Poemas de Esteban Echeverría
WEBMASTER: Justo S. Alarcón
ÍNDICE
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Himno del dolor | |
Al corazón | La ausencia |
La Diamela | A una lágrima |
El desamor | El aroma |
Serenata | La lágrima |
HIMNO AL DOLOR
Nihil in terra sine causa fit, & de humo
non oritur dolor.
Quae prius nolebat tangere anima mea,
nunc prae angustia, cibi mei sunt.
JOB
Nada se hace en la tierra sin motivo, y de
la tierra no nace el dolor.
Las cosas, que antes no quería tocar mi
alma, ahora por la congoja son mi
comida.
JOB
Devora fiera insaciable,
monstruo, o demonio execrable,
que avasallas la creación;
devora como lo has hecho,
si no te hallas satisfecho,
con furor aún más deshecho,
mi robusto corazón.
Cebe, cebe en mis entrañas,
con más rencorosas sañas
tu furia el diente voraz;
y en ellas continuo asida,
como el cáncer a la herida,
lo que me resta de vida
consuma en su afán tenaz.
Roe, roe; -tu constancia
no abatirá mi arrogancia,
ni mi orgullo tu furor.
Nada, nada desconhorta
un corazón que conforta
alma grande, a quien importa
poco, placer, mundo, amor.
Roe, roe, y en mi seno
tu mortífero veneno
derrama: -no he de gemir;
y cual Jacob, sin testigo,
contra el ángel enemigo,
lucharé firme contigo
hasta vencer o morir.
No temas, no, que me espante
tu fuerza y poder gigante,
aunque frágil caña soy.
Mi alma es símil a la roca
cuya frente al cielo toca,
y la tempestad provoca
siendo mañana, lo que hoy.
Hollada la sierpe, vibra
su dardo, hiere y se libra
del villano pie veloz;
o sobre el tigre, enroscando
su flexible cuerpo blando
lucha incansable, burlando
su instinto y saña feroz.
Devora: -tu fiero brío
yo provoco y desafío
armado de mi razón;
yo masa de vil arcilla,
yo flor que un soplo amancilla,
trama débil y sencilla,
despojo de la creación.
Yo miserable gusano,
luz que alienta efluvio vano,
insecto, chispa mortal;
yo, menos que un ente aerio
yo, esclavo vil de tu imperio,
yo polvo, nada, misterio...
Nacido en hora fatal.
Yo te provoco: -descarga
sobre mí con mano larga
tus iras: -yo callaré;
y sellando como el sabio
a toda queja mi labio,
cual firme monte a tu agravio
inmóvil siempre estaré.
Yo te provoco: -Dios eres
Dios terrible que a los seres
impones tu dura ley;
Dios que su furia sedienta
con gemidos alimenta,
como el oso su cruenta
zarpa en indefensa grey.
Dios inexorable y fuerte
que divides con la muerte
el vasto imperio del mal;
desde que el hombre perverso,
en oscuro día adverso,
fue lanzado al universo
del crimen con la señal.
Yo te provoco: -al infierno
pide su penar eterno,
su angustia y noche sin fin;
su exquisito sentimiento,
el vivaz remordimiento,
la congoja y el tormento
del soberbio serafín.
Pídele con sus delirios
sus indecibles martirios,
el hielo y llama voraz;
la sed, la rabia y despechos
de los más précitos pechos,
y aquellos marmóreos lechos
do no hay sueño ni solaz.
Pide también a la tierra
cuantos dolores encierra,
cuanto ha, y debe padecer;
y sobre mí con violencia
lanza toda su inclemencia:
que de mi alma la excelencia
no se dejará vencer.
Yo te provoco: -cuatro años
los tormentos más extraños
probaste iracundo en mí;
agotando de mi vida,
de mi juventud florida
la fuente excelsa, que henchida
los de un mundo de glorias vi.
