Poemas de Oliverio Girondo
WEBMASTER: Cristina Ick
ÍNDICE
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12
Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangunlan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehúyen, se evaden y se entregan.
SIESTA
Un zumbido de moscas anestesia la aldea.
El sol unta con fósforo el frente de las casas,
y en el cauce reseco de las calles que sueñan
deambula un blanco espectro vestido de caballo.
Penden de los balcones racimos de glicinas
que agravan el aliento sepulcral de los patios
al insinuar la duda de que acaso estén muertos
los hombres y los niños que duermen en el suelo.
La bondad soñolienta que trasudan las cosas
se expresa en las pupilas de un burro que trabaja
y en las ubres de madre de las cabras que pasan
con un son de cencerros que, al diluirse en la tarde,
no se sabe si aún suena o ya es sólo un recuerdo
¡Es tan real el paisaje que parece fingido!
VUELO SIN ORILLAS
Abandoné las sombras,
las espesas paredes,
los ruidos familiares,
la amistad de los libros,
el tabaco, las plumas,
los secos cielorrasos;
para salir volando,
desesperadamente.
Abajo: en la penumbra,
las amargas cornisas,
las calles desoladas,
los faroles sonámbulos,
las muertas chimeneas
los rumores cansados,
desesperadamente.
Ya todo era silencio,
simuladas catástrofes,
grandes charcos de sombra,
aguaceros, relámpagos,
vagabundos islotes
de inestable riberas;
pero seguí volando,
desesperadamente.
Un resplandor desnudo,
una luz calcinante
se interpuso en mi ruta,
me fascinó de muerte,
pero logré evadirme
de su letal influjo,
para seguir volando,
desesperadamente.
Todavía el destino
de mundos fenecidos,
desorientó mi vuelo
-de sideral constancia-
con sus vanas parábolas
y sus aureolas falsas;
pero seguí volando,
desesperadamente.
Me oprimía lo flúido,
la limpidez maciza,
el vacío escarchado,
la inaudible distancia,
la oquedad insonora,
el reposo asfixiante;
pero seguía volando,
desesperadamente.
Ya no existía nada,
la nada estaba ausente;
ni oscuridad, ni lumbre,
-ni unas manos celestes-
ni vida, ni destino,
ni misterio, ni muerte;
pero seguía volando,
desesperadamente.
¿DÓNDE?
¿Me extravié en la fiebre?
¿Detrás de las sonrisas?
¿Entre los alfileres?
¿En la duda?
¿En el rezo?
¿En medio de la herrumbre?
¿Asombrado a la angustia,
al engaño,
a lo verde?
No estaba junto al llanto,
junto a lo despiadado,
por encima del asco,
adherido a la ausencia,
mezclado a la ceniza,
al horror,
al delirio.
No estaba con mi sombra,
no estaba con mis gestos,
más allá de las normas,
más allá del misterio,
en el fondo del sueño,
del eco,
del olvido.
No estaba.
¡Estoy seguro!
No estaba.
Me he perdido.
7
La noche, navegando
como ayer,
como siempre,
por aguas de silencio,
de calma,
de misterio,
Y el campo, las ciudades,
los árboles,
lo inmóvil,
rodando por el aire,
como ayer,
como siempre,
a miles de kilómetros,
hacia el sol,
hacia el día,
para seguir de nuevo,
sin descanso,
sin tregua,
el mismo derrotero
de oscuridad,
de estrellas.
¡Qué motivo de asombro!
¡Cuánta monotonía!
VISITA
No estoy.
No la conozco.
No quiero conocerla.
Me repugna lo hueco,
La afición al misterio,
El culto a la ceniza,
A cuanto se disgrega.
Jamás he mantenido contacto con lo inerte.
Si de algo he renegado es de la indiferencia.
No aspiro a transmutarme,
Ni me tienta el reposo.
Todavía me intrigan el absurdo, la gracia.
No estoy para lo inmóvil,
Para lo inhabitado.
Cuando venga a buscarme,
Díganle:
"se ha mudado".
