Rubén Darío.
(1867 -1916 )
Comienzos
Fue el primer hijo del
matrimonio formado por Manuel García y Rosa Sarmiento, quienes se habían casado
en León el 26 de abril de 1866, tras conseguir las dispensas eclesiásticas
necesarias, pues se trataba de primos segundos. Sin embargo, la conducta de
Manuel, aficionado en exceso al alcohol y a las prostitutas, hizo que Rosa, ya
embarazada, tomara la decisión de abandonar el hogar conyugal y refugiarse en la
ciudad de Metapa, en la que dio a luz a su hijo, Félix Rubén. El matrimonio
terminaría por reconciliarse, e incluso Rosa llegó a dar a luz a otra hija de
Manuel, Cándida Rosa, quien murió a los pocos días. La relación se volvió a
deteriorar y Rosa abandonó a su marido para ir a vivir con su hijo en casa de
una tía suya, Bernarda Sarmiento, que vivía con su esposo, el coronel Félix
Ramírez Madregil, en la misma ciudad de León. Rosa Sarmiento conoció poco
después a otro hombre, y estableció con él su residencia en San Marcos de Colón,
en el departamento de Choluteca, en Honduras.
Aunque según su fe de bautismo el primer
apellido de Rubén era García, la familia paterna era conocida desde generaciones
por el apellido Darío. El propio Rubén lo explica en su autobiografía:
Según lo que algunos ancianos de aquella
ciudad de mi infancia me han referido, un mi tatarabuelo tenía por nombre Darío.
En la pequeña población conocíale todo el mundo por don Darío; a sus hijos e
hijas, por los Daríos, las Daríos. Fue así desapareciendo el primer apellido, a
punto de que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío; y ello, convertido en
patronímico, llegó a adquirir valor legal; pues mi padre, que era comerciante,
realizó todos sus negocios ya con el nombre de Manuel Darío [...][1]
La catedral-basílica de la Asunción, en
la ciudad de León, en la que transcurrió la infancia del poeta. Sus restos se
encuentran sepultados en esta iglesia. La niñez de Rubén Darío transcurrió en la
ciudad de León, criado por sus tíos abuelos Félix y Bernarda, a quienes
consideró en su infancia sus verdaderos padres (de hecho, durante sus primeros
años firmaba sus trabajos escolares como Félix Rubén Ramírez). Apenas tuvo
contacto con su madre, que residía en Honduras, ni con su padre, a quien llamaba
"tío Manuel".
Sobre sus primeros años hay pocas noticias, aunque se sabe que a la muerte del
coronel Félix Ramírez, en 1871, la familia pasó apuros económicos, e incluso se
pensó en colocar al joven Rubén como aprendiz de sastre. Según su biógrafo
Edelberto Torres, asistió a varias escuelas de la ciudad de León antes de pasar,
en los años 1879 y 1880, a educarse con los jesuitas.
Lector precoz (según su propio
testimonio aprendió a leer a los tres años[2] ), pronto empezó también a
escribir sus primeros versos: se conserva un soneto escrito por él en 1879, y
publicó por primera vez en un periódico poco después de cumplir los trece años:
se trata de la elegía Una lágrima, que apareció en el diario El Termómetro, de
la ciudad de Rivas, el 26 de julio de 1880. Poco después colaboró también en El
Ensayo, revista literaria de León, y alcanzó fama como "poeta niño". En estos
primeros versos, según Teodosio Fernández[3] sus influencias predominantes eran
los poetas españoles de la época Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce y Ventura de
la Vega. Más adelante, sin embargo, se interesó mucho por la obra de Víctor
Hugo, que tendría una influencia determinante en su labor poética. Sus obras de
esta época muestran también la impronta del pensamiento liberal, hostil a la
excesiva influencia de la Iglesia católica, como es el caso su composición El
jesuita, de 1881. En cuanto a su actitud política, su influencia más destacada
fue el ecuatoriano Juan Montalvo, a quien imitó deliberadamente en sus primeros
artículos periodísticos.[4] Ya en esta época (contaba catorce años) proyectó
publicar un primer libro, Poesías y artículos en prosa, que no vería la luz
hasta el cincuentenario de su muerte. Poseía una superdotada memoria, gozaba de
una creatividad y retentiva genial, y era invitado con frecuencia a recitar
poesía en reuniones sociales y actos públicos.
En diciembre de ese mismo año se
trasladó a Managua, capital del país, a instancias de algunos políticos
liberales que habían concebido la idea de que, dadas sus dotes poéticas, debería
educarse en Europa a costa del erario público. No obstante, el tono anticlerical
de sus versos no convenció al presidente del Congreso, el conservador Pedro
Joaquín Chamorro y Alfaro, y se resolvió que estudiaría en la ciudad
nicaragüense de Granada. Rubén, sin embargo, prefirió quedarse en Managua, donde
continuó su actividad periodística, colaborando con los diarios El Ferrocarril y
El Porvenir de Nicaragua. En la capital se enamoró de una muchacha de once años,
Rosario Emelina Murillo, con la que incluso proyectó casarse. Poco después, en
agosto de 1882, se embarcaba en el puerto de Corinto, hacia El Salvador.
En El Salvador
En El Salvador, el joven Darío fue presentado por
el poeta Joaquín Méndez al presidente de la república, Rafael Zaldívar, quien lo
acogió bajo su protección. Allí conoció al poeta salvadoreño Francisco Gavidia,
gran conocedor de la poesía francesa. Bajo sus auspicios, Darío intentó por
primera vez adaptar el verso alejandrino francés a la métrica castellana.[5] El
uso del verso alejandrino se convertiría después en un rasgo distintivo no sólo
de la obra de Darío, sino de toda la poesía modernista. Aunque en El Salvador
gozó de bastante celebridad y llevó una intensa vida social, participando en
festejos como la conmemoración del centenario de Bolívar, que abrió con la
recitación de un poema suyo, más tarde las cosas comenzaron a empeorar: pasó
penalidades económicas y enfermó de viruela, por lo cual en octubre de 1883,
todavía convaleciente, regresó a su país natal.
Tras su regreso, residió brevemente en
León y después en Granada, pero finalmente se trasladó de nuevo a Managua, donde
encontró trabajo en la Biblioteca Nacional, y reanudó sus amoríos con Rosario
Murillo. En mayo de 1884 fue condenado por vagancia a la pena de ocho días de
obra pública, aunque logró eludir el cumplimiento de la condena. Por entonces
continuaba experimentando con nuevas formas poéticas, e incluso llegó a tener un
libro listo para su impresión, que iba a titularse Epístolas y poemas. Este
segundo libro tampoco llegó a publicarse: habría de esperar hasta 1888, en que
apareció por fin con el título de Primeras notas. Probó suerte también con el
teatro, y llegó a estrenar una obra, titulada Cada oveja..., que tuvo cierto
éxito, pero que hoy se ha perdido. No obstante, encontraba insatisfactoria la
vida en Managua y, aconsejado por algunos amigos, optó por embarcarse para
Chile, hacia donde partió el 5 de junio de 1886.
En Chile
Desembarcó en Valparaíso el 23 de junio de 1886.
En Chile, gracias a recomendaciones obtenidas en Managua, recibió la protección
de Eduardo Poirier y del poeta Eduardo de la Barra. A medias con Poirier
escribió una novela de tipo sentimental, titulada Emelina, con el objeto de
participar en un concurso literario que la novela no llegó a ganar. Gracias a la
amistad de Poirier, Darío encontró trabajo en el diario La Época, de Santiago
desde julio de 1886.
