Poemas de:
Gaspar Núñez de Arce
EL VÉRTIGO | RECUERDOS |
EL REO DE MUERTE | CREPÚSCULO |
MISERERE | |
PROBLEMA | TRISTEZAS |
IDILIO | INTRODUCCIÓN |
LA GUERRA | A DARWIN |
ESTROFAS | |
¡TREINTA AÑOS! | NACIÓ UNA FLOR |
EL VÉRTIGO
Guarneciendo de una ría
la entrada incierta y angosta
sobre un peñón de la costa
que bate el mar noche y día
se alza gigante y sombría
ancha torre circular
que un rey mando edificar
a manera de atalaya
para defender la playa
de los piratas del mar
Cuando viento borrascoso
sus almenas no conmueve
no turba el rumor mas leve
la majestad del coloso.
Queda en profundo reposo
largas horas sumergido
y sólo se escucha el ruido
conque los aires azota
alguna blanca gaviota
que tiene en la peña el nido.
Mas cuando en recia batalla
el mar rebramando choca
contra la empinada roca
que allí le sirve de valla
cuando en la enhiesta muralla
ruge el huracán violento
entonces, firme en su asiento
el castillo desafía
la salvaje sinfonía
de las olas y del viento.
Dio magnánimo el monarca
en feudo, a Juan de Tavares
las seis villas y lugares
de aquella agreste comarca
Cuanto con la vista abarca
desde el alto parapeto
a su yugo esta sujeto
y en los Reinos de Castilla
no hay señor de horca y cuchilla
que no le tenga respeto.
Para acrecentar sus bríos
contra los piratas moros
colmóle el rey de tesoros
mercedes y señoríos
mas cediendo a sus impíos
pensamientos de Luzbel
desordenado y cruel
roba, incendia, asuela y mata
y es mas bárbaro pirata
que los vencidos por él.
Pasma el mirar su serena
faz, y su blondo cabello
que encubra rostro tan bello
los instintos de una hiena.
Cuando en el bosque resuena
su bronca trompa de caza
con mudo terror abraza
la madre al hijo inocente
y huye medrosa la gente
del turbión que la amenaza.
Desde su escarpada roca
baja al indefenso llano
con el acero en la mano
y la blasfemia en la boca
Excita con ansia loca
el furor de su mesnada
y no cesa la algarada
conque a los pueblos castiga
sino cuando se fatiga,
mas que su brazo, su espada.
De condición dura y torvano
acierta a vivir en paz
y como incendio voraz
destruye cuanto le estorba
todo a su paso se encorva
la súplica le exaspera
goza en la matanza fiera
y con el botín del robo
vuelve como hambriento lobo
a su infame madriguera.
Una noche, una de aquellas
noches que alegran la vida
en que el corazón olvida
sus dudas y sus querellas
en que lucen las estrellas
cual lámparas de un altar
en que convidando a orar
la luna como hostia santa
lentamente se levanta
sobre las olas del mar.
Don Juan, dócil al consejo
que en el mal le precipita
como el hombre que medita
un crimen, esta perplejo
bajo el ceñudo entrecejo
rayos sus miradas son
y con sorda agitación
a largos pasos recorre
de la maldecida torre
al imponente salón
Arde el tronco de una encina
en la escura chimenea
el tuero chisporrote
ay el vasto hogar ilumina
sobre sus patas reclina
su ancha cabeza un lebrel
en cuya lustrosa piel
vivos destellos derrama
la roja y trémula llama
que oscila delante de él
En tan solemne momento
lucha Tavares a solas
con las encontradas olas
de su propio pensamiento.
¿Que
busca? ¿cual es su intento?
¿triunfará
Dios o Satán?
nunca los hombres
sabrán
porque en el cerebro humano
como en el hondo océano
las olas vienen y van
En vano a vencerse prueba
y con fuerza prodigiosa
mueve la pesada losa
que abre paso a oculta cueva
del repleto hogar se lleva
un grueso tronco encendido
y arrojase enardecido
por aquella negra entrada
lanzando una carcajada
doliente como un gemido.
alza el lebrel que dormita
la noble cabeza, el sueño
sacude, y en pos del dueño
gruñendo se precipita.
Don Juan con ira inaudita
marcha como un torbellino
y va saltando sin tino
uno tras otro escalón
entre el humo del tizón
conque alumbra su camino.
Al fondo del antro baja
y con su puño de hierro
de un triste y lóbrego encierro
el pestillo desencaja.
Yace postrado en la paja
un ser miserable y ruin
que recelando su fin
azorado se incorpora
y con voz conmovedora
grita -Que quieres Caín?
Don Juan insensible y duro
la vista en torno pase
ay fija la humosa tea
en una grieta del muro
-Luis- le responde-te juro
que te engaña el corazón
pues no tengo la intención
de arrebatarte la vida
como una fiera cogida
en la trampa y a traición
Que pretendes pues? exclama
don Luis tendiendo los brazos:
-quieres
anudar los lazos
a que la sangre
nos llama?
Si la pasión que te
inflama
en amor se convirtió
no te detengas, que yo
con alma y vida te espero
Y rechazándole fiero
su hermano contesta !!no!!
El uno del otro en pos
van con paso mal seguro
por el subterráneo oscuro
abandonados de Dios
El lebrel entre los dos
sobresaltado camina
y por la lóbrega mina
llegan al viejo portillo
que a un lado tiene el castillo
del peñón en que domina.
El soldado que la puerta
por fuera guarda y defiende
absorto el paso suspende
viéndola de pronto abierta
Lejanas voces de alerta
surcan la noche callada
y con frase entrecortada
por el furor que lo agita
don Juan, avanzando, grita
Eh, malsin, dame tu espada!!!
Resistir quiere el soldado
y el monstruo entonces golpea
con la resinosa tea
la faz del desventurado
por el dolor trastornado
cae el centinela inerte
-Toma
para defenderte
de este menguado
el acero
-prorrumpe don Juan -pues
quiero
morir, o darte la muerte.
Hay en la vasta llanura
un tronco seco y ramas
despojado por las llamas
de su pompa y hermosura.
de la escarcha, la blancura
le de un tinte funerario
pues se eleva solitario
ennegrecido y escueto
como gigante esqueleto
bajo su blanco sudario.
Don Juan que la marcha guía
detienese allí, desnuda
su espada, y con voz sañuda
clama -Tu vida o la mia-
En actitud grave y fría
ante él su hermano se para
y mirando cara a cara
a su opresor,- eso esperas?
le dice - que mas quisieras
sino que yo te matara?
-Hiere si intentas herir
el golpe aguardo sereno
y yo en cambio te condeno
al suplicio de vivir.
Adonde podrás huir,
que no te alcance el castigo?
buscarás en vano abrigo
otros climas y otras playas
mas donde quieras que vayas
irá tu crimen contigo.
Mi crimen? ruge Don Juan
-Por Cristo, que es brava idea!!
y en sus ojos centellea
la cólera de Satán-
Cuando suelto el huracán
rompe, incendia y desbarata
solo algún alma insensata
en momento tan aciago
culpa al viento del estrago
y no a Dios que la desata.!!!
Desde el día que nací
-añade airado y convulso
obedezco a extraño impulso
y no soy dueño de mi
Lucha, pues armas te di
para ganar la partida
que si en la lid fratricida
no opones el hierro al hierro
Juro a Dios, que como un perro
voy a arrancarte la vida.!!
Hazlo!! contesta su hermano
a tus instintos me entrego
que no detendrá mi ruego
los ímpetus de tu mano.
Mi muerte será oh tirano!
tu expiación mas tremenda
y rompo la espada en prenda
de que no quiero cobarde
ni acero que me resguarde
ni piedad que me defienda.
Dice, y quebrando después
la bruñida y sutil hoja
en dos pedazos la arroja
de su verdugo a los pies.
avanza tranquilo y es
su porte grave y austero
-Guarde
cada cual su fuero-
dice - y ya
que es tu sino
mata como un
asesino
mas no como un caballero.
Don Juan vacila un instante
con su conciencia batalla
pero al fin la envidia estalla
mas soberbia y mas pujante.
-Imbécil!!
recojo el guante !!-
dice con
áspero tono
y arrastado por su
encono
contra el desdichado cierra
que cae exánime en tierra
exclamando -Te perdono-
Como expresar el horror
de aquella escena de muerte?
la victima yace inerte
a los pies del matador.
Con su pálido fulgor
la luna alumbra al caído
el lebrel, enardecido
la hirviente sangre olfatea
y se revuelve y rastrea
y rompe en lúgubre aullido.
Don Juan se detiene adusto
el asombro en el se pinta
y la espada, en sangre tinta,
cae de su puño robusto.
los ojos vuelve con susto
horror se inspira a si mismo
y cercano al paroxismo
se retuerce y desespera
como si rodando fuera
hacia el fondo de un abismo.
Tierra, mar y firmamento
cuanto huella y cuanto mira
todo en torno suyo gira
en rápido movimiento
llenase su pensamiento
de mortal incertidumbre
y la inmensa muchedumbre
de visiones que le asalta
ondula, bulle, resalta
entre círculos de lumbre
Su razón se turba, un velo
de sangre nubla sus ojos
y cubren vapores rojos
el mar, la tierra y el cielo
Con desesperado anhelo
lanza un grito de agonía
y huye como res bravía
cuando de pronto a su oído
llega el ardiente ladrido
de la furiosa jauría.
Corre, corre, y corre en vano
porque cuando mas avanza
mar cerca a mirar alcanza
el cadáver de su hermano.
