Poemas de Gutierre de Cetina
WEBMASTER: Justo S. Alarcón

ÍNDICE
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YO DIRÍA DE VOS TAN ALTAMENTE ¡AY, QUÉ CONTRASTE FIERO!
NO MIRÉIS MÁS OJOS CLAROS Y SERENOS
CUBRIR LOS BELLOS OJOS SONETOS


YO DIRÍA DE VOS TAN ALTAMENTE

(A doña María de Mendoza)

Yo diría de vos tan altamente
que el mundo viese en vos lo que yo veo,
si tal fuese el decir cual el deseo.
Mas si fuera del más hermoso cielo,
acá en la mortal gente,
entre las bellas y preciadas cosas,
no hallo alguna que os semeje un pelo,
sin culpa queda aquel que no os atreve.
El blanco, el cristal, el oro y rosas,
los rubís, y las perlas, y la nieve,
delante vuestro gesto comparadas,
son ante cosas vivas, las pintadas.
Ante vos las estrellas,
como delante el sol, son menos bellas.
El sol es más lustroso,
mas a mi parescer no es tan hermoso.
¡Qué puedo, pues, decir, si cuanto veo,
todo ante vos es feo!
Mudaos el nombre, pues, señora mía:
vos os llamad beldad, beldad María.



¡AY, QUÉ CONTRASTE FIERO...!


¡Ay, qué contraste fiero,
señora, hay entre el alma y los sentidos,
por decir que os doláis de los gemidos!

Ninguno dellos osa:
cada cual se acobarda y se le excusa
al alma deseosa,
que de su turbación la lengua acusa.

Ella dice confusa
que os dirá el dolor mío,
si la deja el temor de algún desvío;
pero de un miedo frío
la cansa el corazón, y de turbada,
cuando algo os va a decir, no dice nada.

Al corazón no agrada
la excusa, y dice que es della la mengua,
que el quejarse es efecto de la lengua.
El uno al otro amengua;
el vano pensamiento
no sabe dar consejo al desatiento.

La razón sierva siento,
que sabía un tiempo entre ellos ser señora,
y el esfuerzo enflaquece de hora en hora.
La mano no usa agora
del medio que solía;
que el temor la acobarda y la desvía.

La sangre corre fría
a la parte más flaca, y de turbado,
el triste cuerpo tiembla y suda helado.
¡Ay, rabioso cuidado!
Pues si el alma contrasta a los sentidos,
¿quién dirá que os doláis de mis gemidos?



NO MIRÉIS MÁS


No miréis más, señora,
con tan grande atención esa figura,
no os mate vuestra propia hermosura.

Huid, dama, la prueba
de lo que puede en vos la beldad vuestra.
Y no haga la muestra
venganza de mi mal piadosa y nueva.

El triste caso os mueva
del mozo convertido entre las flores
en flor, muerto de amor de sus amores.



OJOS CLAROS Y SERENOS


Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?

Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquél que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.

¡Ay, tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.



CUBRIR LOS BELLOS OJOS


Cubrir los bellos ojos
con la mano que ya me tiene muerto,
cautela fue por cierto;
que ansí doblar pensastes mis enojos.

Pero de tal cautela
harto mayor ha sido el bien que el daño,
que el resplandor extraño
del sol se puede ver mientras se cela.

Así que aunque pensastes
cubrir vuestra beldad, única, inmensa,
yo os perdono la ofensa,
pues, cubiertos, mejor verlos dejastes.



SONETOS

1

De la incierta salud desconfiado,
mirando cómo va turbio y furioso
Betis corriendo al mar, dijo lloroso
Vandalio, del vivir desesperado:

"Recibe, ¡oh caro padre!, este cansado
cuerpo de un hijo tuyo, deseoso
de hallar en tus ondas el reposo
que negó la fortuna a mi cuidado.

Haz, padre, que estos árboles que oyendo
la causa de mi muerte están atentos,
la recuenten después de esta manera:

'Aquí yace un pastor que amó viviendo;
murió entregado a Amor con pensamientos
tan altos, que aun muriendo, amar espera'".