¡TODO ERA AMOR!
¡Todo era amor... amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche...
lleno de prevenciones, de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M, con una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo.
Amor amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y nada más que amor!
CAMPO NUESTRO
En lo alto de esas cumbres agobiantes
hallaremos laderas y peñascos,
donde yacen metales, momias de alga,
peces cristalizados;
pero jamás la extensa certidumbre
de que antes de humillarnos para siempre,
has preferido, campo, el ascetismo
de negarte a ti mismo.
Fuiste viva presencia o fiel memoria
desde mis más remota prehistoria.
Mucho antes de intimar con los palotes
mi amistad te abrazaba en cada poste.
Chapaleando en el cielo de tus charcos
me rocé con tus ranas y tus astros.
Junto con tu recuerdo se aproxima
el relente a distancia y pasto herido
con que impregnas las botas... la fatiga.
Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido?
hasta encontrarlo dentro de uno mismo.
Siempre volvemos, campo, de tus tardes
con un lucero humeante...
entre los labios.
Una tarde, en el mar, tú me llamaste,
pero en vez de tu escueta reciedumbre
pasaba ante la borda un campo equívoco
de andares voluptuosos y evasivos.
Me llamaste, otra vez, con voz de madre
Y en tu silencio sólo halló una vaca
junto a un charco de luna arrodillada;
arrodillada, campo, ante tu nada.
Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,
te me vas, despacio, para adentro...
al trote corto, campo, al trotecito.
Aunque me ignores, campo, soy tu amigo.
Entra y descansa, campo. Desensilla.
Deja de ser eterna lejanía.
Cuanto más te repito y te repito
quisiera repetirte al infinito.
Nunca permitas, campo, que se agote
nuestra sed de horizonte y de galope.
Templa mis nervios, campo ilimitado,
al recio diapasón del alambrado.
Aquí mi soledad. Esta mi mano.
Dondequiera que vayas te acompaño.
Si no hubieras andado siempre solo
¿todavía tendrías voz de toro?
Tu soledad, tu soledad... ¡la mía!
Un sorbo tras el otro, noche y día,
como si fuera, campo, mate amargo.
A veces soledad, otras silencio,
pero ante todo, campo: padre-nuestro.
CANSANCIO
Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuantos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.
Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabrá si es el mismo
que usé mientras vivía.
Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola autentica,
alegre
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.
Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.
EJECUTORIA DEL MIASMA
Este clima de asfixia que impregna los pulmones
de una anhelante angustia de pez recién pescado.
Este hedor adhesivo y errabundo,
que intoxica la vida
y nos hunde en viscosas pesadillas de lodo.
Este miasma corrupto,
que insufla en nuestros poros
apetencias de pulpo,
deseos de vinchuca,
no surge,
ni ha surgido
de estos conglomerados de sucia hemoglobina,
cal viva,
soda cáustica,
hidrógeno,
pis úrico,
que infectan los colchones,
los techos,
las veredas,
con sus almas cariadas,
con sus gestos leprosos.
Este olor homicida
rastrero,
ineludible,
brota de otras raíces,
arranca de otras fuentes.
A través de años muertos,
de atardeceres rancios,
de sepulcros gaseosos,
de cauces subterráneos,
se ha ido aglutinando con los jugos pestíferos,
los detritus hediondos,
las corrosivas vísceras,
las esquirlas podridas que dejaron el crimen,
la idiotez purulenta,
la iniquidad sin sexo,
el gangrenoso engaño;
hasta surgir al aire,
expandirse en el viento
y tornarse corpóreo;
para abrir las ventanas,
penetrar en los cuartos,
tomarnos del cogote,
empujarnos al asco,
mientras grita su inquina,
su aversión,
su desprecio,
por todo lo que allana la actitud de las horas,
por todo lo que alivia la angustia de los días.