No encuentra término al llano
y mira con ansia crüel
los ojos del nuevo Abel
de eterna sombra cubiertos
siempre fijos, siempre abiertos
siempre clavados en él.
Nunca el torpe matador
de su víctima se aleja
y el miedo ver no le deja
que va de ella en derredor
Al fin recoge el traidor
de sus maldades el fruto
que a veces Dios en tributo
a su justicia ofendida
todo el dolor de una vida
reconcentra en un minuto.
Precipitase sin tino
y aumentando sus temores
los espectros vengadores
le acosan en su camino
Gira como un remolino
sin detenerse jamas
y va ciego y cuanto más
huye, ve mas espantado
el cadáver siempre al lado
y el lebrel, siempre detrás.
Su ronda desesperada
sigue con bronco resuello
puesto de punta el cabello
y atónita la mirada
en su fuga acelerada
apenas el suelo toca
y cuando mas en su loca
carrera el triste se ofusca
mas le estrecha, mas le busca
mas el muerto le provoca
Nada su pavor mitiga
y su marcha abrumadora
se prolonga hora tras hora
sin ceder a la fatiga
Su propio crimen le hostiga
con creciente frenesí
hasta que fuera de sí
crispado, lívido, yerto
se desploma junto al muerto
gritando -Infeliz de mi!!!
Cuando su manto repliega
la triste noche sombría
tres muertos alumbra el día
en la solitaria vega.
Don Luis, que en sangre se anega
y yace en tranquilo sueño:
Don Juan, cuyo torvo ceño
muestra su angustia final
y el lebrel, noble y leal
tendido a los pies del dueño.
Conciencia nunca dormida
mudo y pertinaz testigo
que no dejas sin castigo
ningún crimen en la vida
La ley calla, el mundo olvida
mas, quien sacude tu yugo?
Al Sumo Hacedor le plugo
que a solas con el pecado
fueses tu para el culpado
Delator, Juez, y Verdugo.
RECUERDOS
I
¡Tantas esperanzas muertas
y tantos recuerdos vivos!...
en el corazón humano
jamás se forma el vacío.
Nace una ilusión y muere;
pero su cadáver mismo
queda insepulto en el alma
y siempre en la mente fijo.
¡Ay! por eso yo que os llevo
ha tantos años conmigo,
esperanzas engañosas
que me halagásteis de niño;
hoy que bajo el grave peso
de vuestro cadáver gimo,
¡infeliz
de mí! quisiera
que nunca
hubiérais nacido.
II
¿Te
acuerdas? Al pie de un árbol,
en
el jardín de tu casa,
el dulce y
maduro fruto
ibas cogiendo en la
falda.
Turbando nuestra alegría
crujió de pronto la rama,
diste un grito, y desplomado
caí sin voz a tus plantas.
No vi más; pero entre sueños
me pareció que escuchaba
desconsolados gemidos,
tiernas y amantes palabras.
Y cuando volví a la vida,
en una sola mirada
se besaron nuestros ojos
y se unieron nuestras almas.
III
¿Te acuerdas? Seis años hace
cuando por la vez primera
eterno amor nos juramos
y fidelidad eterna.
¡Cuán
venturosas corrieron
las horas!
¡ay! ¡y cuán prestas!
un deseo,
una esperanza
fué nuestra dulce
existencia.
Turbóse un día el
encanto
de aquella pasión inmensa,
y el viento de la fortuna
llevome a lejanas tierras.
Colgándote de mi cuello,
en llanto amargo deshecha,
vuelve, -me dijiste- vuelve;
que mi corazón te llevas.-
Volví... ¡Ya estabas casada!
y un ángel de rubias hebras
en tu regazo dormía
el sueño de la inocencia.
Posé, temblando, mis labios
en su faz blanca y risueña,
y al mirarte, vi que estabas
pálida como una muerta.
IV
Después... Aturdido, ciego,
cuando me hirió el desengaño,
en tus queridas memorias
quise vengar mis agravios.
Busqué frenético el rizo
de tus cabellos castaños,
que en la postrer despedida
me diste, Inés, sollozando.
-Muera,
dije- este recuerdo
de aquel
corazón ingrato,
y arrastre el
viento en cenizas
la inútil prenda
que guardo.-
Miréla suspenso y
mudo,
hasta que ahogándome el
llanto,
en vez de arrojarla al
fuego
la llevé ¡loco! a mis labios.
¡Ay! quiera Dios que no veas
preso en amorosos lazos,
al hijo de tus entrañas
llorar, como estoy llorando.
V
¿Te acuerdas? Cuando
en los días
de mi secreto
infortunio
dudaba yo de mí mismo,
pobre, olvidado y oscuro;
enjugando compasiva
mi llanto abundante y mudo,
-no desmayes, me dijiste,
que el porvenir será tuyo.
Yo compartiré contigo
lauros, honores y triunfos,
y a la sombra de tu fama
nuestro amor llenará el mundo.-
Hoy rompe a veces mi nombre
la indiferencia del vulgo,
y a veces también su aplauso
trémulo y turbado escucho.
Pero como estás muy lejos
y en vano te llamo y busco,
paréceme que resuena
en el hueco de un sepulcro.
EL REO DE MUERTE
¡Oh, vedle, vedle! ¿Turbia y ardiente la
mirada,
en brazos de su culpa que
le acrimina austera,
tan lejos y
tan cerca de la insondable nada,
del mundo que le arroja, del polvo que le espera!...
¡Luchando
con extrañas y horribles agonías
que traen ante sus ojos en rápida carrera
sus inocentes horas, sus conturbados días,
el cuadro pavoroso de su existencia entera!
Ayer, aunque entre sombras, el porvenir
incierto
brindábale ilusiones de
amor y de ventura,
y hoy, asomado
al borde de su sepulcro abierto,
contempla horripilado la eternidad oscura.
La muerte, que le acosa con misterioso grito,
despierta los terrores de su conciencia impura:
quiere llamar, y apaga sus voces el delito,
quiere huir, y le asalta la hambrienta sepultura.
¡Ay, si recuerda entonces el dulce hogar
sereno
donde pasó ignorada su
infancia soñadora,
la amante y
pobre madre que le llevó en su seno,
único ser acaso que le disculpa y llora!
¡Ay triste de él si al lado del hondo precipicio
su amparo no le presta la fe consoladora;
la fe que se levanta potente en el suplicio
y da sus alas de ángel al alma pecadora!
¡Miradle! Cada paso que hacia el cadalso
avanza
de su agitada vida los
horizontes cierra:
apágase en sus
ojos la luz de la esperanza
y el
peso de la muerte fatídico le aterra.
¡Ay, ten valor! Si un día de imprevisión y dolo
te puso con los hombres y con la ley en guerra,
mañana entre los muertos abandonado y solo
en su profundo olvido te envolverá la tierra.
Aparta tu mirada terrífica y sombría
de esa apiñada turba que bulle en el camino
para gozar del triste placer de tu agonía
y presenciar el término de tu fatal destino.
¡Oh! no la empuja sólo su imbécil sentimiento
hacia el cadalso infame que espera al asesino.
¡Hasta la cumbre misma del Gólgota sangriento
siguió también los pasos del Redentor divino!
CREPÚSCULO
El sol tocaba en su ocaso,
y la luz tibia y dudosa
del crepúsculo envolvía
la naturaleza toda.
Los dos estábamos solos,
mudos de amor y zozobra,
con las manos enlazadas,
trémulas y abrasadoras,
contemplando cómo el valle,
el mar y apacible costa,
lentamente iban perdiendo
color, trasparencia y forma.
A medida que la noche
adelantaba medrosa,
nuestra tristeza se hacía
más invencible y más honda.
Hasta que al fin, no sé cómo
yo trastornado, tú loca,
estalló en ardiente beso
nuestra pasión silenciosa.
¡Ay! al volver suspirando
de aquel éxtasis de gloria,
¿qué
vimos? Sombra en el cielo
y en
nuestra conciencia sombra.
¡AMOR!
¡Oh eterno amor, que en tu inmortal
carrera,
das a los seres vida y
movimiento,
con qué entusiasta
admiración te siento,
aunque
invisible, palpitar doquiera!
Esclava tuya la creación entera,
se estremece y anima con tu aliento,
y es tu grandeza tal, que el pensamiento
te proclamara Dios, si Dios no hubiera.
Los impalpables átomos combinas
con tu soplo magnético y profundo:
tú creas, tú trasformas, tú iluminas,
y en el cielo infinito, en el profundo
mar, en la tierra atónito dominas,
¡amor, eterno amor, alma del mundo!
MISERERE
Es
de noche: el monasterio
que alzó
Felipe Segundo
para admiración del
mundo
y ostentación de su imperio,
yace envuelto en el misterio
y en las tinieblas sumido.
De nuestro poder, ya hundido,
último resto glorioso,
parece que está el coloso
al pie del monte, rendido.
El viento del Guadarrama
deja sus antros oscuros,
y estrellándose en los muros
del templo, se agita y brama.
Fugaz y rojiza llama
surca el ancho firmamento,
y a veces, como un lamento,
resuena el lúgubre son
con que llama a la oración
la campana del convento.
La iglesia, triste y sombría,
en honda calma reposa,
tan helada y silenciosa
como una tumba vacía.
Colgada lámpara envía
su incierta luz a lo lejos,
y a sus trémulos reflejos
llegan, huyen, se levantan
esas mil sombras que espantan
a los niños y a los viejos.
De pronto, claro y distinto
la regia cripta conmueve
ruido extraño, que aunque leve,
llena el mortuorio recinto.