2

Sobre la cubierta de un libro donde iban escriptas algunas cosas pastoriles

Esta guirnalda de silvestres flores,
de simple mano rústica compuesta
en los bosques de Arcadia, aquí fue puesta
en honra del cantar de los pastores,

a los cuales, si Amor en sus amores
quiera jamás negar demanda honesta,
ruego, si bien el don tan bajo cuesta,
pueda este olmo gozar de mis sudores.

Que si algún tiempo con más docta mano
las acierto a tejer como maestro,
guardando a los pasados el decoro,

espero, y mi esperar no será en vano,
que el nombre pastoral del siglo nuestro
será tal cual fue ya en la Edad del Oro.


3

En un bastón de acebo que traía
por sostener el cuerpo trabajado,
Vandalio de su mano había entallado
la imagen que en el alma poseía.

Y como que presente la tenía,
mirando della el natural traslado,
envuelto en un suspiro apasionado,
con lágrimas llorando le decía:

"Dórida, si mirando esta figura
siento el alma encender, siento abrasarme,
piensa qué será ver tu hermosura.

Si así puedes ver tu hermosura,
di cuándo acabará mi desventura.
Mas no querrás hablar por no hablarme".


4

Para ver si sus ojos eran cuales
la fama entre pastores extendía,
en una fuente los miraba un día
Dórida, y dice así, viéndolos tales:

"Ojos, cuya beldad entre mortales
hace inmortal la hermosura mía,
¿cuáles bienes el mundo perdería
que a los males que dais fuesen iguales?

Tenía, antes de os ver, por atrevidos,
por locos temerarios los pastores
que se osaban llamar vuestros vencidos.

Mas hora viendo en vos tantos primores,
por más locos los tengo y más perdidos
los que os vieron si no mueren de amores."


5

"Como al pastor que en la ardiente hora estiva
la verde sombra, el fresco aire agrada,
y como a la sedienta su manada
alegra alguna fuente de agua viva,

así a mi árbol do se note o escriba
mi nombre en la corteza delicada
alegra, y ruego a Amor que sea guardada
la planta porque el nombre eterno viva.

Ni menos se deshace el hielo mío,
Vandalio, ante tu ardor, cual suele nieve
a la esfera del sol ser derretida."

Así decía Dórida en el río
mirando su beldad, y el viento leve
llevó la voz que apenas fue entendida.


6

Si el justo desear, padre Silvano,
jamás pudo moverte entre pastores,
si del rabioso mal de los amores
el corazón salvaje has hecho humano,

ruega al numen celeste que la mano
de su piedad extienda a los clamores
que Dórida le hace, en los ardores
de una fiebre crüel, llorando en vano.

Si alcanzo de los dos tanta ventura,
vuestra gloria será más verdadera,
y más para sufrir mi desventura.

Y cuando lo contrario el hado quiera,
no perezca, señor, tal hermosura:
menor mal es que yo en su lugar muera.


7

Un blanco, pequeñuelo y bel cordero
Vandalio para Dórida criaba,
cuando viendo que el lobo lo llevaba,
dijo alzando la voz, airado y fiero:

"¡Al lobo, al lobo, canes, que os espero,
Argo, Trasileón, Melampo y Brava!
¡Hélo!, Brava lo alcanza y, ¡hélo!, traba.
Soltado lo ha el traidor, por ir ligero.

Ya lo veo y lo alcanzo, ya lo tomo;
ya se embosca el traidor, ya deja el robo;
ya mis canes se vuelven victoriosos."

Así decía Vandalio, y no sé cómo
por entre aquellos álamos ombrosos
Eco resuena ahora: '¡Al lobo, al lobo!'


8

Con ansia que del alma le salía,
la mente del morir hecha adivina,
contemplando Vandalio la marina
de la ribera bética, decía:

"Pues vano desear, loca porfía,
a la rabiosa muerte me destina,
mientras la triste hora se avecina,
oye mi llanto tú, Dórida mía.

Y si tu crüeldad contenta fuese,
por premio de esta fe firme y constante,
que sobre mi sepulcro se leyese,

no en letras de metal, mas de diamante,
'Dórida ha sido causa que muriese
el más leal y el más sufrido amante'."


9

Debajo de un pie blanco y pequeñuelo
tenía el corazón enamorado
Vandalio, tan ufano en tal cuidado,
que tiene en poco el mayor bien del suelo.