En su etapa chilena, Darío vivió en condiciones muy
precarias, y tuvo además que soportar continuas humillaciones por parte de la
aristocracia del país, que lo despreciaba por su escaso refinamiento y por el
color de su piel. No obstante, llegó a hacer algunas amistades, como el hijo del
entonces presidente de la República, el poeta Pedro Balmaceda Toro. Gracias al
apoyo de éste y de otro amigo, Manuel Rodríguez Mendoza, a quien el libro está
dedicado, logró Darío publicar su primer libro de poemas, Abrojos, que apareció
en marzo de 1887. Entre febrero y septiembre de 1887, Darío residió en
Valparaíso, donde participó en varios certámenes literarios. De regreso en la
capital, encontró trabajo en el diario El Heraldo, con el que colaboró entre
febrero y abril de 1888. En el mes de julio, apareció en Valparaíso, gracias a
la ayuda de sus amigos Eduardo Poirier y Eduardo de la Barra, Azul..., el libro
clave de la recién iniciada revolución literaria modernista.
Juan Valera,
novelista y crítico literario, cuyas cartas dirigidas a Rubén Darío en el diario
El Imparcial consagraron definitivamente a Rubén Darío. Azul... recopilaba una
serie de poemas y de textos en prosa que ya habían aparecido en la prensa
chilena entre diciembre de 1886 y junio de 1888. El libro no tuvo un éxito
inmediato, pero fue muy buen acogido por el influyente novelista y crítico
literario español Juan Valera, quien publicó en el diario madrileño El
Imparcial, en octubre de 1888, dos cartas dirigidas a Rubén Darío, en las
cuales, aunque reprochaba a Darío sus excesivas influencias francesas (su
"galicismo mental", según la expresión utilizada por Valera), reconocía en él a
"un prosista y un poeta de talento". Fueron estas cartas de Valera, luego
divulgadas en la prensa chilena y de otros países, las que consagraron
definitivamente la fama de Darío.
Periplo centroamericano
Esta fama le permitió obtener el puesto de
corresponsal del diario La Nación, de Buenos Aires, que era en la época el
periódico de mayor difusión de toda Hispanoamérica. Poco después de enviar su
primera crónica a La Nación, emprendió el viaje de regreso a Nicaragua. Tras una
breve escala en Lima, donde conoció al escritor Ricardo Palma, llegó al puerto
de Corinto el 7 de marzo de 1889. En la ciudad de León fue agasajado con un
recibimiento triunfal. No obstante, se detuvo poco tiempo en Nicaragua, y
enseguida se trasladó a San Salvador, donde fue nombrado director del diario La
Unión, defensor de la unión centroamericana. En San Salvador contrajo matrimonio
civil con Rafaela Contreras, hija de un famoso orador hondureño, Álvaro
Contreras, el 21 de junio de 1890. Al día siguiente de su boda, se produjo un
golpe de estado contra el entonces presidente, el general Menéndez, cuyo
principal artífice fue el general Ezeta (que había estado presente, en calidad
de invitado, en la boda de Darío). Aunque el nuevo presidente quiso ofrecerle
cargos de responsabilidad, Darío prefirió irse del país. A finales de junio se
trasladó a Guatemala, en tanto que la recién casada permanecía en El Salvador.
En Guatemala, el presidente Manuel Lisandro Barillas estaba iniciando los
preparativos de una guerra contra El Salvador, y Darío publicó en el diario
guatemalteco El Imparcial un artículo, titulado "Historia negra", denunciando la
traición de Ezeta.
En diciembre de 1890 le fue encomendada la dirección de un
periódico de nueva creación, El Correo de la Tarde. Ese mismo año publicó en
Guatemala la segunda edición de su exitoso libro de poemas Azul...,
sustancialmente ampliado, y llevando como prólogo las dos cartas de Juan Valera
que habían supuesto su consagración literaria (desde entonces, es habitual que
las cartas de Valera aparezcan en todas las ediciones de este libro de Rubén
Darío). En enero del año siguiente, su esposa, Rafaela Contreras, se reunió con
él en Guatemala, y el 11 de febrero contrajeron matrimonio religioso en la
catedral de Guatemala. En junio, el diario que dirigía Darío, El Correo de la
Tarde, dejó de percibir la subvención gubernamental, y tuvo que cerrar. Darío
optó por probar suerte en Costa Rica, y se instaló en agosto de ese año en la
capital del país, San José. En Costa Rica, donde apenas era capaz de sacar
adelante a su familia, agobiado por las deudas a pesar de algunos empleos
eventuales, nació su primer hijo, Rubén Darío Contreras, el 12 de noviembre de
1891.
Viajes
Al año siguiente, dejando a su familia en Costa Rica, marchó a Guatemala, y
luego a Nicaragua, en busca de mejor suerte. Inesperadamente, el gobierno
nicaragüense lo nombró miembro de la delegación que ese país iba a enviar a
Madrid con motivo del cuarto centenario del descubrimiento de América, lo que
para Darío suponía ver realizado su sueño de viajar a Europa.
En el viaje hacia España hizo escala en
La Habana, donde conoció al poeta Julián del Casal, y a otros artistas, como
Aniceto Valdivia y Raoul Cay. El 14 de agosto de 1892 desembarcó en Santander,
desde donde siguió viaje por tren hacia Madrid. Entre las personalidades que
frecuentó en la capital de España están los poetas Gaspar Núñez de Arce, José
Zorrilla y Salvador Rueda, los novelistas Juan Valera y Emilia Pardo Bazán, el
erudito Marcelino Menéndez Pelayo, y varios destacados políticos, como Emilio
Castelar y Antonio Cánovas del Castillo. En noviembre regresó de nuevo a
Nicaragua, donde recibió un telegrama procedente de San Salvador en que se le
notificaba la enfermedad de su esposa, que falleció el 23 de enero de 1893.
A comienzos de 1893, Rubén permaneció en
Managua, donde renovó sus amoríos con Rosario Murillo, cuya familia le obligó a
contraer matrimonio con la joven.[6] En abril viajó a Panamá, donde recibió la
noticia de que su amigo, el presidente colombiano Miguel Antonio Caro le había
concedido el cargo de cónsul honorífico en Buenos Aires. Dejó a Rosario en
Panamá, y emprendió el viaje hacia la capital argentina. Antes de llegar, pasó
brevemente por Nueva York, ciudad en la que conoció al ilustre poeta cubano José
Martí, con quien le unían no pocas afinidades; y realizó su sueño juvenil de
viajar a París, donde fue introducido en los medios bohemios por el guatemalteco
Enrique Gómez Carrillo y el español Alejandro Sawa. En la capital francesa,
conoció a Jean Moréas y tuvo un decepcionante encuentro con su admirado Paul
Verlaine (posiblemente el poeta francés que más influyó en su obra). Finalmente,
el 13 de agosto de 1893 llegó a Buenos Aires, ciudad que le causó una honda
impresión.
En Argentina
Bartolomé Mitre, a quien Darío dedicó su
Oda a Mitre.En Buenos Aires, Darío fue muy bien recibido por los medios
intelectuales. Colaboró con varios periódicos: además de en La Nación, del que
ya era corresponsal, publicó artículos en La Prensa, La Tribuna y El Tiempo, por
citar algunos. Su trabajo como cónsul de Colombia era meramente honorífico, ya
que, como él mismo indica en su autobiografía, "no había casi colombianos en
Buenos Aires y no existían transacciones ni cambios comerciales entre Colombia y
la República Argentina."[7] En la capital argentina llevó una vida de
desenfreno, siempre al borde de sus posibilidades económicas, y sus excesos con
el alcohol fueron causa de que tuviera que recibir cuidados médicos en varias
ocasiones. Entre los personajes que trató allí se encuentran políticos ilustres,
como Bartolomé Mitre, pero también poetas como el mexicano Federico Gamboa, el
boliviano Ricardo Jaimes Freyre y los argentinos Rafael Obligado y Leopoldo
Lugones.
