Poemas de:
Juan José Alcolea Jiménez
UNA TURBIA CORRIENTE
(Propuesta para una poética)
I
Una turbia corriente me devora
Y al tiempo sugerente me convida
Llenándome de luz por la ancha herida
Que busca en mi confín hora tras hora.
Esta turbia corriente arrasadora
Que fluye con el agua de mi vida,
Esta turbia corriente, esta medida,
Me pide la palabra sin demora.
Yo cedo mi palabra mansamente,
Palabra soy, por ella definido,
Palabra es mi pasado y mi presente.
En ella voy buscándome un sentido,
En ella puedo hallarme diferente,
En ella hacia el futuro voy hendido.
II
Llevo un grito de amor calladamente,
Calladamente alzado por mi vena,
Llevo un grito de amor que me resuena
Buscando mi garganta ansiadamente.
Llevo un grito de amor que es una fuente
Que va con su insistente cantilena
Sonando en mi extensión y que me llena
De ruido el corazón hasta la frente.
Lleva tanto rumor la sangre mía
En este cuerpo angosto en que resido
Que el grito ya es clamor que me extravía.
Cual brisa enamorada, en un latido
De dulce susurrar y de armonía
Quisiera despertarme en el olvido.
III
De amor y de palabra me recibo,
De amor y de palabra voy urgente
Sembrando la ilusión en que me vivo.
De amor y de palabra oscuramente.
De amor y de palabra llevo activo
El eco de mi voz y mi simiente,
De amor y de palabra es lo que escribo
Y va mi corazón de carga ingente.
Si alguno me encontráis en la espesura
Del bosque de futuro en que me ausente
Cerrad de cielo azul mi sepultura.
Quisiera descansar pausadamente
En esta larga y leve singladura
Soñándome en palabra eternamente.
TRASMIGRACIÓN DEL TACTO
Quiero guardar tu tacto
inmune en la memoria,
quiero librar tu imagen
de la erosión del tiempo,
quiero llevar donde el silencio diga
el turbio roce
de tu rumor de encuentro.
Quiero dejar la sombra y el gemido
de tu caricia en mi recuerdo impreso,
y el yugo abierto en que tu cuerpo yace
y el dulce cauce
en que te invado y muero.
Quiero, cuando las venas se adormezcan,
llevarme al aire tu clamor despierto,
tu latitud de musgo por mis manos
tu redención oscura por mis dedos.
Quiero de la mordaza de tus labios
dejar mi boca atenazada y, luego,
en las calladas tardes del olvido,
gozar su jugo de sabor intenso.
De tu perfil de poma y sembradura
quiero la curva doble de tu seno,
quiero la miel que grana en tus pezones,
quiero la negra llaga de tu pelo.
Quiero que tu presencia me ilumine,
ara en que de hombre me inmolé sin precio,
cuando los pulsos tardos se detengan
por las cavernas hondas de mi cuerpo.
Quiero en el margen quieto de lo sido
de tus pupilas su paisaje abierto
y por las turbias sendas de la muerte
hacer camino en tu presencia quiero.
Quiero llevar tu tacto
inmune en la memoria
quiero en las hondas yemas de mis dedos
robar la acequia que en tu piel se posa
y hacerla insomne
temblor...
siempre latiendo.
Porque tu tacto tiene
aromas imposibles,
porque tu boca tiene
orgiásticos venenos,
porque tus ojos miran
alquimias insondables
y en tu cintura habitan
mágicos advientos.
Y si es que acaso
un día aquí volviera
del implacable exilio del destierro,
que el palpitante hueco que desnudas
fuera de nuevo...
cauce
de mi cuerpo.
VIENTO
Viento, tú que vas y vienes
de tu rosa en derredor,
viento dime ¿Dónde habita
el dios que cuida el amor?
¿En qué refugio?¿En qué cima?
¿En qué galaxia o que sol?
¿En qué alejado silencio
plantó su tienda ese dios?
¿En qué acabado desierto
tiene su jardín la flor?
¿Bajo qué luna se enfría
la fuerza de su calor?
Si lo vieras, viento, dile...
dile que me busque...yo
llevo en relojes de sangre
su ausencia en mi corazón.
¡AY!
¡Ay! Quién pudiera tener
tras el silencio el olvido
y recordarte después.
¡Ay! Quién pudiera tener...
Sentir la sangre varada
en esteros del ayer
y ser sangre enamorada.