Es que el César Carlos Quinto,
con mano firme y segura
entreabre su sepultura,
y haciendo una horrible mueca,
su faz carcomida y seca
asoma por la hendidura.
Golpea su descarnada
frente con tenaz empeño,
como quien sale de un sueño
sin acordarse de nada.
Recorre con su mirada
aquel lugar solitario,
alza el mármol funerario,
y arrebatado y resuelto
salta del sepulcro, envuelto
en su andrajoso sudario.
-¡Hola! -grita en son de guerra
con aquella voz concisa,
que oyó en el siglo, sumisa
y amedrentada la tierra.
-¡Volcad la losa que os cierra!
Vástagos de imperial rama,
varones que honrais la fama,
antiguas y excelsas glorias,
de vuestras urnas mortuorias
salid, que el César os llama.
Contestando a estos conjuros,
un clamor confuso y hondo
parece brotar del fondo
de aquellos mármoles duros.
Surgen vapores impuros
de los sepulcros ya abiertos:
la serie de reyes muertos
después a salir empieza,
y es de notar la tristeza,
el gesto despavorido
de los que han envilecido
la corona en su cabeza.
Grave, solemne, pausado,
se alza Felipe Segundo,
en su lucha con el mundo
vencido, mas no domado.
Su hijo se despierta al lado,
y detrás del rey devoto,
aquel que humillado y roto
vio desmoronarse a España,
cual granítica montaña,
a impulsos del terremoto.
Luego el monarca enfermizo,
de infausta y negra memoria,
en cuya Edad, nuestra gloria
como nieve se deshizo.
Bajo el poder de su hechizo
se estremece todavía.
¡Ay qué terrible armonía,
qué oscuro enlace se nota
entre aquel mísero idiota
y su exhausta monarquía!
Con terrífica sorpresa
y en silencioso concierto
todos los reyes que han muerto
van saliendo de su huesa.
La ya apagada pavesa
cobra los vitales bríos
y se aglomeran sombríos
aquellos yertos despojos,
aquellas cuencas sin ojos,
aquellos cráneos vacíos.
De los monarcas en pos,
respondiendo al llamamiento,
cual si llegara el momento
del santo juicio de Dios,
acuden de dos en dos
por claustros y corredores,
príncipes, grandes señores,
prelados, frailes, guerreros,
favoritos, consejeros,
teólogos e inquisidores.
¡Qué es mirar como serpea
por su semblante amarillo
el fosforescente brillo
que la podredumbre crea!
¡Qué
espíritu no flaquea
con mil
terrores secretos,
viendo aquellos
esqueletos,
que ante el César, que
los nombra,
se deslizan por la
sombra
mudos, absortos, inquietos!
¡Cuántas altas potestades,
cuántas grandezas pasadas,
cuántas invictas espadas,
cuántas firmes voluntades
en aquellas soledades
muestran sus restos livianos!
¡Cuántos
cráneos soberanos,
que el genio
habitara en vida,
convertidos en
guarida
de miserables gusanos!
Desde el triste panteón
en que se agolpa y hacina,
hacia el templo se encamina
la fúnebre procesión.
Marcha con pausado son
tras del rey que la congrega,
y cuando a la iglesia llega,
inunda la altiva nave
un resplandor tibio y suave,
que ni deslumbra ni ciega.
Guardando el regio decoro,
como en los siglos pasados,
reyes, príncipes, prelados
toman asiento en el coro.
Después en tropel sonoro
por el templo se derrama,
rindiendo culto a la fama
con que llena las historias,
aquel haz de muertas glorias,
que el César convoca y llama.
Por mandato soberano
de Carlos, que el cetro ostenta
llega al órgano y se sienta
un viejo esqueleto humano.
La seca y huesosa mano
en el gran teclado imprime,
y la música sublime
que a inmensos raudales brota,
parece que en cada nota
reza y llora, canta y gime.
Uniendo al acorde santo
su voz, los muertos despojos
caen ante el ara de hinojos
y a Dios elevan su canto.
Honda expresión del quebranto,
aquel eco de la tumba
crece, se dilata, zumba,
y al paso que va creciendo
resuena con el estruendo
de un mundo que se derrumba:
«Fuimos las ondas de un río
»caudaloso y desbordado.
»Hoy la fuente se ha secado,
»hoy
el cauce está vacío.
»Ya ¡oh Dios!
nuestro poderío
»se extingue, se
apaga y muere.
»¡Miserere!
»¡Maldito, maldito sea
»aquel portentoso invento
»que
dió vida al pensamiento
»y alas de
luz a la idea!
»El verbo animado
ondea
»y como el rayo nos hiere.
»¡Miserere!
»¡Maldito el hilo fecundo
»que
a los pueblos eslabona,
»y busca,
y cuenta, y pregona
»las
pulsaciones del mundo!
»Ya en el
silencio profundo
»ninguna
injusticia muere.
»¡Miserere!
»Ya no vive cada raza
»en solitario destierro,
»ya
con vínculo de hierro
»la humana
especie se enlaza.
»Ya el
aislamiento rechaza,
»ya la
libertad prefiere.
»¡Miserere!
»Rígido y brutal azote
»con desacordado empuje
»sobre
las espaldas cruje
»del rey y del
sacerdote.
»Ya nada existe que
embote
»el golpe ¡oh Dios! que nos
hiere.
»¡Miserere!
»Mas ¡ay! que en su audacia loca,
»también el orgullo humano
»pone en los cielos su mano
»y a ti, Señor, te provoca.
»Mientras
blasfeme su boca,
»ni paz ni
ventura espere.
»¡Miserere!
»No en la tormenta enemiga:
»no en el insondable abismo:
»el mundo lleva en sí mismo
»el rayo que le castiga.
»Sin compasión ni fatiga
»hoy
nos mata; pero muere.
»¡Miserere!
»Grande y caudaloso río,
»que corres precipitado
»ve
que el nuestro se ha secado
»y
tiene el cauce vacío.
»¡No
prevalezca el impío,
»ni la
iniquidad prospere!
»¡Miserere!»
Súbito, con sordo ruido
cruje el órgano y estalla,
la luz se amortigua, y calla
el concurso dolorido.
Al disiparse el sonido
del grave y solemne canto
llega a su colmo el espanto
de las mudas calaveras,
y de sus órbitas hueras
desciende abundoso llanto.
A medida que decrece
la luz misteriosa y vaga,
todo murmullo se apaga
y el cuadro se desvanece.
Con el alba que aparece
el cortejo se evapora,
y mientras la blanca aurora
esparce su lumbre escasa,
a lo lejos silba y pasa
la rauda locomotora.
PROBLEMA
Ciego, ¿es la tierra el centro de las almas?
Quiero, dejando hipótesis a un lado,
una duda exponer, y es la siguiente:
-¿Por qué cruza la tierra el inocente,
de espinas o de sombras coronado?
¿Por qué feliz y próspero, el malvado
alza orgulloso la atrevida frente?
¿Por qué Dios, que es el bien, mira y consiente
el eterno dominio del pecado?
¿Por
qué, desde Caín, la humana raza,
sometida al dolor, con sangre traza
la historia de sus luchas giganteas?
Y si es ficción la gloria prometida,
si aquí empieza y acaba nuestra vida,
¿por qué, implacable Dios, por qué nos creas?
TRISTEZAS
Cuando recuerdo la piedad sincera
con que en mi edad primera
entraba
en nuestra viejas catedrales,
donde postrado ante la cruz de hinojos
alzaba a Dios mis ojos
soñando en las venturas celestiales;
hoy que mi frente atónito golpeo,
y con febril deseo
busco los restos de mi fe perdida,
por hallarla otra vez, radiante y bella
como en la edad aquella,
¡desgraciado
de mí! diera la vida.
¡Con qué profundo amor, niño inocente,
prosternaba mi frente
en las losas del templo sacrosanto!
Llenábase mi joven fantasía
de luz, de poesía,
de mudo asombro, de terrible espanto.
Aquellas altas bóvedas que al cielo
levantaban mi anhelo;
aquella majestad solemne y grave;
aquel pausado canto, parecido
a un doliente gemido,
que retumbaba en la espaciosa nave;
las marmóreas y austeras esculturas
de antiguas sepulturas,
aspiración del arte a lo infinito;
la luz que por los vidrios de colores
sus tibios resplandores
quebraba en los pilares de granito;
haces de donde en curva fugitiva
para formar la ojiva
cada ramal subiendo se separa,
cual del rumor de multitud que ruega,
cuando a los cielos llega,
surge cada oración distinta y clara;
en el gótico altar inmoble y fijo
el santo Crucifijo,
que extiende sin vigor sus brazos yertos,
siempre en la sorda lucha, de la vida,
tan áspera y reñida,
para el dolor y la humildad abiertos;
el místico clamor de la campana
que sobre el alma humana
de las caladas torres se despeña,
y anuncia y lleva en sus aladas notas
mil promesas ignotas
al triste corazón que sufre o sueña;
todo elevaba mi ánimo intranquilo
a más sereno asilo:
religión, arte, soledad, misterio...
todo en el templo secular hacía
vibrar el alma mía
como vibran las cuerdas de un salterio.
Y a esta voz interior que sólo entiende
quien crédulo se enciende
en fervoroso y celestial cariño,
envuelta en sus flotantes vestiduras
volaba a las alturas,
virgen sin mancha, mi oración de niño.
Su rauda, viva y luminosa huella
como fugaz centella
traspasaba el espacio, y ante el puro
resplandor de sus alas de querube,
rasgábase la nube
que me ocultaba el inmortal seguro.
¡Oh anhelo de esta vida transitoria!
¡Oh perdurable gloria!