El 3
de mayo de 1895 murió su madre, Rosa Sarmiento, a quien el poeta apenas había
conocido, pero cuya muerte le afectó considerablemente. En octubre del mismo año
surgió un nuevo contratiempo, ya que el gobierno colombiano suprimió su
consulado en Buenos Aires, por lo cual Darío se quedó sin una importante fuente
de ingresos. Para remediarlo, obtuvo un empleo como secretario de Carlos Carlés,
director general de Correos y Telégrafos.
En 1896, en Buenos Aires, publicó dos
libros cruciales en su obra: Los raros, una colección de artículos sobre los
escritores que, por una razón u otra, más le interesaban; y, sobre todo, Prosas
profanas y otros poemas, el libro que supuso la consagración definitiva del
Modernismo literario en español. Como el propio Rubén explica en su
autobiografía, con el tiempo los poemas de este libro alcanzarían una gran
popularidad en todos los países de lengua española. Sin embargo, en sus
comienzos no fue tan bien recibido como hubiera sido de esperar.
Las peticiones de Darío al gobierno
nicaragüense para que le concediese un cargo diplomático no fueron atendidas;
sin embargo, el poeta vio una posibilidad de viajar a Europa cuando supo que La
Nación necesitaba un corresponsal en España que informase de la situación en el
país tras el desastre de 1898. Con motivo de la intervención militar de los
Estados Unidos en Cuba, Rubén Darío acuñó, dos años antes que lo hiciera José
Enrique Rodó, la oposición metafórica entre Ariel (personificación de
Latinoamérica) y Calibán (el monstruo que representa metafóricamente los Estados
Unidos).[8] El 3 de diciembre de 1898, Darío se embarcaba de nuevo rumbo a
Europa. El 22 de diciembre llegaba a Barcelona.
Entre París y España
Darío llegó a España con el compromiso, que
cumplió impecablemente, de enviar cuatro crónicas mensuales a La Nación acerca
del estado en que se encontraba la nación española tras su derrota frente a
Estados Unidos en la Guerra hispano-estadounidense, y la pérdida de sus
posesiones coloniales de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam . Estas
crónicas terminarían recopilándose en un libro, que apareció en 1901, titulado
España Contemporánea. Crónicas y retratos literarios. En ellas, Rubén manifiesta
su profunda simpatía por España, y su confianza en la recuperación de la nación,
a pesar del estado de abatimiento en que la encontraba.
En España, Darío despertó la admiración
de un grupo de jóvenes poetas defensores del Modernismo (movimiento que no era
en absoluto aceptado por los autores consagrados, especialmente los
pertenecientes a la Real Academia Española). Entre estos jóvenes modernistas
estaban algunos autores que luego brillarían con luz propia en la historia de la
literatura española, como Juan Ramón Jiménez, Ramón María del Valle-Inclán y
Jacinto Benavente, y otros que hoy están bastante más olvidados, como Francisco
Villaespesa, Mariano Miguel de Val, director de la revista Ateneo, y Emilio
Carrere.
En
1899, Rubén Darío, que continuaba legalmente casado con Rosario Murillo,
conoció, en la Casa de Campo de Madrid, a Francisca Sánchez del Pozo, campesina
analfabeta, natural de Navalsauz, en la provincia de Ávila, que se convertiría
en la compañera de sus últimos años.
En el mes de abril de 1900 Darío visitó
por segunda vez París, con el encargo de La Nación de cubrir la Exposición
Universal que ese año tuvo lugar en la capital francesa. Sus crónicas sobre este
tema serían recogidas posteriormente en el libro Peregrinaciones.
En los primeros años del siglo XX, Darío
fijó su lugar de residencia en la capital de Francia, y alcanzó una cierta
estabilidad, no exenta de infortunios. En 1901 publicó en París la segunda
edición de Prosas profanas. Ese mismo año Francisca dio a luz a una hija del
poeta, Carmen Darío Sánchez, y, tras el parto, viajó a París a reunirse con él,
dejando la niña al cuidado de sus abuelos. La niña fallecería de viruela poco
después, sin que su padre llegara a conocerla.
En 1902, Darío conoció en la capital
francesa a un joven poeta español, Antonio Machado, declarado admirador de su
obra. En marzo de 1903 fue nombrado cónsul de Nicaragua, lo cual le permitió
vivir con mayor desahogo económico. Al mes siguiente nació su segundo hijo con
Francisca, Rubén Darío Sánchez, apodado por su padre "Phocás el campesino".
Durante esos años, Darío viajó por Europa, visitando, entre otros países, el
Reino Unido, Bélgica, Alemania e Italia.
Theodore Roosevelt,
presidente de Estados Unidos entre 1901 y 1909En 1905 se desplazó a España como
miembro de una comisión nombrada por el gobierno nicaragüense cuya finalidad era
resolver una disputa territorial con Honduras. Ese año publicó en Madrid el
tercero de los libros capitales de su obra poética: Cantos de vida y esperanza,
los cisnes y otros poemas, editado por Juan Ramón Jiménez. También datan de 1905
algunos de sus más memorables poemas, como "Salutación del optimista" y "A
Roosevelt", en los cuales enaltece el carácter hispánico frente a la amenaza del
imperialismo estadounidense. En particular, el segundo, dirigido al entonces
presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, resulta casi profético en lo
referente a la política que Estados Unidos seguiría en Latinoamérica:
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.
Ese mismo año de 1905, el hijo habido con Francisca
Sánchez, "Phocás el campesino", falleció víctima de una bronconeumonía.
En 1906 participó, como secretario de la
delegación nicaragüense, en la Tercera Conferencia Panamericana que tuvo lugar
en Río de Janeiro. Con este motivo escribió su poema "Salutación del águila",
que ofrece una visión de Estados Unidos muy diferente de la de sus poemas
anteriores:
Bien vengas, mágica águila de alas enormes y fuertes
a extender sobre el Sur tu gran sombra continental,
a traer en tus garras, anilladas de rojos brillantes,
una palma de gloria, del color de la inmensa esperanza,
y en tu pico la oliva de una vasta y fecunda paz.
Este poema fue muy criticado por algunos autores que no
entendieron el súbito cambio de opinión de Rubén con respecto a la influencia de
Estados Unidos en Latinoamérica. En Río de Janeiro, el poeta protagonizó un
oscuro romance con una aristócrata, tal vez la hija del embajador ruso en
Brasil. Parece ser que por entonces concibió la idea de divorciarse de Rosario
Murillo, de quien llevaba años separado. De regreso a Europa, hizo una breve
escala en Buenos Aires. En París se reunió con Francisca Sánchez, y juntos
fueron a pasar el invierno de 1907 a Mallorca, isla en la que frecuentó la
compañía del después poeta futurista Gabriel Alomar y del pintor Santiago
Rusiñol. Inició una novela, La Isla de Oro, que no llegó a terminar, aunque
algunos de sus capítulos aparecieron por entregas en La Nación. Por aquella
epoca, Francisca dio a luz a una niña que falleció al nacer.