¡Ay! Quién pudiera tener...
Y de nuevo renacer
del desierto de la nada
y en ti saciarse la sed.
¡Ay! Quién pudiera tener...
Y tras la quieta jornada
sentir de nuevo en la piel
el beso de tu mirada.
¡Ay! Quién pudiera tener...
ROBADME DEL PASAR...
Crece el silencio sobre el alma mía
y en ella dulcemente se me posa
cual en la cima leve de la rosa
se duerme el agua cuando viene el día.
Viene tan pura, tan clara la alegría
tan llena de pudor y tan hermosa
que el cáliz de mi cuerpo se rebosa
y añora otra celeste lejanía.
Mañanas que de luz, pausadamente,
me dais la claridad como alimento,
mudadme a una distancia diferente.
Robadme del pasar en que me intento
y, en otro ansiado mar, calmadamente,
levad mi corazón con otro viento.
C L I M A X
El sol en la ventana florecía
una tarde de Marzo, mansamente.
Tu boca era un panal ebrio que urgente
clamaba de mi boca compañía.
El tiempo se paró por si podía
quedarse así de amor alzadamente
y un sueño de naranjas en poniente
cuajó horizontes donde muere el día.
¡Qué denso el palpitar se fue callando!
¡Qué pobre la palabra contenida!
¡Qué plena en su canción la sangre hablando!
El aire era de luz. De luz la vida.
De luz ese clamor que fue granando.
De luz busca mi voz ser tu medida.
ASÍ
Como el monte al albor se va creciendo
ceñido por la luz que le rodea,
así tu viento, amor, en su tarea,
perfila este rumor en que me enciendo.
Así, sin ruido apenas, va puliendo
tu labio este cantil que me rodea
y va mi sangre haciéndose a tu idea
y yo de ti me voy aconteciendo.
Así, como el talud de fina arena
se va del aire cálido besando,
así ya tu caricia por mi vena.
Así, como esa lluvia que serena
va el suelo de sabores aventando,
así tu yugo, amor, y tu cadena.
DESPUÉS
Después, cuando los ojos no acaricien
la rosa en su mirar,
cuando el viento no siembre ya el oído
con su rumor de mar,
cuando el cielo en la noche, transgredido
por el silencio astral,
no pueble de murmullo este latido,
mi sueño...¿Dónde irá?
Cuando el miedo no acucie con su ruido
de llanto por llegar
y cese el corazón su ritmo herido
de tiempo y de lugar,
si el hueco de mi ser ya no lo anido,
mi ausencia... ¿Dónde irá?
Si ya con mi canción no soy el río
que llora en el canchal,
si no lleva en su son la voz mi vibro
ni el verso mi anhelar,
si no siento el calor de esta contigo,
si no te puedo amar,
si no eres tú ese dios a que me inclino
Amor... ¿Qué queda ya?
PARTIDA
Cada día su propio desconcierto,
su propia dimensión establecida,
tablero de ajedrez con la partida
propuesta del futuro en que me inserto.
Tan sólo del final el jaque cierto
y, mientras, despiezándome la vida
jornada tras jornada, trampa urdida
al mar de la esperanza en que me vierto.
Cada día los cuadros del tablero
con ciega exactitud, calladamente,
me ofrecen la distancia en la que muero.
Cada día, latiendo más urgente,
mi ronco corazón, por compañero,
arriesga otra jugada indiferente.
PULSIÓN
Labio insistente del mar
que en el talud de la arena
dejas un beso y te vas.
Débil huella que se queda
en su destino a esperar
el labio que la condena. .
Vaivén que viene y se va
y marchándose regresa
para volverse a extrañar.
Y así por la eternidad
tú, ronco son, y en la arena...
en la arena hambre de sal.
NOCHE
La noche planta jardines
de oscuridad. Cementerio.
Las muertas niñas deshojan
-¿qué sí?... ¿qué no?- crisantemos.
La luna afila despacio
su redondez con el sueño,
mientras recorta a las niñas
trenzas - ¿No?...¡Sí! - del tiempo.
VELEIDAD
Me vienes y te vas,
tu rastro por mi cieno
mi rostro por tu altar.
Me vienes y te vas...
Mis límites más ciertos
invades y, al pasar,
hambre y dolor de tu verbo.