¡Oh sed inextinguible del deseo!
¡Oh cielo, que antes para mí tenías
fulgores y armonías,
y hoy tan oscuro y desolado veo!
Ya no templas mis íntimos pesares,
ya al pie de tus altares
como en mis años de candor no acudo.
Para llegar a ti perdí el camino,
y errante peregrino
entre tinieblas desespero y dudo.
Voy espantado sin saber por dónde;
grito, y nadie responde
a mi angustiada voz; alzo los ojos
y a penetrar la lobreguez no alcanzo;
medrosamente avanzo,
y me hieren el alma los abrojos.
Hijo del siglo, en vano me resisto
a su impiedad, ¡oh Cristo!
Su grandeza satánica me oprime.
Siglo de maravillas y de asombros,
levanta sobre escombros
un Dios sin esperanza, un Dios que gime,
¡y ese Dios no eres tú! No tu serena
faz, de consuelos llena,
alumbra y guía nuestro incierto paso.
Es otro Dios incógnito y sombrío:
su cielo es el vacío,
sacerdote el Error, ley el Acaso.
[....................................]
un siglo más inmenso,
más rebelde a tu voz, más atrevido;
entre nubes de fuego alza su frente,
como Luzbel, potente;
pero también como Luzbel, caído.
A medida que marcha y que investiga,
es mayor su fatiga,
es su noche más honda y más oscura,
y pasma, al ver lo que padece y sabe,
cómo en su seno cabe
tanta grandeza y tanta desventura.
Como la nave sin timón y rota,
que el ronco mar azota,
incendia el rayo y la borrasca mece
en piélago ignorado y proceloso,
nuestro siglo-coloso
con la luz que le abrasa, resplandece.
¡Y está la playa mística tan lejos!...
a los tristes reflejos
del sol poniente se colora y brilla.
El huracán arrecia, el bajel arde,
y es tarde, es ¡ay! muy tarde
para alcanzar la sosegada orilla.
¿Qué es la ciencia sin fe? Corcel sin
freno,
a todo yugo ajeno,
que al impulso del vértigo se entrega,
y al través de intrincadas espesuras,
desbocado y a oscuras
avanza sin cesar y nunca llega.
¡Llegar! ¿Adónde?... El pensamiento
humano
en vano lucha; en vano
su ley oculta y misteriosa infringe.
En la lumbre del sol sus alas quema,
y no aclara el problema,
ni penetra el enigma de la Esfinge.
¡Sálvanos, Cristo, sálvanos, si es
cierto
que tu poder no ha muerto!
Salva a esta sociedad desventurada,
que bajo el peso de su orgullo mismo
rueda al profundo abismo,
acaso más enferma que culpada.
La ciencia audaz, cuando de ti se aleja,
en nuestras almas deja1
el germen de recónditos dolores,
como al tender el vuelo hacia la altura,
deja su larva impura
el insecto en el cáliz de las flores.
Si en esta confusión honda y sombría
es, Señor, todavía
raudal de vida tu palabra santa,
dí a nuestra fe desalentada, incierta:
-¡Anímate y despierta!
como dijiste a Lázaro: -¡Levanta!
IDILIO
(Fragmento)
XXXI
Desde el alba hasta el término del día
ya nadie nos veía
vagar sin rumbo en fraternal concierto.
Ya no andábamos juntos, ni ya unidos
buscábamos los nidos,
en los frondosos árboles del huerto.
XXXII
Ya no me acompañaba, y yo, alterado,
pasaba por su lado,
tranquilo en la apariencia y satisfecho.
Era oponer la indiferencia al dolo;
mas al quedarme solo
se me saltaba el corazón del pecho.
XXXIII
Entonces ¡ay de mí! pensando en ella
dirigía mi huella
hacia las ruinas del feudal castillo,
que sobre estéril y ondulada mota
alza su frente rota
sin almenas, sin puente ni rastrillo.
XXXIV
Elévase fantástica y disforme
aquella mole enorme
que muestra de los siglos el estrago:
crece en las hendiduras de la piedra
la trepadora hiedra
y al pie del muro el triste jaramago.
XXXV
Solo las bulliciosas golondrinas
turban de aquellas ruinas
la paz solemne con sesgado vuelo,
y alguna alondra al ascender inquieta
símbolo del poeta,
que cuando canta se remonta al cielo.
XXXVI
En muda calma y soledad medrosa
parece que reposa
aquel gigante por la edad rendido.
Hasta un arroyo que a sus plantas corre,
y la vetusta torre
proyecta en su cristal, pasa sin ruido.
XXXVII
Para vencer mi insoportable tedio,
y hallar algún remedio
a mis ansias prolijas y secretas,
con brazo vigoroso y pie seguro
subía por el muro,
buscando apoyo en sus profundas grietas.
XXXVIII
Ágil, robusto, dueño de mí mismo,
al través del abismo
alzábame hasta el fin, no sin trabajo,
para ver en confusa perspectiva
la inmensidad arriba,
y la tristeza del silencio abajo.
XXXIX
Las aves que en la torre se acogían
al acercarme huían,
y solo con mis penas en la altura,
de codos en el ancho parapeto,
miraba con respeto
el cielo azul y la feraz llanura.
XL
¡Cuántas veces mi espíritu errabundo
apartado del mundo
en aquel torreón del homenaje,
con íntima y tenaz melancolía
se engolfaba y hundía
en la infinita calma del paisaje!
XLI
Ni aislada roca, ni escarpado monte
del diáfano horizonte
el indeciso término cortaban:
por todas partes se extendía el llano
hasta el confín lejano
en que el cielo y la tierra se abrazaban.
XLII
¡Oh tierra en que nací noble y sencilla!
¡Oh campos de Castilla
donde corrió mi infancia! ¡Aire sereno!
¡Fecundadora luz! ¡Pobre cultivo!...
¡Con qué placer tan vivo
se espaciaba mi vista en vuestro seno!
XLIII
Cual dilatado mar, la mies dorada
a trechos esmaltada
de ya escasas y mustias amapolas,
cediendo al soplo halagador del viento
acompasado y lento,
a los rayos del sol mueve sus olas.
XLIV
Cuadrilla de atezados segadores,
sufriendo los rigores
del sol canicular, el trigo abate,
que cae agavillado en los inciertos
surcos como los muertos
en el revuelto campo de combate.
XLV
Corta y cambia de pronto la campiña
alguna hojosa viña
que en las umbrías y laderas crece,
y entre las ondas de la mies madura,
cual isla de verdura,
con sus varios matices resplandece.
XLVI
Serpean y se enlazan por los prados,
barbechos y sembrados,
los arroyos, las lindes y caminos,
y donde apenas la mirada alcanza,
cierran la lontananza
espesos bosques de perennes pinos.
XLVII
Por angostos atajos y veredas,
los carros de anchas ruedas
pesadamente y sin cesar transitan,
y sentados encima de los haces
rapazas y rapaces
con incansable ardor cantan o gritan.
XLVIII
Lleno de majestad y de reposo
el Duero caudaloso
al través de los campos se dilata:
refleja en su corriente el sol de estío,
y el sosegado río
cinta parece de bruñida plata
XLIX
Ya oculta de improviso una alameda
su marcha mansa y leda;
ya le obstruye la presa de un molino,
y como potro a quien el freno exalta,
párase, el dique salta
y sigue apresurado su camino.
L
En las tendidas
vegas y en las lomas,
cual nidos
de palomas,
se agrupan en desorden
las aldeas,
y en la atmósfera azul
pura y tranquila
ligeramente
oscila
el humo de las negras
chimeneas.
LI
En las cercanas eras reina el gozo.
Con íntimo alborozo
contempla el dueño la creciente hacina,
y mientras un zagal apura el jarro
otro descarga el carro
que bajo el peso de la mies rechina.
LII
Otro en el trillo de aguzadas puntas,
que poderosas yuntas
mueven en rueda, con afán trabaja,
y cual premio debido a su fatiga
desgránase la espiga,
y salta rota la reseca paja.
INTRODUCCIÓN
¡Los tiempos son de
lucha! ¿Quién concibe
el ocio muelle en nuestra edad inquieta?
En medio de la lid canta el poeta,
el tribuno perora, el sabio escribe.
Nadie el golpe que da ni el que recibe
siente, a medida que el peligro aprieta;
desplómase vencido el fuerte atleta
y otro al recio combate se apercibe.
La ciega multitud se precipita,
invade el campo, avanza alborotada
con el sordo rumor de la marea.
Y son en el furor que nos agita,
trueno y rayo la voz; el arte, espada;
la ciencia, ariete; tempestad la idea.
LA GUERRA
Por razones que se calla
la
historia prudentemente,
dos
monarcas de Occidente
riñeron
fiera batalla.
La causa del
rompimiento
no está, en verdad, a
mi alcance,
ni hace falta para el
lance
que referiros intento.
Sobre el campo del honor
cubierto de sangre y gloria,
donde alcanzó la victoria
más la astucia que el valor;
dos discípulos de Marte,
que airados se acometieron
y juntamente cayeron
pasados de parte a parte;
sumergidos en el lodo,
mientras que llegaba el cura
para darles sepultura,
platicaban de este modo:
SOLDADO PRIMERO
-¡Hola, compadre! ¿Qué tal
te ha parecido el asunto?
SOLDADO SEGUNDO
Puesto que me ves difunto
debe parecerme mal.
SOLDADO PRIMERO
Pues ha sido divertida
la función: mira a tu lado.
Lo menos hemos quedado
doce mil héroes sin vida.
Y en esto me quedo corto,
que me enfadan los extremos.