Interrumpió su tranquilidad la llegada a
París de su esposa, Rosario Murillo, que se negaba a aceptar el divorcio a menos
que se le garantizase una compensación económica que el poeta juzgó
desproporcionada. En marzo de 1907, cuando iba a partir para París, Darío, cuyo
alcoholismo estaba ya muy avanzado, cayó gravemente enfermo. Cuando se recuperó,
regresó a París, pero no pudo llegar a un acuerdo con su esposa, por lo que
decidió regresar a Nicaragua para presentar su caso ante los tribunales. A fines
de año nació el cuarto hijo del poeta y Francisca, Rubén Darío Sánchez, apodado
por su padre "Güicho", y el único hijo superviviente de la pareja.
Embajador en Madrid
Tras dos breves escalas en Nueva York y en Panamá,
el poeta llegó a Nicaragua, donde se le tributó un recibimiento triunfal, y se
le colmó de honores, aunque no tuvo éxito en su demanda de divorcio. Además no
se le pagaron los honorarios que se le debían por su cargo de cónsul, por lo que
se vio imposibilitado de regresar a París. Después de meses de gestiones,
consiguió otro nombramiento, esta vez como ministro residente en Madrid del
gobierno nicaragüense de José Santos Zelaya. Tuvo problemas, sin embargo, para
hacer frente a los gastos de su legación ante lo reducido de su presupuesto, y
pasó dificultades económicas durante sus años como embajador, que sólo pudo
solucionar en parte gracias al sueldo que recibía de La Nación y en parte
gracias a la ayuda de su amigo y director de la revista Ateneo, Mariano Miguel
de Val, que se ofreció como secretario gratuito de la legación de Nicaragua
cuando la situación económica era insostenible y en cuya casa, en la calle
Serrano 27, instaló la sede. Cuando Zelaya fue derrocado, Darío tuvo que
renunciar a su puesto diplomático, lo que hizo el 25 de febrero de 1909.
Permaneció fiel a Zelaya, a quien había elogiado desmedidamente en su libro
Viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical, y con el que colaboró en la redacción
del libro de este Estados Unidos y la revolución de Nicaragua, en el que acusaba
a Estados Unidos y al dictador guatemalteco, Manuel Estrada Cabrera, de haber
tramado el derrocamiento de su gobierno.
Durante el desempeño de su cargo
diplomático, se enemistó con su antiguo amigo Alejandro Sawa, quien le había
solicitado ayuda económica sin que sus peticiones fueran escuchadas por Darío.
La correspondencia entre ambos da a entender que Sawa fue el verdadero autor de
algunos de los artículos que Darío había publicado en La Nación.[9]
Últimos años
Tras abandonar su puesto al frente de la legación
diplomática nicaragüense, Darío se trasladó de nuevo a París, donde se dedicó a
preparar nuevos libros, como Canto a la Argentina, encargado por La Nación. Por
entonces, su alcoholismo le causaba frecuentes problemas de salud, y crisis
psicológicas, caracterizadas por momentos de exaltación mística y por una
fijación obsesiva con la idea de la muerte.
Porfirio Díaz,
dictador mexicano que se negó a recibir al escritor. En 1910, viajó a México
como miembro de una delegación nicaragüense para conmemorar el centenario de la
independencia del país azteca. Sin embargo, el gobierno nicaragüense cambió
mientras se encontraba de viaje, y el dictador mexicano Porfirio Díaz se negó a
recibir al escritor, actitud a lo que no fue ajena probablemente la diplomacia
estadounidense. Sin embargo, Darío fue recibido triunfalmente por el pueblo
mexicano, que se manifestó a favor del poeta y en contra de su gobierno.[10] En
su autobiografía, Darío relaciona estas protestas con la Revolución mexicana,
entonces a punto de producirse:
Por la primera vez, después de treinta y tres años de
dominio absoluto, se apedreó la casa del viejo Cesáreo que había imperado. Y
allí se vio, se puede decir, el primer relámpago de la revolución que trajera el
destronamiento.[11]
Ante el
desaire del gobierno mexicano, Darío zarpó hacia La Habana, donde, bajo los
efectos del alcohol, intentó suicidarse, tal vez a causa del desprecio de que
había sido objeto. En noviembre de 1910 regresó de nuevo a París, donde continuó
siendo corresponsal del diario La Nación y desempeñó un trabajo para el
Ministerio de Instrucción Pública mexicano que tal vez le había sido ofrecido a
modo de compensación por la humillación sufrida.
En 1912 aceptó la oferta de los
empresarios uruguayos Rubén y Alfredo Guido para dirigir las revistas Mundial y
Elegancias. Para promocionar estas publicaciones, partió en gira por América
Latina, visitando, entre otras ciudades, Río de Janeiro, São Paulo, Montevideo y
Buenos Aires. Fue también por esta época cuando el poeta redactó su
autobiografía, que apareció publicada en la revista Caras y caretas con el
título de La vida de Rubén Darío escrita por él mismo; y la obra Historia de mis
libros, muy interesante para el conocimiento de su evolución literaria.
Tras el final de esta gira, tras
desligarse de su contrato con los hermanos Guido, regresó a París, y, en 1913,
viajó a Mallorca invitado por Joan Sureda, y se alojó en la cartuja de
Valldemosa, en la que muchas décadas atrás habían residido Chopin y George Sand.
En esta isla empezó Rubén la novela El oro de Mallorca, que es, en realidad, una
autobiografía novelada. Se acentuó, sin embargo, el deterioro de su salud
mental, debido a su alcoholismo. En diciembre regresó a Barcelona, donde se
hospedó en casa del general Zelaya, que había sido su protector mientras fue
presidente de Nicaragua. En enero de 1914 regresó a París, donde pleiteó
largamente con los hermanos Guido, que aún le debían una importante suma de sus
honorarios. En mayo se instaló en Barcelona, donde dio a la imprenta su última
obra poética de importancia, Canto a la Argentina y otros poemas, que incluye el
poema laudatorio del país austral que había escrito años atrás por encargo de La
Nación. Su salud estaba ya muy deteriorada: sufría de alucinaciones, y estaba
patológicamente obsesionado con la idea de la muerte.
Al estallar la Primera Guerra Mundial,
partió hacia América, con la idea de defender el pacifismo para las naciones
americanas. Atrás quedó Francisca con sus dos hijos supervivientes, a quienes el
abandono del poeta habría de arrojar poco después a la miseria. En enero de 1915
leyó, en la Universidad de Columbia, de Nueva York, su poema "Pax". Siguió viaje
hacia Guatemala, donde fue protegido por su antiguo enemigo, el dictador Estrada
Cabrera, y por fin, a finales de año, regresó a su Nicaragua natal. Llegó a
León, la ciudad de su infancia, el 7 de enero de 1916 y falleció menos de un mes
después, el 6 de febrero. Las honras fúnebres duraron varios días. Fue sepultado
en la Catedral de León el 13 de febrero del mismo año, al pie de la estatua de
San Pablo cerca del presbiterio debajo de un león de concreto, arena y cal hecho
por el escultor granadino Jorge Navas Cordonero; dicho león se asemeja al León
de Lucerna, Suiza, hecho por el escultor danés Bertel Thorvaldsen.
El archivo de Rubén Darío fue donado por
Francisca Sánchez al gobierno de España en 1956 y ahora están la Biblioteca de
la Universidad Complutense de Madrid. Con Darío tuvo Francisca tres hijos -dos
murieron siendo muy niños, el otro en la madurez, está enterrado en México-.
Muerto Darío, Francisca se casó con José Villacastín, un hombre culto, que gastó
toda su fortuna en recoger la obra de Rubén que se encontraba dispersa por todo
el mundo y que entregó para su publicación al editor Aguilar, de quien era buen
amigo.
