Poemas de Rafael Obligado
WEBMASTER: Justo S. Alarcón
INDICE
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PENSAMIENTO | LÆTITIA |
BASTA Y SOBRA | OFRENDA |
LA FLOR DE SEÍBO | ECHEVARRÍA |
EN LA RIBERA | LA PAMPA |
SEMEJANZAS | EL SEÍBO |
SOMBRA | A UNA POETISA LUSITANA |
HOJAS | UN CUENTO DE LAS OLAS |
PENSAMIENTO
A bañarse en la gota de rocío
Que halló en las flores vacilante cuna,
En las noches de estío
Desciende el rayo de la blanca luna.
Así, en las horas de celeste calma
Y dulce desvarío,
Hay en mi alma una gota de tu alma
Donde se baña el pensamiento mío.
LÆTITIA
Con tu sonrisa embelleces
Y haces tus quince lucir;
Te lo habrán dicho mil veces:
Blanco pimpollo pareces
Que comienza a entreabrir.
Sobre tu seno palpitan
No sé qué lumbres dudosas;
Cuando tus formas se agitan,
A respirarlas incitan
Como un manojo de rosas.
En tu infantil hermosura,
Llena de vivos sonrojos,
Hay tal hechizo y frescura,
Que hasta la luz es más pura
En el cristal de tus ojos.
Cuando caminas, tu traje
hace susurro de espumas;
Y, por rendirte homenaje,
De tu sombrero en las plumas
Canta la brisa salvaje.
Los que te miran pasar
Con esa audacia triunfante
Y esa sonrisa sin par,
Juran, al ver tu semblante,
Que tú no sabes llorar.
Juran verdad. ¡Pues mejor!
¡Fuera pesares y engaños,
Y no contraiga el dolor
Esos dos labios en flor
Donde sonríen quince años!
BASTA Y SOBRA
¿Tú piensas que te quiero por hermosa,
Por tu dulce mirar,
Por tus mejillas de color de rosa?
Sí, por eso y por buena, nada más.
¿Que entregada a la música y las flores,
No aprendes a danzar?
Pues me alegra, me alegra que lo ignores;
Yo te quiero por buena, nada más.
¿Que tu ignorancia raya en lo sublime,
De Atila y Gengis-Khan?
¡Qué muchacha tan ciega!... Pero, dime:
Si lo supieras, ¿te querría más?
OFRENDA
¡Ah! yo que en torno de tu sien he visto
Perennemente suspendida el alba,
Y encenderse en el cielo de tus ojos
Como una estrella el esplendor de tu alma,
Ha querido mi ofrenda de poeta
Consagrar a tu imagen solitaria,
Azucena de luz, donde mi espíritu
Posó un instante las ligeras alas.
LA FLOR DEL SEÍBO
Tu "Flor de la caña",
¡Oh Plácido amigo!
No tuvo unos ojos
Más negros y lindos,
Que cierta morocha
Del suelo argentino
Llamada... Su nombre,
Jamás lo he sabido;
Mas tiene unos labios
De un rojo tan vivo,
Difúndese de ella
Tal fuego escondido,
Que aquí en la comarca,
La dan los vecinos
Por único nombre,
"La Flor de Seíbo."
Un día - una tarde
Serena de estío -
Pasó por la puerta
Del rancho que habito.
Vestía una falda
Ligera de lino;
Cubríala el seno,
Velando el corpiño,
Un chal tucumano
De mallas tejido;
Y el negro cabello,
Sin moños ni rizos,
Cayendo abundoso,
Brillaba ceñido
Con una guirnalda
De flor de seíbo.
Miréla, y sus ojos
Buscaron los míos...
Tal vez un secreto
Los dos nos dijimos.
Porque ella, turbada,
Quizá por descuido,
Su blanco pañuelo
Perdió en el camino.
Corrí a levantarlo,
Y al tiempo de asirlo,
El alma inundóme
Su olor a tomillo.
Al dárselo, "Gracias,
Mil gracias!" - me dijo,
Poniéndose roja
Cual flor de seíbo.
Ignoro si entonces
Pequé de atrevido,
Pero ello es lo cierto
Que juntos seguimos
La senda, cubierta
De sauces dormidos;
Y mientras sus ojos,
Modestos y esquivos,
Fijaba en sus breves
Zapatos pulidos,
Con moños de raso
Color de jacinto,
Mi amor de poeta
La dije al oído:
¡Mi amor, más hermoso
Que flor de seíbo!
La frente inclinada
Y el paso furtivo,
Guardó aquel silencio
Que vale un suspiro.