SOLDADO SEGUNDO
¡Con qué habilidad nos hemos
destrozado! Estoy absorto.
Ha habido alarmas y sustos
y muertes y atrocidades
para todas las edades
y para todos los gustos.
SOLDADO PRIMERO
Mas yo quisiera saber
por qué con tanto denuedo
nos matamos...
SOLDADO SEGUNDO
¡Ay! No puedo
tu duda satisfacer.
Para entrar en esta danza
tuve que dejar mi oficio.
Sé que aprendí el ejercicio,
sé que estudié la Ordenanza.
Sé que en compañía de esos
que están mordiendo la tierra,
me trajeron a la guerra
y me moliste los huesos.
Y, en fin, francamente hablando,
puedo decirte al oído,
que he muerto como he nacido;
sin saber por qué ni cuándo.
SOLDADO PRIMERO
De tu explicación me huelgo,
Porque mi vida retrata.
En esto, alzando la pata
un moribundo jamelgo,
-¡Gracias, dioses inmortales!
-dijo con voz lastimera,-
Pues de la misma manera
morimos los animales.
Cuando pasó la impresión
de tan extraño incidente,
así anudó el más valiente
la rota conversación.
SOLDADO PRIMERO
Aunque ignoramos la ley
que produjo esta querella,
¡juro a Dios vivo! que en ella
lleva la razón mi rey.
SOLDADO SEGUNDO
¿Y por qué?
SOLDADO PRIMERO
Porque es el mío.
SOLDADO SEGUNDO
¡Qué salida de pavana!
La justicia es de quien gana.
SOLDADO PRIMERO
De tu ignorancia me río.
¡Pues cuántos que han hecho eternos
sus nombres con la victoria,
no han ido a gozar la gloria
de su triunfo a los infiernos!
SOLDADO SEGUNDO
Considera lo que dices,
porque estoy ardiendo en ira.
SOLDADO PRIMERO
¡No me alces el gallo!...
SOLDADO SEGUNDO
Mira que te rompo las narices.-
Y fieros y cejijuntos
a combatir empezaron
de nuevo... ¡Y no se mataron,
porque ya estaban difuntos!
Diéronse golpes crueles,
hasta que hueca y ufana
llegó la Locura humana,
sonando sus cascabeles.
Puso paz entre los dos
y dijo con desenfado:
-«¿Qué es esto? ¿Habéis olvidado
que sois imagen de Dios?
Tal vez la inmortalidad
con justo título esperen
los que por la Patria mueren,
por Dios, por la libertad.
Pero que el hombre sucumba
en conquistadora guerra,
cuando siete pies de tierra
le bastan para su tumba;
o que en lucha fratricida
entre, sin saber quizá
ni por qué la muerte da,
ni por qué pierde la vida;
esto mi paciencia apura,
y cuantas veces lo veo,
aunque soy Locura, creo
que es demasiada locura.»
A DARWIN
I
¡Gloria al
genio inmortal! Gloria
al
profundo
Darwin, que de este
mundo
penetra el hondo y pavoroso
arcano!
¡Que, removiendo lo
pasado incierto,
sagaz ha
descubierto
el abolengo del
linaje humano.
II
Puede el
necio exclamar en su locura:
«¡Yo
soy de Dios hechura!»
y con tan
alto origen darse tono.
¿Quién,
que estime su crédito y su nombre,
no sabe que es el hombre
la natural transformación del mono?
III
Con meditada calma y paso a paso,
cual reclamaba el caso,
llegó a tal perfección un mono viejo;
y la vivaz materia por sí sola
le suprimió la cola,
le ensanchó el cráneo y le afeitó el
pellejo.
IV
Esa invisible fuerza creadora,
siempre viva y sonora,
música, verbo, pensamiento alado;
ese trémulo acento en que la idea
palpita y centellea
como el soplo de Dios en lo creado;
V
hablo de Dios, porque lo exige el metro,
mas tu perdón impetro
(¡oh formidable secta darviniana!)
Ese sonido como el sol fecundo,
que vibra en todo el mundo
y resplandece en la palabra humana;
VI
esa voz, llena de poder y encanto,
ese misterio santo,
lazo de amor, espíritu de vida,
ha sido el grito de la bestia hirsuta,
en la cóncava gruta
de los ásperos bosques escondida.
VII
¡Ay! Si es verdad lo que la ciencia
enseña,
¿por qué se agita y sueña
el hombre, de su paz fiero
enemigo?
¿A qué aspira? ¿Qué
anhela? ¿Qué es, en suma,
el
genio que le abruma?
¿Fuerza o
debilidad? ¿Premio o castigo?
VIII
Honor,
virtud, ardientes devaneos,
imposibles deseos,
loca ambición,
estéril esperanza;
horrible
tempestad que eternamente
perturbas nuestra mente,
con
acentos de amor o de venganza;
IX
conciencia del deber que nos oprimes,
ilusiones sublimes
que a más alta región tendéis el vuelo:
¿Qué sois? ¿Adónde vais? ¿Por qué os
sentimos?
¿Por qué crimen
perdimos
la inocencia brutal de
nuestro abuelo?
X
Ajeno a
todo inescrutable arcano,
nuestro
Adán cuadrumano
en las selvas
perdido y en los montes,
de fijo
no estudiaba ni entendía
esta
filosofía
que abre al dolor tan
vastos horizontes.
XI
Independiente y libre en la espesura,
no sufrió la amargura
que nos quema y devora las entrañas.
Dábanle el bosque entretejidas frondas,
el río claras ondas,
aire sutil y puro las montañas;
XII
la tierra, a su elección, como en
tributo
dulce y sabroso fruto,
música el viento susurrante y
vago;
su luz fecunda el sol
esplendoroso,
la noche su reposo
y limpio espejo el cristalino
lago.
XIII
En su pelliza natural envuelto,
gozaba alegre y suelto
de su querida libertad salvaje.
Aún no grababa figurines Francia,
y en su rústica estancia
lo que la vida le duraba el traje.
XIV
Desconoció la púrpura y la seda
no inventó la moneda
para adorarla envilecido y ciego,
ni se dejó coger, como un idiota,
por una infame sota
en la red del amor o en la del juego.
XV
No turbaron su paz ni su apetito
este anhelo infinito,
esta pena tan honda como aguda.
¡Ay! ni a pedazos le arrancó del alma
su candorosa calma,
el demonio implacable de la duda.
XVI
Y en esas lentas y nocturnas horas
negras, abrumadoras,
en que la angustia nos desgarra el pecho,
con tu mirada impenetrable y
triste
nunca te apareciste
¡oh desesperación! junto a su lecho.
XVII
No buscó los laureles del poeta,
ni en su ambición inquieta
alzó sobre cadáveres un trono.
No le acosó remordimiento alguno.
No fue rey, ni tribuno,
¡ni siquiera elector!... ¡Dichoso mono!
XVIII
En la copa de un árbol suspendido
y con la cola asido,
extraño a los halagos de la fama,
sin pensar en la tierra ni en el cielo,
nuestro inocente abuelo
la vida se pasó de rama en rama.
XIX
Tal vez enardecida y juguetona,
alguna virgen mona
prendiole astuta en sus amantes lazos,
y más fiel que su nieta
pervertida,
ni le amargó la vida,
ni le hirió el corazón con sus
abrazos.
XX
Y allí, bajo la bóveda azulada,
en la verde enramada,
a la sonora margen de los ríos,
adormecidos con los trinos suaves
de las canoras aves,
ocultas en los árboles sombríos;
XXI
allí donde la gran Naturaleza
descubre la belleza
de su seno inmortal, siempre fecundo,
en deliquios ardientes y amorosos,
los dos tiernos esposos
engendraron al árbitro del mundo.
XXII
¡Al árbitro del mundo!... ¡Qué sarcasmo!
Perdido el entusiasmo,
sin esperanza en Dios, sin fe en sí
mismo,
cuando le borre su divino
emblema,
esa ciencia blasfema,
como la piedra rodará al abismo.
XXIII
Caerá de sus altares el Derecho
por el turbión deshecho;
la Libertad sucumbirá arrollada.
Que cuando el alma humana se obscurece,
sólo prospera y crece
la fuerza audaz, de crímenes cargada.
XXIV
¡Ay, si al romper su religioso yugo,
gusta el pueblo del jugo
que en esa ciencia pérfida se esconde!
¡Ay, si olvidando la celeste
esfera,
el hijo de la fiera
sólo a su instinto natural
responde!
XXV
¡Ay, si recuerda que en la selva
umbría
la bestia no tenía
ni Dios, ni ley, ni patria, ni heredades!
Entonces la revuelta muchedumbre
quizás, Europa, alumbre
con el voraz incendio tus ciudades.
XXVI
¡Batid gozosos las sangrientas manos
déspotas y tiranos!
Ya entre el tumulto vuestra faz asoma.
Que el hombre a la razón dobla su
frente;
mas sólo el hierro
ardiente
la hambrienta rabia de
las fieras doma.
A ESPAÑA
Roto el respeto, la obediencia rota,
de Dios y de la ley perdido el freno,
vas marchando entre lágrimas y cieno,
y aire de tempestad tu rostro
azota.
Ni causa oculta, ni razón
ignota
busques al mal que te
devora el seno;
tu iniquidad,
como sutil veneno,
las fuerzas de
tus músculos agota.
No esperes en
revuelta sacudida
alcanzar el
remedio por tu mano
¡oh sociedad
rebelde y corrompida!
Perseguirás
la libertad en vano,
que cuando
un pueblo la virtud olvida,
lleva
en sus propios vicios su tirano.