La poesía de Rubén Darío
Influencias
Paul Verlaine, una influencia
decisiva en la poesía de Rubén Darío.Para la formación poética de Rubén Darío
fue determinante la influencia de la poesía francesa. En primer lugar, los
románticos, y muy especialmente Víctor Hugo. Más adelante, y con carácter
decisivo, llega la influencia de los parnasianos: Théophile Gautier, Catulle
Mendès, y José María de Heredia. Y, por último, lo que termina por definir la
estética dariana es su admiración por los simbolistas, y entre ellos, por encima
de cualquier otro autor, Paul Verlaine.[12] Recapitulando su trayectoria poética
en el poema inicial de Cantos de vida y esperanza (1905), el propio Darío
sintetiza sus principales influencias afirmando que fue "con Hugo fuerte y con
Verlaine ambiguo".
Ya en las "Palabras Liminares" de Prosas profanas (1896)
había escrito un párrafo que revela la importancia de la cultura francesa en el
desarrollo de su obra literaria:
El abuelo español de barba blanca me señala una serie de
retratos ilustres: "Éste —me dice— es el gran don Miguel de Cervantes Saavedra,
genio y manco; éste es Lope de Vega, éste Garcilaso, éste Quintana." Yo le
pregunto por el noble Gracián, por Teresa la Santa, por el bravo Góngora y el
más fuerte de todos, don Francisco de Quevedo y Villegas. Después exclamo:
"¡Shakespeare! ¡Dante! ¡Hugo...! (Y en mi interior: ¡Verlaine...!)"
Luego, al despedirme: "—Abuelo, preciso es decíroslo: mi
esposa es de mi tierra; mi querida, de París."
Muy ilustrativo para conocer los gustos literarios de Darío
resulta el volumen Los raros, que publicó el mismo año que Prosas profanas,
dedicado a glosar brevemente a algunos escritores e intelectuales hacía los que
sentía una profunda admiración. Entre los seleccionados están Edgar Allan Poe,
Villiers de l'Isle Adam, Léon Bloy, Paul Verlaine, Lautréamont, Eugénio de
Castro y José Martí (este último es el único autor mencionado que escribió su
obra en español). El predominio de la cultura francesa es más que evidente.
Darío escribió: "El Modernismo no es otra cosa que el verso y la prosa
castellanos pasados por el fino tamiz del buen verso y de la buena prosa
franceses".
No
quiere esto decir, sin embargo, que la literatura en español no haya tenido
importancia en su obra. Dejando aparte su época inicial, anterior a Azul..., en
la cual su poesía es en gran medida deudora de los grandes nombres de la poesía
española del siglo XIX, como Núñez de Arce y Campoamor, Darío fue un gran
admirador de Bécquer. Los temas españoles están muy presentes en su producción
ya desde Prosas profanas (1896) y, muy especialmente, desde su segundo viaje a
España, en 1899. Consciente de la decadencia de lo español tanto en la política
como en el arte (preocupación que compartió con la llamada Generación del 98
española), se inspira con frecuencia en personajes y elementos del pasado. Así
ocurre, por ejemplo, en su "Letanía de nuestro señor Don Quijote", poema
incluido en Cantos de vida y esperanza (1905), en el que se exalta el idealismo
de Don Quijote.
En cuanto a los autores de otras lenguas, debe mencionarse
la profunda admiración que sentía por tres autores estadounidenses: Emerson, Poe
y Whitman.
Evolución
La evolución poética de Rubén Darío está jalonada por la
publicación de los libros en los que la crítica ha reconocido sus obras
fundamentales: Azul... (1888), Prosas profanas y otros poemas (1896) y Cantos de
vida y esperanza (1905).
Antes de Azul... Darío escribió tres libros y gran número
de poemas sueltos, que constituyen lo que se ha dado en denominar su
"prehistoria literaria". Los libros son Epístolas y poemas (escrito en 1885,
pero no publicado hasta 1888, con el título de Primeras notas), Rimas (1887) y
Abrojos (1887). En la primera de estas obras es patente la huella de sus
lecturas de clásicos españoles, así como la impronta de Víctor Hugo. La métrica
es clásica (décimas, romances, estancias, tercetos encadenados, en versos
predominantemente heptasílabos, octosílabos y endecasílabos) y el tono
predominantemente romántico. Las epístolas, de influencia neoclásica, van
dirigidas a autores como Ricardo Contreras, Juan Montalvo, Emilio Ferrari y
Víctor Hugo.
En
Abrojos, publicado ya en Chile, la influencia más acusada es la del español
Ramón de Campoamor.[13] En cuanto a Rimas, publicado también en Chile y en el
mismo año, fue escrito para un concurso de composiciones a imitación de las
Rimas de Bécquer, por lo que no es extraño que su tono intimista sea muy similar
al de las composiciones del poeta sevillano. Consta de solo catorce poemas, de
tono amoroso, cuyos procedimientos expresivos (estrofas de pie quebrado,
anáforas, antítesis, etc.) son característicamente becquerianos.[14]
Azul... (1888), considerado el libro
inaugural del Modernismo hispanoamericano, recoge tanto relatos en prosa como
poemas, cuya variedad métrica llamó la atención de la crítica. Presenta ya
algunas preocupaciones características de Darío, como la expresión de su
insatisfacción ante la sociedad burguesa (véase, por ejemplo, el relato "El rey
burgués"). En 1890 vio la luz una segunda edición del libro, aumentada con
nuevos textos, entre los cuales una serie de sonetos en alejandrinos.
La etapa de plenitud del Modernismo y de
la obra poética dariana la marca el libro Prosas profanas y otros poemas,
colección de poemas en las que la presencia de lo erótico es más importante, y
del que no está ausente la preocupación por temas esotéricos (como en el largo
poema "Coloquio de los centauros"). En este libro está ya toda la imaginería
exótica propia de la poética dariana: la Francia del siglo XVIII, la Italia y la
España medievales, la mitología griega, etc.
En 1905, Darío publicó Cantos de vida y
esperanza, que anuncia una línea más intimista y reflexiva dentro de su
producción, sin renunciar a los temas que se han convertido en señas de
identidad del Modernismo. Al mismo tiempo, aparece en su obra la poesía cívica,
con poemas como "A Roosevelt", una línea que se acentuará en El canto errante
(1907) y en Canto a la Argentina y otros poemas (1914). El sesgo intimista de su
obra se acentúa, en cambio, en Poema del otoño y otros poemas (1910), en que se
muestra una sencillez formal sorprendente en su obra.
No todos los poemas de Darío fueron
recogidos en libros en vida del poeta. Muchos de ellos, aparecidos únicamente en
publicaciones periódicas, fueron recopilados después de su muerte.
Recursos formales
Métrica
Darío hizo suyo el lema de su admirado Paul
Verlaine: "De la musique avant toute chose". Para él, como para todos los
modernistas, la poesía era, ante todo, música. De ahí que concediese una enorme
importancia al ritmo. Su obra supuso una auténtica revolución en la métrica
castellana. Junto a los metros tradicionales basados en el octosílabo y el
endecasílabo, Darío empleó profusamente versos apenas empleados con
anterioridad, o ya en desuso, como el eneasílabo, el dodecasílabo y el
alejandrino, enriqueciendo la poesía en lengua castellana con nuevas
posibilidades rítmicas.
Aunque existen ejemplos anteriores de utilización del verso
alejandrino en la poesía castellana del siglo XIX, el hallazgo de Darío
consistió en liberar este verso de la rígida correspondencia hasta entonces
existente entre la estructura sintáctica del verso y su división métrica en dos
hemistiquios, recurriendo a varios tipos de encabalgamiento. En los poemas de
Darío, la cesura entre los dos hemistiquios se encuentra a veces entre un
artículo y un nombre, entre este último y el adjetivo que lo acompaña, o incluso
en el interior de una misma palabra.[15] Darío adaptó este verso a estrofas y
poemas estróficos para las que tradicionalmente se empleaba el endecasílabo,
tales como el cuarteto, el sexteto y el soneto.