Mas, viendo en la arena
La sombra de un nido
Que al soplo temblaba
Del aire tranquilo,
- "Allí se columpian
Dos aves", me dijo:
"Dos aves que se aman
Y juntas he visto
Bebiendo las gotas
De fresco rocío
Que absorbe en la noche
La flor del seíbo".
Oyendo embriagado
Su acento divino,
También, como ella,
Quedé pensativo.
Mas, como en un claro
Del bosque sombrío
Se alzara, ya cerca,
Su hogar campesino,
Detuvo sus pasos,
Y llena de hechizos,
En pago y en prenda
De nuestro cariño,
Hurtando a las sienes
Su adorno sencillo,
Me dio, sonrojada,
La flor del seíbo.
ECHEVARRÍA
I
Era esa pampa
dilatada y sola,
sin otra vida que la vida aquella
que hace rodar la ola
y girar en los cielos una estrella;
Sin más palabra, que la voz vibrante
del buitre carnicero,
el alarido de la tribu errante,
y el soplo del pampero.
Faltaba el alma a la extensión vacía
a los vientos del llano,
un rumor cadencioso, una armonía
que sólo brota el corazón humano.
Su lumbre derramaba
El sol, siguiendo su fatal camino;
La luna, su destello soñoliento;
pero al cielo faltaba
un astro, el astro del amor divino,
y a la tierra el fulgor del pensamiento.
Sentir, pensar... Suprema, única vida;
para la sed del alma, ¡única fuente!
Sobre la tierra, que a vivir convida,
¿Bastarnos puede, acaso,
un astro que se eleva del oriente
y se oculta en silencio en el ocaso?
Nada dice al espíritu
la noche taciturna,
encorvando su bóveda sombría
como una inmensa urna
sobre la tierra desmayada y fría,
si en la sombra lejana
de sus antros sin nombre,
no destella la mente soberana
y no palpita el corazón del hombre.
El vuelo de las aves,
de la laguna el musical ruido,
las mil voces suaves
que el viento imprime al pajonal dormido
¡Ah! ¡Todo ese concierto
en vano resonaba,
porque allá, sin un eco, se apagaba
en los profundos senos del desierto!
II
Llegó por fin el memorable día
en que la Patria despertó a los sones
de mágica armonía;
en que todos sus himnos se juntaron
y súbito estallaron
en la lira inmortal de Echeverría.
Como surgiendo de silente abismo,
el mundo americano
alborozado se escuchó a sí mismo
el Plata oyó su trueno;
la Pampa, sus rumores;
y el vergel tucumano,
prestando oído a su agitado seno,
sobre el poeta derramó sus flores.
Desde la hierba humilde,
hasta el ombú de copa gigantea;
desde el ave rastrera que no alcanza
de los cielos la altura,
hasta el chajá que allí se balancea
y, a cada nube oscura,
a grito herido sus alertas lanza;
todo tiene un acento
en su estrofa divina,
pues no hay soplo, latido, movimiento,
que no traiga a sus versos el aliento
de la tierra argentina.
III
Una tarde sintió dentro del pecho
esa fuerza expansiva
que hace parezca el horizonte estrecho
de la ciudad nativa;
y tendido en el lomo rozagante
del potro pampeano,
campos y campos devoró anhelante
y allá en la sombra se perdió del llano.
La noche era tranquila;
en la faz del desierto
clavaban las estrellas la pupila,
con esa mezcla de ansiedad y pena
con que miramos en la tierra a un muerto.
¿Qué hablaron al poeta
esos murmullos de la noche en calma,
del carrizal nacidos,
que cantan al pasar en los oídos
y lloran en el alma?
¿Qué historia la contaron?
¿Qué dolorosa y fúnebre quimera,
que sus ojos en llanto se empañaron
y detuvo del potro la carrera?
¡Era que oyó el gemido
de un pecho desgarrado,
un grito por tres siglos repetido
y de nadie escuchado
¡Era que de su lira generosa
cayó en la cuerda viva,
como gota de lluvia, luminosa,
la lágrima infeliz de la cautiva!
IV
En vano entre sus toldos el salvaje
esclavizó a María:
En sus sueños geniales el poeta,
en el distante aduar, la presentía.
Para él nació; para su gloria fueron
aquellas formas armoniosas, bellas;
esos ojos que lágrimas vertieron
hasta empaparle el corazón con ellas.
El reflejo en su espíritu doliente
su historia sin ventura;
él la siguió, como paterna sombra,
por la vasta llanura;
él hizo que las gotas de su llanto
en las almas sensibles se volcaran,
y los ojos enjutos
de todo un pueblo a humedecer llegaran.