A QUINTANA
En celebridad de su coronación
Allá en la edad florida
de mi niñez serena,
cuando las leves horas de mi vida
resbalaban en calma,
y no ahuyentaba la ambición ardiente
las doradas imágenes del alma;
mi buen padre, en aquella
tierna y dichosa edad, me refería
la página más bella
que hay en la historia de la patria mía.
Contóme cómo un día
de eterno luto y duelo,
vino desde las márgenes del Sena
a posarse orgullosa en nuestro suelo
la águila altiva de Austerliz y Jena;
cómo, en vibrante cólera encendido
el pueblo castellano,
combatió contra el genio y la fortuna;
y al escuchar tan peregrina historia,
bendije a Dios, que colocó mi cuna
en donde crece el lauro de la gloria.
Pobre niño inocente,
«¿quién, pregunté a mi padre, animar pudo
vuestro brazo nervudo?
¿Qué genio prepotente
despertó vuestro espíritu valiente?
¿Qué voz agitadora y soberana
mantuvo en vuestros pechos la energía?»
Y mi padre llorando respondía:
«¡la voz del gran QUINTANA!
España en ese acento
palpitaba y gemía;
él era la expresión del sentimiento
de la nación ibera,
el eco fiel de nuestras glorias era.»
. . . . . . . . . . . . . .
Desde entonces te amé,
y este cariño
no huyó como las
blandas ilusiones
que halagan
siempre el corazón del niño.
Por
eso hoy que en tu frente
brilla el
lauro inmortal, genio profundo,
paréceme que veo
coronado el
esfuerzo giganteo
con que el
pueblo español asombró al mundo.
A VOLTAIRE
Eres ariete formidable: nada
Resiste a tu satánica ironía.
Al través del sepulcro todavía
Resuena tu estridente carcajada.
Cayó bajo tu sátira
acerada
Cuanto la humana
estupidez creía,
Y hoy la razón
no más sirve de guía
A la prole
de Adán regenerada.
Ya sólo influye en su inmortal destino
La libre religión de las ideas;
Ya la fe miserable a tierra vino;
Ya el Cristo se
desploma; ya las teas
Alumbran
los misterios del camino;
Ya
venciste, Voltaire. ¡Maldito seas!
EN EL MONASTERIO DE PIEDRA
Venga el ateo y fije
sus miradas
En las raudas
cascadas
Que caen con el
estrépito del trueno
En ese
bosque que oscurece el día,
De
rústica armonía
Y de perfumes y
de sombras lleno;
En la gruta
titánica que arredra
Con sus
monstruos de piedra,
Su oculto
lago y despeñado río:
Que ante
tantas grandezas el ateo
Dirá
asombrado: -¡Creo,
Creo en tu
excelsa majestad, Dios mío!
Arpa
es la creación, que en la tranquila
Inmensidad oscila
Con ritmo eterno y cántico sonoro,
Y no hay murmullo, ni rumor, ni acento
En tierra, mar y viento,
Que del himno inmortal no forme coro.
El insecto entre el césped
escondido,
El pájaro en su nido,
El trueno en las entrañas de la
nube,
Hasta la flor que en los
sepulcros brota,
Todo exhala su
nota
Que en acordado son al cielo
sube.
Nunca del hombre la
soberbia ciega,
Que a
enloquecerlo llega,
Podrá
alcanzar, en su insaciable anhelo,
Ese poder augusto y soberano
Que enfrena el océano
Y hace girar los astros en el cielo.
En vano, golpeándose la frente,
Se agitará impotente
En su orgullo satánico y maldito;
Siempre, desesperado Prometeo,
Le acosará el deseo,
¡Ay!, que como el dolor, es infinito.
ESTROFAS
I
La
generosa musa de Quevedo
desbordose una vez como un torrente
y exclamó llena de viril denuedo:
«No he de callar, por más que con el
dedo,
ya tocando los labios, ya
la frente,
silencio avises o
amenaces miedo».
II
Y al
estampar sobre la herida abierta
el hierro de su cólera encendido,
tembló la concusión, que siempre alerta,
incansable y voraz, labra su nido,
como gusano ruin en carne muerta,
en todo Estado exánime y podrido.
III
Arranque de dolor, de ese profundo
dolor que se concentra en el
misterio
y huye amargado del
rumor del mundo,
fue su
sangrienta sátira cauterio
que
aplicó sollozando al patrio imperio,
mísero, gangrenado y moribundo.
IV
¡Ah! si hoy pudiera resonar la lira
que con Quevedo descendió a la tumba,
en medio de esta universal
mentira,
de este viento de
escándalo que zumba,
de este
fétido hedor que se respira,
de
esta España moral que se derrumba;
V
de la viva
y creciente incertidumbre
que en
lucha estéril nuestra fuerza agota;
del huracán de sangre que alborota
el mar de la revuelta muchedumbre;
de la insaciable y honda
podredumbre
que el rostro y la
conciencia nos azota;
VI
de este
horror, de este ciego desvarío
que cubre nuestras almas con un velo,
como el sepulcro, impenetrable y frío;
de este insensato pensamiento impío
que destituye a Dios, despuebla
el cielo
y precipita el mundo en
el vacío;
VII
si en medio de esta borrascosa
orgía
que infunde repugnancia al
par que aterra
esa lira estallara,
¿qué sería?
Grito de indignación,
canto de guerra,
que en las
entrañas mismas de la tierra
la
muerta humanidad conmovería.
VIII
Mas
porque el gran satírico no aliente,
¿ha de haber quien contemple y autorice
tanta degradación, indiferente?
«¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que
se dice?
¿Nunca se ha de decir lo
que se siente?»
IX
¡Cuántos
sueños de gloria evaporados
como
las leves gotas de rocío
que
apenas mojan los sedientos prados!
¡Cuánta ilusión perdida en el vacío,
y cuántos corazones anegados
en la amarga corriente del hastío!
X
No es la revolución raudal de plata
que fertiliza la extendida vega:
es sorda inundación que se desata.
No es viva luz que se difunde
grata,
sino confuso resplandor
que ciega
y tormentoso vértigo
que mata.
XI
Al menos en el siglo desdichado
que aquel ilustre y vigoroso vate
con el rayo marcó de su censura,
podía el corazón atribulado
salir ileso del mortal combate
en alas de la fe radiante y pura.
XII
Y apartando la vista de aquel cieno
social, de aquellos fétidos
despojos,
de aquel lúbrico y
torpe desenfreno,
fijar llorando
sus ardientes ojos,
en ese cielo
azul, limpio y sereno
de santa
paz y de esperanzas lleno.
XIII
Pero
hoy ¿dónde mirar? Un golpe mismo
hiere al César y a Dios. Sorda carcoma
prepara el misterioso cataclismo;
y como en tiempos de la antigua Roma,
todo cruje, vacila y se desploma
en el cielo, en la tierra, en el
abismo.
XIV
Perdida en tanta soledad la calma,
de noche eterna el corazón
cubierto,
la gloria, muda,
desolada el alma,
en este
pavoroso desconcierto
se eleva la
razón, como la palma
que crece
triste y sola en el desierto.
XV
¡Triste y
sola, es verdad! ¿Dónde hay miseria
mayor? ¿Dónde más hondo desconsuelo?
¿De qué la sirve desgarrar el velo
que envuelve y cubre la vivaz
materia,
y con profundo
inextinguible anhelo
sondar la
tierra, escudriñar el cielo;
XVI
entregarse a merced del torbellino
y en la duda incesante que la aqueja.
el secreto inquirir de su destino;
si a cada paso que adelanta, deja
su fe inmortal, como el vellón la
oveja,
enredada en las zarzas del
camino?
XVII
¿Si a su culpada humillación se
adhiere
con la constancia infame
del beodo,
que goza en su
abyección, y en ella muere?
¿Si
ciega, y torpe, y degradada en todo,
desconoce su origen y prefiere
a descender de Dios, surgir del lodo?
XVIII
¡Libertad, libertad! No eres aquella
virgen, de blanca túnica ceñida,
que vi en mis sueños pudibunda y
bella.
No eres, no, la deidad
esclarecida
que alumbra con su
luz, como una estrella,
los
lóbregos abismos de la vida.
XIX
No eres
la fuente de perenne gloria
que
dignifica el corazón humano
y
engrandece esta vida transitoria.
No el ángel vengador que con su mano
imprime en las espaldas del tirano
el hierro enrojecido de la
historia.
XX
No eres la vaga aparición que
sigo
con hondo afán desde mi edad
primera,
sin alcanzarla nunca...
Mas ¿qué digo?
No eres la
libertad, disfraces fuera,
¡licencia
desgreñada, vil ramera
del motín,
te conozco y te maldigo!
XXI
¡Ah! No
es extraño que sin luz ni guía
los humanos instintos se desborden
con el rugido del volcán que estalla,
y en medio del tumulto y la anarquía,
como corcel indómito, el desorden
no respete ni látigo ni valla.
XXII
¿Quién podrá detenerle en su carrera?
¿Quién templar los impulsos de la
fiera
y loca multitud enardecida,
que principia a dudar y ya no
espera
hallar en otra luminosa
esfera,
bálsamo a los dolores de
esta vida?
XXIII
Como Cristo en la cúspide
del monte,
rotas ya sus morales
ligaduras,
mira doquier con ojos
espantados,
por toda la extensión
del horizonte
dilatarse a sus
pies vastas llanuras,
ricas
ciudades, fértiles collados.
XXIV
Y
excitando su afán calenturiento
tanta grandeza y tanto poderío,
de la codicia el persuasivo acento
grítale audaz: «¡El cielo está vacío!