EL PURO NO
El No
el no inóvulo
el no nonato
el noo
el no poslodocosmos de impuros ceros noes que noan noan noan
y nooan
y plurimono noan el morbo amorfo noo
no démono
no deo
sin son sin sexo ni órbita
el yerto inóseo noo en unisolo amódulo
sin poros ya sin nódulo
ni yo ni fosa ni hoyo
el macro no ni polvo
el no más nada todo
el puro no
sin no
Yo no sé nada
Tú no sabes nada
Ud. no sabe nada
El no sabe nada
Ellos no saben nada
Ellas no saben nada
Uds. no saben nada
Nosotros
no sabemos nada
La desorientación de mi generación tiene su expli-
cación en la dirección de nuestra educación,cuya
idealización de la acción,
era - ¡sin discusión!-
una mistificación, en contradicción
con nuestra
propensión a la me-
ditación, a la contemplación y
a la masturbación.
(Gutural,
lo más guturalmente que
se pueda.) Creo que
creo en lo que
creo
que no creo. Y creo
que no creo en lo
que creo que creo
«C
a n t a r d e l a s r a n as»
¡Y ¡Y
¿A ¿A ¡Y
¡Y
su ba
llí llá
su ba
bo
jo es
es bo
jo
las las
tá? tá?
las las
es es
¡A
¡A es
es
ca ca
quí
cá ca
ca
le
le no
no le
le
ras
ras es
es ras
ras
arri
aba tá
tá arri
aba
ba!...
jo!...
!...
!... ba!...
jo!...
YOLLEO
Eh vos
tatacombo
soy yo
dí
no me oyes
tataconco
soy yo sin vos
sin voz
aquí yollando
con mi yo sólo solo que yolla y
yolla y yolla
entre mis subyollitos tan nimios micropsíquicos
lo sé
lo
sé y tanto,
desde el yo mero mínimo al verme yo, harto en todo
junto a mis
ya muertos y revivos yoes siempre siempre yollando
y yoyollando siempre
por qué
Si sos
por qué dí
eh vos
no me oyes
tatatodo
por qué
tanto yollar
responde
y hasta cuándo...
Y de los replanteos
y recontradicciones
y reconsentimiento sin o con
sentimiento cansado
y de los repropósitos
y de los reademanes y rediálogos
idénticamente bostezables
y del revés y del derecho
y de las vueltas y
revueltas y las marañas y recámaras y
remembranzas y remembranas de
pegajosísimos labios
y de lo insípido y lo sípido de lo remucho a lo repoco y
lo remenos
recansado de los recodos y repliegues y recovecos y refrotes
de lo remanoseado y relamido hasta en sus más recónditos reductos
repletamente cansado de tanto retanteo y remasaje
y treta terca en tetas
y
recomienzo erecto
y reconcubitedio
y reconcubicórneo sin remedio
y tara
van en ansia de alta resonancia
y rato apenas nato ya árido tardo graso
dromedario
y poro loco
y parco espasmo enano
y monstruo torvo sorbo del
malogo y de lo pornodrástico
cansado hasta el estrabismo mismo de los huesos
de tanto error errante
y queja quena
y desatino tísico
y ufano urbano
bípedo hidéfalo
escombro caminante
por vicio y sino y tipo y libido y
oficio
recansadísimo
de tanta estanca remetáfora de la náusea
y de la
revirgísima inocencia
y de los instintos perversitos
y de las ideitas
reputitas
y de las ideonas reputonas
y de los reflujos y resacas de las
resecas circunstancias
desde qué mares padres
y lunares mareas de
resonancias huecas
y madres playas cálidas de hastío de alas calmas
sempiternísimamente archicansado
en todos los sentidos y contrasentidos de lo
instintivo
o sensitivo tibio
o remeditativo o remetafísico y reartístico
típico
y de los intimísimos remimos y recaricias de la lengua
y de sus
regastados páramos vocablos y reconjugaciones y recópulas
y sus remuertas
reglas y necrópolis de reputrefactas palabras
simplemente cansado del
cansancio
del harto tenso extenso entrenamiento
al engusanamiento
y al
silencio.
¿Surgió de bajo tierra?