Rosa temprana en un erial caída,
él recogió sus hojas una a una.
Entregadas ¡oh Dios! Por la fortuna
a todas las tormentas de la vida;
y en las cadencias de su verso alado,
dulce, insinuante, musical, sereno,
vino y vertió su aroma delicado
de nuestra patria en el materno seno.
Desde entonces hay cantos de ternura,
rumor de besos en la Pampa inmensa
hay un alma que piensa,
una fibra que late a cada paso;
y derrama su lumbre perdurable
el astro hermoso que la vida encierra,
el astro del amor, puro, inefable,
que no rueda al ocaso,
que no empañan tormentas de la tierra.
V
¡República Argentina, madre mía!
¡Felices ¡ah!, los que tu sien miraron
de frescos lauros coronarse un día!
¡Los que tu suelo estéril fecundaron
con sangre de sus venas,
y anillo por anillo, las cadenas
de la oprobiosa esclavitud trozaron!
Para aquellos heroicos corazones
era música grata,
del Pacífico al Plata,
el solemne tronar de tus cañones.
Sólo a ellos fue dado
contemplar esa mágica belleza
con que, rotas las brumas del pasado,
se levantó tu juvenil cabeza;
sólo a ellos, beber en el reguero
de viva luz, que derramó en tu frente,
de Moreno, la mente,
de San Martín el inflexible acero.
¡Con qué íntimo gozo,
tus hijos, fuertes en su amor profundo,
te colocaron en excelso asiento
para mostrarte independiente al mundo,
independiente y libre...
libre no, que era esclavo el pensamiento!
El filo de la espada
cortar puede los lazos
que a un pueblo oprimen de otro pueblo en brazos;
mas aquellos que inerte
el alma dejan a merced extraña,
que hasta el rayo de sol en que se baña
le dan quebrado por ajeno prisma,
como el diamante con su propio polvo.
Sólo se cortan con el alma misma.
Y Echeverría los cortó. Su mente
hirió como una espada,
de resplandores acerados llena,
las viejas ligaduras
que la conciencia de la Patria, atada
tuvieron ¡ay, a la conciencia ajena!
¡Y fue la libertad! ¡Y el pensamiento
tomó las alas del nativo cóndor
para escalar audaz el firmamento;
para arrojar de la región del rayo,
en páginas de fuego,
el Dogma excelso que, inspirado en Mayo,
fue norma y guía de la Patria luego!
VI
Profundas melodías
vagaban en la atmósfera serena,
como el fúnebre acento de la quena
que sollozaba en los antiguos días
dulces cantos de amor, que eran al alma
claridad y rocío:
El triste desengaño, el negro hastío,
La esperanza risueña...
¡Ah! ¡Todo ese universo
revivió en los Consuelos, y su verso
se apoderó de la mujer porteña!
Él las dijo al oído
tantos sueños de amor, que el alma encienden;
tanto vago secreto,
de esos que ellas aprenden
como las aves a construir su nido,
que aún su nombre es amado
como un recuerdo de amorosa historia,
cuya doliente evocación consuela;
y aún llevan, en ofrenda a su memoria,
ornando sus hechizos,
la cándida diamela
que él, con sus manos, enlazó a sus rizos.
VII
Llegó el tiempo fatal, llegó la hora
en que de nubes se cubrió y de duelo
la faz tranquila del hermoso cielo
que vio de Mayo la primera aurora.
Como fiera traidora
que avanza oculta en tempestad sombría,
la libertad rasgando y el derecho,
la garra de la infame tiranía
¡De Buenos Aires se clavó en el pecho!...
¡Adiós, sueños de amor! ¡Adiós hermosas
que a la sien del poeta
ofrenda hicisteis de tejidas rosas!
Él todavía, la mirada inquieta
vuelve a vosotras, de la nave ingrata
que lo lleva al destierro y a la muerte
sobre las olas del airado Plata.
¡Se ausentó para siempre! Solitario
quedó... su corazón, pues no cabía
en su íntimo santuario,
otro amor que su patria, ni otro cielo
que aquel sublime y grande,
que se dilata del platino estuario,
en arco inmenso, hasta la sien del Ande.
Brotó de su alma, en su postrera noche,
una lágrima ardiente,
de bendición para la patria ausente
para el tirano, de viril reproche;
y herido al fin por la implacable saña
del destino, se hundió como los astros,
dejando en torno luminosos rastros,
¡en el sepulcro de la tierra extraña!