Yo te provoco: -cuatro años
de mil y mil desengaños
me hiciste apurar la hiel;
y en un Páramo desierto,
do todo era negro y yerto,
me dejaste al descubierto
presa de borrasca cruel.
Yo te provoco: -tu mano
de mis fatigas temprano
la copiosa mies cegó,
dejándome los abrojos,
para doblar mis enojos,
y el recuerdo y los despojos
de un tiempo feliz que huyó.
Yo te provoco: -¿qué males,
qué ansias o penas fatales
me podrán sobrevenir,
que no haya firme sufrido?
¿Qué pasión no habré sentido?
¿Qué idea no habré podido
grande o noble concebir?
Mi espíritu en su carrera
ha recorrido la esfera
de lo terrestre y lo ideal;
visto su forma desnuda,
y sondado sin ayuda
los abismos de la duda,
del bien, la vida y el mal.
Cuando los otros insanos
a pasatiempos livianos
el juvenil brío dan;
y en el labio la sonrisa,
con inquietud indecisa,
flores de la vida a prisa
deshojando torpes van.
Mi corazón de tormentas
desatadas y violentas
sufrido había el rigor;
y laso en un solo día,
muerto al placer y alegría,
dicho, en su congoja, había
adiós eterno al amor.
En la edad en que sin tino
del error por el camino
mueve tropezando el pie
la turba insana, y apura,
sumida en tiniebla oscura,
del placer la copa impura
que vacía siempre ve:
ya mi espíritu ambicioso
para su ardor generoso
buscaba un nuevo manjar;
y en sus vuelos soberanos,
libre de lazos mundanos,
de la creación los arcanos
osaba altivo indagar.
Como en un espejo terso,
reflejaba el universo
sus maravillas en él;
nada, nada se encubría
a la inteligencia mía,
y mi ardiente fantasía
era un mágico pincel.
Gloria, gloria era el acento
que en el cielo, tierra y viento
yo escuchaba resonar;
gloria mi pecho exhalaba,
gloria durmiendo soñaba,
y su fantasma miraba
doquier como astro brillar.
Ella me llevara ufano
a contemplar del Oceano
el tempestuoso furor;
ella entre cultas naciones
a buscar dignas lecciones
de graves meditaciones;
nuevo alimento a mi ardor.
¿Dónde se fue tanto sueño,
porvenir tan halagüeño,
tanta sublime pasión?
¡Dolor impío! -Triunfante
tu brazo asoló pujante,
el edificio gigante,
que labrara mi ambición.
Tú agotando, poco a poco,
has ido el ardiente foco
de luz que mi alma abrigó;
y con tu soplo de muerte
convirtiendo en masa inerte
una edad joven y fuerte,
que mil frutos prometió.
¿Qué esperanza me has dejado,
qué idea no has sofocado
en mi espíritu al nacer?
¿Qué pasión o sentimiento
no me has trocado en tormento?
¿Qué amor o contentamiento
en hastío o desplacer?
¿Qué ilusión o dulce engaño
en funesto desengaño?
¿Qué dicha en triste pesar?
¿De qué angustia no has cercado
mi corazón desolado?
¿Qué lágrima no has helado
en mis ojos al brotar?
Nobles y grandes pasiones,
pensamientos y visiones
sublimes, gran porvenir;
estudio, vigilias largas,
siempre fastidiosas cargas
para débil cuerpo, amargas
horas de oscuro vivir,
y de frío desaliento;-
todo, todo en un momento
¡oh inescrutable Dolor!
para mí estéril ha sido,
grano en el agua esparcido;
y en fuente lo has convertido
de despecho y amargor.
¿Qué aflicción o desventura
podrá parecerme dura?
¿Qué puedes robarme ya?
¿Qué placer del mundo activo
puede tener atractivo
para mi pesar esquivo?
¿Qué llenar mi alma podrá?
Ven, ven ¡oh Dolor terrible!
De tu poder invisible
haz un nuevo ensayo en mí;
verás que una alma arrogante
es como el duro diamante,
que siempre brilla flamante
sin admitir mancha en sí.