Cuando movido Amor de un nuevo celo,
envidioso de ver tan dulce estado,
mirando el pie hermoso y delicado,
el fuego del pastor muestra de hielo.

En tanto, el corazón que contemplaba
el pie debajo el cual ledo se vía,
con lágrimas de gozo lo bañaba.

Y el alma, que mirando se sentía,
con fogosos suspiros enjugaba
las mancillas que el llanto en el ponía.


10

Dórida, hermosísima pastora,
cortés, sabia, gentil, blanda y piadosa,
¿cuál suerte desigual, fiera, rabiosa,
pone a mi libertad nueva señora?

El corazón que te ama y que te adora,
¿quién lo puede forzar que ame otra cosa?
¿Amarílida es más sabia o hermosa
que tú? No sé. Contempla esta alma ahora.

¿Fue jamás de Amarílida tratado
tan bien como de ti, tan sin fiereza?
¿No me acordabas tú si yo te amaba?

Pues sin mudarme yo, ¿quién me ha mudado?
Respondió el eco: "Yo, que en tanta alteza
mucho tiempo tan dulce ser duraba."


11

¡Ay, mísero pastor!, ¿dó voy huyendo?
¿Curar pienso un ardor con otro fuego?
¡Cuitado!, ¿adónde voy? ¿Estoy ya ciego
que ni veo mi bien ni el mal entiendo?

¿Dó me llevas, Amor? Si aquí me enciendo,
¿tendré do voy más paz o más sosiego?
Si huyo de un peligro, ¿a dó voy luego?
¿Es menor el que voy hora siguiendo?

¿Fue más ventura el Betis, por ventura,
que era agora Pisuerga? ¿Aquél no ha sido
tan triste para mí como ese agora?

Si falta en Amarílida mesura,
¿cómo la tendrá Dórida, sabido
que llevo ya en el alma otra señora?


12

En un olmo Vandalio escribió un día,
do la corteza estaba menos dura,
el nombre y la ocasión de su tristura;
después, mirando al cielo, así decía:

"Tanto crezcas, ¡oh bella planta mía!,
que al más alto ciprés venzas de altura,
y tanta sea mayor tu hermosura
cuanta aquella de Dórida sería.

Crezcan a par del olmo en su grandeza
las letras del amado y dulce nombre,
y en él hagan perpetua su memoria;

porque los que vendrán sepan que un hombre
levantó el pensamiento a tanta alteza
que es digno al menos de inmortal renombre."


13

Al pie de un monte que divide a España
de Francia, do más alto el cuello asoma,
en las faldas de aquél que el nombre toma
del ladrón más subtil, de mayor maña,

en un valle hermoso a do la extraña
alteza el blanco monte abaja y doma,
no lejos de la fuente por quien Roma
dio nombre a la región que en torno baña,

cerca de do perdió el francés famoso
la gloria de que aún hoy soberbio viene,
allí nació la causa del mal mío;

después la crió el Tajo, y de invidioso
Pisuerga la robó, Betis la tiene:
intendami chi può, ch'i' m'intend'io.


14

Sin poderse alegrar de cosa alguna,
de invidia, de ira y rabia ardiendo el pecho,
mirando la ocasión de su despecho,
en brazos de Endimión decía la Luna:

"¡Ah, dichosa Amarílida!, fortuna
que el más fiel pastor siervo te ha hecho;
te asegura del mal, de quien sospecho
que si no tú, escapar puede ninguna.

Tú sola vivirás leda y contenta,
de aquel desimular de amor sigura,
que en los hombres sin fe se anida y sella."

Endimión, que oyendo esto se afrenta,
responde así: "Hizo igual ventura
a la fe del pastor, la beldad della."


15

"Fuego queme mi carne y por encienso
baje el humo a las almas del infierno;
pase la mía aquel olvido eterno
de Lete porque pierda el bien que pienso;

el fiero ardor que hora me abrasa intenso
ni melle corazón ni haga tierno;
niégueme pïedad, favor, gobierno
el mundo, Amor y el sumo Dios inmenso;

mi vivir sea enojoso y trabajado,
en estrecha prisión dura y forzosa,
siempre de libertad desesperado,

si viviendo no espero ya ver cosa
-dijo Vandalio, y con verdad jurado-,
que sea cual tú, Amarílida, hermosa."