¡Oh injusticia! ¡oh dolor!... Patria de Mayo,
¿dónde están del poeta los despojos?
¿Brilla en su tumba de tu sol el rayo?
La misma luz que acarició sus ojos?
¿Duerme, madre, en tu seno
el hijo tuyo, el corazón valiente,
el que ni en llanto humedeció ni en sangre
el vivo lauro que ciñó a tu frente?
¡No, que el cantor de la llanura, yace
de su pueblo olvidado!...
Ayer no más, trayendo las cenizas
del héroe invicto, del primer soldado,
llena de pompa y luz y movimiento,
rozando aquella tumba solitaria
pasó la nave; y su estertor profundo,
hizo temblar la copa funeraria
de los cipreses, en dolientes coros,
al huir gallarda a la natal ribera,
¡revolviendo los hélices sonoros
y suelta al aire la triunfal bandera!
¡Quedó esa tumba abandonada!... Empero,
¡él fue también libertador; guerrero
de la lucha más noble! -La Cautiva,
que el sentimiento nacional exalta
y su estandarte victorioso ondea,
es como Maipo y Ayacucho y Salta,
¡el triunfo de una idea!
¡Poetas! ¡De la Patria es nuestra lira,
la inspiración sagrada
que en sed de gloria, al ideal aspira!
Y si queremos de los hijos nuestros
tan sólo una mirada,
no de frío desdén, do noble orgullo,
venid, y entrelazadas nuestras manos,
¡sigamos esa estrella, que nos guía!
¡Lancémonos nosotros, sus hermanos,
por la senda inmortal de Echeverría!
Buenos Aires,
EL HOGAR PATERNO
A mis hermanas
¡Oh! ¡Mis islas amadas, dulce asilo
de mi primera edad!
¡Añosos algarrobos, viejos talas
donde el boyero me enseñó a cantar
¿Por qué os dejé, para encerrar mi vida
en la estrecha ciudad;
para arrojar mi corazón de niño
de las pasiones en el turbio mar?...
Como un cisne posado en las riberas
del ancho Paraná,
así, blanco y risueño, se divisa
a la distancia mi paterno hogar.
En los vastos y abiertos corredores
que grata sombra dan;
en el cuadro de antiguos paraísos
que, destrozados, no florecen ya;
En las barrancas que hacia el puerto ondulan
y avanzan al canal,
do vela el sueño de gloriosos muertos
la solitaria cruz de ñandubay;
En la hondonada que perfuma el molle
y engalana el chañar;
en el arroyo que las toscas baña;
en ese campo que se extiende allá...
Allí está mi pasado, de mi vida
la inocencia y la paz;
allí mi madre me acaricia, niño,
y mis hermanas en redor están.
No bien despunta el sol en el oriente,
tierno beso nos da;
de rodillas, oramos; y, en seguida,
¡puerta franca... la luz, la libertad!
Como bandada de enjaulados pájaros,
por aquí, por allá,
al campo el uno, a la barranca el otro,
nos echábamos todos a volar.
-«Cuidado con los nidos», nos decía
mi madre en el umbral;
pero digan horneros y zorzales
si les valió la maternal piedad.
Lejos ya de su vista, a un algarrobo
trepaba el más audaz,
y con los ojos de mil ansias llenos,
esperaban en grupo los demás.
En el horno de barro, construido
para vivir y amar,
introducía sus rosados dedos
el pequeño aprendiz de gavilán;
Y, del pico o el ala destrozada,
¡Nunca vista crueldad!
Asiendo los polluelos, uno a uno
los arrojaba con desdén triunfal.
Y era entonces de ver el alboroto
y el bullicioso afán,
de aquel enjambre de inocentes niños
que así destruía un inocente hogar.
Otras veces, del río en la corriente,
al cárdeno fulgor
que desde el fondo de la Pampa envía,
en sesgo rayo, el moribundo sol;
En agitado, en revoltoso grupo,
y alegre confusión,
los juncales rozando de la orilla,
con mis hermanas navegaba yo.
Una, los brazos en el agua hundiendo,
tendíase a estribor,
y sonreía a la rizada espuma
que la canoa abandonaba en pos.
Otra, imprudente, a la inclinada borda
lanzándose veloz,
entre sus manos victoriosa alzaba
del camalote la celeste flor.
Esta, la caña de pescar volvía,
enviando en derredor
menudas gotas que al caer brillaban
en los cabellos de las otras dos.
Batiendo luego las rosadas palmas,
reía, porque vio
medrosa hundirse en la corriente un ave
al desusado y repentino son.