Rubén Darío es sin duda el mayor y mejor
exponente de la adaptación de los ritmos de las literaturas clásicas
(grecorromanas) a la lírica hispánica. Estos ritmos se basan en el contraste de
vocales tónicas y átonas, y por ello en la cantidad silábica. Recordemos que en
el latín la tónica no se marca como en español con un golpe de voz más fuerte,
sino con un alargamiento de la vocal. Rubén cultivará los ritmos tradicionales
(yámbico y trocaico como binarios, y dactílico, anfibráquico y anapéstico como
ternarios), también forjará sus propios ritmos cuaternarios e innovará juntando
en un mismo verso ritmos binarios y ternarios.
Ejemplo de ternario dactílico::
Ínclitas razas ubérrimas, sangre de
Hispania fecunda
Ejemplo de
ternario anfibráquico::
Escúcha divíno Rolándo
Ejemplo de binario trocaico::
Rósa rója pálio azúl
Léxico
Darío destaca por la renovación del lenguaje
poético, visible en el léxico utilizado en sus poemas. Gran parte del
vocabulario poético de Rubén Darío está encaminado a la creación de efectos
exotistas. Destacan campos semánticos que connotan refinamiento, como el de las
flores ("jazmines", "nelumbos", "dalias", "crisantemos", "lotos", "magnolias",
etc), el de las piedras preciosas ("ágata", "rubí", "topacio", "esmeralda",
"diamante", "gema"), el de los materiales de lujo ("seda", "porcelana",
"mármol", "armiño", "alabastro"), el de los animales exóticos ("cisne", "papemores",
"bulbules"[16] ), o el de la música ("lira", "violoncelo", "clave", "arpegio",
etc). Con frecuencia se encuentran en su obra cultismos procedentes del latín o
del griego ("canéfora", "liróforo", "hipsípila"), e incluso neologismos creados
por el propio autor ("canallocracia", "pitagorizar"). Recurre con frecuencia a
personajes y elementos propios de la mitología griega y latina (Afrodita o
Venus, muchas veces designada por sus epítetos "Anadiomena" o "Cipris", Pan,
Orfeo, Apolo, Pegaso, etc.), y a nombres de lugares exóticos (Hircania, Ormuz,
etc).
Figuras retóricas
Una de las figuras retóricas clave en la obra de Darío es
la sinestesia, mediante la cual se logra asociar sensaciones propias de
distintos sentidos: especialmente la vista (la pintura) y el oído (la música).
En relación con la pintura, hay en la
poesía de Darío un gran interés por el color: el efecto cromático se logra no
solo mediante la adjetivación, a menudo inusual (para el color blanco, por
ejemplo, se utilizan adjetivos como "albo", "ebúrneo", "cándido", "lilial" e
incluso "eucarístico"), sino mediante la comparación con objetos de este color.
En el poema "Blasón", por ejemplo, la blancura del cisne se le compara
sucesivamente a la del lino, la rosa blanca, el cordero y el armiño. Uno de los
mejores ejemplos de este interés de Darío por lograr efectos cromáticos es su
Sinfonía en Gris Mayor, incluida en Prosas profanas:
El mar como un vasto cristal azogado
refleja la lámina de un cielo de zinc;
lejanas bandadas de pájaros manchan
el fondo bruñido de pálido gris
Lo musical está presente, aparte de en el ritmo del poema y
en el léxico, en numerosas imágenes:
El teclado harmónico de su risa fina
los líricos cristales
de tu reír
Tanta importancia como la sinestesia tiene en la poesía de Darío la metáfora.
Símbolos
El símbolo más característico de la poesía de
Darío es el cisne, identificado con el Modernismo hasta el punto de que cuando
el poeta mexicano Enrique González Martínez quiso derogar esta estética lo hizo
con un poema en el que exhortaba a "torcerle el cuello al cisne".[17] La
presencia del cisne es obsesiva en la obra de Darío, desde Prosas profanas,
donde el autor le dedica los poemas "Blasón" y "El cisne", hasta Cantos de vida
y esperanza, una de cuyas secciones se titula también "Los cisnes". Salinas
explica la connotación erótica del cisne, en relación con el mito, al que Darío
se refiere en varias ocasiones, de Júpiter y Leda.[18] Sin embargo, se trata de
un símbolo ambivalente, que en ocasiones funciona como emblema de la belleza y
otras simboliza al propio poeta.
El cisne no es el único símbolo que aparece en la poesía de
Rubén Darío. El centauro, en poemas como el "Coloquio de los centauros", en
Prosas profanas, expresa la dualidad alma-cuerpo a través de su naturaleza medio
humana medio animal. Gran contenido simbólico tienen también su poesía imágenes
espaciales, como los parques y jardines, imagen de la vida interior del poeta, y
la torre, símbolo de su aislamiento en un mundo hostil. Se han estudiado en su
poesía otros muchos símbolos, como el color azul, la mariposa o el pavo
real.[19]
Temas
Erotismo
El erotismo es uno de los temas centrales de la
poesía de Rubén Darío. Para Pedro Salinas, se trata del tema esencial de su obra
poética, al que todos los demás están subordinados. Se trata de un erotismo
básicamente sensorial,[20] cuya finalidad es el placer.[21]
Se diferencia Darío de otros poetas
amorosos en el hecho de que su poesía carece del personaje literario de la amada
ideal (como puede serlo, por ejemplo, Laura de Petrarca). No hay una sola amada
ideal, sino muchas amadas pasajeras. Como escribió:
Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón...
El erotismo se convierte en Darío en el centro de su
cosmovisión poética. Salinas habla de su "visión panerótica del mundo",[22] y
opina que todo su mundo poético se estructura en consonancia con este tema
principal. En la obra del poeta nicaragüense, el erotismo no se agota en el
deseo sexual (aunque escribió varios poemas, como "Mía", con explícitas
referencias al acto sexual[23] ), sino que se convierte en lo que Ricardo Gullón
definió como "anhelo de trascendencia en el éxtasis".[24] Por eso, en ocasiones
lo erótico está en la obra de Darío íntimamente relacionado con lo religioso,
como en el poema "Ite, missa est" (las palabras con las que concluye la misa
según la liturgia romana antes del Concilio Vaticano II, actualmente "Podéis ir
en paz"), donde dice de su amada que "su espíritu es la hostia de mi amorosa
misa". La atracción erótica encarna para Darío el misterio esencial del
universo, como se pone de manifiesto en el poema "Coloquio de los centauros":
¡El enigma es el rostro fatal de
Deyanira!
Mi espalda aún guarda el
dulce perfume de la bella;
aún mis
pupilas llaman su claridad de estrella.
¡Oh aroma de su sexo! ¡Oh rosas y alabastros!
¡Oh envidia de las flores y celos de los astros!
En otro poema, de Cantos de vida y esperanza, lo expresó de
otra forma:
¡Carne, celeste carne de mujer! Arcilla
-dijo Hugo-, ambrosía más bien, ¡oh maravilla!,
la vida se soporta,
tan doliente y tan corta,
solamente por eso:
¡roce, mordisco o beso
en ese pan divino
para el cual nuestra sangre es nuestro vino!
En ella está la lira,
en ella está la rosa,
en ella está la ciencia armoniosa,
en ella se respira
el perfume vital de toda cosa.