16

El más alto y más dulce pensamiento
del cuidado mayor, que más quería,
un sospiro secreto en que abscondía
la hermosa ocasión de su tormento,

todo cuanto favor, cuanto contento
tuvo jamás, cuanto tener podría,
Vandalio, pastor bético, ofrecía
al Amor, muy lloroso y descontento.

"Señor -dijo al fin- si el sacrificio
miras cuál puede ser que mayor sea,
si a la intención tú sabes bien mi historia,

sólo te pido, en premio del servicio,
la salud de Amarílida: no vea
el mundo así perder su mayor gloria."


17

Como el que enfermedad de muerte tiene,
que está de su salud desconfiado,
ni se puede alegrar del mal pasado,
ni gozo entero haber del bien que viene;

pensando en el morir, si se detiene,
es porque el plazo cierto no ha llegado,
de cuya causa el mejorar de estado
ni lo asegura ya, ni lo entretiene;

tal el triste Vandalio en la estrecheza,
envuelto en un temor con mil temores,
a la bella Amarílida decía:

"Poca seguridad, menos firmeza,
no me dejan gozar vuestros favores;
que un recelo mortal me los desvía."


18

La nueva luz en el nacer del día
al mísero Vandalio, que guiaba
sus ovejuelas, por su mal mostraba
cosa que su dolor mayor hacía.

Una avecilla que caído había
en la encubierta liga, vio que estaba,
y mientra por soltarse trabajaba,
más la enredaba el visco y la prendía.

Mirando el mal ajeno estaba atento,
y pensando hallar en él consuelo,
duro ejemplo le trajo al pensamiento.

"¡Mirad -dijo el pastor- que ha hecho el cielo
por mostrar en dibujo aquel tormento
que padece el que ha dado en un recelo!"


19

El dulce fruto en la cobarde mano
y casi puesto a la hambrienta boca,
de turbado lo suelta y no lo toca,
vencido de un temor bajo, villano,

Vandalio; y el Amor, fiero tirano,
que al alma asombra con sospecha loca,
mientra la vida deseando apoca,
la hambre cresce y cresce el temor vano.

En tanto, el caro fruto deseado
de la vista al pastor desaparesce,
y ni comer se deja ni tocarse;

cuando con un sospiro apasionado
dijo: "Tal sea de aquél a quien se ofresce
un bien de que no sabe aprovecharse."


20

Entre osar y temer, entre esperanza
y un triste recelar desesperado,
entre gozo y dolor, entre un cuidado
y un cierto no sé qué de confianza,

entre aquel bien que un amador alcanza
mientra espera gozar lo deseado,
y entre aquel mal que siente un desdichado
que teme de fortuna en la bonanza,

Vandalio, enamorado y temeroso,
está entre un cierto sí y un no más cierto,
no suceda a su bien fortuna aviesa,

cuando dijo: "¡Dolor fiero, rabioso!,
hoy triunfas de mi vida, hoy seré muerto
si Amarílida falta a su promesa."


21

Con aquel poco espíritu cansado
que queda al que el vivir le va dejando,
en brazos de Amarílida llorando
Vandalio, de salud desconfiado:

"No me duele el morir desesperado
-dijo-, pues con mi mal se va acabando,
mas duéleme que parto y no sé cuándo.
Señora, ¿habrás dolor de mi cuidado?"

La ninfa que con lágrimas el pecho
del mísero pastor todo bañaba:
"Sin premio no será tu amor", decía.

Mas él, puesto en el paso más estrecho,
mucho más que el morir, pena le daba
no poder ya gozar del bien que oía.


22

Horas alegres que pasáis volando
porque, a vueltas del bien, mayor mal sienta;
sabrosa noche que, en tan dulce afrenta,
el triste despedir me vas mostrando;

importuno reloj que, apresurando
tu curso, mi dolor me representa;
estrellas, con quien nunca tuve cuenta,
que mi partida vais acelerando;

gallo que mi pesar has denunciado,
lucero que mi luz va oscureciendo,
y tú, mal sosegada y moza aurora,

si en vos cabe dolor de mi cuidado,
id poco a poco el paso deteniendo,
si no puede ser más, siquiera un hora.