Pero si alguna, al levantar los ojos,
mostraba el mirador,
donde mi madre a vigilarnos iba,
gritaban todas a la vez: «¡adiós!»
¡Oh dulces años! Por entonces era
nuestro goce mayor,
hurtar las flores que en las islas abren,
y de sus aves escuchar la voz.
Las pasionarias, las achiras de oro,
y el seíbo punzó,
eran ofrendas que mi madre amaba
porque a sus hijos se las daba Dios.
¡Ingrato, ingrato si el recuerdo suyo
arranco al corazón,
si yendo en pos del oropel mundano
el hombre olvida lo que el niño amó!
EN LA RIBERA
Ven, sigue de la mano
al que te amó de niño;
ven, y juntos lleguemos hasta el bosque
que está en la margen del paterno río.
¡Oh, cuánto eres hermosa,
mi amada, en este sitio!
Sólo por ti, y a reflejar tu frente,
corriendo baja el Paraná tranquilo.
Para besar tu huella
fue siempre tan sumiso,
que, en viéndote llegar hasta la playa
manda sus olas sin hacer ruido.
Por eso, porque te ama,
somos grandes amigos;
luego, sabe decirte aquellas cosas
que nunca brotan de los labios míos.
El año que tú faltas,
la flor de sus seibos,
como cansada de esperar tus sienes,
cuelga sus ramos de carmín marchitos.
Por la tersa corriente,
risueños y furtivos,
como sueltas guirnaldas, no navegan
los verdes camalotes florecidos.
Sólo inclinan los sauces
su ramaje sombrío,
y las aves más tristes en sus copas
gimiendo tejen sus ocultos nidos.
Pero llegas..., y el agua,
el bosque, el cielo mismo,
es como una explosión de mil colores,
y el aire rompe en sonorosos himnos.
Así la Primavera,
del trópico vecino
desciende, y canta, repartiendo flores,
y colgando en las vides los racimos.
¡Cuál suenan gratamente,
acordes, en un ritmo,
del agua el melancólico murmullo
y el leve susurrar de tu vestido!
¡Oh, si me fuera dado
guardar en mis oídos
para siempre, esta música del alma,
esta unión de tu ser y de mis ríos!...
Si al borde de los dulces
raudales argentinos,
naturaleza levantó mil grutas
de pasionarias y silvestres tilos;
Si de un árbol en otro,
cruzando entretejidos,
cual hamacas indianas, los zarzales
al aire entregan sus flotantes hilos:
¡Es que el amor es dueño
de todo Paraíso!
¡Es que toda belleza de la tierra
es un fragmento del Edén perdido!
Por eso eres más bella,
mi amada, en este sitio
y es más blanda tu voz, y más radiante
la lumbre de tus ojos pensativos.
¡Ámame, no me olvides,
ámame con delirio;
bésame con el beso de tus labios,
como la esposa del cantar divino!
Yo guardaré el secreto,
lo guardará este asilo,
donde, ingenuas, se besan las palomas
ante la augusta majestad del río.
LA PAMPA
I
Que voz suave, qué sonoro acento
para cantarte ¡oh Pampa! ¿Me demandas?
¿Será el rugido atronador del viento?
¿Será el susurro de las auras blandas?
Te veo y me estremezco: mi alma siente
que tu misma grandeza la aniquila,
y súbito después alzo la frente
para encerrarte entre mi audaz pupila.
Entonces algo tuyo me levanta,
y libre como el viento correr quiero...
¡Bate el caballo su orgullosa planta
y vuela con impulso de pampero!
Fácil el llano a su vigor se tiende;
huyendo lejos se adivina el monte;
¡No hay limite!... la niebla se desprende,
y a su paso se aleja el horizonte.
«¡Más rápido! ¡más rápido! Entreabierto
allí está el porvenir en tu camino;
¡Salta! ¡vuela! Devora ese desierto
y arráncale el secreto del destino!»
Y el caballo se lanza, ya sediento
de espacio, de huracán y de frescura;
se desata y se aleja el pensamiento
como un ave extraviada en la llanura.
El alma sobre el llano se difunde,
lo abarca como el sol al mar distante,
lo huella, lo limita, lo confunde,
lo empapa de su espíritu gigante.
¡Sí!, que del potro la veloz carrera
precipita al abismo los sentidos;
¡El vértigo del alma se apodera
y se sienten los nervios sacudidos!
El pecho se electriza, se acrecienta;
se oye golpear un corazón de acero;
allí el pulmón no vive si no alienta
el soplo poderoso del pampero.