Y sin embargo te vas...
que quiero
más que cantor ser cantar
más ser música que tiempo
más que sangre, libertad
Dejadme la voz que quiero
palabra ser
y volar
PARA PONERLE NOMBRE
a lo que el corazón me grita
esa inaccesible pulsación de sombra
ese oscuro batir del sentimiento
para robar palabras que sólo escucha el aire
para alumbrar auroras que rompan sobre el tedio
para que
herida ronca que al callar supura
sepáis del hombre que en mí derrama el tiempo
DEJAD QUE OS COJA LA MANO,
que mi piel con vuestra piel
descanse de su cansancio.
Dejadme que de la miel
del dulce calor humano
me sacie de tanta sed
y dejadme, terminando,
que peregrine después.
Hay manos que están buscando
el calor que yo les dé.
ESTÁN LLOVIENDO MARIPOSAS MUERTAS
por un otoño de árboles inmenso
La levedad alcanza cotas imposibles
y la nostalgia adorna el alma de recuerdos
Todas las memorias se agrupan convergentes
y sopla irreverente por el alma el viento cierzo
Mas pasará este tiempo dorado de angostura
y pasará la luna frígida de invierno
y en las abiertas colinas de la aurora
para otro sueño
el sol de marzo renacerá de nuevo
LA NIÑA Y EL ÁRBOL
Las mariposas adornan
cerezos: Es primavera.
¡Qué triste si no se espera!
Y el agua, la luz y el viento
saltan, refulgen y vuelan.
¡Qué triste si no se espera!
La niña se desabrocha
de pechos la botonera..
¡Qué joven la primavera!
Si no tuviera mil años
ni mis altas ramas yertas...
¡Qué triste la primavera!
Que triste el árbol, que alegres
manos que por ti crecieran.
¡La niña su blusa abierta!
NO MÁS TARDE
¡Ahora!, no más tarde ni más lejos,
¡Ahora es el momento y es el lance!
silencio puro que está presto a la escucha
o voz cual brizna
fugaz que cruza el aire.
¡Ahora ya sin más o siempre nunca
derrámese mi voz hasta entregarse
derrámense los hondos argumentos
que máscaras se obstinan en cerrarle.
¡Ahora o nunca más! Este es el tiempo,
en esta herida rota de la sangre,
en este desguazarse de la vida
por muelles acostados de la tarde.
FE DE VIDA
Eres,
no puedes evitarlo,
esa es tu herencia, tu límite, tu afán,
tu contenido.
Eres,
con toda la extensión de la palabra,
con toda su dureza y con su estría.
Eres.
El ser es tu noción, tu fe, tu sueño,
tu terca sensación, tu sola herida.
Eres.
En río, en transición, en esa espera
del qué serás el día en que no fueres.
Futuro hacia un pasado eres.
De tiempo encarcelado, malherido,
de luz, de oscuridad, de amor
de muerte eres.
Y ser es tu pasión, tu voz, tu vida,
tu pálido rumor, tu peso inerte,
la sangre que te fluye y la partida
que juegas con tu Dios.
Suerte pues eres.
TE ME VAS
Te me vas,
hoja que el viento corta y leva
cual rota percepción de viva imagen te me vas.
Cual bronce que diluye en un silencio
su tránsito de vibro y de campana te me vas.
Cual ala de una voz que no es pregunta,
cual ansia de un pecado desgastado te me vas.
Te me vas,
música fue mi labio en tu presencia y te me vas.
Tacto de sed mi lengua en tu respuesta y te me vas.
Te me vas
Árbol que ayer tejió penumbra y cielo y te me vas.
Calladamente luz, callado empeño,
puntada de intención en lo imposible
e, impunemente, ahora, te me vas.
En plena oscuridad,
por noche ajena,
heridamente ausente
y te me vas.
POR LA AMURA DEL VIENTO
Me quisiera despierto cuando llegue la noche,
cuando abreve el invierno por mis hondas vasijas,
cuando el viento se calle y en la puerta del tiempo
el tapiz del paisaje por mis ojos se extinga.
Cuando el cuerpo no pueda soportar el asedio
del acerbo de historias que propone la vida,
con los brazos cual leños y los dedos hastiados
por los tactos abiertos de sus yemas extintas.
Y dispuesto quisiera aceptar en la brecha
del callado enemigo la gastada clepsidra,
la memoria colmada de un alud de vivencias
y en los labios cristales de asombradas caricias.
En la sima del aire por la amura del viento
la mirada dejarme de horizontes perdida,
acuarelas de alumbre por ocasos de adviento
y murales de auroras por sedientas retinas.