23

Si jamás el morir se probó en vida,
yo triste soy el que lo pruebo y siento
con extraño dolor, pena y tormento,
en esta trabajosa mi partida.

Mi alma en vuestro gesto embebecida,
mirándoos se henchía de un contento
tal, que de ufano ya mi sufrimiento
gloria le era la pena más crecida.

Mas hora que de vos me alejo tanto,
¿cuál consuelo será que me consuele,
que no sienta en partir la misma muerte,

si me muestra el temor visión de espanto,
que asombrándome hace que recele
de vos, de amor, del tiempo y de la suerte?


24

Al rebaño mayor de sus cuidados
que a la orilla del Po paciendo se iba,
dijo Vandalio con la mente esquiva,
los ojos de sus lágrimas bañados:

"Paced, mis ovejuelas, pues los hados,
la invidia ajena y la aspereza altiva
de la ribera de Pisuerga os priva
y de sus verdes y floridos prados.

Si en las hierbas halláis amargo el gusto,
si el agua es menos clara que solía,
si os muestra el cielo invierno a primavera,

no es fuera de razón, antes muy justo,
pues tan lejos estáis del alma mía,
que sea todo al revés lo que antes era."


25

Al pie de una alta haya muy sombrosa,
cuando más alto el sol mostraba el día,
mirando el agua clara que corría
por la ribera del Tesín hermosa,

pensando está Vandalio en la rabiosa
ocasión que turbó su fantasía,
tan obstinada el alma en su porfía
cuanto por la ocasión triste y cuidosa:

"¡Ay, suerte desigual! -dijo llorando-,
si está el alma de mí tan separada,
¿tan lejos della cómo o por qué vivo?

Dolor, que sin matarme así apretando
me vas, o tu poder no puede nada
o se hace inmortal el hado esquivo."


26

Mirando cómo va soberbio, airado,
a pagar su tributo al mar el Reno,
de su propia alma y de su bien ajeno,
Vandalio está cuidoso, recostado

a la sombra de un olmo, y descansado
ya de llorar, de mil congojas lleno,
viendo partir de sí el pastor Tirreno,
dijo con un suspiro apasionado:

"¡Dichoso tú, tú sólo eres dichoso,
que vuelves do verás tan presto el Tago
y el bien que te hace ir tan presuroso!

Yo, mísero, llorando me deshago
de sólo ver Pisuerga deseoso.
¡Mira cuál es de Amor, Tirreno, el pago!"


27

Entre armas, guerra, fuego, ira y furores,
que al soberbio francés tienen opreso,
cuando el aire es más turbio y más espeso,
allí me aprieta el fiero ardor de amores.

Miro el cielo, los árboles, las flores,
y en ellos hallo mi dolor expreso,
que en el tiempo más frío y más avieso
nacen y reverdecen mis temores.

Digo llorando: "¡Oh dulce primavera,
cuándo será que a mi esperanza vea
ver de prestar al alma algún sosiego!

Mas temo que mi fin mi suerte fiera
tan lejos de mi bien quiere que sea,
entre guerra y furor, ira, armas, fuego."


28

Mientra el fiero león, fogoso, ardiente,
con furioso calor nos mueve guerra,
mientra la madre de Aristeo atierra
los árboles, las plantas, la simiente,

entre altos montes de soberbia gente,
que al helvecio feroz el paso cierra,
me hallo en otra clima, en otra tierra
de la mi cara patria diferente.

Allá Febo no tiene hora reparo;
acá muestra mudar orden el cielo,
y con helada nieve nos castiga.

Entre estas diferencias se ve claro
cuál es mi mal, pues ardo en medio el hielo
y en el fuego se hiela mi enemiga.


29

¿En cuál región, en cuál parte del suelo,
en cuál bosque, en cuál monte, en cuál poblado,
en cuál lugar remoto y apartado
puede ya mi dolor hallar consuelo?

Cuanto se puede ver debajo el cielo
todo lo tengo visto y rodeado;
y un medio que a mi mal había hallado,
hace en parte mayor mi desconsuelo.

Para curar el daño de la ausencia
píntoos cual siempre os vi, dura y proterva;
mas Amor os me muestra de otra suerte.