¿Se desprendió del cielo?
Estaba entre los ruidos,
herido,
malherido,
inmóvil,
en silencio,
hincado ante la tarde,
ante lo inevitable,
las venas adheridas
al
espanto,
al asfalto,
con sus crenchas caídas,
con sus ojos de santo,
todo, todo desnudo,
casi azul, de tan blanco.
Hablaban de un caballo.
Yo creo que era un ángel.
¡Azotadme!
Aquí estoy,
¡azotadme!
Merezco que me azoten.
No lamí la
rompiente,
la sombra de las vacas,
las espinas,
la lluvia;
con
fervor,
durante años;
descalzo,
estremecido,
absorto,
iluminado.
No me postré ante el barro,
ante el misterio intacto
del polen,
de la
cama,
del gusano,
del pasto;
por timidez,
por miedo,
por pudor,
por cansancio.
No adoré los pesebres,
las ventanas heridas,
los ojos de
los burros,
los manzanos,
el alba;
sin restricción,
de hinojos,
entregado,
desnudo,
con los poros erectos,
con los brazos al viento,
delirante,
sombrío;
en comunión de espanto,
de humildad,
de
ignorancia,
como hubiera deseado...
¡cómo
hubiera deseado!
A D. Ramón Gómez de la Serna
Una corriente de brazos y de espaldas
nos encauza
y nos hace
desembocar
bajo los abanicos,
las pipas,
los anteojos enormes
colgados en medio de la calle;
únicos testimonios de una raza
desaparecida
de gigantes.
Sentados al borde de las sillas,
cual si fueran a dar un
brinco
y ponerse a bailar,
los parroquianos de los cafés
aplauden la
actividad del camarero,
mientras los limpiabotas les lustran los zapatos
hasta que pueda leerse
el anuncio de la corrida del domingo.
Con sus
caras de mascarón de proa,
el habano hace las veces de bauprés,
los
hacendados penetran
en los despachos de bebidas,
a muletear los argumentos
como si entraran a matar;
y acodados en los mostradores,
que simulan
barreras,
brindan a la concurrencia
el miura disecado
que asoma la
cabeza en la pared.
Ceñidos en sus capas, como toreros,
los curas
entran en las peluquerías
a afeitarse en cuatrocientos espejos a la vez
y
cuando salen a la calle
ya tienen una barba de tres días.
En los
invernáculos
edificados por los círculos,
la pereza se da como en ninguna
parte
y los socios la ingieren
con churros o con horchata,
para
encallar en los sillones
sus abulias y sus laxitudes de fantoches.
Cada doscientos cuarenta y siete hombres,
trescientos doce curas
y
doscientos noventa y tres soldados,
pasa una mujer.
A medida que nos
aproximamos
las piedras se van dando mejor.
DICOTOMÍA INCRUENTA
Siempre llega mi mano
más tarde que otra mano que
se mezcla a la mía
y forman una mano.
Cuando voy a sentarme
advierto que mi cuerpo
se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse
adonde yo me siento.
Y en el preciso instante
de entrar en una casa,
descubro que ya estaba
antes de haber llegado.
Por eso es muy posible
que no asista a mi entierro,
y que mientras me rieguen de lugares comunes,
ya me encuentre en la tumba,
vestido de esqueleto,
bostezando los tópicos
y los llantos fingidos.
ELLA
Es una intensísima corriente
un relámpago ser de lecho
una
dona mórbida ola
un reflujo zumbo de anestesia
una rompiente ente
florescente
una voraz contráctil prensil corola entreabierta
y su rocío
afrodisíaco
y su carnalesencia
natal
letal
alveolo beodo de
violo
es la sed de ella ella y sus vertientes lentas entremuertes que
estrellan y disgregan
aunque Dios sea su vientre
pero también es la
crisálida de una inalada larva de la nada
una libélula de médula
una
oruga lúbrica desnuda sólo nutrida de frotes
un chupochupo súcubo molusco
que gota a gota agota boca a boca
la mucho mucho gozo
la muy total
sofoco
la toda ¡shock! tras ¡shock!