¿A quién temer?» Y ronca y sin aliento
la muchedumbre grita: «¡Todo es
mío!»
XXV
Y en el tumulto su puñal afila,
y la enconada cólera que encierra
enturbia y enardece su pupila,
y ensordeciendo el aire en son de
guerra
hace temblar bajo sus pies
la tierra,
como las hordas
bárbaras de Atila.
XXVI
No
esperéis que esa turba alborotada
infunda nueva sangre generosa
en las venas de Europa desmayada;
ni que termine su fatal jornada,
sobre el ara desierta y polvorosa
otro Dios levantando con su espada.
XXVII
No esperéis, no, que la confusa plebe,
como santo depósito en su pecho
nobles instintos y virtudes lleve.
Hallará el mundo a su codicia
estrecho,
que es la fuerza, es el
número, es el hecho
brutal ¡es la
materia que se mueve!
XXVIII
Y
buscará la libertad en vano,
que
no arraiga en los crímenes la idea,
ni entre las olas fructifica el grano.
Su castigo en sus iras centellea
pronto a estallar, que el rayo y el
tirano
hermanos son. ¡La
tempestad los crea!
¡EXCÉLSIOR!
Por qué los corazones miserables,
por qué las almas viles,
en los fieros combates de la vida
ni luchan ni resisten?
El espíritu humano es
más constante
cuanto más se
levanta:
Dios puso el fango en la
llanura, y puso
la roca en la
montaña.
La
blanca nieve que en los hondos valles
derrítese ligera,
en las altivas cumbres permanece
inmutable y eterna.
FOTOGRAFÍAS
¡Pantoja, ten valor! Rompe la valla:
luce, luce en tarjeta y en membrete
y cabe el toro que enganchó a Pepete
date a luz en las tiendas de quincalla.
Eres un necio. -Cierto.- Pero acalla
tu pudor y la duda no te inquiete.
¿Qué importa un necio más donde se mete
con pueril presunción tanta morralla?
¡Valdrás una peseta, buen Pantoja!
No valen mucho más rostros y nombres
que la fotografía al mundo arroja.
Enséñanos tu cara y no te asombres:
deja a la edad futura que recoja,
tantos retratos y tan pocos hombres.
LA DUDA
«A
mi querido amigo el distinguido poeta
don Antonio Hurtado».
Desde esta soledad en donde vivo,
y en la cual de los hombres olvidado
ni cartas ni periódicos recibo;
donde reposo en apacible calma,
lejos, lejos del mundo que ha
gastado
con la del cuerpo la
salud del alma;
antes de que el
torrente desbordado
de la
ambición con ímpetu violento
me
arrebate otra vez; desde la orilla
donde yace encallada mi barquilla,
libre ya de las ondas y del viento,
como recuerdo de amistad te
escribo.
¡Ay!
Aunque salvo del peligro, siento
la inquietud angustiosa del cautivo,
que rompiendo su férrea ligadura,
traspasa fatigado a la ventura
montes, llanos y selvas, fugitivo.
El rumor apagado que levantan
las hojas secas que a su paso
mueve,
las avecillas que en el
árbol cantan,
el aire que en las
ramas se cimbrea
con movimiento
reposado y leve,
el río que entre
guijas serpentea,
la luz del día,
la callada sombra
de la serena
noche, el eco, el ruido,
la misma
soledad ¡todo le asombra!
Y
cuando ya de caminar rendido,
sobre la yerta piedra se reclina
y le sorprende el sueño y le domina,
oye en torno de sí, medio dormido,
vago y siniestro son. Despierta, calla,
y fija su atención despavorido;
las tinieblas le ofuscan, se
incorpora
y el rumor le persigue.
«¡Es el latido
de su azorado
corazón que estalla!»
Y entonces
¡ay! desesperado llora.
Porque es
la libertad don tan querido.
que
en el humano espíritu batalla,
más que el placer de conseguirla, el miedo
de volverla a perder.
Yo que no puedo recordar sin espanto la
agonía,
la dura y azarosa
incertidumbre
en que mi triste
corazón gemía
sometido a penosa
servidumbre,
cuando, arista a
merced del torbellino,
sin
elección ni voluntad seguía
los
secretos impulsos del destino,
y,
en ese pavoroso desconcierto
de
la social contienda, consumía
la
paz del alma ¡la esperanza mía!
hoy que la tempestad arrojó al puerto
mi navecilla rota y quebrantada,
temo ¡infeliz de mí! que otra oleada
la vuelva al mar donde mi calma ha
muerto.
Para
vencer su furia desatada
¿qué soy
yo? ¿qué es el hombre? Sombra leve,
partícula de polvo en el desierto.
Cuando el simún de la pasión le mueve,
busca el átomo al átomo, y la
arena
es nube, es huracán, es
cataclismo.
Gigante mole los
espacios llena,
bajo su peso el
mundo se conmueve,
obscurece la
luz, llega al abismo
y al sumo
Dios que la formó se atreve.
Vértigo arrollador todo lo arrasa;
pero después que el torbellino pasa
y se apacigua y duerme la tormenta,
¿qué queda? Polvo mísero y
liviano
que el ala frágil del
insecto aventa,
que se pierde en
la palma de la mano.
¡Oh grata
soledad, yo te bendigo,
tú que al
náufrago, al triste, al pobre grano
de desligada arena das abrigo!
Muchas veces, Antonio, devorado
por ese afán oculto que no sabe
la mente descifrar, me he preguntado,
-cuestión a un tiempo inoportuna
y grave
¿qué busco? ¿adónde voy? ¿por
qué he nacido
en esta Edad sin fe?
Yo soy un ave
que llegó sola y
sin amor al nido.
A este nido
social en que vegeta,
mayor de
edad, la ciega muchedumbre,
al
infortunio y al error sujeta
entre miseria y sangre y podredumbre.
Contémplala, si puedes, tú que al cielo
con tus radiantes alas de poeta
tal vez quisiste remontar el vuelo,
y si éste el mundo que soñaste ha
sido
nunca el encanto de tu dicha
acabe...
¡Ay! pero tú también
eres un ave
que llegó sola y sin
amor al nido.
Desde la altura de mi siglo, tiendo
alguna vez con ánimo atrevido,
mi vista a lo pasado, y removiendo
los deshechos escombros de la historia,
en el febril anhelo que me agita
sus ruinas vuelvo a alzar en mi
memoria.
Y al través de las capas
seculares
que el aluvión del
tiempo deposita
sobre columnas,
pórticos y altares;
del polvo
inanimado con que cubre
la loca
vanidad del polvo vivo,
que
arrebata a su paso fugitivo,
como
el viento las hojas en octubre;
mudo de admiración y de respeto
busco la antigüedad -roto esqueleto
que entre la densa lobreguez asoma
y ofrecen a mi absorta fantasía
sus dioses Grecia, sus guerreros Roma,
sus mártires la fe cristiana y pía,
el patriotismo su grandeza
austera,
sus monstruos la
insaciable tiranía,
sus
vengadores la virtud severa.
Y
llevado en las alas del deseo
que
anima mi ilusión, a veces creo
volver a aquella Edad: En la espesura
del bosque, en el murmullo de la fuente,
en el claro lucero que fulgura,
en el escollo de la mar rujiente,
en la espuma, en el átomo, en la nada,
Apolo centellea, alza su frente
de luminoso lauro coronada.
Por él la luna que entre sombras
gira,
la luz que en rayos de
color se parte,
la ola que bulle,
el viento que suspira,
todo es
Dios, todo es himno, todo es arte.
¡Ay! ¿No es verdad que en tus eternas horas
de desaliento y decepción, recuerdas
esa dorada Edad, y que te inspira
el coro de sus musas voladoras,
que murmuran y gimen en las
cuerdas
de la ya rota y olvidada
lira?
Aunque las llames, no
vendrán; ¡han muerto!
La voz del
interés grosera y ruda
anuncia
que el Parnaso está desierto
la
naturaleza triste y muda.
Que en este siglo de sarcasmo y duda
sólo una musa vive. Musa ciega,
implacable, brutal. ¡Demonio acaso
que con los hombres y los dioses
juega!
La Musa del análisis, que
armada
del árido escalpelo, a
cada paso
nos precipita en el
obscuro abismo
o nos asoma al
borde de la nada.
¿No la ves? ¿No
la sientes en ti mismo?
¿Quién no
lleva esa víbora enroscada
dentro
del corazón? ¡Ay! cuando llena
de
noble ardor la juventud florida
quiere surcar la atmósfera serena,
quiere aspirar las auras de la vida,
esa Musa fatal y tentadora
en el libro, en la cátedra, en la escena
se apodera del alma y la devora.
¡Si a veces imagino que envenena
la leche maternal! En nuestros
lares,
en el retiro, en el regazo
tierno
del amor, hasta al pie de
los altares
nos persigue ese
aborto del infierno.
¡Cuántas noches de horror, conmigo a solas,
ha sacudido con su soplo ardiente
los tristes pensamientos de mi mente
como sacude el huracán las olas!
¡Cuántas, ay, revolcándome en el
lecho
he golpeado con furor mi
frente,
he desgarrado sin piedad
mi pecho,
y entre visiones
lúgubres y extrañas,
su diente de
reptil, áspero y frío,
he sentido
clavarse en mis entrañas!
¡Noches
de soledad, noches de hastío
en
que, lleno de angustia y sobresalto,
se agitaba mi ser en el vacío
de fe, de luz y de esperanza falto!
¿Y quién mantiene viva la esperanza
si donde quiera que la vista
alcanza
ve escombros nada más?