No queráis a mi mal más experiencia,
sino que ya, como herida cierva,
doquier que voy, conmigo va mi muerte.


30

De las doce a las cuatro había pasado,
por la quinta carrera el sol corría,
sin que del resplandor que dar solía
muestra de su beldad, luz haya dado.

O escondido o traspuesto o de un nublado
negro, lleno de horror, se le cubría
al mísero Vandalio, el cual no vía
sin él por dó seguir con su ganado.

Llenos de un triste humor tenía los ojos
el cuitado pastor mirando al cielo,
mostrando sin hablar su desventura.

Cuando, por renovar viejos enojos,
quitándose y poniendo el sol un velo,
mostró y tornó a esconder su hermosura.


31

Mientra el fiero dolor de su tormento
con mayor soledad Vandalio llora,
con voz de su morir denunciadora
dijo triste, lloroso y descontento:

"¡Oh gloria de estas selvas y ornamento,
sombras que tanto ardor templáis agora!
¡Oh tú, Eco, perpetua habitadora
del bosque que este llanto escucha atento!

Quédese para vos sola guardado
mi tan secreto bien, mi buena suerte,
que tanto me costó por no mostralle.

Y si tanto favor me niega el hado,
ya que a alguno contar queráis mi muerte,
dígase sólo el mal, el bien se calle."


32

Aires süaves, que mirando atentos
escucháis la ocasión de mis cuidados,
mientra que la triste alma acompañados
con lágrimas os cuenta sus tormentos,

así alegres veáis los elementos,
y en lugares do estáis enamorados
las hojas y los ramos delicados
os respondan con mil dulces acentos.

De lo que he dicho aquí, palabra fuera
dentre estos valles salga, a do sospecha
pueda jamás causarme aquella fiera.

Yo deseo callar, mas ¿qué aprovecha?:
que la vida, que ya se desespera,
para tanto dolor es casa estrecha.


33

Dulce, sabrosa, cristalina fuente,
refugio al caluroso ardiente estío,
adonde la beldad del ídol mío
hizo tu claridad más transparente,

¿qué ley permite, qué razón consiente
un pecho refrescar helado y frío,
en quien fuego de amor, fuerza ni brío
ni muestra de piedad jamás se siente?

Cuánto mejor harías si lavases
de este mi corazón tantas mancillas
y el ardor que lo abrasa mitigases.

Aquí serían, Amor, tus maravillas,
si en estas ondas un señal mostrases
de mis penas a quien no quiere oíllas.


34

Pues todavía queréis ir mis suspiros
do siempre soléis ser tan mal tratados,
trabajad de llegar disimulados,
quizá con tal ardid querrán oíros.

Sabe Amor si quisiera hora seguiros
para ver si osaréis ser tan osados;
mas, ¿para qué?, si van dos mil cuidados
míos allá, tras vos, para serviros.

Si os llegáis, al llegar, con la osadía
que hora partís de mí, decilde manso:
"Señora, pïedad, ¿por qué tan fiera?"

Mas si, como he temor, de sí os desvía,
básteos darle a entender con un descanso
cómo el verme sin él hace que muera.


35

Por repararse de una gran tormenta
con que el cielo una noche amenazaba,
debajo de un alto olmo suspiraba
temeroso Vandalio en tal afrenta.

No que con las ovejas tenga cuenta,
ni el temor de los lobos recelaba;
antes un ruiseñor que allí cantaba,
la historia de su mal le representa.

Piadoso, [a] la avecilla enamorada
dijo: "¿Qué así te afliges y cantando
muestras la tempestad tener en nada?

¿Qué haremos los dos, pues que llorando,
nuestro triste cantar tan poco agrada?"
"¿Qué? -dijo el ruiseñor-. Morir amando."


36

Triste avecilla que te vas quejando
por feos ramos y por turbias fuentes,
pues que no son mis males diferentes,
vente agora aquí do estoy llorando.

Verásme de pesar desesperando,
de placer apartado y de las gentes,
después que aquellos ojos son ausentes,
por quien vivo muriendo y sospirando.

Tú lloras tu soledad y yo la mía:
consolémonos los dos pues que tenemos
una mesma razón de estar muriendo.

Y aquí, desamparados de alegría,
por aquestos desiertos andaremos
en llantos tristes contino gimiendo.