Ven ¡oh Dolor! en silencio;
ven, pues ya te reverencio
como a genio bienhechor,
que mueve influjo divino;
no cual numen que previno
inexorable destino
para venganza y terror.
Como animando la tierra
el aire impuro destierra
con su ardiente rayo el sol;
así tú, ¡oh Dolor fecundo!
lacerando el cuerpo inmundo,
que se ase reptil al mundo,
eres del alma el crisol.
Tu intensa llama le aplicas,
la limpias y purificas
de la escoria material;
sublimando la excelencia
de su peregrina esencia,
hasta darle una potencia
divina, excelsa, inmortal.
Tú pruebas su fortaleza,
su constancia y su grandeza
en el yunque del sufrir;
el triunfo glorificando
del que contigo luchando
sufre y calla, sofocando
de sus huesos el gemir.
Sin tu influjo, el hombre henchido
de vanidad, sumergido
yace en el mar del placer;
y cree en su delirio ufano,
cuando se arrastra gusano,
tierra y cielo soberano
sujetar a su poder.
Ven, que tal vez atesora
alguna fibra sonora
mi pecho aun lleno de ardor;
que a tu inhumana porfía
exhalará una armonía
capaz de darme alegría,
y de vencerte ¡oh Dolor!
Ven luego; que una alma noble
firme, incontrastable, inmoble
es contra la adversidad;
como el Oceano sublime
que de ley común se exime,
y en cuya frente no imprime
mancilla el tiempo, ni edad.
(Septiembre, 1834)
AL CORAZÓN
Quis det ut veniat petitio mea; & quod expecto,
tribuat mihi Deus?
JOB
¿Quién diese que se cumpliera mi petición; y que
Dios me concediera lo que espero?
JOB
¿Qué corazón es el mío?
¡Oh Dios que riges los mundos!
con la ley de tu albedrío,
cuyos designios profundos
¡no me es dado penetrar!
¿Qué misterio, arcano, abismo
es éste que ni yo mismo
me atrevo; ¡oh Dios! a sondar?
¿Cuándo su volcán se apaga?
¿Cuándo su hondura se llena?
¿Cuándo la tormenta aciaga
de sus pasiones serena
podré ver y no sufrir?
¿Cómo es que nada le sacia,
si ha perdido la eficacia
para gozar y sentir?
¿Cómo al cúmulo de males
que con porfía violenta
como furias infernales
le acosan, no se revienta
ni exhala un solo clamor?
¿Cómo no vierte siquiera
una lágrima ligera
para amortiguar su ardor?
¿Cómo cabe entre mi pecho,
cuando su vuelo atrevido
halla el universo estrecho,
desprecia lo conseguido,
y sin cesar pide más?
¿Cómo sufre, calla, anhela
se roe a sí mismo, y vela
sin fatigarse jamás?
Vuelvo la vista azorado
como náufrago en el puerto
al borrascoso pasado,
y encuentro todo desierto,
todo triste y funeral;
miro atónito delante,
y ni la luz vacilante
veo de astro divinal.
¿Qué quiere pues, ¡oh Dios mío!
mi corazón insaciable,
en su loco desvarío;
si en la sirte miserable
todo su caudal perdió?
¿Qué quiere si ya la tierra
nada en su extensión encierra
semejante a lo que vio?
¿Acaso en región luciente
guardas ¡oh Dios poderoso!
algo que el alma presiente,
algún tesoro precioso
que deba en vano desear;
y que la mía ambiciona,
como la excelsa corona
de su incansable afanar?
Parece que el hombre errante,
como triste peregrino,
marcha con pie vacilante,
sin saber por qué camino,
en pos de alguna visión;
de paso echa una mirada,
sin arraigar aquí a nada
su voluble corazón.
Pero ¡infeliz! marcha en vano,
tropieza, cae, se fatiga,
maldice su error insano,
y a veces su sed mitiga
con lágrimas de dolor;
hasta que una mano yerta
viene, lo toca, y despierta
despechado del sopor.