la íntegra colapso
es un hermoso
síncope con foso
un ¡cross! de amor pantera al plexo trópico
un ¡knock
out! técnico dichoso
si no un compuesto terrestre de líbido edén infierno
el sedimento aglutinante de un precipitado de labios
el obsesivo residuo
de una solución insoluble
un mecanismo radioanímico
un terno bípedo
bullente
un ¡robot! hembra electroerótico con su emisora de delirio
y
espasmos lírico-dramáticos
aunque tal vez sea un espejismo
un paradigma
un eromito
una apariencia de la ausencia
una entelequia inexistente
las trenzas náyades de Ofelia
o sólo un trozo ultraporoso de realidad
indubitable
una despótica materia
el paraíso hecho carne
una perdiz
a la crema.
HAZAÑA
Todo,
todo,
en el aire,
en el agua,
en la tierra
desarraigado y ácido,
descompuesto,
perdido.
El agua hecha caballo
antes que nube y lluvia.
Los toros transformados en sumisas poleas.
El
engaño sin malla,
sin "tutu",
sin pezones.
La impúdica mentira
exhibiendo el trasero
en todas las posturas,
en todas las esquinas.
Las
polillas voraces de expediente cocido,
disfrazadas de hiena,
de tapir con
mochila.
Las techumbres que emigran en oscuras bandadas.
Las ventanas que
escupen dentaduras de piano,
cacerolas,
espejos,
piernas carbonizadas.
Porque mirad
sin musgo,
mi corazón de yesca,
qué hicimos,
qué
hemos hecho
con nuestras pobres manos,
con nuestros esqueletos de invierno
y de verano.
Desatar el incendio.
Aplaudir el desastre.
Trasladar,
sobre caucho,
apetitos de pústula.
Prostituir los crepúsculos.
Adorar
los bulones
y los secos cerebros de nuez reblandecida...
Como si no
existiera más que el sudor y el asco;
como si sólo ansiáramos nutrir con
nuestra sangre
las raíces del odio;
como si ya no fuese bastante
deprimente
saber que sólo somos un pálido excremento
del amor,
de la
muerte.
TRÍPTICO
I
Tendido
entre lo blanco,
la vi.
Se aproximaba.
Las pupilas baldías,
el cuerpo inhabitado,
sin cabellos,
sin
labios, inasible,
vacía;
junto a mí
a mi lado...
¡Toda hecha de
nada!
Se sentó.
¿Me esperaba?
La miré.
Me miraba.
II
Ya estaba entre sus brazos
de soledad,
y frío,
acalladas las manos,
las venas detenidas, sin un pliegue en los párpados,
en la frente,
en las sábanas;
más allá de la angustia,
desterrado del aire,
en
soledad callada,
en vocación de polvo,
de humareda,
de olvido.
III
¿Era yo,
la voz muerta,
los dientes de ceniza,
sin
brazos,
bajo tierra,
roído por la calma,
entre turbias corrientes,
de silencio,
de barro?
¿Era yo,
por el aire,
ya lejos de mis
huesos,
la frente despoblada,
sin memoria,
ni perros,
sobre
tierras ausentes,
apartado del tiempo,
de la luz,
de la sombra;
tranquilo,
transparente?
TROPOS
Toco
toco poros
amarras
calas toco
teclas de
nervios
muelles
tejidos que me tocan
cicatrices
cenizas
trópicos vientres toco
solos solos
resacas
estertores
toco y mas
toco
y nada
Prefiguras de ausencia
inconsistentes tropos
qué tú
qué qué
qué quenas
qué hondonadas
qué máscaras
qué soledades
huecas
qué sí qué no
qué sino que me destempla el toque
qué reflejos
qué fondos
qué materiales brujos
qué llaves
qué ingredientes
nocturnos
qué fallebas heladas que no abren
qué nada toco
en todo
QUE LOS RUIDOS TE PERFOREN LOS DIENTES...