37

Padre Océano, que del bel Tirreno
gozas los amorosos abrazados,
de gloria, si sintieses mis cuidados,
cuanto yo de pesar estarías lleno.

En la parte del cielo más sereno,
para colmar la cima de tus hados,
vi a tu hijo bañar los delicados
pies de una ninfa que nació en su seno.

"¡Ay! ¡Quién fuese hora tú!", yo le decía,
y de puro celoso, lo enturbiaba
con llanto que del alma me salía.

Mas él, que tanto bien comunicaba,
mientra con mi llorar lo revolvía,
claro en sus ondas mi dolor mostraba.


38

Por nuestro polo el sol no parescía,
al venturoso Antártico alumbraba,
cuando un pastor que, sin él, ciego estaba,
con lágrimas llorando, así decía:

"¡Oh luz sola que luz da al alma mía!
Mas, ¡ay!, ¿qué digo luz?: que la daba
cuando dejaros ver ya os agradaba.
¿Quién de veros me aparta y me desvía?

Si no meresce ver beldad del cielo
un mísero pastor desventurado,
si no os queréis mostrar porque no os vea,

considerad, por Dios, gloria del suelo,
que el alma, que ya en vos se ha transformado,
no os dejará de ver doquier que sea."


39

Un nuevo sol vi yo en humano gesto
que en la tierra nos muestra un paraíso;
una boca vi yo que sólo un riso
en perpetuo llorar me tiene puesto;

de dos ojos salió un mirar honesto
que el ánimo del alma trae diviso;
de entre perlas salió encubierto aviso
que me hace el vivir menos molesto.

No supe a quién quejarme del engaño,
que el Amor era ya desapartido
cuando caí en la cuenta de mi daño.

Pedí socorro al alma, y el sentido
me respondió por ella, ¡ay, caso extraño!:
"¿no ves que la razón la ha ya rendido?"


40

Si tantas partes hay por vuestra parte
para que os ame y que por vos sospire,
¿cómo queréis, mi bien, que me retire
de tal empresa y que de amar me aparte?

Si el cielo en sola vos muestra y reparte
tal gracia y tal beldad que el mundo admire,
¿cómo queréis, mi bien, que el alma aspire
a nueva hermosura o con cuál arte?

Si son nieve, oro, perlas y corales
los cabellos, la boca, el cuello, el pecho,
¿cómo queréis, mi bien, que no me encienda?

Si vuestros modos más que naturales
me tienen tan vencido y tan estrecho,
¿cómo queréis, mi bien, que me defienda?


41

Si con cien ojos como el pastor Argo,
antes si con cien mil mirase atento,
si alcanzase la vista al pensamiento,
si de Néstor tuviese el vivir largo,

si el alma libre más, más sin embargo,
pusiese en sola vos su entendimiento,
no basta a ver las partes que sin cuento
el cielo de beldad os hizo cargo.

La envidia, que poner suele defeto
do no lo puede haber, arde y suspira
mirándoos, y a sí mesma se reprueba;

y el mundo, que subir con el conceto
no puede desde acá, mientra que os mira
cree por fe, sin desear más prueba.



42

Alma del alma mía, ardor más vivo,
extremo de beldad única y rara,
ejemplo de valor por quien tan cara
la vida me es, de que antes era esquivo.

Fuera el decir cómo el concepto altivo
¡oh mi musa crüel!, menos avara
viérades, si en el mundo se os mostrara
cuanto de vos dentro del alma escribo.

Mas, ¿qué puedo hacer si amor me inspira?:
cantar vuestro valor alto y divino
al son desta vulgar, rústica lira.

No saber más mis versos de un camino:
esto me dicta aquél que a amar me tira,
por pensada elección, no por destino.


43

Luz que en el fuego vivo, en el tormento
mayor que se haya visto entre mortales,
ardéis mi corazón con ansias tales
que en medio de su mal vive contento;

si las partes que en vos escribo y siento
a vuestro merescer no son iguales,
excúsenme con vos mis propios males,
que embarazan el flaco entendimiento.

Y si no puede haber cosa que sea
igual a lo que sois, ¿cómo podría
mostraros comparando al que no os vea?,

salvo pintando un bien la fantasía
con la imaginación, cual lo desea
y cual os pinta agora el alma mía.