Por entre ruinas
la humanidad
desorientada avanza;
hechos,
leyes, costumbres y doctrinas
como edificio envejecido y roto
desplomándose van; sordo y profundo
no sé qué irresistible terremoto
moral, conmueve en su cimiento el mundo.
Ruedan los tronos,
ruedan los altares:
reyes,
naciones, genios y colosos
pasan
como las ondas de los mares
empujadas por vientos borrascosos.
Todo tiembla en redor, todo vacila.
Hasta la misma religión sagrada
es moribunda lámpara que oscila
sobre el sepulcro de la edad pasada.
Y cual turbia corriente
alborotada,
libre del ancho cauce
que la encierra,
la duda audaz,
la asoladora duda
como una
inundación cubre la tierra.
-¡Es
que el manto de Dios ya no la escuda!
No la defiende el varonil denuedo
de la fe inexpugnable y de las leyes,
y el dios de los incrédulos, el
miedo,
rige a su voluntad pueblos
y reyes.
Él los rumores bélicos
propala,
él organiza innúmeras
legiones
que buscan la ocasión,
no la justicia.
Mas ¿qué podrán
hacer? No se apuntala
con lanzas,
bayonetas ni cañones,
el templo
secular que se desquicia.
En
medio de este caos, como un arcano
impenetrable, pavoroso, obscuro,
yérguese altivo el pensamiento humano
de su grandeza y majestad seguro.
Y semejante al árbol carcomido
por incansable y destructor gusano,
que cuando tiene el corazón roído,
desenvuelve su copa más lozano,
al través del social desasosiego
cruza la tierra en su corcel de
fuego,
hasta los cielos atrevido
sube,
pone en la luz su vencedora
mano,
el rayo arranca a la
irritada nube
y horada con su
acento el Océano.
¡Mas, ay, del
árbol que frondoso crece
sostenido no más por su corteza!
Tal vez la brisa que las flores mece
derribará en el polvo su grandeza.
¡Tal vez! ¿Lo sabes
tú? ¿Quién el misterio
logra
profundizar? Esta sombría
turbación, esta lóbrega tristeza
que invade sin cesar nuestro hemisferio,
¿es acaso el crepúsculo del día
que se extingue, o la aurora del que empieza?
¿Es ¡ay! renacimiento o agonía?
Lo ignoras como yo. ¡Nadie lo sabe!
Sólo sé que la dulce poesía
va enmudeciendo, y cuando calla
el ave
es que su obscuridad la
noche envía.
Oigo el desacordado
clamoreo
que alza doquier la
muchedumbre inquieta
sin freno,
sin antorcha que la guíe;
ando
entre ruinas, y espantado veo
cómo al sordo compás de la piqueta
la embrutecida indiferencia ríe.
-También en Roma, torpe y descreída,
la copa llena de espumoso y rico
licor, gozábase desprevenida,
hasta que de improviso por la
herida
que abrió en su cuello el
hacha de Alarico
escapósele el
vino con la vida.
Todo el cercano
cataclismo advierte;
pero en esta
ansiedad que nos devora
ninguno
habrá que a descifrar acierte
la
gran transformación que se elabora.
¿Y qué más da? Resurrección o muerte,
vespertino crepúsculo o aurora,
los que siguen llorando su camino
por medio de esta confusión
horrenda,
con inseguro paso y
rumbo incierto,
¿dónde levantarán
su débil tienda
que no la
arranque el raudo torbellino
ni
la envuelva la arena del desierto?
En otro tiempo el ánimo doliente,
atormentado por la duda humana,
postrábase sumiso y penitente
en el regazo de la fe cristiana,
y allí bajo la bóveda sombría
del templo, el corazón desesperado
se humillaba en el polvo y
renacía.
Cristo en la cruz del
Gólgota clavado
extendía sus
brazos, compasivo,
al dolor
sublimado en la plegaria,
y para
el pobre y triste fugitivo
del
mundo, era la celda solitaria
puerto de salvación, sepulcro vivo,
anulación del cuerpo voluntaria.
¡Ay! En aquella paz santa y profunda
todo era austero, reposado,
grave.
La elevación de la gigante
nave,
la luz entrecortada y
moribunda,
la sencilla oración de
un pueblo inmenso
uniéndose a los
cánticos del coro,
la armonía del
órgano sonoro,
las blancas nubes
de quemado incienso,
el frío y
duro pavimento, fosa
común,
perpetuamente renovada,
de la
cual cada tumba, cada losa
es
doble puerta que limita y cierra
por debajo el silencio de la nada,
por encima el tumulto de la tierra;
aquella majestad, aquel olvido
del siglo, aquel recuerdo de la muerte,
parecían decir con infinita
dulzura al corazón desfallecido,
al espíritu ciego, al alma inerte:
Ego sum via, et veritas et vita.
Aquí en su pequeñez el hombre es
fuerte.
Mas ¿dónde iremos ya?
Torpes y obscuros
planes hallaron
en el claustro abrigo,
y Dios
airado desató el castigo
y con el
rayo derribó sus muros.
¿Dónde
posar la fatigada frente?
¿Dónde
volver los afligidos ojos,
cuando
ha dejado el corazón creyente
prendidos en los ásperos abrojos
su fe piadosa y su interés mundano?
¿Dónde?
¡En
ti, soledad! Yo te bendigo,
porque al náufrago, al triste, al pobre grano
de desligada arena das abrigo.
LA SOMBRA
Dulces y amorosos sueños
de la virgen candorosa,
que tomáis en el espacio
blanca y delicada forma;
melancólicos suspiros
de la flor que se deshoja,
que os convertís en el cielo
en espíritus de aroma;
yo siento sobre mi
frente
vuestras alas temblorosas,
y siento en los labios míos
el beso de vuestra boca.
Lloráis para
consolarme
de mis pasadas
congojas,
y ese llanto es el
rocío
que se columpia en las
rosas.
Mas si
queréis que no pene,
desde el
cielo en donde mora,
si no al
ángel que me inspira
bajadme al
menos su sombra.
SONETO
Cuando el ánimo ciego y decaído
la luz persigue y la esperanza en vano;
cuando abate su vuelo soberano
como el cóndor en el espacio
herido;
cuando
busca refugio en el olvido,
que
le rechaza con helada mano;
cuando en el pobre corazón humano
el tedio labra su infecundo nido;
cuando el dolor,
robándonos la calma,
brinda tan
sólo a nuestras ansias fieras,
horas desesperadas y sombrías,
¡ay, inmortalidad, sueño del alma
que aspira a lo infinito! si existieras,
¡qué martirio tan bárbaro serías!
¡TREINTA AÑOS!
¡Treinta años! ¿Quién me diría
que tuviese al cabo de ellos,
si no blancos mis cabellos
el alma apagada y fría?
Un día tras otro día
mi existencia han consumido,
y hoy asombrado, aturdido,
mi memoria se derrama
por el ancho panorama
de los años que he vivido.
Y aparecen ante mí
fugitivas y ligeras,
las venturosas quimeras
que desvanecerse vi:
la inocencia que perdí
y aquel vago sentimiento
que animó mi pensamiento
cuando eran mis alegrías
las mágicas armonías
del mar, del bosque y del viento.
Han sido para mi daño
en la vida que disfruto,
un siglo cada minuto,
una eternidad cada año.
El dolor y el desengaño
forman parte de mí mismo,
y el torpe materialismo
de esta edad indiferente,
cubre de sombras mi frente
y abre a mis pies un abismo.
Sacude el mar su
melena
de crespas olas, rugiendo,
y con pavoroso estruendo
los aires asorda y llena.
Pero una playa de arena,
su audaz cólera contiene...
¡Ay! ¿Quién habrá que refrene
el tormentoso océano
que en el pensamiento humano
ni fondo ni orillas tiene?
¡La razón!... Tanto
se encumbra
tan locamente camina,
que ya no es luz que ilumina
sino hoguera que deslumbra.
Al horror nos acostumbra,
siembra de ruinas el suelo,
y en su inextinguible anhelo
álzase hasta Dios atea
con la sacrílega idea
de derribarle del cielo.
He visto tronos
volcados,
instituciones caídas,
y tras recias sacudidas
pueblos y reyes cansados.
Propios y ajenos cuidados
muévenme continua guerra,
y mi espíritu se aterra
cuando, perdida la calma,
siento rugir en el alma
la tempestad de la tierra.
Cuando pienso en lo
que fui,
hondas heridas renuevo,
y me parece que llevo
la muerte dentro de mí.
No veo lo que antes vi,
no siento lo que he sentido,
no responde ni un latido
del corazón si a él acudo,
llamo al cielo y está mudo,
busco mi fe y la he perdido.
Infeliz generación
que vas, con loco ardimiento,
nutriendo tu entendimiento
a expensas del corazón,
dime, ¿no es cierto que son
vivas tus penas y ardientes?
¿No es verdad que te arrepientes,
presa de terrores graves,
de los misterios que sabes
y de las dudas que sientes?
¡Yo sí! Feliz si
lograra,
después de mis
desengaños,
lanzar hacia atrás
los años
que el destino me depara.
Pero ¡ay! el tiempo no para
ni tuerce su curso el río,
ni vuelve al nido vacío
el ave muerta en la selva,
¡ni quiere el cielo que vuelva
la esperanza al pecho mío!
NACIÓ UNA FLOR
Nació una flor al pie de unas
ruinas donde no la vio nadie:
el sol no más, desde su eterna altura,
supo que aquella flor vivió una tarde.
Así fue mi destino; vegetando
en la aridez de amargas soledades,
oculta en su dolor, vive mi alma.
¡Dios sólo de ella sabe!