NOCTURNO
Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana.
Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos.
Telaraña que
los alambres tejen sobre las azoteas.
Trote hueco de los jamelgos que pasan y
nos emocionan sin razón.
¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en
celo,
y cuál será la intención de los papeles
que se arrastran en los
patios vacíos?
Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las
mentiras,
y en que las cañerías tienen gritos estrangulados,
como si se
asfixiaran dentro de las paredes.
A veces se piensa,
al dar vuelta la
llave de la electricidad,
en el espanto que sentirán las sombras,
y
quisiéramos avisarles
para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los
rincones.
Y a veces las cruces de los postes telefónicos,
sobre las
azoteas,
tienen algo de siniestro
y uno quisiera rozarse a las paredes,
como un gato o como un ladrón.
Noches en las que desearíamos
que nos
pasaran la mano por el lomo,
y en las que súbitamente se comprende
que no
hay ternura comparable
a la de acariciar algo que duerme.
LLORAR A LÁGRIMA VIVA...
Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los
puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las
compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las
veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a
los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares,
llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un
cocodrilo...
si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos
no dejan
nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la
nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de
amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar
todo el insomnio y todo el día!
ESCRÚPULO
Me parece que vivo
que estoy entre
los ruidos
que miro las paredes,
que estas manos son mías,
pero quizás
me engañe
y paredes y manos
sólo sean recuerdos
de una vida pasada.
He dicho
"me parece"
yo no aseguro nada.
LO
QUE ESPERAMOS
Tardará, tardará.
Ya sé que todavía
los émbolos,
la
usura,
el sudor,
las bobinas
seguirán produciendo,
al por mayor,
en serie,
iniquidad,
ayuno,
rencor,
desesperanza;
para
que las lombrices con huecos portasenos,
las vacas de embajada,
los
viejos paquidermos de esfínteres crinudos,
se sacien de adulterios,
de
hastío,
de diamantes,
de caviar,
de remedios.
Ya sé que
todavía pasarán muchos años
para que estos crustáceos
del asfalto
y
la mugre
se limpien la cabeza,
se alejen de la envidia,
no idolatren
la saña,
no adoren la impostura,
y abandonen su costra
de opresión,
de ceguera,
de mezquindad.
de bosta.
Pero, quizás, un día,
antes de que la tierra se canse de atraernos
y brindarnos su seno,
el cerebro les sirva para sentirse humanos,
ser hombres,
ser mujeres,
-no cajas de caudales,
ni perchas desoladas-,
someter a las ruedas,
impedir que nos maten,
comprobar que la vida se arranca y despedaza
los chalecos de fuerza de todos los sistemas;
y descubrir, de nuevo, que
todas las riquezas
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.
Y
entonces...
¡Ah!, ese día
abriremos los brazos
sin temer que el
instinto nos muerda los garrones,
ni recelar de todo,
hasta de nuestra
sombra;
y seremos capaces de acercarnos al pasto,
a la noche,
a los
ríos,
sin rubor,
mansamente,
con las pupilas claras,
con las
manos tranquilas;
y usaremos palabras sustanciosas,
auténticas;
no
como esos vocablos erizados de inquina
que babean las hienas al instarnos al
odio,
ni aquellos que se asfixian
en estrofas de almíbar
y fustigada
clara de huevo corrompido;
sino palabras simples,
de arroyo,
de
raíces,
que en vez de separarnos
nos acerquen un poco;
o mejor
todavía
guardaremos silencio
para tomar el pulso a todo lo que existe
y vivir el milagro de cuanto nos rodea,
mientras alguien nos diga,
con una voz de roble,
lo que desde hace siglos
esperamos en vano.
NO SE ME IMPORTA UN PITO...
No
se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como
pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una
importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento
afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de
soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de
zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el
tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me
enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios
por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades
de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una
verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo
esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí
lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María
Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de
silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante
horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de
vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días
entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de
conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una
mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir
con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho
centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la
seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más
que volando.