Allí, lejos del hombre, sobre el llano,
descompuesto el cabello, roto el traje,
tengo orgullo de ser americano
y de gozar de libertad salvaje.
Se enardece mi alma; delirante
arranco el velo al porvenir, ¡cuán bella
la imagen de la Patria deslumbrante,
amor y gloria y juventud destella!
Siento el rumor y el incesante coro
de un pueblo egregio que el progreso guía;
y alzando el alma a Dios, me postro y oro
ante la imagen de la patria mía!
Entonces quema mi ardorosa mano,
mi corazón es fuego, mi frente arde...
¡Qué placer si desciende sobre el llano
el ala refrescante de la tarde!
II
La aurora es la belleza que deslumbra,
la juventud, el canto, la armonía;
la tarde es un ensueño en la penumbra,
el beso de la noche con el día.
La tarde de la Pampa misteriosa
no es la tarde del bosque ni del prado
es más triste, más bella, más grandiosa,
más dulce muere bajo el sol dorado.
Ni un rumor escucháis, ningún ruido
en la vasta planicie solitaria,
sólo un vago y dulcísimo gemido
como el ruego postrer de una plegaria.
Cual el perfume de la flor, abierta65
a los besos del céfiro que gira,
el alma se desprende, flota incierta,
y con las ondas de la luz espira.
El cuerpo desfallece; la mirada,
como el ave en la mar, sin rumbo vuela,
sigue la nube errante, y fatigada
la paz profunda de la noche anhela.
Aspiráis de ese cuadro misterioso
una dulce ideal melancolía;
el corazón, latiendo silencioso,
parece que desmaya con el día.
Sentís volar a la memoria errantes
recuerdos de un dolor que no se nombra,
fantasmas y quimeras vacilantes
que corren a ocultarse entre la sombra.
Veis surgir, con el alma estremecida,
los seres que en el mundo habéis amado,
su sonrisa, su voz, su voz querida,
como un largo sollozo del pasado.
Llega la hora sublime.... aquel instante
en que la luz entre la sombra oscila,
en que el mundo desmaya suspirante
y el alma vuela a su Creador tranquila.
¡A ese instante de unción, no hay quien resista!
Eleva al ignorante, eleva al sabio
estático quedáis, fija la vista,
con el nombre de Dios sellado el labio...
III
Esperáis un momento... Ya la sombra
sobre llano sin luz rápida avanza,
y se agrupan y ruedan en su alfombra
las nubes de la noche, en lontananza.
Entonce el trueno, retumbando lejos,
hiere las brisas que en silencio vagan;
y súbitos y pálidos reflejos
plomizos velos descubrir amagan.
Esperáis un momento... ¡Centellea
la tempestad que se alza a vuestro paso!
¡El ala del relámpago chispea
sobre el tétrico fondo del ocaso!
Y rodando mil nubes agrupadas,
empujan otras y otras de soslayo,
rasgan su seno, y túrbidas y airadas
vivaz arrojan a la tierra el rayo.
Los relámpagos, vibrantes,
difundidos en ráfagas violentas,
parecen las miradas centelleantes
del Genio colosal de las tormentas.
Sentís hervir la sangre, y os parece
que, rota vuestra vida, endeble palma,
en las alas del viento se estremece
libre y audaz y en plenitud vuestra alma.
¡Oh, qué placer!... El pecho, palpitante,
entreabre vuestra boca... ¿dais un grito?
¡Lo prolongan los ecos al instante!
¡Lo contesta tronando el infinito!
Imágenes soberbias, atrevidas,
el alma llenan de visiones grandes:
¡Se sueña, tras las nubes encendidas,
el Dios del Sinaí sobre los Andes!
O, rasgando los velos del santuario,
se descubre de súbito a la mente,
la fecunda tragedia del Calvario,
eterna lumbre del remoto Oriente.
Y envuelto en una atmósfera sin nombre,
se quiebra el trueno en vuestra frente erguida...
Así concibo en mi delirio al hombre,
¡figura colosal!...¡rey de la vida!
¡Dadme la Pampa así! ¡Súbito el rayo
centelleé en mi frente y zumbe luego!
¡La tempestad no es sueño, no es desmayo
es vida, es trueno, es luz, es fiebre, es fuego!
SEMEJANZAS
Brisa que en medio de la selva canta,
apacible rumor del oleaje,
es el susurro de su blanco traje
al deslizarse su ligera planta.
Luz de la estrella que al caer la tarde
de moribunda palidez se viste,
es el reflejo cariñoso y triste
que en los cristales de sus ojos arde.