En silencio alejarme del aullido del tiempo,
del rumor de relojes que se añoran de Estigias,
del sabor de la sangre y de la duda del miedo,
del sonido de ausencias por mi lenta deriva.
Ya en la caja del pecho el latido imposible,
ya el archivo cansado de memorias cautivas,
ya el matraz de la sangre los veneros exhaustos,
ya la boca en estricta comisura de vida.
Y al futuro dejarle como poso en mi hueco,
si es que acaso persiste cuando ya me despida,
mi aparejo de calcio como abono postrero
y en su bronce tañendo mi pulsión de entropía.
Quiero al borde del aire descansar un momento
y sin penas ni agravios desalmar mi medida
y dejarme del cuerpo como al cabo la tarde
se descuelga del cielo cuando el sol se deriva.
Y si el viejo del tiempo con su insomne cayado
me regala un instante cuando ya me despida,
que mi boca se calle con un último verso
y la cómplice seña de una leve sonrisa.
Y que el gramo postrero del calor de mi mano
en el caz de la mano de mi amada se extinga,
y que el beso me selle de su boca el recuerdo
que a la muerte me lleve del rumor de la vida.
Y que acaso si hubiera tras el muro otro hueco
en que el alma despierte de la sombra emprendida
que me dejen que cante su abismado misterio
de arrasado horizonte con mi hallada poesía.
Y si alguno quisiera rebuscar en los pecios
que a la escoria y al polvo de mi turno resistan
que rescate del fondo del olvido mis versos
y que así de memoria... me devuelva la vida.
ROMANCE EN SOCUÉLLAMOS.
I
En un lugar donde nunca
en el Quijote se habla,
en un rincón de ese campo
horizontal de la Mancha,
pudo ocurrir el suceso
que este romance nos narra.
La palabra es un obrero
que no duerme ni descansa
siempre surcando caminos
de tiempo por la garganta.
Es como el curso de un río
que va allegando en su marcha
mil murmullo y que luego
en voz al mar se los canta.
Lo que ocurrió aquella tarde
en la estepa castellana
que desde Cuenca a Albacete
junto a Socuéllamos pasa,
un pastor, cansado y viejo
pero sabio, lo contaba
mientras en mudo silencio
este poeta escuchaba.
II
Era por el mil quinientos,
cuando en Castilla reinaba
un español que de negro
vestía y su blanca barba
era señal del gran peso
que el gobernar le mandaba.
El mes era de por Mayo,
ese en que el campo se cambia
su triste paño de invierno
por verde jubón y blanca
camisa que de gorgueras
en mil flores se levanta.
Daba el sol del mediodía
en vertical su cascada,
ni una brizna se movía
el viento de tanta calma.
Por la cañada el silencio
era la voz que cantaba
y las encinas dormían
un sueño de siestas pardas.
Del fondo del horizonte,
línea que nunca se acaba,
primero fue un punto negro,
y luego yegua montada
por un noble caballero,
cruz de Santiago y espada.
Las botas de fino cuero,
las espuelas son de plata,
el jubón de terciopelo,
y la camisa de holanda.
Lleva el mentón sobre el pecho
y ya canosa la barba,
arrugado el entrecejo
y las espaldas cansadas
de cien combates y sueños
de la grandeza de España.
Mancha de los caballeros
que alzado te han a la fama,
tierra que de extremo a extremo
estás al cielo abocada.
III
De pronto el hondo silencio
por un cuchillo se rasga,
el cuchillo es un lamento
que horada el aire... y el alma.
El caballero, al oírlo,
del estribo se levanta,
su mirada recia busca
de tanto dolor la llama.
El lamento se repite,
ya es un ¡Ay! débil que clama
de algún lugar escondido
y de una dulce garganta.
Se ha bajado el caballero
de su yegua peliblanca,
y metiéndose en el bosque
busca la voz que le llama.
Tendida ha, sobre el suelo,
encontrado una zagala
bajo las zarzas y el pecho
amapolas le mandaban.
¡Dios bendito de los cielos!
¡Esta niña se desangra!
Le ha vendado el joven cuerpo
con su camisa y su capa.
¿Quién eres mujer y dónde
están tu familia y casa?
¿Quién ha encendido este velo
de dolor sobre tu infancia?
-“Soy morisca, caballero,
y mis padres tienen casa
a media legua y el suelo
para cosechar lo labran.
