ojos míos
y este mi pecho en fuego: fuertes luchen
el agua y fuego con mi pecho roto;
viva muriendo en abrasados fríos,
donde los ecos de su voz escuchen
ausente Fénix y presente Cloto.
22
Favor
Bien venidos seáis, rubios cabellos,
verde listón, seáis muy bien venido;
haya vuestro viaje sucedido
cual merecéis y cual merecen ellos.
Pues vistes -ay- aquellos ojos bellos,
luz objeto del sol esclarecido,
cómo quedan decid: sienta el oído,
pues que mis ojos no merecen vellos.
¿Se desatan en llanto -dulce suerte-
en esta ausencia que con sangre lloro?
Hablad, cabellos, pues de Fénix fuistes.
Muertos estáis, mas vuestro fin me advierte
en verde campo con señales de oro
que alegres los espere, aunque están tristes.
23
Llegando de esta ausencia
Salve, Fénix, honor de esta ribera,
bien que afrenta del sol, salve, pastora,
que haciendo pobre a la rosada aurora
enriqueces la fértil primavera.
Salve, serena luz que reverbera
cuando el nublado Acuario triste llora,
y cuando el Aries sus guedejas dora
haces piedras ceniza y bronces cera.
Salve, y perdona la tardanza mía,
perdona el tiempo que he vivido ausente,
si es que ausente de ti vivir podría,
aunque sólo pensando estar presente
el alma -como en premio a su porfía
vive en ti cuando en mí morir se siente.
24
A Fénix, habiendo cantado
Al dulce son de vuestro blando acento
vi las aves sin dueño ya cautivas,
suspensas vi las aguas fugitivas
del Dauro en su orgulloso movimiento,
vi el rumor de los árboles atento,
vi del aire cesar las lenguas vivas,
vi humanarse las fieras más esquivas
y moverse las piedras de su asiento.
Vime también de vuestro canto asido,
Fénix bella, y al céfiro, a las aves,
piedras, árboles, fieras y corriente
dije: «Pues este canto os da sentido,
sentid, testigos de este bien suaves,
que ya mi alma de sentir no siente».
25
Fénix, sol de amor
Con manos de oro la neutral cortina
corre el gran sumiller del cuarto cielo
y, descubriendo su esplendor al suelo,
las extranjeras formas avecina.
El vulgo todo de la luz se inclina,
cediendo a su mayor con santo celo,
que dar al sol la luz y al ave el vuelo
la justicia constante determina.
Sol es, Fénix, de amor vuestro semblante,
sol que dudas aclara y hermosea,
sol que forma los años del amante;
exhalación mi alma, que os desea
y por derecho natural constante
en vos la luz de vos por vos emplea.
SILVAS
1
Al silencio
Hijo prudente del temor callado
y la tiniebla muda,
hermano del sosiego y del reposo,
a ti buscando voy por monte y prado,
a ti con voz aguda
invoca ya mi acento numeroso,
a ti, jamás del mar tempestuoso
alterado testigo,
a ti, de las batallas enemigo,
que la palestra horrenda no conoces,
a ti, mi dulce amigo,
dirijo claras mis incultas voces,
a ti, maestro sabio,
que doctos haces sin mover el labio.
A ti, gran secretario de prudentes,
doy mi mayor secreto
por ser de suyo el bien comunicable;
no te saldrá de los piadosos dientes
de la vista el objeto
en la naturaleza más amable;
no daré mi concepto al variable
amigo cortesano,
mejor al solo rústico villano
que con troncos y bueyes comunica,
y la amigable mano
en cuanto vive a la mancera aplica,
pues a troncos y bueyes
contara mi delito y no a los reyes.
Deja, pues, deja el algodón mullido,
las velludas alfombras,
los descansos de pluma regalados,
el ampo de la nieve no ofendido
y las que ocupan sombras
términos de tu alcázar dilatados;
mueve los pies ligeros no calzados,
alados sí, te ruego,
con las garzotas del volante ciego
hacia el palacio en que mi sol te espera;
no admires tanto fuego
como se encierra en su elevada esfera,
que cuando más se enciende
regala más que el más voraz ofende.