[editar] Exotismo
Estrechamente relacionado con el tema del erotismo[25] está
el recurso a escenarios exóticos, lejanos en el espacio y en el tiempo. La
búsqueda de exotismo se ha interpretado generalmente en los poetas modernistas
como una actitud de rechazo a la pacata realidad en que les había tocado vivir.
En general, la poesía de Darío (salvo en los poemas cívicos, como el Canto a la
Argentina, o la Oda a Mitre), excluye la actualidad de los países en que vivió,
y se centra en escenarios remotos.
Lucha de centauros, de Arnold Böcklin.
Los centauros, como otras criaturas de la mitología griega fueron frecuentemente
utilizados en la obra de Darío. Entre estos escenarios está el que le
proporciona la mitología de la antigua Grecia. Los poemas de Darío están
poblados de sátiros, ninfas, centauros y otras criaturas mitológicas. La imagen
que Darío tiene de la antigua Grecia está pasada por el tamiz de la Francia
dieciochesca. En "Divagación" escribió:
Amo más que la Francia de los griegos
la Grecia de la Francia, porque en Francia
el eco de las risas y los juegos,
su más dulce licor Venus escancia.
Precisamente la Francia galante del siglo XVIII es otros de
los escenarios exóticos favoritos del poeta, gran admirador del pintor Watteau.
En "Divagación", al que el propio Darío se refirió, en Historia de mis libros,
como "un curso de geografía erótica", aparecen, además de los citados, los
siguientes ambientes exóticos: la Alemania del Romanticismo, España, China,
Japón, la India y el Israel bíblico.
Mención aparte merece la presencia en su
poesía de una imagen idealizada de las civilizaciones precolombinas, ya que,
como expuso en las "Palabras Liminares" a Prosas profanas:
Si hay poesía en nuestra América ella
está en las cosas viejas, en Palenke y Utatlán, en el indio legendario, y en el
inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro. Lo demás es
tuyo, demócrata Walt Whitman.
[editar] Ocultismo
A pesar de su
apego a lo sensorial, atraviesa la poesía de Rubén Darío una poderosa corriente
de reflexión existencial sobre el sentido de la vida. Es conocido su poema "Lo
fatal", de Cantos de vida y esperanza, donde afirma que:
no hay dolor más grande que el dolor de
ser vivo
ni mayor pesadumbre que
la vida consciente
La religiosidad
de Darío se aparta de la ortodoxia católica para buscar refugio en la
religiosidad sincrética propia del fin de siglo, en la que se entremezclan
influencias orientales, un cierto resurgir del paganismo y, sobre todo, varias
corrientes ocultistas. Una de ellas es el pitagorismo,[26] con el que se
relacionan varios poemas de Darío que tienen que ver con lo trascendente. En los
últimos años de su vida, Darío mostró también gran interés por otras corrientes
esotéricas, como la teosofía. Como recuerdan muchos autores,[27] sin embargo, la
influencia del pensamiento esotérico en la poesía es un fenómeno común desde el
Romanticismo. Se manifiesta, por ejemplo, en la visión del poeta como un mago o
sacerdote dotado de la capacidad de discernir la verdadera realidad, una idea
que está ya presente en la obra de Víctor Hugo, y de la que hay abundantes
ejemplos en la poesía de Rubén Darío, que en uno de sus poemas llama a los
poetas "torres de Dios".
Temas cívicos y sociales
Rubén Darío tuvo también una faceta, bastante
menos conocida, de poeta social y cívico. Unas veces por encargo, y otras por
deseo propio, compuso poemas para exaltar héroes y hechos nacionales, así como
para criticar y denunciar los males sociales y políticos.
Uno de sus más destacados poemas en esta
línea es Canto a la Argentina, incluido en Canto a la Argentina y otros poemas,
y escrito por encargo del diario bonaerense La Nación con motivo del primer
centenario de la independencia del país austral. Este extenso poema (con más de
1.000 versos, es el más largo de los que escribió el autor), destaca el carácter
de tierra de acogida para inmigrantes de todo el mundo del país sudamericano, y
enaltece, como símbolos de su prosperidad, a la Pampa, a Buenos Aires y al Río
de la Plata. En una línea similar está su poema, "Oda a Mitre", dedicado al
prócer argentino Bartolomé Mitre.
Su "A Roosevelt", incluido en Cantos de vida y esperanza,
ya anteriormente mencionado, expresa la confianza en la capacidad de resistencia
de la cultura latina frente al imperialismo anglosajón cuya cabeza visible es el
entonces presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt. En "Los cisnes",
perteneciente al mismo libro, el poeta expresa su inquietud por el futuro de la
cultura hispánica frente al aplastante predominio de los Estados Unidos:
¿Seremos entregados a los bárbaros
fieros?
¿Tantos millones de
hombres hablaremos inglés?
¿Ya no
hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?
Una preocupación similar está presente en su famoso poema
"Salutación del optimista". Muy criticado fue el giro de Darío cuando, con
motivo de la Tercera Conferencia Interamericana, escribió, en 1906, su
"Salutación al águila", en la que enfatiza la influencia benéfica de los Estados
Unidos sobre las repúblicas latinoamericanas.
En lo que a Europa se refiere, es
notable el poema "A Francia" (del libro El canto errante). Esta vez la amenaza
viene de la belicosa Alemania (un peligro real, como demostrarían los
acontecimientos de la Primera Guerra Mundial):
¡Los bárbaros, Francia! ¡Los bárbaros,
cara Lutecia!
Bajo áurea rotonda
reposa tu gran paladín.
Del
cíclope al golpe ¿qué pueden las risas de Grecia?
¿Qué pueden las gracias, si Herakles agita su crin?
[editar] La prosa de Rubén Darío
A menudo se olvida que gran parte de la producción
literaria de Darío fue escrita en prosa. Se trata de un heterogéneo conjunto de
escritos, la mayor parte de los cuales se publicaron en periódicos, si bien
algunos de ellos fueron posteriormente recopilados en libros.
Novela y prosa
autobiográfica
El primer intento por parte de Darío de escribir una novela
tuvo lugar a poco de desembarcar en Chile. Junto con Eduardo Poirier, escribió
en diez días, en 1887, un folletín romántico titulado Emelina, para su
presentación al Certamen Varela, aunque la obra no se alzó con el premio. Más
adelante, volvió a probar fortuna con el género novelesco con El hombre de oro,
escrita hacia 1897, y ambientada en la Roma antigua.
Ya en la etapa final de su vida, intentó
escribir una novela, de marcado carácter autobiográfico, que tampoco llegó a
terminar. Apareció por entregas en 1914 en La Nación, y lleva el título de El
oro de Mallorca. El protagonista, Benjamín Itaspes, es un trasunto del autor, y
en la novela son reconocibles personajes y situaciones reales de la estancia del
poeta en Mallorca.
Entre el 21 de septiembre y el 30 de noviembre de 1912
publicó en Caras y caretas una serie de artículos autobiográficos, luego
recogidos en libro como La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (1915).[28]
También tiene interés para el conocimiento de su obra la Historia de mis libros,
aparecida póstumamente, acerca de sus tres libros más importantes (Azul...,
Prosas profanas y Cantos de vida y esperanza).
Relatos
El interés de Darío por el relato breve es
bastante temprano. Sus primeros cuentos, "Las albóndigas del Rhin" y "Los
diamantes del coronel" datan de 1885-1886. Son especialmente destacables los
relatos recogidos en Azul..., como "El rey burgués", "El sátiro sordo" o "La
muerte de la emperatriz de la China". Continuaría cultivando el género durante
sus años argentinos, con títulos como "Las lágrimas del centauro", "La pesadilla
de Honorio", "La leyenda de San Martín" o "Thanatophobia".