Luna del seno de la mar naciente,
que va escalando, en silencioso vuelo,
y con tranquila majestad, el cielo,
es el relieve de su tersa frente.
Plácido arrullo, que ocultar no sabe
de la paloma la ignorada pena,
y en el silencio de los bosques suena,
es la armonía de su voz suave.
Cielo sin nubes que a la tierra envía
la luz y el fuego de su sol fecundo,
cielo sin nubes de un azul profundo,
es el cariño de la amada mía.
EL SEÍBO
Yo tengo mis recuerdos asidos a tus hojas,
yo te aino como se ama la sombra del hogar,
risueño compañero del alba de mi vida,
seíbo esplendoroso del regio Paraná.
Las horas del estío pasadas a tu sombra,
pendiente de tus brazos mi hamaca guaraní,
eternas vibraciones dejaron en mi pecho,
tesoro de armonías que llevo al porvenir.
Y muchas veces, muchas, mi frente enardecida,
tostada por el rayo del sol meridional,
brumosa con la niebla de luz del pensamiento,
buscó bajo tu copa frescura y soledad.
Allí, bajo las ramas nerviosas y apartadas,
teniendo por doseles tus flores de carmín,
también su hogar aéreo suspenden los boyeros,
columpio predilecto del céfiro feliz.
Se arrojan en tus brazos, pidiéndoles apoyo,
mil suertes de lanas de múltiple color;
y abriendo victorioso tus flores carmesíes,
guirnalda de las islas, coronas su mansión.
Recuerdo aquellas ondas azules y risueñas
que en torno repetían las glorias de tu sien,
y aquellas que el pampero, sonoras y tendidas,
lanzaba cual un manto de espumas a tu pie.
Evoco aquellas tardes doradas y tranquilas,
cargadas de perfumes, de cantos y de amor,
en que los vagos sueños que duermen en el alma
despiertan en las notas de blanda vibración.
Entonces los rumores que viven en tus hojas,
confunden con las olas su música fugaz,
y se oyen de las aves los vuelos y los roces,
vagando entre las cintas del verde totoral.
¡Momentos deliciosos de olvido, de esperanza!
¡Destellos que iluminan la hermosa juventud!
¡Aquí es donde se sueña la virgen prometida
y es lumbre de sus ojos la ráfaga de luz!
Amigo de la infancia, te pido de rodillas
que el día en que a mi amada la sirvas de dosel,
me des una flor tuya, la flor mejor abierta,
para ceñir con ella la nieve de su sien.
¡Que nunca Dios me niegue tu sombra bienhechora,
seíbo de mis islas, señor del Paraná!
¡Que pueda con mis versos dejar contigo el alma
viviendo de tu vida, gozando de tu paz!
¡Ah! ¡Cuando nada reste de tu cantor y seas
su solo monumento, su pompa funeral,
yo sé que en la corteza de tu musgoso tronco
alguna mano amiga mi nombre ha de grabar!
SOMBRA
¿Has podido dudar del alma mía?
¿De mí que nunca de tu amor dudé?
¡Dudar! ¡Cuando eres mi naciente día,
mi solo orgullo, mi soñado bien!
¡Dudar! ¡Sabiendo que en tu ser reposa
cuanta esperanza palpitó en mi ser,
y que mis sueños de color de rosa
el ala inclinan a besar tu sien!
Por eso, lleno de profundo anhelo,
me oyó la tarde, divagando ayer,
decir al valle, preguntar al cielo:
¿Por qué ha dudado de mi amor, por qué?
La luz rosada de la tarde bella,
huyó a mis pasos para no volver;
y la naciente, luminosa estrella,
veló sus rayos para huir también.
Y mudo, triste, solitario, errante,
el alma enferma, por primera vez,
hundí en la sombra, y se apagó un instante
la luz celeste de mi antigua fe.
Perdido en medio de la noche en calma,
brumoso el río que nos vio nacer,
de alzar el vuelo a la región del alma
sentí la viva, la profunda sed.
¡Fugaz deseo! Tu inmortal cariño
ardió en la noche, y en su llama cruel
la mariposa de mi amor de niño
quemó sus alas y cayó a tus pies.
A UNA POETISA LUSITANA
Pues las pides, en tu busca
van mis flores ignoradas,
con su modesto perfume
y risueñas esperanzas.
No temas, no, que en sus hojas
tu labio encuentre al besarlas,
ni punzadoras espinas,
ni amarga ofrenda de lágrimas.
No temas, porque han crecido
bajo el amparo del alba,
a la margen de mis ríos,
mirando cielos de nácar.