Llega, que allí tendrás de blando armiño
acopados montones,
donde esté tu cuidado satisfecho;
allí tendrás con regalado aliño
de nevados vellones
un deleitoso descansado lecho;
allí tendrás para celar tu pecho
mil martas cebellinas
con felpas abrazadas peregrinas,
y con abierto sin hilar capullo
las paredes vecinas
cubiertas, convidando a manso arrullo,
tal que a ser tú el estruendo
quedaras admirado, enmudeciendo.
Si trace los ojos de Argos vigilantes
juntos en la cabeza,
el menos vivo triunfará del sueño,
y los agudos más, más penetrantes,
tocando en la belleza
menor que intento, adorarán mi dueño;
bien es gustar en vaso tan pequeño
y en término tan breve,
como una sombra que a la luz se atreve
y como cien cristales, tan suave
licor, que el que lo bebe
sólo en los campos del silencio cabe,
porque su hidropesía
en las cortes escándalo sería.
Rubias centellas de apacibles ojos,
a quien no causa espanto
que en rubios arcos flechan al deseo;
los lazos de oro sin concierto flojos
y aljófares sin llanto
sobre plata bruñida en dulce empleo;
flor más suave que del monte hibleo
y abeja recatada,
de nadie vista y todos envidiada;
dulce oriente suave que respira
armonía templada
más que las fuerzas del levante, admira
si esto vieres: dudando
en ti la admiración hable callando.
Caro amigo, discreto
silencio, cuando sepas mi secreto
vuelve a tu alcázar, y a las sombras todas
que ayudan tu concepto
convida, puesto el sol, para mis bodas;
que yo encubierto quedo
porque aun no me señales con el dedo.
2
A fénix, en Generalife, ausencia
Fénix, ausente hermosa,
ejemplo dulce del clavel lozano,
firme enseñanza de la fresca rosa,
este que os sacrifico llanto tierno
recibidle, primicia de mi mano,
cosecha pobre del pesado invierno,
que, ausente vuestro sol, cesó el verano.
Llegue, pues, suba la elevada cumbre
dorada en vuestra lumbre,
que tras tinieblas tantas
a vuestras aras besará las plantas
y sobre la eminente pesadumbre,
reina de tanta vega,
que si en ella la vista se despliega
y no la cogen vuestros claros ojos,
a sí misma se niega,
aquestos tiernos rendirá despojos,
regalo al alma, tiros al sentido.
Quien dice que la ausencia causa olvido
no conoce la gloria
que constituye amor en la memoria
del alma a quien se entrega.
¿Podrá olvidar su llaga un corzo herido,
aunque veloz desprecie en ligereza
al viento siempre alado,
aunque distancia ponga
inmensa su fatiga
entre el acero que dejó manchado
y el pecho lastimado?
Pues herida de amor tan penetrante,
que dio a mi corazón vuestra belleza
(no es mucho al alma siga),
¿cómo podrá olvidarla mi terneza,
si a más sentir me obliga?
Aunque ausencia interponga
pesados montes y elevadas sierras,
la herida una vez hecha
poco importa que diste de la flecha:
siempre y en toda parte será herida.
¿Veis la llama colérica encendida
con término elegante
por pino antiguo discurrir volante
hasta que deja el material difunto?
¿Veis que si eterno como anciano fuera,
sin dividirse punto,
permanente la llama consistiera?
Pues en mi amante pecho
dos fuegos introducen vuestras guerras:
uno será con el vivir desecho,
que asido vive al corazón cansado;
otro, que está en el alma colocado,
evo será de duración ardiente,
si no encendido más, más elevado.
¿Veis en aquesas vegas espaciosas
el árbol trasplantado,
floreciente imitando vuestras rosas,
cómo, aunque el sitio mude,
copiosamente a dar su fruto acude?
Fruto es de aqueste combatido tronco
del cierzo de esta ausencia
daros amor, rendiros la memoria.
Así lo dice el instrumento ronco,
así lo dice el canto,
así los ojos tristes,
que derramando regocijos viste
en la más dulce parte de mi historia.
Guióme a tanto mal y al triste llanto
presente, en que me anego,
si no en poblado aquel valiente ciego,
en el camino una cobarde fiera.
¿Quién tal de mí creyera?
Robóme la mitad del alma mía.
¡Oh necia! ¿Cómo a los que amor unía
divides tan severa?
¿Qué se puede? Vivamos apartados,
amada Fénix mía, en esperanza
de que podrán los hados
darnos a manos llenas la venganza.