Mas yo continuo luchando
con un genio incontrastable,
con mi corazón, sudando,
al destino irrevocable
obedezco a mi pesar;
y no puedo en mi ansia fiera
ni una lágrima siquiera
para alivio derramar.
¿Qué es esto? ¡Oh Dios! ¿Por qué ha sido
para mí tu ley más dura?
¿Por qué hacerme habéis querido
blanco de la desventura
formándome un corazón
tan indómito y sediento,
que batallando violento
siempre está con mi razón?
Pero nada me respondes
Dios clemente y soberano:
¿por qué tu auxilio me escondes
y me dejas en oceano
de dudas siempre fluctuar?
¿Por qué un rayo de luz pura
no me abre senda segura
para poder descansar?
No te pido ¡oh Dios! riqueza,
felicidad, poderío
gloria, deleites, grandeza;-
manjares que dan hastío,
y nunca pueden saciar:
sólo quiero olvido eterno,
y algo que pueda el infierno
de mis pasiones calmar.
(Junio, 1835)
CANCIONES
Melodía sonora, e concertada,
suave a letra, angélica a soada.
(CAMOENS)
I
LA AUSENCIA
Fuese el hechizo
del alma mía,
y mi alegría
se fue también:
en un instante
todo he perdido,
¿dónde te has ido
mi amado bien?
Cubrióse todo
de oscuro velo,
el bello cielo,
que me alumbró;
y el astro hermoso
de mi destino,
en su camino
se oscureció.
Perdió su hechizo
la melodía,
que apetecía
mi corazón.
Fúnebre canto
sólo serena
la esquiva pena
de mi pasión.
Doquiera llevo
mis tristes ojos,
hallo despojos
del dulce amor;
doquier vestigios
de fugaz gloria,
cuya memoria
me da dolor.
Vuelve a mis brazos
querido dueño,
sol halagüeño
me alumbrará;
vuelve tu vista,
que todo alegra,
mi noche negra
disipará.
II
LA DIAMELA
Dióme un día una bella porteña,
que en mi senda pusiera el destino,
una flor cuyo aroma divino
llena el alma de dulce embriaguez;
me la dio con sonrisa halagüeña,
matizada de puros sonrojos,
y bajando hechicera los ojos,
incapaces de engaño y doblez.
En silencio y absorto toméla
como don misterioso del cielo,
que algún ángel de amor y consuelo
me viniese, durmiendo, a ofrecer;
en mi seno inflamado guardéla,
con el suyo mezclando mi aliento,
y un hechizo amoroso al momento
yo sentí por mis venas correr.
Desde entonces, do quiera que miro
allí está la diamela olorosa,
y a su lado una imagen hermosa
cuya frente respira candor;
desde entonces por ella suspiro,
rindo el pecho inconstante a su halago,
con su aroma inefable me embriago,
a ella sola consagro mi amor.
III
A UNA LÁGRIMA
Si la magia del arte
cristalizar pudiera,
esa gota ligera
de origen celestial;
en la más noble parte
del pecho la pondría:
ningún tesoro habría
en todo el orbe igual.
Por ella amor se inflama,
por ella amor suspira,
ella a la par inspira
ternura y compasión:
su luz es como llama
del cielo desprendida,
que infunde al mármol vida,
penetra el corazón.
¡Quién mira indiferente
la lágrima preciosa
que vierte generosa
la sensibilidad!
Su brillo, transparente
del alma el fondo deja,
y hasta el matiz refleja
de la felicidad.
Permite que recoja
esa preciosa perla;
los ángeles al verla
mi dicha envidiarán:
amor en su congoja,
para calmar enojos,
en tus divinos ojos
puso ese talismán.
IV
EL DESAMOR
Acongojada mi alma
día y noche delira,
el corazón suspira
por ilusorio bien;
mas las horas fugaces
pasan en raudo vuelo,
sin que ningún consuelo
a mi congoja den.