Artículos periodísticos
Juan Montalvo, escritor
ecuatoriano, quien influyó en la actitud política de Rubén Darío.El periodismo
fue para Darío su principal fuente de sustento. Trabajó para varios periódicos y
revistas, en los que escribió un elevadísimo número de artículos, algunos de los
cuales fueron luego recopilados en libros, siguiendo criterios cronológicos o
temáticos.
Crónicas.
Son muy destacables España contemporánea (1901), que recoge
sus impresiones de la España inmediatamente posterior al desastre de 1898, y las
crónicas de viajes a Francia e Italia recogidas en Peregrinaciones (1901). En El
viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical recoge las impresiones que le produjo su
breve retorno a Nicaragua en 1907.
Crítica literaria.
Tiene gran importancia en el conjunto de su
producción la colección de semblanzas Los raros (1896), una especie de vademécum
para el interesado en la nueva poesía. Críticas de otros autores están recogidas
en Opiniones (1906), Letras (1911) y Todo al vuelo (1912).
[editar] Rubén Darío y el Modernismo
Rubén Darío es citado generalmente como el iniciador y
máximo representante del Modernismo hispánico. Si bien esto es cierto a grandes
rasgos, es una afirmación que debe matizarse. Otros autores hispanoamericanos,
como José Santos Chocano, José Martí, Salvador Díaz Mirón, o Manuel Gutiérrez
Nájera, por citar algunos, habían comenzado a explorar esta nueva estética antes
incluso de que Darío escribiese la obra que tradicionalmente se ha considerado
el punto de partida del Modernismo, su libro Azul... (1888).
Así y todo, no puede negarse que Darío
es el poeta modernista más influyente, y el que mayor éxito alcanzó, tanto en
vida como después de su muerte. Su magisterio fue reconocido por numerosísimos
poetas en España y en América, y su influencia nunca ha dejado de hacerse sentir
en la poesía en lengua española. Además, fue el principal artífice de muchos
hallazgos estilísticos emblemáticos del movimiento, como, por ejemplo, la
adaptación a la métrica española del alejandrino francés.
Además, fue el primer poeta que articuló
las innovaciones del Modernismo en una poética coherente. Voluntariamente o no,
sobre todo a partir de Prosas profanas, se convirtió en la cabeza visible del
nuevo movimiento literario. Si bien en las "Palabras liminares" de Prosas
profanas había escrito que no deseaba con su poesía "marcar el rumbo de los
demás", en el "Prefacio" de Cantos de vida y esperanza se refirió al "movimiento
de libertad que me tocó iniciar en América", lo que indica a las claras que se
consideraba el iniciador del Modernismo. Su influencia en sus contemporáneos fue
inmensa: desde México, donde Manuel Gutiérrez Nájera fundó la Revista Azul, cuyo
título era ya un homenaje a Darío, hasta España, donde fue el principal
inspirador del grupo modernista del que saldrían autores tan relevantes como
Antonio Machado, Ramón del Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez, pasando por Cuba,
Chile, Perú y Argentina (por citar solo algunos países en los que la poesía
modernista logró especial arraigo), apenas hay un solo poeta de lengua española
en los años 1890-1910 capaz de sustraerse a su influjo. La evolución de su obra
marca además las pautas del movimiento modernista: si en 1896 Prosas profanas
significa el triunfo del esteticismo, Cantos de vida y esperanza (1905) anuncia
ya el intimismo de la fase final del Modernismo, que algunos críticos han
denominado postmodernismo.
Rubén Darío y la Generación del 98
Desde su segunda visita a España, Darío se
convirtió en el maestro e inspirador de un grupo de jóvenes modernistas
españoles, entre los que estaban Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala,
Francisco Villaespesa, Ramón del Valle-Inclán, y los hermanos Antonio y Manuel
Machado, colaboradores de la revista Helios, dirigida por Juan Ramón Jiménez.
En varios textos, tanto en prosa como en
verso, Darío dio muestra del respeto que le merecía la poesía de Antonio
Machado, a quien conoció en París en 1902. Uno de los más tempranos es una
crónica titulada "Nuevos poetas españoles", que se recogió en el libro Opiniones
(1906), donde escribe lo siguiente:
Antonio Machado es quizá el más intenso de todos. La música
de su verso va en su pensamiento. Ha escrito poco y meditado mucho. Su vida es
la de un filósofo estoico. Sabe decir sus enseñanzas en frases hondas. Se
interna en la existencia de las cosas, en la naturaleza.[29]
Ramón María del Valle-Inclán, rendido
admirador de Rubén Darío.Gran amigo de Darío fue Valle-Inclán, desde que ambos
se conocieron en 1899. Valle-Inclán fue un rendido admirador del poeta
nicaragüense durante toda su vida, e incluso le hizo aparecer como personaje en
su obra Luces de bohemia, junto a Max Estrella y al marqués de Bradomín.
Conocido es el poema que Darío dedicó al autor de Tirano Banderas, que comienza
así:
Este gran
don Ramón de las barbas de chivo,
cuya sonrisa es la flor de su figura,
parece un viejo dios altanero y esquivo
que se animase en la frialdad de su escultura.
Menos entusiasmo por la obra de Darío manifestaron otros
miembros de la Generación del 98, como Unamuno y Baroja. Sobre su relación con
este último, se cuenta una curiosa anécdota, según la cual Darío habría dicho de
Baroja: "Es un escritor de mucha miga, Baroja: se nota que ha sido panadero", y
este último habría contraatacado con la frase: "También Darío es escritor de
mucha pluma: se nota que es indio".
Legado
La influencia de Rubén Darío fue inmensa en los
poetas de principios de siglo, tanto en España como en América. Muchos de sus
seguidores, sin embargo, cambiaron pronto de rumbo: es el caso, por ejemplo, de
Leopoldo Lugones, Julio Herrera y Reissig, Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado.
Darío llegó a ser un poeta
extremadamente popular, cuyas obras se memorizaban en las escuelas de todos los
países hispanohablantes y eran imitadas por cientos de jóvenes poetas. Esto,
paradójicamente, resultó perjudicial para la recepción de su obra. Después de la
Primera Guerra Mundial, con el nacimiento de las vanguardias literarias, los
poetas volvieron la espalda a la estética modernista, que consideraban anticuada
y excesivamente retoricista.
Los poetas del siglo XX han mostrado hacia la obra de Darío
actitudes divergentes. Entre sus principales detractores figura Luis Cernuda,
que reprochaba al nicaragüense su afrancesamiento superficial, su trivialidad y
su actitud "escapista".[30] En cambio, fue admirado por poetas tan distanciados
de su estilo como Federico García Lorca y Pablo Neruda, si bien el primero se
refirió a "su mal gusto encantador, y los ripios descarados que llenan de
humanidad la muchedumbre de sus versos".[31] El español Pedro Salinas le dedicó
el ensayo La poesía de Rubén Darío, en 1948.
El poeta mexicano Octavio Paz, en varios
textos dedicados a Darío y al Modernismo, subrayó el carácter fundacional y
rupturista de la estética modernista, para él inscrita en la misma tradición de
la modernidad que el Romanticismo y el Surrealismo.[32] En España, la poesía de
Rubén Darío fue reivindicada en los años 60 por el grupo de poetas conocidos
como los "novísimos", y muy especialmente por Pere Gimferrer, quien tituló uno
de sus libros, en claro homenaje al nicaragüense, Los raros.
Rubén Darío ha sido escasamente
traducido a otras lenguas,[33] por lo que no es muy conocido fuera de los países
hispanohablantes.
Biografía tomada de Wikipedia el 20 de Julio de 2010.