En sus diversos colores
y en su pureza sin mancha,
llevan débiles reflejos
de los astros de mi patria.
Son humildes, pero tienen
infantiles arrogancias,
cierto orgullo de ser hijas
predilectas de la Pampa
y celosas mensajeras
de mi tierra americana.
Si los vientos de la Europa,
desdeñosos, sesga el ala,
no acarician nunca el seno
de mis pobres expatriadas,
guárdalas en tu santuario,
tierna virgen lusitana,
guárdalas para corona
de tus sienes inspiradas,
donde, lejos de mi tierra,
vivan cerca de tu alma.
Si en las tardes del Mondego,
o del Duero en las mañanas,
estremece tu alma virgen
tierna música de cañas,
y del nido de tus labios
vuela en versos tu plegaria,
acuérdate del que un día,
en las márgenes del Plata,
enseñó tu dulce nombre
a las cuerdas de su arpa.
HOJAS
¿Ves aquel sauce, bien mío,
que, en doliente languidez,
se inclina al cauce sombrío,
enamorado tal vez
de las espumas del río?
¿Oyes el roce constante
de su ramaje sediento,
y aquel suspiro incesante
que de su copa oscilante
arranca tímido el viento?
Mañana, cuando sus rojas
auroras pierda el estío,
lo verás, húmedo y frío,
ir arrojando sus hojas
sobre la espuma del río;
¡Y que ella, en rizos livianos
llevando la hoja caída,
las selvas cruza y los llanos...
para dejarla sin vida
en los recodos lejanos!
¡Ah! ¡cuán ingrata serías,
y cuán hondo mi dolor,
si estas hojas, que son mías,
abandonara, ya frías,
como la espuma, tu amor!
UN CUENTO DE LAS OLAS
A Celmira Jurado
¿Quién no ha visto en las orillas
del hermoso Paraná,
esa banda, siempre verde,
siempre móvil del juncal?
En las horas de la siesta,
cuando todo duerme en paz,
en las cuerdas de esa lira
van las olas a cantar.
Almas buenas y sencillas,
venid todas, y escuchad
lo que dicen esas olas
en el arpa del juncal.
Cuando el delta en muda calma
bajo el sol de Enero está,
y el silencio es más sensible
porque arrulla la torcaz,
Ellas cuentan una historia
que repiten sin cesar,
una historia en que hay un nido
y un cantor del Paraná.
Sucedió que en varios juncos
reunidos en un haz,
con totoras y hojas secas
hizo nido un cardenal.
¡Con qué orgullo miró el ave,
bajo el sol primaveral,
sobre el agua movediza
columpiándose, su hogar!
Una rama de un seíbo,
inclinada hacia el raudal,
le dio sombras, flores rojas...
cuanto un árbol puede dar.
Y extendiendo hasta aquel nido
largo vástago un rosal,
fue en sus bordes, la mejilla
de una rosa a reclinar.
¡Qué contenta estaba el ave!
¡Qué prodigio musical
era entonces su garganta!
¡Qué inquietudes y qué afán!...
Pasó el tiempo. En el estío
los polluelos no son ya
tan pequeños, y hasta suelen
breves trinos ensayar.
Pero el río fue creciendo,
fue creciendo más y más,
y hubo un día en que una ola
saltó al seno del hogar.
¡Qué aleteos bulliciosos
les produjo el golpe audaz!...
siempre ha sido de la infancia
festejar la tempestad.
Recio viento de los llanos
una tarde hirió la faz,
con el choque de sus alas,
del soberbio Paraná;
Y las olas, irritadas,
empinándose a luchar,
en espuma convirtieron
su serena majestad.
¡Cómo duermen los pequeños
mientras brama el huracán
y las ondas los salpican
con su polvo de cristal!
Se vio el nido estremecerse,
y a su empuje, vacilar,
mas sus crestas no alcanzaron
a la altura del juncal.
Pues si el río fue creciendo
cada día más y más,
él también fue levantando
sus varillas a la par.
Almas buenas y sencillas
que en la tierra hacéis hogar,
elegidlo con la ciencia
del pintado cardenal.
VISIÓN
Se sueña, se presiente, se adivina,
estremécese el labio y no la nombra;
el alba la ve huir de la colina
velada entre los pliegues de la sombra.
Espira el melancólico perfume
de la rosa en un féretro olvidada;
se deshace en incienso, se consume
a la rápida luz de una mirada.
Hermana de la tarde, pensativa
en el fondo del valle resplandece;
un instante deslumbra, y fugitiva
en el pálido azul se desvanece.