Entre mis venas corre
sutil, ardiente llama,
que sin cesar me inflama,
y llena de dolor.
Pero una voz secreta
me dice: ¡infortunada!
Vivirás condenada
a eterno desamor.
Como muere la antorcha
escasa de alimento,
así morir me siento
en mi temprano albor:
ningún soplo benigno
da vigor a mi vida,
pues vivo sumergida
en triste desamor.
Como fatuo destello
que brilla y se evapora,
se disipó en su aurora
el astro de mi amor:
fuese con él mi dicha,
fuese con él mi calma;
quedóle sólo a mi alma
perpetuo desamor.
V
EL AROMA
Flor dorada que entre espinas
tienes trono misterioso,
¡cuánto sueño delicioso
tú me inspiras a la vez!
En ti veo yo la imagen
de la hermosa que me hechiza,
y mi afecto tiraniza,
con halago y esquivez.
El espíritu oloroso
con que llenas el ambiente,
me penetra suavemente
como el fuego del amor;
y rendido a los encantos
de amoroso devaneo,
un instante apurar creo,
de sus labios el dulzor.
Si te pone ella en su seno,
que a las flores nunca esquiva,
o te mezcla pensativa
con el cándido azahar;
tu fragancia llega al alma
como bálsamo divino,
y yo entonces me imagino
ser dichoso con amar.
V [I]
SERENATA
Al bien que idolatro busco
desvelado noche y día,
y la esperanza me lleva
tras su imagen fugitiva,
prometiéndome engañosa
felicidades y dichas:
Ángel tutelar que guardas
su feliz sueño, decidla
las amorosas endechas
lo que mi guitarra suspira.
Sobre el universo en calma
reina la noche sombría,
y las estrellas flamantes
en el firmamento brillan:
todo reposa en la tierra
sólo vela el alma mía.
Ángel tutelar que guardas
su feliz sueño, decidla,
las amorosas endechas
que mi guitarra suspira.
Como el ciervo enamorado
busca la cierva querida,
que de sus halagos huye
desapiadada y esquiva;
así yo corro afanoso
en pos del bien de mi vida.
Ángel tutelar que guardas
su feliz sueño, decidla,
las amorosas endechas.
El contento me robaste
con tu encantadora vista,
y sin quererlo te hiciste
de un inocente homicida:
vuélvele la paz al menos
con tu halagüeña sonrisa.
Ángel tutelar que guardas
su feliz sueño, decidla,
las amorosas endechas
que mi guitarra suspira.
VII
LA LÁGRIMA
Enjuga, enjuga esa preciosa perla
que para herir cristalizó el amor:
ella deslumbra el corazón que al verla
hierve de nuevo en criminal ardor.
No venga, no, de tus hermosos ojos
astros de vida el brillo a oscurecer;
no venga infausta a presagiar enojos,
ni amortiguar tu bello rosicler.
Chispa divina del sagrado fuego
que infundió a tu alma celestial piedad
ella es, y deja al desdichado ciego
que vaga envuelto en triste oscuridad.
¿Por qué llorar? De las pasiones fieras
tú no has sentido el devorante ardor;
siempre te halagan auras lisonjeras,
nunca te asalta el frígido escozor.
¿Por qué llorar? Un misterioso velo
te encubre aún arcanos del vivir;
tu alma es más pura que la luz del cielo,
todo a tu anhelo miras sonreír.
¿Por qué llorar? Impresa en la memoria
no llevas, no, la sombra del pesar;
gozas de un ángel la inefable gloria,
tu sueño guarda un ángel tutelar.
Mas ¡ay! que veo tu pupila ardiente
toda anegada en lloro virginal;
mas ¡ay! que asoma en tu lozana frente
del infortunio el precursor fatal.
Dale a mi mano el enjugar tus ojos;
mas ¡ah! que vierten fuego abrasador:
y yo insensato, para más enojos,
ni llorar puedo ni sentir amor.