En la fuente que aquí corre,
junto a la encina más alta,
estaba de barro un rojo
cántaro llenando de agua.
Unos vaqueros que al punto
por la vereda pasaban
me han malherido y abierto
heridas que ya no sanan.
Eran tres, uno de cuero
llevaba sucia zamarra,
otro era tuerto, el tercero
hablaba roncas palabras”.
Ha dicho esto y ha muerto
de pena y dolor cansada.
Mancha de los caballeros
de sangre niña manchada,
los niños labriegos piden
negra y cumplida venganza.
IV
El caballero ha llevado
la niña muerta a su casa
y ha jurado hacer justicia
sobre la cruz de su espada.
Bruñido ha puesto el acero
toledano de sus armas,
ha pedido que le dejen
a solas orar y manda
que le limpien los arreos
y ensillen su yegua blanca.
A las siete de la tarde,
el poniente ya empezaba
a enrojecer el abismo
donde el sol hunde su llama,
ha partido el caballero,
fiel, a cumplir su palabra.
Las crines peinan el viento,
el aire afila la cara,
la mirada dura al frente
y el corazón con su carga.
No le temblará la mano
ni el cierzo le halará el alma
cuando le llegue el momento
de hacer de muerte su causa.
Mancha de los caballeros,
la noche se alarga y tapa
tus límites, y sus flecos
por Alcaraz se derraman.
V
La noche lleva subiendo
la luna redonda y blanca
y en los ramajes del cielo
cuelgan las estrellas sabias.
Tres hombres rudos a un tiempo
de noche negra se tapan
y en taimados pensamientos
miran de soslayo y callan.
Han terminado la cena
junto a la hoguera que manda
reflejos sobre los rostros
de tan rufiana canalla.
Tienen miedo y escudriñan
la oscuridad sus miradas,
les parece que han oido
ruido. –“¡Serán alimañas!”
- dice el mas viejo – y empuña
bajo su mantón la daga.
Angeles negros empiezan
a cepillarse las alas
y van abriendo tres huecos
en el infierno a tres almas.
Del silencio de la noche
una voz de hierro alza
esta pregunta que cierra
de terror las tres gargantas.
- ¿Habeis visto, por ventura,
una niña que llevaba
apoyado en la cadera
un rojo cántaro de agua?
Uno alcanza su ballesta,
el otro su daga plana
y el tercero por el mango
levanta el rayo de un hacha.
Furia de luz el acero,
en una terrible danza,
ha levantado un invierno
de frigidez en tres almas.
No han enterrado a los muertos,
para escarnio y enseñanza,
han dejado que los cuerpos
los coman las alimañas.
Dicen que aquel caballero,
que a Socuéllamos marchaba,
para conseguir del cielo
el perdón de su venganza,
se hizo eremita, viviendo
junto a una laguna blanca
que en Ruidera esta prendida
por cruces a sus murallas.
Mancha de los caballeros,
tierra bronca donde manda
la locura hidalgos viejos
y poetas que la ensanchan.
CONCIERTO BARROCO
Vivaldi tocaba
un largo al revés.
El sol se moría
cansado del día
al atardecer.
¡No te vayas! ¡Ven!
No ves que no puedo
mirarte ni ver.
La luna en el centro
de la frigidez
y el silencio muerte
al atardecer.
¡No te vayas! ¡Ven!
Insiste Albinoni:
"A cinque concerte"
La viola libera
cifras del papel,
un chelo, muy grave,
las vuelve a prender.
Allegro del llanto
al atardecer.
¡No te vayas! ¡Ven!
No ves que la muerte
me quiere coger.
Sonatas de hielo
pueblan mi través
y suenan trompetas
de llamada. ¡Ven!
Van llamando ausencias
con su voz de miel.
¡No te vayas! ¡Ven!
Llantos de guitarra
vibran en tropel.
Mira que no puedo
ya moverme.¡Ven!
Arterias de piedra
sobre mis dos pies
y Haendel soñando
el número diez.
¿Por qué me abandonas?
¡No te vayas! ¡Ven!
No ves que me muero
este atardecer.
Capricio finale.
Flautas y un rabel.
Resuenan los cascos
ya de su corcel.
Andante maestoso.
Sonata. Purcell.
El tiempo se rompe
este atardecer.
¡Ya no vengas! ¡Vete!
Ya soy del ayer