44

Luz que a mis ojos das luz más serena,
vida que da la vida al alma mía,
beldad por quien se aparta y se desvía
de sentir el sentido y enajena;

gloria de mi dolor, bien de mi pena,
de todo mi pesar sola alegría,
fuego que hace arder mi fantasía
del más sabroso ardor que amor ordena;

¡pudiese yo, como querría, mostraros
el pecho abierto, do el amor ha escrito
cuanto quiero y no acierto a descubriros!

Mas si no puede ser para moveros
que llegue ya mi mal a lo infinito,
¿qué más cierta señal que mis suspiros?


45

En esto podéis ver, señora mía,
la razón que tenéis de maltratarme,
que si vengo ante vos para quejarme
el temor me acobarda y me desvía.

Anda tan ciega ya mi fantasía
que llego alguna vez a aventurarme,
mas un no sé qué se viene a estorbarme,
y no es, aunque parece, cobardía.

Ved cuál debe de estar quien no se entiende:
que siendo causa vos del mal que siento,
de vos, que lo causáis, me cubro y celo.

Pues si mata el callar, decillo ofende,
¿qué remedio tendrá quien su tormento
le tiene a vuestros pies ya por el suelo?


46

Para justificarme en mi porfía
tal vez muevo la pluma que os alabe,
y antes de comenzar pide que acabe
de celoso temor la fantasía.

Pónesele delante al alma mía
temor que os perderé si tal se sabe,
y no decir de vos lo que en vos cabe
dice Amor que es traición y cobardía.

Hágome alguna vez más atrevido
y digo: "¡Qué temor tan sin prudencia!
¡Ámenla cuantos hay debajo el cielo!"

Ved si debo de estar ya bien perdido,
cuando, siendo incurable mi dolencia,
pienso en ajeno mal hallar consuelo.


47

Crüel y venturosa gelosía,
si de humano sentido alcanzas parte,
¿por qué enemiga así quieres mostrarte
al mundo, a mí y a la señora mía?

Cuanta el mundo beldad mirar podría,
celas con importuna e invidiosa arte;
a mí causas dolor con tu cerrarte
y a mi señora ofende tu porfía.

Ella quiere ser vista porque vea
la tierra el mayor bien que puede verse,
y el cielo la beldad que allá desea.

¡Aquel fuego que en mí pudo encenderse
te abrase! Pero no, porque no sea
tu encenderte ocasión de su esconderse.


48

Mientra, por alegrarme, el sol mostraba
la divina beldad que en sí tenía,
de pura envidia de la gloria mía
nube enojosa, oscura, lo celaba.

Céfiro, que a mirar atento estaba
aquel bien que la nube en sí escondía,
de enamorado, por mirar, la abría,
mas luego, de celoso, la cerraba.

El Amor, que mirando estaba el juego,
vencedor a la fin 

quiso mostrarse,
encendido quizá de un mesmo fuego;

y a fuerza de saetas alargarse
hizo la nube que me tenía ciego,
o por cegarme más o por holgarse.


49

Si el celeste pintor no se extremara
en haceros extremo de hermosura,
si cuanto puede dar beldad natura
tan natural en vos no se mostrara,

ni el retrato imperfecto se juzgara,
ni me quejara yo de mi ventura,
porque correspondiera la pintura
al vivo original do se sacara.

Pero, dama, pues ya no vive Fidia,
ni humano genio basta a retrataros,
sin que quede confusa o falsa el arte,

debéis, para que no mueran de invidia
las menos que vos bellas, contentaros
con ver de lo que sois sola esa parte.


50

Pincel divino, venturosa mano,
perfecta habilidad, única y rara,
concepto altivo do la envidia avara,
si te piensa enmendar, presume en vano.

Delicado matiz, que el ser humano
nos muestra cual el cielo lo mostrara;
beldad cuya beldad se ve tan clara,
que al ojo engaña el arte soberano.

Artífice ingenioso, ¿qué sentiste
cuando tan cuerdamente contemplabas
el sujeto que muestran tus colores?

Dime: si como yo la vi la viste,
el pincel y la tabla en que pintabas
y tú, ¿cómo no ardéis, cual yo, de amores?




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